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Otto F. Kernberg
LA AGRESIÓN
EN LAS PERVERSIONES
Y EN LOS DESÓRDENES
DE LA PERSONALIDAD
PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
México
ÍNDICE
Prefacio..... ............................................... .............. ....... ..... 9
Parte 1
EL PAPEL DE LOS AFECTOS
EN LA TEORÍA PSICOANALÍTICA
l. Nuevas perspectivas de la teoría de las pulsiones .... 15
2. La psicopatología del odio......... .................................. 45
Parte II
ASPECTOS EVOLUTIVOS DE LOS TRASTORNOS
DE LA PERSONALIDAD DE AMPLIO ESPECTRO
3. Dimensiones clínicas del masoquismo....................... 67
4. Los trastornos histérico e histriónico de la
personalidad.............. ................................... ............... 93
5. Los trastornos antisocial y narcisista de la
personalidad................................................................ 117
Parte III
APLICACIONES CLÍNICAS DE LA TEORÍA
DE LAS RELACIONES OBJETALES
6. La teoría de las relaciones objetales en la práctica
clínica........................................................................... 147
7
r::. ¿.rroque de la transferencia basado en la
p: :·:0=.:.gia del yo y la teoría de las relaciones
objetales ......................................... .............................. 173
8. Un enfoque del cambio estructural basado en la
psicología del yo y la teoría de las relaciones
objetales ...................................................... ................. 197
9. La regresión transferencia] y la técnica
psicoanalítica con las personalidades infantiles ....... 229
Parte IV
ENFOQUES TÉCNICOS DE LA REGRESIÓN GRAVE
10. Proyección e identificación proyectiva: aspectos
evolutivos y clínicos . .. .. ... ..... ..... ...... ..... .. .... .... ..... ........ 259
11. La identificación proyectiva, la contratransferencia
y el tratamiento hospitalario...................................... 283
12. La identificación y sus vicisitudes, tal como se las
observa en las psicosis............................. ................... 311
13. Las vicisitudes y el placer del odio............................. 339
14. Las transferencias psicopática, paranoide y
depresiva .. .................................................. ................. 355
Parte V
LA PSICODINÁMICA
DE LA PERVERSIÓN
15. La relación de la organización límite de la
personalidad con las perversiones............... ............... 391
16. Un marco teórico para el estudio de las
perversiones sexuales................................................. 417
17. Un modelo conceptual de la perversión masculina... 439
Referencias bibliográficas........................... ... .. ................. 465
Autorizaciones .................................................... ....... ........ 482
Índice analítico.................................... .. ............................ 485
8
PREFACIO
En este libro presento mis exploraciones más recientes
sobre la etiología, la naturaleza y el tratamiento de los
trastornos de la personalidad. Para tales exploraciones es
esencial comprender la dinámica de la conducta humana
gravemente patológica. De modo que esta obra se inicia
con un examen de la teoría psicoanalítica de la motiva-
ción, con un foco particular en la agresión.
Tomando en cuenta los desarrollos contemporáneos
del estudio de los afectos, propongo la modificación, pero
no el abandono, de la teoría freudiana de las pulsiones.
La modificación que sugiero reconoce el papel fundamen-
tal de los afectos en la organización de las pulsiones y en
la unificación de los factores neuropsicológicos con las más
tempranas experiencias interpersonales de la infancia y
la niñez como determinantes de la formación de la per-
sonalidad.
A continuación de esa consideración amplia de los
afectos, pongo un énfasis específico en la agresión, abor-
dando la tarea de aclarar la relación entre la agresión y
la ira, y entre la ira y el odio.
Todo mi trabajo se basa en la convicción de que la psi-
copatología de la personalidad está determinada por las
estructuras psíquicas erigidas bajo el impacto de las expe-
9
riencias afectivas con los objetos significativos tempranos.
Esta convicción se refleja en mi énfasis en la necesidad
de integrar un sistema de diagnóstico basado en la des-
cripción de la conducta, con un enfoque psicodinámico cen-
trado en la formación de la estructura psíquica. A la luz
de ese enfoque describo varios difundidos trastornos de
la personalidad.
En la sección central del libro he puesto al día y expli-
cado detalladamente mi enfoque basado en la psicología
del yo y la teoría de las relaciones objetales, tal como se
aplica a la situación clínica. En este contexto, centro la
atención en las distorsiones específicas de la transferencia
y la contratransferencia inducidas por la agresión estruc-
turada en la forma del odio crónico y de las defensas
secundarias contra ese odio. Exploramos el interjuego de
la difusión de la identidad, la prueba de realidad y los ato-
lladeros del tratamiento, en todo el espectro de los tras-
tornos de la personalidad, desde la organización neurótica
hasta la psicótica, pasando por la límite. Aplico mis con-
clusiones teóricas acerca de la agresión y el odio a nuevos
enfoques técnicos de trastornos graves de la personalidad,
enfoques que van desde el psicoanálisis propiamente dicho
hasta el tratamiento en un medio hospitalario, pasando
por la psicoterapia psicoanalítica.
La sección final del libro aborda las perversiones,
explorando adicionalmente las implicaciones de la prima-
cía de la naturaleza de la estructura psíquica y la agresión
en la determinación de la psicopatología. Se delinean la
psicodinámica de las perversiones y los trastornos de la
personalidad, tanto en lo que tienen en común como en
sus diferencias. En esa discusión se subraya la posición
singular de las homosexualidades en el pensamiento psi-
coanalítico actual.
10
Por sus aportes a mis ideas sobre la teoría de las rela-
ciones objetales y la teoría de los afectos, estoy en deuda
con los doctores Selma Kramer, Rainer Krause, Joseph y
Anna-Marie Sandler, Ernst y Gertrude Ticho, y el extinto
John Sutherland. Respecto de las teorías psicoanalíticas
de la perversión, he sido estimulado y ayudado por los
doctores Janine Chasseguet-Smirgel, André Green, Joyce
McDougall y más especialmente por el extinto Robert Sto-
ller. Mi pensamiento sobre el tema del cambio estructural
se ha beneficiado significativamente de las conversaciones
con los doctores Mardi Horowitz, Lester Luborsky y
Robert Wallerstein.
Tanto en mi trabajo con pacientes como en mis esfuer-
zos por contribuir a las técnicas psicoanalíticas y psico-
terapéuticas, he disfrutado del privilegio de mi fluido diá-
logo profesional con un grupo de buenos amigos y colegas
de Nueva York, al que pertenecen los doctores Martín y
María Bergman, Harold Blum, Arnold Cooper, William
Frosch, William Grossman, Donald Kaplan, Robert
Michels y Ethel Person, todos los cuales han leído y cri-
ticado pacientemente muchos de los capítulos incluidos en
este volumen. La doctora Paulina Kernberg, en su rol
múltiple de psicoanalista, colaboradora profesional y espo-
sa, no sólo ha influido en el contenido de mis escritos sino
que también debe acreditársele el haber creado el espacio
que me hizo posible dedicarme a este trabajo.
La investigación formal de la psicoterapia intensiva
con pacientes límite constituye el trasfondo de las expli-
caciones teóricas contenidas en el libro. Les debo mucho
al entusiasmo, la dedicación y la constante revisión crítica
de nuestra empresa investigadora conjunta de los miem-
bros del Proyecto de Investigación Psicoterapéutica sobre
los Pacientes Límite del Departamento de Psiquiatría del
Medica} College de la Universidad de Cornell, y la Divi-
sión Westchester del Hospital de Nueva York, a lo largo
11
do todo t.rnbnjo realizado sobre el que informa este volu-
men. Tengo una deuda enorme con losdoctores John Clar-
kin y Harold Koenigsberg, codirectores del mencionado
proyecto, y con los doctores Ann Appelbaum, Steven
Bauer, Arthur Carr, Lisa Gornick, Lawrence Rockland,
Michael Selzer y Frank Yoemans, colegas en este esfuerzo,
cuya evaluación crítica de las experiencias clínicas en evo-
lución de nuestro grupo han dado forma a mi enfoque de
problemas técnicos particularmente desafiantes. Aunque
les agradezco a todos estos colegas el estímulo, las suge-
rencias y las críticas, asumo la responsabilidad personal
por todas las formulaciones de este libro.
Aprecio profundamente a Louise Tait y Becky Whipple
por la inalterable paciencia con que mecanografiaron,
revisaron, leyeron las pruebas y organizaron las aparen-
temente interminables versiones del original. La infati-
gable atención de la señorita Whipple a todos los peque-
ños detalles del manuscrito nos evitó tropiezos en muchas
ocasiones. La señora Rosalind Kennedy, mi ayudante
administrativa, procuró el marco organizativo general que
me permitió realizar este trabajo en el contexto de mis
funciones clínicas, académicas y administrativas; ella pro-
tegió el ambiente de trabajo que lo hizo todo posible.
Este es el segundo libro que he producido con la ayuda
tanto de mi asesora editorial de muchos años, la señora
Natalie Altman, como de la asesora principal de la Yale
University Press, la señora Gladys Topkis. Las dos, res-
petando con tacto mi compromiso con lo que quería decir,
me ayudaron a expresarlo con la mayor claridad posible.
Les estoy inmensamente agradecido.
12
Parte I
El papel de los afectos
en la teoría
psicoanalítica
l. NUEVAS PERSPECTIVAS
DE LA TEORÍA DE LAS PULSIONES
Marjorie Brierley (1937) fue la primera en señalar una
extraña paradoja atinente al papel de los afectos en la teo-
ría y la práctica psicoanalíticas. Dijo que los afectos
desempeñan un papel central en la situación clínica, pero
uno periférico y ambiguo en la teoría psicoanalítica. Brier-
ley pensaba que aclarar la parte desempeñada por los
afectos ayudaría a clarificar cuestiones aún irresueltas de
la teoría de las pulsiones. La paradoja señalada hace
medio siglo por esta autora parece haber subsistido hasta
hace poco tiempo. Sólo en los últimos diez años esta situa-
ción comenzó a cambiar. Después de reexaminar la rela-
ción entre los afectos y las pulsiones en la teoría psicoa-
nalítica, incluso las cambiantes teorías de las pulsiones
y los afectos en Freud y las aportaciones psicoanalíticas
recientes -entre ellas la mía- relacionadas con estas
cuestiones, ofrezco una teoría psicoanalítica revisada acer-
ca del tema. A continuación examino la naturaleza de los
afectos tal como surgen en la situación psicoanalítica, y
sus distorsiones bajo el impacto de los procesos defensivos.
Finalmente ofrezco un modelo del desarrollo, basado en
mi marco conceptual.
15
_l ,AS l'U LSIONES Y LOS INSTINTOS
Aunque Freud pensaba que las pulsiones (a su juicio
los sistemas psíquicos motivacionales fundamentales)
tenían fuentes biológicas, reiteradamente subrayó la falta
de información acerca del proceso que transformaría esas
fuentes biológicas en motivación psíquica. Concebía la libi-
do, o pulsión sexual, como una organización jerárquica-
mente superior de las pulsiones sexuales parciales de una
fase evolutiva más temprana. Esta idea armoniza con su
concepción de las pulsiones como entidades de naturaleza
psíquica. Según Freud (1905), las pulsiones parciales (ora-
les, anales, voyeuristas, sádicas, etcétera) se integran psi-
cológicamente en el curso del desarrollo y no están fisio-
lógicamente ligadas entre sí. La teoría dual de las
pulsiones de la sexualidad y la agresión (1920) representa
su clasificación final de estas entidades como fuentes últi-
mas del conflicto psíquico inconsciente y de la formación
, de la estructura psíquica.
( Freud describió las fuentes biológicas de las pulsiones
( sexuales en concordancia con la excitabilidad de las zonas
/ erógenas, pero no señaló fuentes biológicas igualmente
\ específicas y concretas para la agresión. En contraste con
T-las fuentes fijas de la libido, caracterizó como cambiantes
l a lo largo del desarrollo psíquico a las metas y los objetos
-~de las pulsiones, tanto libidinales como agresivas; describió
la continuidad de las motivaciones sexuales y agresivas en
una amplia variedad de desarrollos psíquicos complejos.
( Como lo ha señalado Holder (1970), Freud diferenció
\ claramente las pulsiones de los instintos. Consideraba las
L. pulsiones como de nivel superior; eran fuentes de moti-
[ vación constante, y no intermitente. Los instintos, por
otra parte, eran biológicos, heredados e intermitentes, en
cuanto los activaba la estimulación psicológica y/o
ambiental. La libido es una pulsión; el hambre es un ins-
16
tinto. E_]!_ la concepciQQ_fr_~udia~9-.L}_a,~_ pulsi?E:~~on _l()·~- ·
límites entre lo fís~ggylo . megt~l, como procesos. físicos
con raíces en la biología; él sostenía (1915b, 1915c) que
sólo podemos conocerlas a través de sus representantes
psíquicos: las ideas y los afectos.
Tanto Rolden como Laplanche y Pontalis (1973, págs.
214-217) han subrayado la naturaleza puramente psíqui-
ca de la teoría dual de las pulsiones propuesta por Freud,
y acusado a la traducción de la Standard Edition de haber
perdido la distinción entre las pulsiones psicológicas y los
instintos biológicos, al verter con la misma palabra ingle-
sa "instinct" los términos alemanes Instinkt y Trieb. Yo
añadiría que la traducción de Strachey ha tenido el efecto
infortunado de vincular demasiado estrechamente el con-
cepto freudiano de la pulsión a la biología, inhibiendo la
investigación psicoanalítica de la naturaleza de los pro-
cesos mediadores que tienden un puente entre los instin-
tos biológicos y las pulsiones, definidas como motivación
puramente psíquica. El mismo término "instinto" subraya
el ámbito biológico de este concepto, y de tal modo desa-
lienta la exploración psicoanalítica de la motivación. En
mi opinión, el concepto de las pulsiones como sistemas psí-
quicos motivacionales jerárquicamente superiores es váli-
do, y la teoría freudiana de la dualidad de las pulsiones
es satisfactoria para explicar la motivación.
Como lo observan adecuadamente Laplanche y Pon-
talis (1973), Freud siempre se refirió a los instintos como
a pautas de conducta heredadas y discontinuas, que va-
rían poco de un miembro de la especie a otro. Impresiona
advertir hasta qué punto el concepto freudiano del instin-
to corre paralelo a la teoría moderna del instinto en bio~
logía, representada, por ejemplo, por Lorenz (1963), Tin-
bergen (1951) y Wilson (1975). Estos investigadores
consideran que los instintos son organizaciones jerárqui-
cas de pautas perceptivas, conductuales y comunicativas
17
hiol6gic11nwnte determinadas, puestas en marcha por fac-
tores ambientales que activan mecanismos desencadenan-
tes innatos. Este sistema biológico-ambiental es conside-
rado epigenético. Lorenz y Tinbergen demostraron en su
investigación con animales que la vinculación madurativa
y evolutiva de las pautas conductuales innatas y discre-
tas, su organización general dentro de un individuo par-
ticular, está muy determinada por la naturaleza de la esti-
mulación ambiental: los instintos jerárquicamentel
organizados representan la integración de las disposicio- !1
nes innatas con el aprendizaje determinado por el
ambiente. Desde este punto de vista, los instintos son sis- j
temas biológicos motivacionalesjerárquicamente organi- ¡
zados. Por lo general se los clasifica siguiendo los linea- j
mientos de la conducta alimentaria, la conducta de lucha ¡
y fuga, el apareamiento y otras dimensiones análogasJ
Rapaport (1953) describe de qué modo modificó Freud
su concepción de los afectos a lo largo de los años. Origi-
nalmente (1894) los consideró en gran medida equivalente
a las pulsiones; en 1915 (1915b, 1915c) los veía como pro-
cesos dedescarga de las pulsiones (sobre todo en sus
aspectos placientes o dolorosos, psicomotores y neurove-
getativos); finalmente (1926) llegó a verlos como disposi-
ciones innatas (umbrales y canales) del yo.
A mi juicio, los afectos son estructuras instintivas
-esto es, pautas psicofisiológicas biológicamente dadas ,
activadas por el desarrollo-. Lo que se organiza para
constituir las pulsiones agresiva y libidinal descritas por
Freud es el aspecto psíquico de esas pautas. Desde este
punto de vista, las pulsiones sexuales parciales son inte-
graciones más limitadas, restringidas, de los estados afec-
tivos correspondientes, y la libido como pulsión es la inte-
gración jerárquicamente superior de ellas -esto es, la
integración de todos los estados afectivos centrados eró-
ticamente-. En contraste con el modo de ver que aún pre-
18
valece en el psicoanálisis, según el cual los afectos son sólo
procesos de descarga, yo los considero estructuras puente
entre los instintos biológicos y las pulsiones psíquicas.
Después de una elaboración adicional de mis definiciones
de los afectos y las emociones, presentaré argumentos en
respaldo de esta conclusión.
LOS AFECTOS Y LAS EMOCIONES
Siguiendo a Brierley (1937) y Jacobson (1953), del
campo de la clínica psicoanalítica, y a Arnold (1970a,
1970b), Izard (1978), Knapp (1978) y Emde (1987; Emde
y otros, 1978), del campo de la investigación empírica
sobre la conducta afectiva en neuropsicología, yo defino
los afectos como pautas conductuales psicofisiológicas que
incluyen una apreciación cognitiva específica, una pauta
facial específica, una experiencia subjetiva de naturaleza
placiente y recompensadora o dolorosa y aversiva, y una
pauta de descarga muscular y neurovegetativa. La pauta
expresiva facial forma parte de la pauta comunicativa
general que caracteriza a cada afecto en particular.
Hoy en día existe acuerdo general en cuanto a que los
afectos, desde su mismo origen, tienen un aspecto cogni-
tivo, contienen por lo menos una apreciación de la "bon-
dad" o "maldad" de la constelación perceptiva inmediata,
y esta apreciación, según la formulación de Arnold (1970a,
1970b), determina una motivación sentida para la acción,
de aproximación o alejamiento a cierto estímulo o situa-
ción. En contraste con la antigua teoría de James-Lange
(James 1884; Lange, 1885), según la cual los aspectos sub-
jetivos y cognitivos del afecto siguen a la percepción de los
fenómenos de descarga musculares y neurovegetativos o
derivan de ella, y en contraste con la posición derivada
de Tomkins (1970), de que los aspectos cognitivos y sen-
19
t.idoH de los afectos siguen a la percepción de su expresión
facial o derivan de ella, yo }J_i~I!_~_gl!_eJª_~alidad subjetiva ,-:---- . . -· --
clgJ-ª fü:lrnSi?-C:~~~~-~n~i~~ es el núcleo característico de
cadª __ fil~c_t_~
Entiendo que los afectos son primitivos o derivados.
Los afectos primitivos hacen su aparición dentro de los pri-
meros dos o tres años de vida, y tienen una calidad inten-
sa, global, y un elemento cognitivo difuso, no bien diferen-
ciado. Los afectos derivados son más complejos; consisten
en combinaciones de afectos primitivos, elaborados cogni-
tivamente. A diferencia de los afectos primitivos, éstos no
podrían desplegar todos sus componentes originales con
igual fuerza, y sus aspectos psíquicos gradualmente pasan
a dominar a los psicofisiológicos y los comunicativos facia-
les. Para todos estos fenómenos complejos reservaría los
términos "emociones" o "sentimientos". Esta distinción se
corresponde con las observaciones clínicas acerca de los
estados afectivos primitivos y los desarrollos emocionales
complejos en la situación psicoanalítica.
LOS AFECTOS Y LAS PULSIONES
En la primera teoría freudiana del afecto, los concep-
tos de afecto y pulsión eran prácticamente intercambia-
bles. En su segunda teoría de los afectos, Freud propuso
que las pulsiones se manifiestan por medio de represen-
taciones psíquicas o ideas -esto es, expresiones cogniti-
vas de la pulsión- y afectos. Los afectos, postuló Freud,
son procesos de descarga que pueden llegar a la conciencia
pero no sufren represión; sólo es reprimida la represen-
tación mental de la pulsión, mientras aparece un recuerdo
del afecto correspondiente o una disposición a activarlo
(1915b, 1915c).
En el psicoanálisis clínico, la idea de que los afectos
20
no pueden ser dinámicamente conscientes ha represen-
tado un problema conceptual, y es posible que el énfasis
excluyente de la segunda teoría de Freud en el aspecto de
descarga fuera en alguna medida consecuencia de la
entonces dominante teoría de James-Lange. En todo caso,
ahora tenemos importantes pruebas neuropsicológicas de
que los afectos pueden almacenarse en las estructuras
límbicas del cerebro como memoria afectiva (Arnold, 1984, ---+
caps. 11, 12).
0
~
Si los afectos y las emociones incluyen experiencias ~ 'i<:.
subjetivas de dolor o placer, y elementos cognitivos y 3 ~J
expresivo-comunicativos, así como pautas de descarga ~ ~
neurovegetativa, y si están presentes --como lo ha demos- -1,. ~
trado la investigación con niños (Emde y otros, 1978; ,4f !
Izard, 1978; Stern, 1985; Emde, 1987)- desde las prime- · ! . .s;:
ras semanas y meses de vida, ¿son ellos las fuerzas moti- ,.. (!
vacionales primarias del de¡:;irrollo ~SÍEfl:ltes'? Si incluyen §-{
tanto rasgos cognitivos como afeetivos, ¿qué contiene el F-<?
concepto más amplio de "pulsión" que no esté contenido
en el concepto de "afecto"? Freud dio a entender que las
pulsiones están presentes desde el nacimiento, pero tam-
bién que madur:an y se desarrollan. Podría sostenerse que
la maduración y el desarrollo de los afectos expresan a las
pulsiones subyacentes, pero si todas las funciones y mani-
festaciones de las pulsiones pudieran incluirse entre las
funciones y manifestaciones de los afectos en desarrollo,
sería difícil sostener el concepto de pulsiones independien-
tes subyacentes en la organización de los afectos. De
hecho, la transformación de los afectos a lo largo del desa-
rrollo, su integración con relaciones objetales internali-
zadas, su economía general, que en el desarrollo lleva a
los afectos placientes a erigir la serie libidinal y a los afec-
tos dolorosos a erigir la serie agresiva: todo indica la enor-
me riqueza y complejidad de sus elementos cognitivos y
también afectivos.
21
/~Uf-
~ " Creo que el concepto psicoanalítico o tradicional de los
~ afectos sólo como procesos de descarga y la idea de que
g la reducción de la tensión psíquica conduce al placer y su
--"' incremento al displacer han complicado innecesariamente
L-1 la comprensión de los afectos en la situación clínica.
-C Jacobson (1953) llamó la atención sobre el hecho de que
J los estados de tensión (como la excitación sexual) pueden
ser placientes, y que los estados de descarga (como la
angustia) pueden ser displacientes; esta autora llega a la
conclusión, en acuerdo con Brierley (1937), de que los afec-
tos no son sólo procesos de descarga, sino fenómenos com-
plejos y sostenidos de tensión intrapsíquica.
También Jacobson ha descripto el modo como los
aspectos cognitivos de los afectos remiten a su investidura
de las representaciones del sí-mismo y el objeto, tanto en
el yo como en el superyó. Ella llegó a la conclusión de que
las investiduras afectivas de esas representaciones cons-
tituyen las manifestaciones clínicas de las pulsiones. En
otras palabras, siempre que en la situación clínica se diag-
nostica un derivado de la pulsión -por ejemplo, un impul-
so sexual o agresivo- el paciente invariablemente expe-
rimenta en ese punto una imagen o representación del
sí-mismo relacionada con una imagen o representación de
otra persona ("objeto") bajo el impacto del correspondiente
afecto sexual o agresivo. Y siempre que se explora el esta-
do afectivo de un paciente, se encuentra un aspecto cog-
nitivo, por lo general una relación del sí-mismo con un
objetobajo el impacto del estado afectivo. Los elementos
cognitivos de las pulsiones, dice Jacobson, son represen-
tados por las relaciones cognitivas entre el sí-mismo y las
representaciones objetales, y entre el sí-mismo y los obje-
tos reales. Sandler (Sandler y Rosenblatt, 1962; Sandler
y Sandler, 1978) llegó a conclusiones análogas respecto de
la conexión íntima entre los afectos y las relaciones obje-
tales internalizadas.
22
Al clarificar la relación entre los afectos y el estado de
ánimo, Jacobson (1957b) definió este último como una fija-
ción y generalización temporaria de afectos en el mundo
total de las relaciones objetales internalizadas --es decir,
la generalización de un estado afectivo en la totalidad del
sí-mismo y las representaciones objetales del individuo
durante un lapso limitado-. Los estados de ánimo son
entonces estados afectivos extendidos pero relativamente
sojuzgados que, durante cierto tiempo, colorean todo el
mundo de las relaciones objetal~s irternalizadas. ~ J-~:
~~ ~ \o ~~ ~ .io' _,
~,~ ~ . ,,~ r- r'\~
. Et AFECTO Y EL OBJETO U
Prop~go que el desarrollo afectivo temprano se bru;a
en una fijación directa, en forma de memoria afectiva, de
las relaciones objetales tempranas imbuidas de afecto. Por
cierto, las obras de Emde, Izard y Stern indican por igual
la función central de las relaciones objetales en la acti-
vación de los afectos.
Los diferentes estados afectivos relacionados con el~
mismo objeto se activan bajo el dominio de diversas tareas
evolutivas y pautas conductuales instintivas biológica-
mente activadas. La variedad de los estados afectivos diri-
gidos hacia el mismo objeto puede proporcionar una expli-
cación económica del modo como los afectos se ligan y
transforman en una serie motivacional superior, que se
convierte en la pulsión sexual o agresiva; Por ejemplo, las
estimulaciones orales placientes de la lactancia y la esti-
mulación anal placiente de la educación de esfinteres pue-
den generar un recuerdo condensado de interacciones pla-
cientes con la madre, vinculando los desarrollos
libidinales oral y anal. En contraste, la reacción de ira
ante las frustraciones durante el período oral y las luchas
de poder durante el período anal pueden vincular estados
23
~~
~t
'>-"
¡; -r
afectivos agresivos consonantes, integrando de tal modo
la pulsión agresiva. Además, la intensa investidura afec-
tiva positiva de la madre durante la etapa de práctica de
la separación-individuación puede vincularse más tarde
a un anhelo de ella imbuido de sexo, derivado de la acti-
vación de sentimientos generales en la etapa edípica del
desarrollo. En general, los afectos de la excitación sexual
y la ira pueden considerarse, respectivamente, los afectos
organizadores centrales de la libido y la agresión.
Si consideramos que los afectos son los bloques cons-
tructivos psicobiológicos primarios de las pulsiones y los
más primitivos sistemas motivacionales, aún nos queda
por explicar de qué modo se organizan en sistemas pul-
sionales jerárquicos superiores. ¿Por qué no decir que los
afectos primarios en sí son los sistemas motivacionales?
A mi juicio, existe una multitud de combinaciones y trans-
formaciones secundarias complejas de los afectos, de modo
que una teoría de la motivación basada en ellos, y no en
dos pulsiones básicas, sería compleja y clínicamente insa-
tisfactoria. También creo que la organización e integración
inconsciente de la experiencia temprana determinada
afectivamente asume un nivel más alto de organización
motivacional que el representado por los estados afectivos
per se. Tenemos que postular una organización motiva-
cional que haga justicia a la integración compleja de todos
los desarrollos afectivos en relación con los objetos paren-
tales.
El esfuerzo por reemplazar la teoría de las pulsiones
y los afectos por una teoría del apego o de las relaciones
objetales que rechace el concepto de pulsión, conduce a
una simplificación de la vida intrapsíquica, al subrayar
sólo los elementos positivos o libidinales del apego y
pasar por alto la organización inconsciente de la agresión.
Aunque en teoría esto no debería ser inevitable, en la
práctica los teóricos de las relaciones objetales que han
24
rechazado la teoría de las pulsiones a mi juicio también
han omitido gravemente los aspectos motivacionales de
la agresión.
EL AFECTO Y LAS FUERZAS INTRAPSÍQUICAS
Por todas estas razones, pienso que no debemos reem-
plazar una teoría de las pulsiones por una teoría de los
afectos o una teoría de la motivación basada en las rela-
ciones objetales. Me parece sumamente razonable consi-
derar el afecto como el vínculo entre componentes instin-
tivos biológicamente determinados, por una parte, y la
organización intrapsíquica de las pulsiones generales, por
la otra. La correspondencia de las series de los estados
afectivos recompensadores y aversivos con las dos líneas
de la libido y la agresión, tiene sentido desde el punto de
vista clínico y también desde el punto de vista teórico.
El concepto de los afectos como bloques constructivos
de las pulsiones resuelve a mi entender algunos proble-
mas persistentes en la teoría psicoanalítica de la pulsión.
Amplía el concepto de zona erógena como fuente de libido,
extendiéndolo a la consideración general de todas las fun-
ciones y zonas corporales fisiológicamente activadas que
participan en las interacciones afectivamente investidas
del infante y el niño con la madre. Entre esa§ ~s
en an e pasaje e a preocupación por las funciones
corporales a la preocupación por las funci · le
las actuacio 1 concepto que propongo también
proporciona los eslabones faltantes dentro de la teoría psi-
coanalítica entre las "fuentes" de las interacciones infante-
madre investidas agresivamente, la función "zonal" del
rechazo agresivo de la ingestión oral, el control anal, las
luchas físicas directas de poder asociadas a las rabietas,
y así sucesivamente. Estoy proponiendo que son las rela-
25
ciones objetales investidas afectivamente las que energi-
zan las "zonas" fisiológicas.
El ello, según este concepto de la relación entre las
pulsiones y los afectos, consiste en relaciones objetales
internalizadas intensamente agresivas o sexualizadas. La
condensación y el desplazamiento, característicos de los
contenidos del ello, reflejan la vinculación de las repre-
sentaciones imbuidas de afecto del sí-mismo y el objeto
que tienen una similar valencia positiva o negativa, cons-
tituyendo de tal modo las correspondientes series agre-
siva, libidinal y, más tarde, combinada.
Mi propuesta nos permite hacer justicia al ingreso bio-
lógicamente determinado de nuevas experiencias afecti-
vas a lo largo de la vida. Entre ellas se encuentra la acti-
vación de una intensa excitación sexual durante la
adolescencia, cuando los estados afectivos coloreados eró-
ticamente se integran con la excitación genital y con las
emociones y fantasías con carga erótica derivadas de la
etapa edípica del desarrollo. En otras palabras, la inten-
sificación de las pulsiones (tanto libidinales como agresi-
vas) en las diversas etapas de la vida está determinada
por la incorporación de nuevos estados afectivos, activados
psicofisiológicamente, a sistemas afectivos preexistentes,
organizados jerárquicamente.
Más en general, una vez que la organización de las
pulsiones se ha consolidado como sistema motivacional
jerárquico superior, cualquier particular activación de las
pulsiones en el contexto del conflicto intrapsíquico es
representada por la activación de un estado afectivo
correspondiente. Este estado afectivo incluye relación
objetal, internalizada, básicamente una particular repre-
sentación del sí-mismo que se vincula a una particular
representación del objeto bajo la influencia de un parti-
cular afecto. La relación recíproca de roles del sí-mismo
y el objeto, enmarcada por el afecto, se expresa por lo
26
general como una fantasía o a etenciconcreta En sín-
esis, los afectos se convierten en las . eñales o represen-
tantes· de las pulsiones, así como en sus bloques construc
ti vos.
~-11~ta concepción, si bien contrasta con la segunda teo-
ría freudiana del afecto, está en consonancia con la pri-
mera y tercera teoría de Freud: con la primera, al vincular
afectos y pulsiones; con la tercera, por subrayar la dispo-
sición innata a los afectos que caracteriza a la matriz ori-
ginal yo-ello.
~ •)\1\~~\o\j l:J"'(I' i ~fl»~ ~.tr~) ~L
IV'\ QC.YllciV'!) "-e 11\~te)<WoM\ et\ ~ti!,-~ 1 ~ dtr, VI f~O~
LOS AFECTOS EN LA SITUACION PSICOANALIT¡CA J..
l~~ r'lk''~'!l c).~~b '1 '.)J ~lc\co ~ce~~ Y\ ,1.-\v~ r
Después de haber expuesto una teoría del desarrollo
de las pulsiones, vuelvo a las manifestaciones clínicas de
los afectos para apuntalar las sugerencias de Brierle¿: y
Jacobson en cuanto a que en la clínica siempre trabaja:rll'Os-
con afectos o emociones, y a que los afectos son estructu-
ras intraysíguicas complejas -no simplemente procesos
de desca_ura.
La situación psicoanalítica proporciona un modo úni-
, ~ ~ .f" co en su género de explorar todo tipo de afecto, desde los J ¿¡-=?: primitivos (como la ira o la excitación sexual) hasta los
5. Q id 1 coi_:ipuestos, .diferenciados cognitivamente. Según lo han
. t't senalado Bnerley (1937) y Jacobson (1953), los afectos
i Í ~ incluyen una experiencia básica subjetivamente placien-
~· r s te o dolorosa. Las experiencias subjetivas de placer y '(] . t dolor, por lo general, pero no siempre, son diferenciadas
~
_a. entre sí.
~ Los afectos difieren tanto cuantitativa como cualita-
<..¡. tivamente: la intensidad de las experiencias subjetivas
\) .
~ varía, como usualmente se lo puede observar en las pau-
$ ... ~ Ir' tas fisiológicas de descarga y/o la conducta psicomotriz. 'Jt ~ La conducta del paciente sirve también para comunicar
./ 27
r ~
~e,\-~~~~~
...
su experiencia subjetiva al analista. Por cierto, las fun-
ciones comunicativas de los afectos son centrales en la
transferencia, le permiten al analista experimentar empa-
tía con la experiencia del paciente y responder (interna-
mente) a ella en términos emocionales. El contenido idea-
cional de los afectos es importante en relación con la
exploración psicoanalítica de todos ellos, particularmente
los primitivos, que pueden darle la impresión inicial de
estar casi des rovistos de contenido cognitivo.tLa explo-
rac10n psicoanalítica de las tormentas a ec iv s intensas
en los pacientes en regresión, a mi juicio demuestra sis-
temáticamente que no existe un afecto "puro", sin conte-
nido cognitivo.
oana-
lítica no sólo tie¡;¡,g¡;¡ siempre contenido cognitivo, sino que
~demás - es un descubrimiento crucial-
presentan siemnre un aspecto de relación o ~etal; es ecir
que expresan una relación entre un aspecto del sí-mismo
del paciente-y ',ni aspect;;' de una u otra de sus repre;n-
t!!,ciones objetales :Por otra parte, en la situación psico-
analítica el afecto refleja o complementa una relación
objetal interna reactivada. En la transferencia, el estado
afectivo recapitula la relación objetal pasada significativa
del paciente. Por cierto, todas las actualizaciones de una
relación objeta! en la transferencia contienen también un
cierto estado afectivo.
LAS DISTORSIONES DEFENSIVAS
La manifestación de las configuraciones de impulso/
defensa en la situación psicoanalítica puede conceptua~
lizarse como la activación de ciertas relaciones objetales
en conflicto. Un lado de la configuración es defensivo; el
otro refleja el del impulso o derivado pulsional. El sufrí-
28
ef'di, .({) '.X'°' +cc-\.,dc?,,
'()
O-
miento masoquista ·de una paciente histérica que experi-
menta al analista como frustrante y punitivo, puede servir
de defensa contra la excitación sexual, las fantasías y los
impulsos edípicos positivos subyacentes de la paciente: la
mezcla de tristeza, ira y autocompasión quizá refleje un
estado afectivo de función defensiva, dirigido contra la
excitación sexual reprimida. De hecho, clínicamente
hablando, siempre que señalamos el empleo defensivo de
una pulsión contra otra, en realidad nos referimos a la
función defensiva de un a
Pero el proceso defensivo en sí a menudo c ur el
estado afectivo. Por ejemplo, el paciente puede reprimir
los aspectos cognitivos del afecto, su experiencia subjetiva,
o todo, salvo los aspectos psicomotores. Cuando el estado
afectivo sufre una fragmentación, la relación objeta! pre-
dominante en la transferencia queda interferida, y se
oscurece la conciencia que el paciente tiene de su propia
experiencia subjetiva, con lo cual también se desbarata
la ca acidad del analista para la comprensión empática.
Imaginemos, por ejemplo, que escuc amos os pensamien-
tos sexuales de un paciente obsesivo, sin sus cualidades
afectivas, de excitación sexual, que quedan reprimidas, o
que escuchamos la tormenta afectiva intensa y dramática
de una paciente histérica, que oscurece el contenido cog-
nitivo de la experiencia, o que un paciente narcisista nos
habla en lo que parece un tono altamente emocional,
mientras su conducta total transmite la ausencia o inac-
cesibilidad de cualquier comunicación emocional. Esta
disociación de los diversos componentes del afecto al ser-
vicio de la defensa puede dar la impresión de que la expe-
riencia subjetiva de los afectos está separada de sus
aspectos cognitivos, conductuales y comunicativos, sobre
todo en las etapas iniciales del tratamiento o cuando la
resistencia es fuerte.
Esta disociación defensiva parece ilustrar la tradicio-
R~~" ~ \ ... \~.~ ck> ~'"bci-. º n~.~-\e &.. .Jocr--r-.J;
t.r.KJ,~f'\ -b Gv-r.r) -\..U Je 29\h'c& ell"OC~
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nal idea psicológica de que el afecto, la percepción, la cog-
. nición y la acción son funciones separadas del yo. Pero
cuando se penetra en esas operaciones defensivas y gra-
dualmente salen a la luz las capas más profundas de la
experiencia intrapsíquica del paciente, el psicoanalista
encuentra la integración de los diversos componentes de
los afectos. Cuando la naturaleza del conflicto inconscien-
te que se desarrolla en la transferencia está en el lado pri-
mitivo, los afectos aparecen en su plenitud y centrados en
una experiencia subjetiva, pero con un complemento com-
pleto de aspectos cognitivos, fisiológicos, conductuales y
comunicativos, y expresando una relación específica entre
el sí-mismo del paciente y la correspondiente represen-
tación objeta! en la transferencia.
Estas observaciones confirman las recientes investi-
gaciones neuropsicológicas sobre los afectos, que contra-
dicen la idea tradicional de que los afectos, la cognición,
la conducta comunicativa y las relaciones objetales se
desarrollan por separado (Emde y otros, 1978; Hoffman,
1978; Izard, 1978; Plutchik, 1980; Plutchik y Kellerman,
1983; Stern, 1985; Emde, 1987). De modo que los afectos
pueden verse como estructuras psíquicas complejas, indi-
solublemente ligadas a las apreciaciones cognitivas que
tiene el individuo de su situación inmediata; además con-
tienen una valencia positiva o negativa respecto de la
relación del sujeto con el objeto de la experiencia parti-
cular. Por lo tfil>to, Jos afectos, a causa de su componente
~,i.~ tienen un aspecto motivaciüñal.
· En este punto es pertinente la definición que da
Arnold (1970a, 1970b) de las emociones: dice que son una
tendencia sentida a la acción, basada en la apreciación.
En este contexto, esas "emociones" corresponden a lo que
yo denomino "afecto". (Como ya lo he dicho antes en este
capítulo, prefiero reservar la palabra "emoción" para los
afectos con contenidos cognitivos altamente diferenciados
r"~ ~ f,~ ~'VW-i ~e d.t.'\o-~c\\,, M--~
t 30
y componentes psicomotores y/o neurovegetativos relati-
vamente leves o moderados.) Arnold estipula dos factores
constitutivos de la emoción: uno estático (la apreciación)
y otro dinámico (el impulso a acercarsea lo que se a@_ecia
. ~ bn@no, o a alejarse delo que se ap:I=ecia..c.omo ma]Q).
Si la obra de Arnold refleja una tendencia general de la
investigación neuropsicológica contemporánea sobre los
afectos -como yo creo que lo hace-, esta tendencia con-
cuerda notablemente con los descubrimientos clínicos
sobre los afectos realizados en la situación psicoanalítica
según los han expuesto Brierley (1937) y Jacobson (1953).
LOS ORÍGENES DE LA FANTASÍA
Y LOS ESTADOS AFECTIVOS CUMBRE
Cuando en la transferencia se activan es a os a ec 1-
vos intensos, se recuerda una relación objeta} pasada, con-
cordantemente gratificadora o frustrante, acompañada
por el esfuerzo de reactivar esa relación ob'eta si fue a-
tificante o de huir de ella si fue dolorosa e hecho, este
proceso de yuxtaposición I ustra el origen de la fantasía,
es decir, la yuxtaposición de un estado evocado recordado
con un estado futuro deseado en el contexto de una per-
cepción presente que activa el deseo de cambio. La forma-
ción de la fantasía refleja entonces la simultaneidad del
pasado, el presente y el futuro característica del ello,
depredando la percatación y aceptación de las imposicio-
nes objetivas espacio-temporales que caracterizan al yo
diferenciado (Jaques, 1982).
De la integración primordial del recuerdo afectivo pri-
mitivo que vincula estados afectivos cumbre "totalmente
buenos" o "totalmente malos", proviene el desarrollo de
fantasías específicas impregnadas de apetencia, que vin-
culan el sí-mismo y el objeto y son características de la
31
fantasía incorn1cíente. Los estados afectivos cumbre se
producen en conexión con experiencias altamente de-
seables (placientes) o indeseables (dolorosas) que motivan
un deseo intenso de, respectivamente, recobrar o evitar
experiencia ivas análo as. stos deseos expresados
orno apetencias inconscientes concretas constituyen el
epertorio motivacional del ello. "Deseo" [desire] expresa
un impulso motivacional más general que "apetencia"
wish]: podríamos decir que el deseo inconsciente se expre
sa en apetencias concretas. La fantasía inconsciente s
/centra en apetencias que expresan en términos concreto '
{el deseo, y en última instancia, las pulsion_~§,_.J~,==
t-- Las experiencias afectivas cumbre pueden facilitar la
internalización de las relaciones objetales primitivas orga-
nizadas a lo largo del eje de las recompensadoras (o total-
mente buenas) y las aversivas (o totalmente malas).12!- On...,'ft,
otras palabras, la experiencia del sí-mismo y el objeto, ··r·
cuando el infante se encuentra en un estado afectivo cum-
bre, adquiere una intensidad que facilita el establecimien-
to de estructuras mnémicas afectivas. Originalmente, en
esas internalizaciones, las representaciones del sí-mismo
y el objeto no están aún diferenciadas entre sí. Las repre-
sentaciones totalmente buenas del objeto y el sí-mismo,
fusionadas, indiferenciadas o condensadas, se separan de
las representaciones totalmente malas del objeto y el sí-
mismo, también fusionadas, indiferenciadas o condensa-
das. Estas primitivas estructuras intrapsíquicas de la eta-
pa simbiótica del desarrollo (Mahler y Furer, 1968)
corresponderían tanto al inicio de la formación estructural
de relaciones objetales internalizadas como al principio
de la organización general de las pulsiones libidinal y
agresiva. Al mismo tiempo, la internaliza~.ión de las rela-
ciones objetales también representa el origen de la estruc-
tura tripartita: las relaciones objetales internalizadas y
su correspondiente investidura afectiva constituyen las
32
subestructuras del yo, el ello y el superyó. A mi juicio, las
características estructurales asociadas con el ello se basan
en una combinación de varios factores: la naturaleza
primitiva difusa y abrumadora del recuerdo afectivo tem-
prano derivado de los afectos cumbre y las relaciones obje-
tales internalizadas. correspondientes; la calidad indife-
renciada de la subjetividad y la conciencia tempranas, y
la naturaleza rudimentaria de las funciones simbólicas en
el proceso de condensación del pasado, el presente y el
"futuro" evocado en la formación de la fantasía temprana.
~os. estados afectivos pueden tener consecuencias evo-
lutivas muy diferentes. Los moderados contribuyen direc-
tamente al desarrollo del yo. La interacción madre-infante
en paralelo con el aprenfuaje en condiciones de estados
afectivos leves o moderados podría establecer estructuras
mnémicas que reflejaran relaciones más discriminativas
y eficaces con el ambiente psicosocial inmediato.
LOS AFECTOS Y LA EXPERIENCIA SUBJETIVA TEMPRANA
¿Qué pruebas demuestran que la exhibición por el
infante de sus afectos significa que tiene una percatación
subjetiva de dolor o placer? Esta pregunta implícitamente
objeta que haya subjetividad temprana, experiencia
intrapsíquica temprana anterior al desarrollo de la capa-
cidad lingüística y activación temprana de los sistemas
motivacionales intrapsíquicos. El estudio de los estados
de tensión en los infantes (por ejemplo, la observación del
ritmo cardíaco) a continuación de la presentación de estí-
mulos que activan afectos, indica modificaciones de la ten-
sión, que crece o se reduce según sean las consecuencias
cognitivas del estímulo. En otras palabras, estamos empe-
zando a ,encontrar pruebas de un aumento o reducción de
la tensión intrapsíquica antes de la época en la que las
33
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pautas afectivas de expresión y descarga se vuelven apa-
rentes (Sroufe, 1979; Sroufe y otros, 197 4).
También existen pruebas de que los centros del dien-
céfalo que median la experiencia de las cualidades aver-
sivas o recompensadoras de la percepción están totalmen-
te maduros en el momento del nacimiento, lo que brinda
respaldo al supuesto de una capacidad temprana para
experimentar placer y dolor. Además está la sorprenden-
temente temprana capacidad del infante para la diferen-
ciación cognitiva, que sugiere también un potencial para
las diferenciaciones afectivas. Parece razonable suponer
que un infante de tres meses es capaz de experimentar
emociones y de dar muestras conductuales de placer, ira
y decepción (Izard, 1978), tema éste desarrollado con gran
extensión por; Plutchik y Kellerman (19832...
Los progresos recientes de la observación de las inte-
racciones infante-madre (Stern, 1977, 1985) indican la
activación, en las primeras semanas de vida, de la capa-
cidad para discriminar propiedades pertenecientes a la
madre, ~ qrn~ SQ ia:fier.e_gue el infante está "preprogra-
~ado" para Elm-J3ezO:T-a-dar furma a Qsquemas claros de sí
:mismo y los.otros En otras palabras, el potencial cogni--
tivo de los infantes es mucho más refinado que lo que tra-
dicionalmente se supuso, y lo mismo vale respecto de su
conducta afectiva.
La conducta afectiva influye considerablemente en la
relación del infante con la madre, desde el nacimiento
(Izard, 1978; Izard y Buechler, 1979).~na función bioló-
gica central de las pautas afectivas innatas (con sus mani-
festaciones conductuales, comunicativas y psicofisiológi-
cas) consiste en dar señal de las necesidades del infante
al ambiente (la persona que realiza el quehacer materno),
y de tal modo iniciar la comunicación entre el infante y
la madre que sign~ >omienzo de la vida intrapsíquica
(Emde y otros, 1978) · as investigaciones recientes nos
34
han sorprendido al describir un alto grado de diferencia-
ción en las comunicaciones infante-madre, desde muy
temprano (Hoffman, 1978). La teorización neuropsicoló-
gica da ahora por sentado que la memoria afectiva está
almacenada en el córtex límbico; como lo indican los expe-
rimentos de estimulación directa del cerebro, esto permite
la reactivación de no sólo los aspectos cognitivos de la
experiencia pasada sino también los aspectos afecfuos,
en particular la coloración subjetiva, afectiva, de esa expe-
riencia (Arnold, 1970a). He propuesto antes que los a-rec-
tos, operando como el sistema motivacionalmás tempra-
no, están íntimamente vinculados a la fijación por la
memoria de un mundo internalizado de relaciones obje-
tales (Kernberg, 1976).
En cuanto la teorización neuropsicológica actual sobre
la naturaleza de los afectos implica que su calidad sub-
jetiva (básicamente, placer y dolor) es un rasgo central
que integra los aspectos psicofisiológicos, conductuales y
comunicativos, y en la medida en que desde las primeras
semanas de vida se pueden observar aspectos conductua-
les, cognitivos y psicofisiológicos del afecto, parece razo-
nable suponer que la capacidad para la experiencia sub-
jetiva del placer y el dolor existe desde muy temprano-'1:le
hecho, dado que los esquemas afectivos, así como los per-
ceptuales y motores, operan desde el nacimiento, se puede
suponer que la experiencia subjetiva del placer y el dolor
(subjetividad) constituye la primera etapa de la conciencia
y, por la misma razón, también la primera etapa del desa-
rrollo del sí-mis~
Los enunciados de Piaget en cuanto a que "nunca se
ven estados afectivos que no tengan ningún elemento cog-
nitivo, ni tampoco se encuentran conductas totalmente
cognitivas", y a que "la afectividad desempeñaría el papel
de una fuente de energía de la que depende el funciona-
miento pero no las estructuras de la inteligencia" (1954,
35
pág. 5), probablemente reflejen principios por lo general
aceptados del funcionamiento psicológico. Ya he sostenido
en este capítulo que la subjetividad afectiva, la experien-
cia primordial del sí-mismo, ayuda a integrar -en la for-
ma de memoria afectiva- las experiencias perceptuales,
conductuales e interaccionales, y también los esquemas
afectivos en sí, particularmente cuando el infante se
encuentra en un estado afectivo extremadamente placien- ,.
te o displaciente (estado afectivo cumbre) que maximiza
su atención y su alerta.
También sería razonable suponer que ese ensamble
de las estructuras mnémicas durante los estados afecti-
vos cumbre puede estimular las actividades simbólicas
más primitivas, en cuanto un elemento de esas conste-
laciones efectivas cumbre representa a toda la constela-
ción. Una luz encendida en una habitación, por ejemplo,
representa la presencia de la madre que alimenta, inclu-
so antes que esta última sea percibida. Se podría discutir
sobre el punto en que la asociación simple y los reflejos
condicionados se transforman en pensamiento simbiótico
-en el sentido de que un elemento representa a toda una ·¡
constelación de experiencia fuera del eslabonamiento
rígido de las asociaciones condicionadas- pero, en todo
caso, parece razonable suponer que la función simbólica
más antigua -es decir, la representación activa de una
secuencia completa por uno de sus elementos, fuera de
la cadena asociativa rígida- aparece precjsamente en
tales condiciones.
De modo que los estados afectivos cumbre constitui-
rían las condiciones en que la subjetividad puramente
afectiva se transforma en una actividad mental con fun-
ciones simbólicas, clínicamente representada por estruc-
turas mnémicas imbuidas afectivamente de las relaciones
placientes del infante y la madre, en las cuales las repre-
sentaciones del sí-mismo y los objetos, a pesar de sus
36
·,
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esquemas cognitivos innatos altamente diferenciados,
están todavía indiferenciadas. Las estructuras mnémicas
afectivas derivadas de los estados afectivos cumbre, pla-
cientes o dolorosos, en los que las representaciones del sí-
mismo y el objeto están también indiferenciadas, se desa-
rrollarían separadas.
Las estructuras mnémicas adquiridas durante los
estados afectivos cumbre serán muy distintas de las
adquiridas durante los estados afectivos tranquilos o
quiescentes, de bajo nivel. Cuando el infante se encuentra
en uno de estos últimos estados, las estructuras mnémicas
establecidas serán en gran medida de naturaleza cogni-
tiva, discriminativa, y contribuirán directamente al desa-
rrollo del yo. De modo que el aprendizaje común se pro-
duce en condiciones en las que se centra en la situación
y las tareas inmediatas, con poca distorsión derivada de
la excitación afectiva, sin que lo interfiera ningún
mecanismo de defensa. Esas estructuras mnémicas cons-
tituyen -podríamos decir- los precursores tempranos
del funcionamiento más especializado y adaptativo del yo:
las estructuras de la "autonomía primaria" de la concien-
cia temprana, que se integran gradualmente en las
estructuras mnémicas afectivas y también realizan un
aporte a las etapas ulteriores de integración de la concien-
cia total.
En contraste, las experiencias afectivas cumbre faci-
litan la internalización de las relaciones objetales primi-
tivas a lo largo de los ejes de los objetos recompensadores
(o totalmente buenos) y los aversivos (o totalmente malos).
Las experiencias del sí-mismo y el objeto bajo la influencia
de una activación afectiva extrema adquieren una inten-
sidad que facilita el establecimiento de estructuras mné-
micas afectivamente impregnadas. Estas estructuras
mnémicas afectivas, como esencia de las representaciones
del sí-mismo y el objeto en el contexto de una experiencia
37
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1
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1,
afectiva cumbre específica, son las estructuras intrapsí-
quicas más tempranas de la etapa simbiótica del desarro-
llo (Mahler y Furer, 1968). Ellas signan el inicio de las
relaciones objetales internalizadas y también de la orga-
nización de las pulsiones libidinal y agresiva.
De modo que estoy postulando una primera etapa de
conciencia caracterizada por estados afectivos cumbre y
el inicio de la simbolización. Esta etapa temprana tiene
rasgos esencialmente subjetivos y no puede considerarse
correspondiente a los datos que indican la capacidad tem-
prana para la diferenciación de modelos opuestos, capa-
cidad que presumiblemente pone de manifiesto potencia-
les "preprogramados" óptimamente observables en
condiciones experimentales caracterizadas por disposicio-
nes afectivas moderadas. La subjetividad implica expe-
rimentar, y la experiencia debe ser lógicamente máxima
en las condiciones del afecto cumbre. La subjetividad tam-
bién implica pensar, y por lo tanto requiere, como mínimo,
la manipulación de &ímbolos. Postulo que ese mínimo
implica una ruptura con la cadena rígida de las asocia-
ciones condicionadas.
Quizá tenga una importancia particular en este pun-
to el desarrollo gradual de dos series paralelas de carac-
terísticas fantaseadas de ese mundo simbiótico como
"totalmente bueno" y "totalmente malo": el placer vin-
culado a la presencia de la madre nutricia "buena" está
en agudo contraste con el dolor relacionado con la madre
"mala", cuando el infante es frustrado, perturbado o
enfurecido. Por la misma razón, la transformación de las
experiencias dolorosas en la imagen simbólica de un
indiferenciado "madre mala/sí-mismo malo" obviamente
contiene un elemento de fantasía que trasciende el
carácter realista de las representaciones del objeto/sí-
mismo "bueno". El material de fantasía original de lo
que más tarde se convierte en el inconsciente reprimido
38
puede reflejar un predominio de la imaginería y los afec-
tos agresivos.
La experiencia subjetiva en los estados afectivos cum-
bre podría iniciar la construcción de un mundo interno
que gradualmente se separa en una capa profunda de
imaginería fantástica vinculada a las relaciones objetales
adquiridas durante los estados cumbre, y una capa más
superficial que "infiltra" las percepciones cognitivamente
más realistas de la realidad externa, esta última consti-
tuida en estados comunes de afecto de bajo nivel cuando
el infante realiza la exploración alerta de sus alrededores.
Finalmente, la formación de símbolos y la organización
afectiva de la realidad también se desarrollaría en esta
capa superficial de la percepción, transformando la orga-
nización innata de la percepción en información manipu-
lada simbólicamente: es decir que el "pensamiento cons-
ciente", el origen del pensamiento deproceso secundario,
se despliega sobre la superficie de la capa profunda.
El inconsciente dinámico incluye originalmente esta-
dos inaceptables de autopercatación bajo la influencia de
relaciones investidas agresivamente con representaciones
de objeto análogamente percibidas por medio de operacio-
nes defensivas primitivas, particularmente la identifica-
ción proyectiva. Los estados afectivos cumbre tempranos
que resultan de la frustración, activan fantasías primi-
tivas de "objetos" frustrantes representados por experien-
cias sensoperceptivas que también vienen a simbolizar
esfuerzos tendientes a "expulsar" esos objetos intolerables
y las apetencias iracundas de destruirlos, junto con la
transformación de la experiencia de la frustración en la
fantasía de ser atacado y puesto en peligro. La represión
de las experiencias afectivas cumbre de naturaleza pla-
ciente -particularmente de estados de excitación sexual
relacionados con fantasías inaceptables que involucran a
los objetos parentales- sigue a las más tempranas ape-
39
tencias y fantasías agresivas del inconsciente dinámico.
Las defensas inconscientes vinculadas a las fantasías pri-
mitivas y las defensas ulteriores que refuerzan secunda-
riamente la represión, finalmente "encapsulan" la capa
más profunda, inconsciente, de las relaciones objetales
investidas agresiva y libidinalmente: el ello.
En la medida en que las más tempranas experiencias
afectivas cumbre placientes de una representación indi-
ferenciada del sí-mismo y el objeto en la condición de una
relación objeta! totalmente buena pueden considerarse
una experiencia nuclear del sí-mismo, la percatación del
sí-mismo y los otros también está íntimamente conectada
en la zona de la experiencia del sí-mismo que se incorpo-
rará a las funciones y las estructuras yoicas. Aunque las
experiencias afectivamente moderadas pueden en adelan-
te fomentar el relevamiento de zonas de diferenciación
entre el sí-mismo y los objetos, tanto en el yo temprano
como en el ello hay arraigado un núcleo de experiencias
primitivas fusionadas o indiferenciadas.
De modo que las experiencias afectivas cumbre origi-,
nan una estructura nuclear de la intersubjetividad, tanto
en la identificación más antigua con un objeto de amor
(una "identificación introyectiva") como en la más antigua
identificación con un objeto de odio en la "periferia" de la
experiencia del sí-mismo (una "identificación proyectiva"),
que más tarde es disociada, proyectada con más eficacia
y finalmente reprimida.
La intersubjetividad, esté incorporada en la experien-
cia del sí-mismo o sea rechazada por medio de mecanis-
mos proyectivos, es por lo tanto un aspecto inseparable
del desarrollo de la identidad normal. También el psico-
analista, por medio de la "identificación concordante" -es
decir, la empatía con la experiencia subjetiva central del
paciente- y la "identificación complementaria" -es decir,
la empatía con lo que el paciente no puede tolerar dentro
40
de sí y activa por medio de la identificación proyectiva-,
llega a diagnosticar el mundo de las relaciones objetales
internalizadas del paciente, que forman parte de su iden-
tidad yoica.
La experiencia subjetiva del sí-mismo, con sus aspec-
tos componentes de autoconciencia o autorreflejo, su sen•
tido de continuidad subjetiva, longitudinal y transversal,
y su sentido de la responsabilidad por sus acciones, es
más que una fantasía subjetiva. Constituye una estruc-
tura intrapsíquica, un marco estable, dinámicamente
determinado, internamente coherente, para la organiza-
ción de la experiencia psíquica y el control conductual. Es
un canal para diversas funciones psíquicas que se actua-
lizan de ese modo, una subestructura del yo que gradual-
mente adquiere funciones superiores dentro de él. Repre-
senta una estructura intrapsíquica del más alto orden,
cuya naturaleza es confirmada por sus consecuencias con-
ductuales, su expresión en las formaciones caracterológi-
cas y su profundidad humana y su compromiso moral en
las relaciones con los otros.
Las defensas empujan el inconsciente dinámico a
zonas cada vez más profundas del aparato psíquico, desa-
rrollo que culmina con el establecimiento de barreras
represivas que simultáneamente significan el rechazo
recíproco y la consolidación del yo y el ello. El inconsciente
dinámico del paciente neurótico y la persona normal es
el producto final de una prolongada evolución del funcio-
namiento psíquico, dentro del cual las cualidades de la
conciencia y del inconsciente dinámico están más estre-
chamente entrelazadas que lo que podría pensarse sobre
la base de la observación. Pero la erupción del inconscien-
te dinámico en la conciencia no está reservada a pacientes
con una patología severa del carácter o con psicosis. La
conducta interpersonal en pequeños grupos no estructu-
rados, y en mayor medida en grupos no estructurados
41
l
gr1111du1-1 , que temporariamente eliminan o desdibujan las
l'u11ciorw::; <le rol sociales comunes, puede activar, a veces
de manera aterradora, los contenidos primitivos de lo
reprimido en la forma de fantasías y conductas compar-
tidas por todo el grupo. Esto conduce a la cuestión de la
naturaleza básica de las fuerzas motivacionales del
inconsciente dinámico, y a la teoría psicoanalítica de las
pulsione,r. -. , ~
Lo ·11lt' '"3:!'cY'\ \b .b- ~~"· ~!:) . . . ~-t ffCtttt.
(}J v-<Yc1 "'º 'e- ~-\-'.'l~CG " ~~'ltt\ ; C~ t.s\~ 'to!,
' 'flt\'J'JY-~ M\A~ ~ ~1 , )~?tM '1 M,lt:t>t OFt~
~t.i ORIGEN Y ESTRUCTURA DE LAS PULSió'NJ~S
COMO FUERZAS MOTIVACIONALES
A mi juicio, los afectos son el sistema motivacional pri-
mario, en cuanto están en el centro de cada una de las
infinitas experiencias concretas gratificantes y frustrantes
que tiene el infante con su ambiente. Los afectos vinculan
las series de representaciones indiferenciadas del
objeto/sí-mismo, de modo que gradualmente se construye
un mundo complejo de relaciones objetales internalizadas,
algunas coloreadas por el placer y otras por el displacer. -
Pero incluso mientras los afectos eslabonan las relaciones
objetales internalizadas en dos series paralelas de expe-
riencias gratificantes y frustrantes, también se transfor-
man las relaciones objetales "buenas" y "malas" interna-
lizadas en sí mismas. El afecto predominante de amor u
odio de cada una de las dos series de relaciones objetales
internalizadas se enriquece y atempera, y se vuelve cada
vez más complejo.
Finalmente, la relación interna del infante con la
madre bajo el signo del "amor" es más que la suma de una
cantidad finita de concretos estados afectivos. Lo mismo
vale para el odio. El amor y el odio se convierten entonces
en estructuras intrapsíquicas estables, en el sentido de
que son dos marcos estables, con coherencia interior, diná-
42
micamente determinados, para la organización de la expe-
riencia psíquica y el control conductual en la continuidad
genética a través de las diversas etapas del desarrollo. Por
medio de esa misma continuidad, se consolidan como libi-
do y agresión. La libido y la agresión, a su turno, se con-
vierte:(l en sistemas motivacionales jerárquicamente supe-
riores, expresados en una multitud de disposiciones
afectivas diferenciadas en diferentes circunstancias. Los
afectos son los bloques contructivos, o constituyentes, de
las pulsiones; finalmente adquieren una función de señal
para la activación de las pulsiones.
Una vez más, es preciso subrayar que las pulsiones
son puestas de manifiesto no sólo por los afectos sino tam-
bién por la activación de relaciones cbjetales específicas,
que incluyen un afecto y en las cuales la pulsión es repre-
sentada por un deseo o una apetencia específicos. La fan-
tasía inconsciente -la más importante es la de carácter
edípico- incluye una apetencia específica dirigida hacia
un objeto. La apetencia deriva de la pulsión y es más pre-
cisa que el estado afectivo: ésta es una razón más para
rechazar una concepciónque haría de los afectos (y no de
las pulsiones) el sistema motivacional jerárquicamente
superior.
43
2. LA PSICOPATOLOGÍA DEL ODIO
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Después de haber presentado una teoría general de los _J-~J-
afectos como estructuras constitutivas de las pulsiones,- ~ °'
ahora abordaremos un afecto específico que ocupa una --{
posición central de la conducta humana. Me refiero al f ~
odio, el afecto nuclear de condiciones psicopatológicas gra- ~ r-g
ves, trastornos de la personalidad particularmente seve- 6r6 '-' '
ros, perversiones y psicosis funcionales. El odio deriva de o ,,, ....9
la ira, el afecto primario en torno al cual se arracima la ,J6 ¡X ]¿_ - .)
pulsión de la agresión; en la psicopatología severa, el odio é§f ~
puede convertirse en algo prevaleciente y abrumador, diri- -;-f
gido tanto contra el sí-mismo como contra los otros. Es un b 2~
afecto complejo que puede convertirse en el componente~
principal de la pulsión agresiva, dejando en la sombra a--i._oj.
otros afectos agresivos universalmente presentes, como ~ Y~
la envidia o la aversión. ·. ;f
En las páginas que siguen, nos concentramos sobre .. ~ "6.-
todo en las vicisitudes evolutivas de la ira, que conducen o;'oj
al predominio del odio en ciertos pacientes con patología i!·
caracterológica grave, de lo que también resulta el domi- ~ ~
nio de este último afecto en la transferencia. Esto permite ,, "1
la exploración psicoanalítica del odio, pero también le pre- ·f{(
senta desafíos formidables al analista, que debe resolver :i0 ~
Ll g
45
A. 'f. -1> Áfc·-:k F-; ley-.:..> ,
A'NJ\º~°' r-1) \¡o r-.Jl> pj,IJ) cÁ 4> {)r¡kc.:,1(!/\ . + 1 ...,_.,.~ •
7 f"'f a psicopatología correspondiente en la transferencia. Las
formulaciones que siguen se basan, por un lado, en el
vínculo que existe entre la patología de las relaciones
madre-infante en infantes de alto riesgo y el desarrollo
de una agresión excesiva en esos infantes (Massie, 1977;
Gaensbauer y Sands, 1979; Call, 1980; Roiphe y Galen-
son, 1981; Fraiberg, 1983; Galenson, 1986; Osofsky, 1988)
y, por otra parte, en la psicopatología de la agresión exce-
siva en la transferencia, en pacientes con organizaciones
límite [borderline] de la personalidad y trastornos narci-
sista y antisocial de la personalidad (Winnicott, 1949;
Bion, 1957a, 1959, 1970; A. Green, 1977; Moser, 1978;
Ogden, 1979; Krause, 1988; Krause y Lutolf, 1988; Gross-
man, 1991). Las observaciones de la regresión extrema en
pacientes que presentan un predominio del odio en la
transferencia constituyen la fuente principal de las for-
mulaciones siguientes. .
V tü ~ Xl,I . ;:). ~ ·-k., ~. ~1 -b,. C:\~ 111:?°..-k. 'f ~/ .11-te~ t.
\M.rlk ,;;,.. <~l;J.;'fo\~ 1.\i.,~7 ~re¡~. L.:¡~\c' 10'-f~ VI -ei\ rv-<e
1.! 1 A. \V vd~ O'- '.).! -:¡vrc\ol'OMVlil\l' V.F-''V\,
LA IRA
Clínicamente, el estado afectivo básico que caracteriza
la activación de la agresión en la transferencia es la ira.
La irritación es un afecto agresivo leve, que indica el
potencial para las reacciones de ira, y en la forma crónica
se presenta como irritabilidad. La ira es un afecto más
intenso que la irritación, por lo general más diferenciado
en su contenido cognitivo y en la naturaleza de la relación
objeta} activada. Una reacción de ira total -su naturaleza
abrumadora, su carácter difuso, su "desdibujamiento" de
los contenidos cognitivos específicos y de las correspon-
dientes relaciones objetales- puede transmitir la idea
errónea de que éste es un afecto primitivo "puro". Sin
embargo, en términos clínicos, el análisis de las reacciones
de ira-como de otros estados afectivos intensos- siem-
b 'º -1 L • h~.-... ~ tvi'h uJ.cJ.. cki <31'*' ~ t:k~. ~
(.!) v~\~ '}a/\:p~w k o ... ~.-':! ~
6~~ , w~ j:Jb l\,,,_\~c.- l'V-v
't.""~ f C°'"'¡_........... Vc\•wt"~
(: ., p ~(11 J._''"'"''*" ,A. \; 0v ' .
pre revela una subyacente fantasía consciente o incons-
ciente que incluye una relación específica entre un aspecto
del sí-mismo y un aspecto de un otro significativo.
La investigación con infantes documenta la aparición
temprana de la ira como afecto, y su función prjm,prdial: --·¡¡'.lf~ una fuente de dolor o irritación. U na función evo-
lutiva ulterior de la ira es ~á't un obstáculo a la gra-
tificación; su función biológica original -emitir una señal
al cuidador para que facilite la eliminación de algo que
irrita- se convierte entonces en un llamado más focali-
zado para que el cuidador restaure un estado deseado de
gratificación. En las fantasías inconscientes que se desa-
rrollan en torno a las reacciones de ira, ésta significa tan-
to la activación de una relación objetal totalmente mala
como el deseo de eliminarla y restaurar una totalmente
buena. En una etapa evolutiva posterior, las reacciones
de ira pueden funcionar como esfuerzos desesperados ten~
dientes a restaurar una sensación de autonomía ante
situaciones altamente frustrantes percibidas inconscien-
temente como la activación amenazante de relaciones
objetales totalmente malas, persecutorias. Una violenta
afirmación de la voluntad restaura un estado de equilibrio
narcisista; este acto de autoafirmación representa una
identificación inconsciente con un objeto idealizado (total-
mente bueno).
En la clínica, la intensidad de los afectos agresiy.os
-irritación, cólera, ira- se correlaciona aproximadamen-
te con su función psicológica: afirmar la autonomía, eli-
minar un obstáculo o barrera a un grado dese,ad.o de, satis-
facción, eliminar o destruir una fuente de dofof o
frustración profundos. Pero la psicopatología de la agre-
sión no se limita a la intensidad y la frecuencia de los ata-
ques de ira. El más severo y dominante de los afectos que
en conjunto constituyen la agresión como pulsió!l ~? ,~l
complejo o elaborado afecto del odio. A:·rnedida 'q,Úej}~ªªt .
1C!O- D<... fwY'~ \e&u\c \"1 ~ \o- ~~~ /i) ~
< <liá.cl~ ·"} ej N\€.J(>. \~ n-_,4 ~~·~ ~ \J· \ ~
n;:.v,<;:.._ , ~ ..,\o <: • ' . 4~~\~~· <i?,,\;•v~~L_3~
~\.{ ~ ll/I f\f)Pp ~ <.V~r'\r( \ . \'1) 'í\
rnos do los desarrollos transferenciales de pacientes con
orguniiación neurótica de la personalidad a los desarrollos
transferenciales de pacientes con organización límite de
la personalidad, en particular los que padecen una pato-
logía narcisista grave y rasgos antisociales, enfrentamos
cada vez más no sólo accesos de ira en la transf erencia¡I
sino también el odio, acom~ñado por ciertas típicas
expresiones caracterológicas secundarias de este afecto,
y por defensas para no percatarse de su existencia .
. EL ODIO
El odio es un afecto agresivo complejo. En contraste
con el carácter agudo de las reacciones de ira y los aspec-
tos cognitivos que varían coJ!l facilidad en la cólera y la ira,
él aspecto cognitivo del odio es crónico y estable.~ El odio
también presenta un anclaje caracterológico que incluye
racionalizaciones poderosas y las correspondientes distor~
siones. del funcionamiento del yo y el sup~~- ¡.~ .. meta.
primal'~a de alguien consumido ~or e.l odio ~s de,struir su
.0bjeto,.;µn objeto específico.de l~~~rt~as,ía ~~·co1ªscie~te.,iy
tambié.n sus derivados co.n.s.cient.eEJ.;. enielfo.n.do, eLobjeto
.es necesit;¡j.,do y deseado, y su destruc(:!ión es, igualrnen.te
~ecesaria y deseada. La comprensión de esta paradoja
eStá en el centro de la investigación psicoanalítica de este
afecto. El odio no es siempre patológico: como respuesta
a un peligro real, objetivo, de destrucción física o psico-
lógica, a una amenaza a la supervivencia de uno mismo
y de sus seres queridos, el odio es una elaboración normal
de la ira, que apunta a eliminar ese peligro. Pero el odio
suele estar penetrado e i.ntensificado por motivaciones
inconsciente~, como en la \~úse¡µed.a deveI1gaJ!lza~ ,cuando
es una predisposición caracteroIÓgica crónica, siempre
refleja la psicopatología de la agresión.
48
Una forma extrema de odio exige la eliminación físi-
ca del objeto,y puede expresarse en el asesinato o en
una desvalorización del objeto que quizá se generalice
como una destrucción simbólica de todos los objetos -es
decir, de todas las relaciones potenciales con los otros
significativos-; en la clínica, esto puede observarse en
las estructuras antisociales de la personalidad. Esta for-
ma de odio a veces sa expresa en el suicidio, en el cual
se identifica al sí-mismo como el objeto odiado, y la
autoeliminación es el único modo de destruir también
el objeto.
En la clínica, algunos pacientes con síndrome de nar-
cisismo maligno (personalidad narcisista, agresión egosin-
tónica, tendencias paranoides y antisociales) y transferen-
cias "psicopáticas" (el engaño como rasgo transferencia!
dominante) a veces intentan sistemáticamente explotar,
destruir, castrar simbólicamente o deshumanizar a los
otros significativos (incluso el terapeuta) en una medida
que desafía los esfuerzos del terapeuta por proteger o
recobrar alguna isla de relación objeta! idealizada primi-
tiva, totalmente buena. Al mismo tiempo, quizá parezca
que la transferencia está notablemente exenta de agresión
abierta, domina la escena un engaño crónico y la búsque-
da de un estado del sí-mismo primitivo, totalmente bueno,
que elimine todos los objetos -por ejemplo, mediante el
alcohol o las drogas, y a través de esfüerzos inconscientes
y conscientes tendientes a reclutar al terapeuta en la
explotación o destrucción de los otros-. La resistencia del
terapeuta a esa destrucción o corrupción difusa, genera-
lizada, de todo lo que sea valioso, puede ser experimen-
tada por el paciente (en virtud de mecanismos proyecti-
vos) como un ataque brutal, lo cual lleva a la emergencia
de ira y odio directos en la transferencia; presenciamos
la transformación de una transferencia "psicopática" en
una transferencia "paranoide" (véase el capítulo 14). Para-
49
dójicamente, esta transformación ofrece una vislumbre de
esperanza con estos pacientes.
Un grado menos grave de odio se expresa en las ten-
dencias y apetencias sádicas; el paciente tiene un deseo
-f l consciente o inconsciente de hacer sufrir al objeto, con una
· t~:1' sensación de profundo goce consciente o inconsciente por
,.~' . ese sufrimiento. El sadismo puede tomar la forma de una
<.\ ..( ' perversión sexual con un daño físico real infligido al objeto
~ o bien formar parte del síndrome del narcisismo maligno,
?j,....,: la estructura sadomasoquista de la personalidad o, a
é~ veces, una forma intelectualizada, racionalizada, de cruel-
'~ dad, que incluye apetencias de humillar al objeto. En con-
1 .-~ traste con la forma anterior, más abarcativa, del odio, el
k, sadismo se caracteriza por la apetencia no de eliminar
.i·· C. sino de mantener la relación con el objeto odiado, como
~ -¡ representación de una relación objetal entre un agente
'~ ~ sádico y una víctima paralizada. El deseo de infligir dolor
~4 .
... ·• y el placer que se experimenta al hacerlo son centrales en
~.;i. este caso, y representan una condensación implícita de la
:., ~ agresión y la excitación libidinal en la inducción de ese
< . .Je
s:-:.::. sufrimiento.
Una forma aún más moderada del odio se centra en
~ el deseo de dominar al objeto, en una búsqueda de poder
Ji sobre él, que puede incluir componentes sádicos, pero en
-e\'] la cual los ataques al objeto tienden a quedar autolimi-
2' tados por la sumisión de éste y su reconfirmación implí-
'.~ ,y cita de la libertad y la autonomía del sujeto. Predominan
los componentes anales-sádicos sobre los orales-agresivos
más primitivos, que encontramos en las formas más gra-
ves del odio; la afirmación de la superioridad jerárquica
y la "territorialidad" en las interacciones sociales, y los
aspectos agresivos de los procesos en los grupos pequeños
y grandes, son las manifestaciones más frecuentes de este
nivel más moderado del odio.
Finalmente, en quienes tienen una integración super-
50
~
.J
.i
•
yoica relativamente normal y una organización neurótica
de la personalidad con una estructura tripartita bien dife-
renciada, el odio puede tomar la forma de una identifica-
ción racionalizada con un superyó estricto y punitivo, de
la afirmación agresiva de sistemas morales idiosincrásicos
pero bien racionalizados, de la indignación justificada, y
de niveles primitivos de compromiso con ideologías vin-
dicativas. Desde luego, en este nivel el odio tiende un
puente hacia las funciones sublimatorias de la afirmación
agresiva valerosa al servicio del compromiso con ideales
y sistemas éticos.
En este nivel de integración, por lo general existe tam-
bién una tendencia al odio autodirigido, en la forma de
crueldad del superyó; clínicamente, vemos un potencial
de transformación de las transferencias, que pasan de ser
del tipo "paranoide" al primer tipo "depresivo" más avan-
zado. Las estructuras masoquista y sadomasoquista de la
personalidad y las constelaciones neuróticas mixtas que
incluyen rasgos paranoides, masoquistas y sádicos, pue-
den experimentar cambios relativamente súbitos entre la
regresión transferencia! depresiva y la paranoide. En con-
traste, en los niveles más graves de psicopatología, la
transferencia es abrumadoramente paranoide, salvo cuan-
do las transferencias psicopáticas defienden al paciente
de las paranoides.
En la transferencia de los pacientes del segundo nivel
de la patología, los que por lo menos tienen una apetencia
de preservar al objeto odiado, se puede observar todo el
espectro de los componentes afectivos y caracterológicos
del odio. La cronicidad, la estabilidad y el anclaje carac-
terológico del odio hacen juego con el deseo de infligirle
dolor al objeto, con el sadismo caracterológico, y a veces
sexual, y con la crueldad.
El odio primitivo también toma la forma de un esfuer-
zo tendiente a destruir el potencial para una relación
51
humana gratificante y para aprender algo de valor en esa
interacción (véase el capítulo 13). Creo que a esta nece-
sidad de destruir la realidad y la comunicación de las rela-
ciones íntimas subyace una envidia inconsciente y cons-
ciente respecto del objeto, en particular cuando éste no
está dominado desde dentro por un odio similar.
Fue Melanie Klein (1957) quien primero señaló la
envidia al objeto bueno como una característica significa-
tiva de los pacientes con psicopatología narcisista grave.
Esa envidia se complica con la necesidad que tiene el
paciente de destruir la advertencia que él hace de ella, por
el terror de que salga a luz el salvajismo de su odio a lo
que, en el fondo, él valora en el objeto. Detrás de la envi-
dia al objeto y de la necesidad de destruir todo lo bueno
que pueda surgir de los contactos con él, hay una identi-
ficación inconsciente con el objeto originalmente odiado
-y necesitado-. La envidia puede considerarse fuente
de una forma primitiva de odio, íntimamente vinculada
a la agresión oral, la codicia y la voracidad, y también una
complicación del odio, derivada de la fijación al trauma.
En la superficie, el odio al objeto envidiado inconscien-
temente (y conscientemente) suele racionalizarse como
miedo al potencial destructivo del objeto, un miedo que
deriva de la agresión real infligida por los objetos esen-
cialmente necesitados del pasado del paciente (en pacien-
tes que han padecido traumas severos) y de la proyección
de su propia ira y odio.
El síndrome del narcisismo maligno suele estar acom-
pañado por la tendencia a conductas crónicas y potencial-
mente graves de automutilación y suicidas no depresivas.
La automutilación, por lo general, refleja Una identifica-
ción inconsciente con un objeto odioso y odiado. El odio y
la incapacidad para tolerar la comunicación con el objeto
pueden proteger al paciente de lo que de otro modo sur-
giría como una combinación de ataques crueles al objeto,
52
1
miedos paranoides a ese objeto, y una agresión autodiri~
gida por la identificación con el objeto.
En la clínica,la transferencia caracterizada por la
arrogancia, la curiosidad y la seudoestupidez (incapacidad
para reflexionar sobre lo que dice el terapeuta), descrita
por Bion (1957a), ilustra el acting out, por parte del
paciente, de la envidia al terapeuta, la destrucción del sig-
nificado y el sadismo.
Uno de los rasgos más sistemáticos en las transfe!J?en-
cias dominadas por el acting out del odio Pl'O·f~nd'!1> éS iha
extraordinaria dependencia del paciente respeoto.del1Je,Ila-
peuta, que se pone de manifiesto simultáneamente.eo1•1kla
agresión al profesional {i.lna demostración impresionante
de la "fijación al trauma"). Al mismo tiempo, las fantasías
y los miedos del paciente reflejan su supuesto de que, si
no rechaza sistemáticamente al terapeuta, éste lo som,e-
terá a un análogo ataque furioso de odio, explotación sádi-
ca y persecución. Obviamente, por medio de la identifica-
ción proyectiva, el paciente le atribuye al terapeuta su
propio odio y sadismo; la situación ilustra el vínculo ínti-
mo que existe entre el perseguidor y el perseguido, el amo
y el esclavo, el sádico y el masoquista, todo lo cual remite
en última instancia a la madre sádica, frustradora, irri-
tante, y al niño pequeño desamparado, paralizado.
BásiGªWY.Pte, el pacienty represen!ª lll1:ª I'y.l¡isión ol;>je-
tal entre el perse~~~~or y su víctim¡i,, ªlt~rn,ª-.na9~y e11 su
identifl~.~Ai~~·5Hff ~.~~g~f.9l~.~''•.mientras proye~ta .el c~m
plementario sobre 'eitérapel.Íta. En los casos más patoló-
gicos, parece que la única alternativa a ser victimizado
es convertirse en tirano, y la afirmación reiterada del odio
y el sadismo se presenta como la única forma posible de
supervivencia y significado, excepción hecha del asesinato,
el suicidio o la psicopatía. En los casos más moderados,
surge un factor dinámico adicional, a saber: la envidia, la
intolerancia al objeto bueno que escapa a esa ferocidad y
53
que es odiado por rehusar premeditadamente (según la
fantasía del paciente) lo que podría transformar al objeto
de perseguidor en objeto ideal. En este caso, detrás de la
incesante embestida del odio en la transferencia, hay una
búsqueda de un objeto ideal (una madre ideal).
En casos aún más moderados, con tipos de conducta
sadomasoquista más refinada y elaborada dentro de una
organización neurótica de la personalidad, descubrimos
un potencial inconsciente para hallar placer en el dolor,
la tentación de experimentar el dolor como una precon-
dición para experimentar el placer, en el contexto de la
angustia de castración, la culpa inconsciente por los
impulsos edípicos, y como transformación final del dolor
experimentado pasivamente en una solución de transac-
ción activa de los conflictos inconscientes correlativos.
Todas estas dinámicas pueden emerger íntimamente
· condensadas y combinadas, con diferencias de grado y
proporción. Lo que tienen en común es la motivación
intensa de mantener un vínculo con el objeto odiado, un
vínculo que gratifica a esas diversas transferencias pri-
mitivas y, que, a mi juicio, es responsable de la fuerte fija-
ción a esta relación traumática.
LA FIJACIÓN AL TRAUMA
Creo que los estados afectivos cumbre organizan las
relaciones objetales internalizadas no sólo en condiciones
de amor (la relación que corresponde a una fusión idea-
lizada primitiva entre un sí-mismo totalmente bueno y un
objeto totalmente bueno), sino también en condiciones de
ira, en la internalización de representaciones objetales ori-
ginalmente indiferenciadas del sí-mismo totalmente malo,
que gradualmente se reúnen en la categoría de la relación
objetal típica bajo la dominación del odio. Se ha observado
54
un vínculo fuerte con el objeto que traumatiza bajo la
dominación del odio, en el estudio de niños golpeados y
niños pequeños de alh> riesgo, lo mismo que en estudios
sobre personas que atraviesan circunstancias extremada-
mente traumáticas, por ejemplo, los pasajeros de un avión
secuestrado que terminan defendiendo a sus captores (el
"síndrome de Estocolmo"). Las investigaciones realizadas
por Fraiberg (1983) y Galenson (1986) son particularmen-
te instructivas en cuanto a la internalización por parte del
niño de la conducta agresiva de la madre respecto de él,
y a la reproducción que él hace de esa conducta de la
madre en sus relaciones con ella y con otros objetos.
El apego intenso a la madre frustradora es el origen
último de la transformación de la ira en odio. La causa
de esta transformación es la fijación a una relación trau-
mática con un objeto fundamentalmente necesitado, que
se experimenta como totalmente malo y responsable de
haber destruido o tragado el objeto ideal totalmente bue-
no. La dest:ruccióii venga~i'Vl~;l!iJ!e~~$íll~'<itbj~~/'fitladf© pretende
restaurar mágicamente el objeto bueno, pero en el proceso
conduce a la destrucción de la capacidad del sí-m:Fsm()
para relacibnarse con el objeto. Esta transformación toma
la forma de una identificación no sólo con el objeto (la
madre) sino también con la relación con ella, de modo que
el odio a la madre como victimaria, con sus consecuencias
dolorosas, de impotencia y parálisis, también se transfor-
ma en una identificación con ella como el objeto cruel,
omnipotente, destructivo. Al mismo tiempo, se desarrolla
una búsqueda de otros objetos sobre los cuales pueda pro-
yectarse el sí-mismo atacado, desvalorizado y maltratado.
Al identificarse tanto con el sí-mismo que sufre como con
el objeto sádico, la agresión de la relación, que lo abarca
todo, se traga al propio sujeto.
El odio como inversión del sufrimiento es un tipo bási-
co de triunfo vengativo sobre el objeto y sobre la horrible
55
n~presentación del sí-mismo lograda por identificación
proyectiva, y una venganza simbólica por el sufrimiento
pasado, todo ello condensado en la fijación a pautas con-
ductuales sádicas. Los pacientes motivados de este modo
maltratan sádicamente a los otros porque se experimen-
tan como siendo de nuevo maltratados por objetos sádicos; J
inconscientemente, se convierten en sus propios objetos
persecutorios mientras atacan sádicamente a sus vícti-
mas. No pueden evitar ser la víctima y el victimario al
mismo tiempo. Como victimarios, no pueden vivir sin su
víctima (el sí-mismo proyectado, repudiado, perseguido);
como víctimas, siguen internamente apegados a sus per-
seguidores, y a veces también externamente, en conductas
que sorprenden al observador.
Es probable que las conductas extremadamente con-
tradictorias e inconfiables de la madre refuercen el extre-
mo psicopático del espectro del odio, al permitir la inter-
pretación de esas conductas como una traición perpetrada
por el objeto potencialmente bueno, que entonces se con-
vierte en impredecible y abrumadoramente malo. La iden-
tificación con un objeto que traiciona abre caminos a una
destrucción vengativa de todas las relaciones objetales.
Probablemente allí reside la fuente última del impulso
paranoide por traicionar (Jacobson, 1971a, págs. 302-318).
La conducta de apego más severamente psicopatológica
ha sido descrita en infantes de madres cuya conducta
combina el abandono, la violencia, el caos y una hiperes-
timulación irritante, junto con la frustración crónica (Frai-
berg, 1983; Galenson, 1986).
En otra parte (Kernberg, 1991b) he señalado que la
inclusión de un componente agresivo de la excitación
sexual (la implicación agresiva del penetrar y ser pene-
trado) es un medio para incorporar la agresión al servicio
del amor, utilizando el potencial erógeno de la experiencia
del dolor como aporte crucial a la fusión gratificante con
56
~
~
.I
¡
el otro en la excitación sexual y el orgasmo. Esta capaci-
dad normal para transformar el dolor en excitación erótica
se malogra cuando la relación madre-infante se ha carac-
terizado por la agresión severa, y probablemente consti-
tuye un puente crucial hacia la excitación erótica de indu-
cir sufrimiento a otros, lo que consolida las características
placientesdel odio sádico. Si, al mismo tiempo, como lo
han postulado Braunschweig y Fain (1971, 1975), las acti-
tudes alternantes de estimulación y repliegue eróticos de
la madre respecto del infante constituyen la base de la
identificación inconsciente de éste con una madre irrita-
tiva y con el ser irritado, y en el proceso activan su propia
excitación sexual como afecto básico, entonces la madre
cuya conducta incluye la irritación exagerada del infante
puede orientar particularmente el odio de éste hacia las
perversiones sadomasoquistas.
En términos más generales, provpcar un dolor profun-
do en el infante y en el niño pequeño suscita primero la
ira, y después, en virtud de los mecanismos mencionados
de identificación y transformación, el desarrollo de odio.
Así, como lo ha propuesto Grossman (1991), el dolor1 a tra-
vés de una serie de transformaciones intrapsíquicas, pue~
de conducir a la intensificación de la agresión y a su psi-
copatología.
La activación excesiva de la agresión como pulsión (a
lo que contribuye de modo fundamental el odio fijado
caracterológicamente) interfiere en la integración normal
de las relaciones objetales internalizadas disociadas, total-
mente buenas y totalmente malas, en el final de la fase
evolutiva de separación-individuación, y por lo tanto tam-
bién obstaculiza la iniciación de la constancia objetal y la
etapa avanzada del desarrollo edípico. Al fracturar esos
procesos, la agresión excesiva lleva a la fijación en un
punto en el que todas las relaciones objetales internali-
zadas, totalmente buenas y totalmente malas, no estaban
57
l
i11t.(•gradas, mientras que las representaciones del sí-mis-
1110 y el objeto dentro de cada una de esas relaciones obje-
tales totalmente buenas y totalmente malas estaban
diferenciadas entre sí. Estas son las condiciones psicoes-
tructurales de la organización límite de la personalidad,
característica de los trastornos graves de la personalidad
en los que prevalece la agresión preedípica y edípica.
En circunstancias más favorables, puede continuar la
integración de las relaciones objetales internalizadas
totalmente buenas y totalmente malas, y desarrollarse la
constancia objeta!, llevando a la integración de las estruc-
turas del yo y el superyó, y al establecimiento de los lími-
tes represivos que separan el yo del ello: la estructura tri-
partita se consolida. En tales condiciones, el odio
patológico es absorbido por el superyó. La integración de
los precursores tempranos del superyó sádico con el ideal
del yo preedípico, por una parte, y por la otra, de las
prohibiciones y demandas edípicas con esas estructuras
superyoicas más tempranas, lleva a las demandas del
superyó sádico, a la psicopatología depresivo-masoquista
y al sadismo caracterológico racionalizado secundaria-
mente, correlacionado con la integración de sistemas éti-
cos crueles y sádicos. O bien diversas patologías sexuales
-entre ellas las perversiones en un nivel neurótico de
organización de la personalidad- pueden contener el odio
como un síntoma relativamente inocuo, erotizado.
La apetencia de humillar es otra manifestación del
odio potencialmente integrada en rasgos de carácter
mediados por el superyó. Un paciente obsesivo-compulsivo
necesita controlar y dominar a los otros para sentirse pro-
tegido de sus estallidos amenazantes de rebelión y caos
agresivo; de este modo actúa su identificación con un obje-
to odiado y su proyección de los aspectos inaceptables,
reprimidos, de su sí-mismo, en un nivel relativamente alto
del funcionamiento psíquico. La fijación a objetos odiados
58
específicos puede verse a lo largo de todo el espectro psi-
copatológico e ilustra, a veces casi de modo caricaturesco,
el apego al enemigo o perseguidor. Dice algo sobre el ori-
gen común de los afectos básicos de la ira y la excitación
sexual en la fase simbiótica, el hecho de que la tendencia
superior al~ mirada recíproca sostenida existe por igual
en condiciones de odio intenso e intenso amor.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE EL TRATAMIENTO
A continuación presentamos algunas consideraciones
generales relacionadas con el tratamiento de pacientes que
padecen psicopatologías graves de agresión, particularmen-
te odio intenso en la transferencia. En otra parte (capítulo
3), señalo la importancia de interpretar coherentemente y
en profundidad la naturaleza de las fantasías inconscientes
implícitas en la activación de la ira en la transferencia; en
particular subrayo la importancia de interpretar las defen-
sas secundarias contra el reconocimiento de los aspectos
placientes de la ira. Al considerar el espectro de la psico-
patología del odio, en primer lugar destacaría las conse-
cuencias contratransferenciales de este afecto.
En trabajos anteriores (1975, 1984) he señalado que
el paciente, en particular el paciente narcisista con rasgos
antisociales, odia más lo que más necesita recibir del tera-
peuta: una dedicación constante a él. El paciente también
odia, porque envidia la creatividad contenida en los
esfuerzos del terapeuta tendientes a lograr comprensión
y a comunicarle esa comprensión a él. La sensación del
analista de estar agotado, de que sus esfuerzos serán inú-
tiles, de que la ingratitud del paciente es enorme, puede
generar una contratransferencia que tiende a perpetuar
o incluso a ocultar el acting out del odio y la envidia por
parte del paciente.
59
(~11izús el terapeuta intente huir de ese desaliento des-
1·0111•d(indose emocionalmente del paciente. La restaura-
ción de ::;u tranquilidad puede tener el costo de una ren-
dición interna que no es sorprendente que el paciente
perciba a menudo y tolere con facilidad, porque la expe-
riencia correctamente como la derrota del terapeuta. Pue-
de seguir un equilibrio difícil, en el cual una amistad
superficial encubre la naturaleza "parasitaria" (Bion,
1970) de la relación terapéutica.
O bien el terapeuta entra en colusión con el proceso
de escisión del paciente, facilitando el desplazamiento de
la agresión hacia otra parte y fomentando la creación de
una alianza seudoterapéutica que asegura una relación
superficial amistosa en la transferencia.
Otra solución que los terapeutas suelen adoptar con-
siste en absorber la agresión del paciente, con plena per-
catación de lo que sucede, pero sin encontrar un modo de
transformar ese acting out en interpretaciones viables.
Esto, que equivale a un sometimiento masoquista al
paciente "imposible", es a veces asumido con total concien-
cia por el terapeuta que cree que casi todo puede curarse
con suficiente amor. La contracara de esa sumisión maso-
quista al paciente suele ser el acting out final de la agre-
sión en la ccntratranferencia, desprendiéndose del pacien-
te o provocándolo inconscientemente para que se vaya.
No obstante, lo más probable es que el terapeuta,
incluso el terapeuta experimentado, oscile en su postura
interna de un día a otro, de sesión a sesión, entre esfuer-
zos tendientes a resolver analíticamente la activac.ión del
odio en la transferencia, y la renuncia o el repliegue.
Estas oscilaciones naturales pueden en realidad reflejar
una razonable formación de transacción que le permite al
terapeuta dar un paso atrás y evaluar los efectos de sus
diversas intervenciones, con un cierto espacio para res-
pirar antes de volver a una postura interpretativa activa.
60
En todos los casos, pienso que es extremadamente
importante diagnosticar las defensas secundarias contra
el odio en el extremo más patológico del espectro de la
agresión en la transferencia, es decir, el desarrollo de
transferencias antisociales o psicopáticas. La corrupción
consciente o inconsciente de todas las relaciones del
paciente, en particular la relación terapéutica, se debe
examinar de modo sistemático, y el terapeuta debe tener
plena conciencia de que ese examen probablemente con-
vierta la relación transferencia! psicopática "tranquila" en
una gravemente paranoide, activando unodio intenso. Los
pacientes con tendencias antisociales experimentarán las
funciones superyoicas normales del terapeuta, el hecho de
que sea moral aunque no moralista (E. Ticho, comunica-
ción personal), como ataques y críticas devastadoras.
Es importante interpretar la reacción paranoide del
paciente como parte de la interpretación de las transfe-
rencias antisociales. Esa interpretación podría ser como
sigue: "~engo la impresión de que si le señalo que creo que
(tal o cual conducta) es una expresión de su necesidad pro-
funda de destruir (una cierta relación), quizás usted inter-
prete mi comentario como si yo lo atacara, en lugar de tra-
tar de ayudarlo a comprender lo que considero un aspecto
muy importante de sus dificultades en este momento".
Una vez que la transferencia ha pasado de un modo
predominantemente antisocial a un modo paranoide, está
indicado el enfoque técnico general de la regresión para-
noide grave, cuyas características y manejo examino en
otra parte (capítulo 4). En este punto sólo quiero subrayar
la necesidad de reconocerle abiertamente al paciente, con-
vencido de la distorsión paranoide de la realidad, que el
terapeuta ve esa realidad de un modo completamente dis-
tinto, pero respeta esa incompatibilidad temporaria de sus
respectivas percepciones: en otras palabras, se identifica
un "núcleo psicótico", se lo circunscribe y se lo tolera en
61
111 trnrn;ferencia, antes de realizar cualquier intento de
rwmlverlo interpretativamente. Por lo general, cuando se
!.ruta de pacientes con psicopatología grave, sólo en etapas
avanzadas del tratamiento se puede realizar esa integra-
ción de las relaciones objetales internalizadas idealizadas
y persecutorias, con un pasaje correspondiente de la
transferencia paranoide a la depresiva, es decir, a la emer-
gencia en el paciente de sentimientos de culpa, preocupa-
ción por los efectos peligrosos de la agresión y apetencias
de reparar la relación psicoterapéutica.
Cuando los elementos sádicos están particularmente
acentuados, tiene importancia que el paciente se percate
del placer que experimenta en el odio, tema que trato
extensamente en el capítulo 3. Esto requiere que el tera-
peuta pueda empatizar con el placer implícito en la agre-
sión del paciente. Cuando en la transferencia las relacio-
nes de poder son la cuestión dominante, y el odio se
expresa como una necesidad excesiva de afirmar el poder
y la autonomía, el análisis de este aspecto de la transfe-
rencia suele ser facilitado por el hecho de que hay invo-
lucrados componentes comunes sádico-anales, y el tera-
peuta trata con el extremo "más sano" del espectro de la
psicopatología de la agresión.
Una vez más, los pacientes más difíciles son aquellos
en quienes la agresión intensa va de la mano con una psi-
copatología profunda del funcionamiento superyoico, de
modo que faltan las restricciones internas contra la actua-
ción peligrÓsa de la agresión, y el terapeuta quizá tenga
un temor realista a desencadenar fuerzas destructivas
que el tratamiento no pueda contener. Esto se aplica a
algunos pacientes que presentan el síndrome del narci-
sismo maligno, y es probablemente una razón importante
de que la personalidad antisocial propiamente dicha no
sea abordable con modalidades psicoanalíticas de trata-
miento. Es importante que el terapeuta tenga una razo-
62
~• .. •. ~1
11:1hle sensación de seguridad en cuanto a que el análisis
d1~ las fuerzas agresivas poderosas no creará nuevos ries-
goH para el paciente u otras personas, entre ellas el propio
t.1 ~ rapeuta. Una evaluación realista de esta posibilidad y
la estructuración realista de la situación de tratamiento
para proteger al paciente, al terapeuta y a otras personas
d1! los efectos excesivos y peligrosos, potencialmente irre-
versibles, del acting out de la agresión, son precondiciones
p:ira el trabajo exitoso en este ámbito.
63
Parte II
Aspectos evolutivos
de los trastornos de la personalidad
de amplio espectro
··~·,
:3. DIMENSIONES CLÍNICAS DEL MASOQUISMO
El masoquismo no uede comprenderse sin tomar en
consideración las vicisitudes de los impulsos libi ina es
.Y agresivos, el desarrollOy la patología del superyó, los
,;iveles de la organización yoica y la patología de las rela-
ci<)nes objetales internalizadas, y la medida en que pr~
dolñin""an las funciones narcisistas normales o patológicas.
A (:a usa de la universalidad de las conductas y conflictos
111asoquistas, no siempre es fácil saber cuándo el maso-
quismo es psicopatológico. Las tendencias recientes a dar
11na amplitud excesivá al concepto de masoquismo hacen
(•sencial circunscribir con más precisión este campo
( Orossman, 1986).
En lo que sigue, propongo una clasificación general de
psicopatología masoquista, basada en el nivel de la orga-
11 ización de la personalidad; también describo la relación
Pntre este dominio clínico y otros tipos de psicopatología
que podrían confundirse con él. Mi objetivo es proporcio-
nar una descripción de la patología masoquista pertinente
para el diagnóstico, el pronóstico y consideraciones rela-
cionadas con el tratamiento.
,Laplanche y Pontalis (19731 proporcionan la definición
del masoquismo más breve y, a mi juicio, más satisfactoria
--------=-ile la literatura psicoanalítica: "Perversión sexual en la
67
rn11 I lt!_ satisfacción está ligada al sufrimiento o la bumi-
llnci~p. padecidos p<_)r el sujeto". Estos autores añaden:
"Freud llevó la noción de masoquismo más allá de la per-
versión descrita por los sexólogos. En primer lugar, él
identifica elementos masoquistas en numerosos tipos de
conducta sexual, y ve rudimentos de masoquismo en la
sexualidad infantil. En segundo término, describe formas
derivadas, sobre todo el 'masoquismo moral', en el que~
sujeto, como resultado de una sensación d ul inco
cien e, usca la posición de víctima sin que haya directa-
mente involucrado ningún placer sexual" (pág. 244). Esta
definición tiene la virtud de incluir los elementos básicos
comunes a un amplio espectro de conductas masoquistas.
EL MASOQUISMO "NORMAL"
El precio que se paga por la integración de las funcio-
nes superyoicas normales es la disposición a de:;;arrollar
sentimientos de culpa inconscientes cuando se activan
derivados pulsionales infantiles reprimidos. Por lo tanto,
la proclividad a conductas menores de autoderrota (por
ejemplo, en respuesta a lo que inconscientemente se per-
cibe como un triunfo edípico) es prácticamente universal.
Son también ubicuas las conductas obsesivas que expre-
san inconscientemente un reaseguramiento mágico contra
la activación amenazada de prohibiciones infantiles, y sus
correlatos clínicos, como las inhibiciones caracterológicas
y las restricciones autoimpuestas a un goce pleno de la
vida. La tendencia de la autocrítica realista a ampliarse
y convertirse en un estado de ánimo depresivo general,
es otra manifestación de esas presiones superyoicas de
autoderrota (Jacobson, 1964), En síntesis, las manifesta-
ciones menores del "masoquismo moral" son un correlato
casi inevit~e de la integración normal de las funciones
68
rmp1·ryoicas. La capacidad sublimatoria para soportar el
1folor (m1Iafb~a de trabajo duro) como precio del éxito
11 1•1 logro futuro también tiene sus raíces en esta predis-
po:iici61)- masoquista por lo general normal.
1•;11 el ámbito sexual, la capacidad para tOierar la pre-
rwrvución de la sexualidad infantil perversa polimorfa
d1•hp hacer posible la excitación sexual con fantasías y
11xpnriencias masoquistas y sadomasoquistas. Como lo
ol>}H•rvo en el capítulo 16, el aspecto sadomasoquista de
111 :wxualidad infantil tiene una importancia particular en
1•1 mantenimiento del equilibrio entre los impulsos libidi-
111tll•s y agresivos, porque representa una forma primitiva
d1• Híntesis del amor y el odio. En el placer sadomasoquis-
l.11, la excitación sexual y el dolor se unifican; por lo tanto,
dnr o recibir agresión en forma dedolor puede también
1li¡~· nificar dar o recibir amor en forma de estimulación eró-
1.ira. Esta condensación del placer y el dolor físicos con-
d11ec, por medio de procesos transformadores aún inexplo-
rndos, a la predisposición a experimentar también una
rnndensación de placer y dolor psicológicos, cuando se diri-
1:1·11 contra el sí-mismo acusaciones y ataques determina-
dos por el superyó.
LA PATOLOGÍA CARACTEROLÓGICA MASOQUISTA
Ji;[ trastorno depresivo-masoquista
'le la personalidad
Esta constelación de rasgos caracterológicos patológi-
cos éó"nstituye uno de los tres más comunes trastornos de
la personalidad de alto nivel, o de patología caracteroló-
g~ ("organización neurófi"ca de la personali-
dad"; Kernberg, 1984). Los otros son el trastorno obsesjyo-
compulsivo de la personalidad y el trastorno histérico de
,--
69
111 IH'l'H<Jnalidad. Todos estos trastornos de la personalidad
·¡Jn•Hc:ntan una identidad yoica bien integrada, manifes .. .
l.ncioiies no específicas de fuerza del yo (buena tolerancia--
a la angustia, control de los impulsos y funcionamiento.
sufüimatori~n su~ryó estricto pero bien integrado.
Estos pacientes son también caHa~ de establecer re~
c~o.bietales profundas y bien diferenciadas._
El trastorno depresivo-masoquista de la personalidad
se caracteriza por tres tipos particulares de rasgos carac-
terológicos: 1) los que reflejan un superyó intransigente;
2) los que reflejan una dependencia excesiva del apoyo,
el amor y la aceptación de los otros, y 3) los que reflejan
dificultades en la expresión de la agresión.
' Los rasgos "superyoicos" de la personalidad depresivo-
masoquista se reflejan en la tendencia a ser excesivamen-
te serio y concienzudo, y a preocuparse por el desempeño
y las responsabilidades en el trabajo. Estos pacientes son
altamente confiables y responsables, y tienden a juzgarse
con dureza y establecer para sí mismos normas extrema-
damente altas. Son solemnes y pueden carecer de sentido
del humor. Pero en contraste con su tacto habitual, con
su conducta por lo general considerada y preocupada por
los otros, ocasionalmente demuestran dureza en su mane-
ra de juzgarlos, una dureza quizá teñida de indignación
justificada. Cuando esos pacientes no están a la altura de
sus propias normas y expectativas elevadas, pueden
deprimirse. Cuando las exigencias excesivas que se impo-
nen forman pareja con su tendencia inconsciente a colo-
carse en circunstancias que inducirán sufrimiento o explo-
tación, incluso crean o perpetúan inconscientemente una
realidad externa que justifique su sensación de ser mal-
tratados, rebajados o humillados.
Los rasgos que reflejan la dependencia excesiva del
apoyo, el amor y la aceptación de los otros también reve-
lan, en la exploración psicoanalítica, una tendencia a sen.-
70
lj r culpa excesiva respecto de los otros.2.... a causa de la
n1nbivalencia inconsciente relacionada con los objetos
n 1nados y necesitados, y a reaccionar en exceso a la frus-
tración, cuando no se satisfacen las expectativas de estos
p:1cientes. Ellos presentan una vulnerabilidad anormal
rnanslo los otros los decepcionan, -y_ a menudo van muy
lt •jos .Q_ara obtener simpatía y amor. En contraste con las
p1 ~ rsonalidades narcisistas que dependen en exceso de la
ndmiración externa pero no responden con amor y grati-
f.11d, la personalidad depresivo-masoquista típicamente
pm~deresponder con amor profundo y gratitud. La sen-
~4:iciÓn de ser rechazado y maltratado como reacción a des-
lin~s relativamente pequeños puede llevar a estos pac~
f.1 ·s a conductas inconscientes destinadas a hacer que los
objetos de su amor se sientan culpables. Se establece una
n·:1cción en cadena de altas exigencias, sentimientos de
n ·chazo y tendencia inconsciente a tratar de hacer que los
of.ros se sientan culpables; el consecuente rechazo real de
le' ~' otros puede crecer en espiral hasta crear problemas
r:E:1ves en las relaciones íntimas, y también desencadenar
1111a depresión conectada con la pérdida del amor.
··A los pacientes de esta categoría les cuesta expresar
1:1 at,'resión y tienden a deprimirse en condiciones que nor-
111:ilmente producirían cólera o ira. Además, la culpa
i~ic()nsciente por expresar cólera a los otros puede compli-
rn r adicionalmente sus relaciones interpersonales,
.•armándose a la reacción en cadena ya descrita: tendencia
n 1 ataque "justificado" a las personas que ellos necesitan
y por las que se sienten rechazados, seguida por depresión
y una conducta abyecta, sumisa y/o aquiescente, y des-
pués por una segunda ola de cólera por el modo como son
tratados y por su propia sumisión.
Lo que he descrito corresponde al "masoquismo moral"
de la literatura psicoanalítica (Freud, 1916, 1919, 1924;
Fenichel, 1945, págs. 501-502; Berliner, 1958; Brenner,
71
l!)!i!); Laughlin, 1967; Gross, 1981; Asch, 1985). Lo típico
e¡.¡ que las correspondientes dinámicas inconscientes se
centren en presiones excesivas del superyó, derivadas de
conflictos infantiles, en particular los edípicos, y que quizá
se expresen en una regresión defensiva inconsciente a
dinámicas preedípicas y a conductas masoquistas gene-
rales que están a una distancia considerable de los con-
flictos sexuales infantiles. No obstante, en algunos caso_s
los conflictos sexuales inconscientes tienen una relación
estrecha con las conductas masoquistas , de modo ue es
p._articu armente en el ámbito sexua donde estos pacien;
tes ponen""Clenlañifiesto sus conductas autopunitiva~
como refleJO de las prohibiciones inconscientes contra lQs
impulsos edípicos. Estos pacientes sólo pueden tolerar una
experiencia sexual satisfactoria en condiciones de s
mien o o detivo o simbólico, y la estructura
nru1 a depresivo-masoquista puede estar acompañada
p~ perversión masoquista real en un nivel neurótli;.Q.
En todo caso, son los pacientes con esta estructura de la
personalidad los que con más frecuencia presentan fa!l-
tasías masturbatorias masoquistas y conductas sexuales
masoquistas, sin una perversión masoquista per se. Las ,.___..
conductas masoquistas que ex resan directamente cul a
inconsciente por os impulsos edípicos vinculan los trs_s-
tOñ;os de la personalidad depresivo-masoquista e histénc'o
(véase el capítulo 4).
El trastorno sadomasoquista de la personalidad
Lo típico es que estos pacientes resenten una conduc-
ta a ternativamente masoquista y sádica respecto del mi~
:rgo objeto. No me refiero al individuo que se somete a sus
superiores y tiraniza a sus inferiores -conducta social ·
F . ~
compatible con diversas constelaciones patológicas del
72
1":1rácter-; los pacientes de los que hablo alternan las con-
d uc~as de autorrebajamiento, autodegradación y autohu-
rn i Ilación, con ataques sádicos a los mismos objetos que
Hicnten que necesitan y con los que están profundamente
involucrados. -
Por lo general, las personalidades sadomasoquistas
presentan una organización límite de la personalidad, con
di f'usión de la identidad, manifestaciones no específicas
dP debilidad yoica (falta de tolerancia a la angustia, de
rnntrol de los impulsos y de canalización sublimatoria),
pn~dominio de relaciones objetales parciales y prevalencia
dt ~ mecanismos defensivos primitivos (escisión, identifi-
rnt~i1ín proyectiva, renegación [denial], idealización primi-
1 iv:1, control omnipotente y desvalorización). Dentro del
tl1·Horden de sus relaciones objetales, se destaca la inten-
:1if'icnción de las interacciones caóticas con sus íntimos
1111iN próximos. Estos pacientes por lo general se experi-
1111·11tan como víctimas de la agresión de los otros y se que-
11111 amargamente de ser maltratados, justificando con
11h::t.innción sus propias agresiones a las mismas personas
d1 • laH que dependen. Es típico el "quejoso que rechaza la
11y11du" (Frank y otros, 1952); l_as dificultades personales
v :111ciales de estos pacientes pueden conducir al fracaso
r11111ico laboral y social, y también en las relacionesínti-
11:11 contraste con las conductas impulsivas, caóticas,
11rr1;i~nntes y desvalorizadoras del funcionamiento de la
¡ u·rNomilidad narcisista en un nivel límite, la personahdad
r11 1domasoqmsta tiene una ca acidad mucho mayor para
1nv1•Htlrre ac10nes profundas con los tros· es de endiente
.Y 11t• aferra, a iferencia de la distante personalidad nar=-
1•111i:.;t.a.
J•;ntre los rasgos dinámicos de estos pacientes se cuen-
11111 loH conflictos graves, tanto edípicos como preedípicos,
P11 p11rticular una dependencia interna de imágenes mater-
73
~r1H p~·in,:ii~ivas exEerimentadas como sádicas, deshonestas
~-~w1troladoras;-tales imágenes exacerban los miedos edí-
picos y condensan los problemas inconscientes edípicos y
preedípicos en la conducta, mucho más que en las regre-
siones preedípicas de los pacientes con personalidad depre-
sivo-masoquista y una dinámica esencialmente edípica.
/ Un paciente varón experimentaba sentimientos inten-
sos de inseguridad e inferioridad con respecto a su ana-
lista, mientras lo zahería continuamente. Tenía miedo
extremo a que sus novias lo abandonaran por hombres
más atractivos, y al mismo tiempo les exigía una gran
cantidad de su tiempo y atención; a las rupturas con ellas
les seguían duelos patológicos con reacciones paranoides
intensas, que se alternaban con una sensación depresiva
de haber sido abandonado.
La falta de integración de las funciones superyoicas,
la proyéCéión de los precursores primitivos del superyó en
la forma de rasgos paranoides y la tolerancia a conductas
contradictorias -de hecho, la racionalización~de las con-
ductas agresivas- ilustran por igual el fracaso de las fun-
ciones del superyó en la integración de esos pacientes, lo
cual presenta un agudo contraste con la integración
superyoica rígida del trastorno depresivo-masoquista de
fa personalidad.
La autodestructividad
y la automutilación primitivas
En escritos anteriores (1975) he descrito a un grupo
de pacientes que tienden a descargar indiscriminadamen-
te la agresión hacia afuera o sobre su propio cuerpo. Estos ---.......
pacientes, claramente autodestructivos, carecen de inte-
gración superyoica X presentan una ausencia notable_d.~
. capacidad para experimentar culpa; ~n ellos se advierten
74
In~: características generales de la organización límite de
In personalidad. Los ejemplos más típicos son los qÚe
obtienen un alivio-no específico de la angustia mediante -
n l¡~una forma de automutilación.J. o por medio de gestos
:111 icidas impulsivos realizados con mucha ira y casi sin
dPpresión.
Estos pacientes autodestructivos se ueden clasificar
.. ,1 tres grupos (Kernberg, 1984). En los pacientes con un
(
t.r: ;st._orno de lapersonalidad redominantemente histrió-
nico o infantil ue corresponden estrechamente a la des-
ni pción del trastorno límite de la personalidad en el
I J8M-III-R (1987), la autodestructividad surge en momen-
t.os de intensa irá, o de ira mezclada con estallidos de
depresión,_Esta conducta suele representar un esfuerzo
i 11consciente por restablecer el control sobre el ambiente,
provocando sentimientos de culpa en los otros -por ejem-
plo,-cuando se rompe la relación con un compañero sexual
o cuando alguien se o one a las a etencias del paciente.
En los paéientes con narcisismo malign (véase el
(';1pítulo 5) encontramos un tipo más severo de conducta
du automutilación y/o tendencia suicida. En contraste con
1 -1 p_!imer grupo, estos pacientes no presentapµna conduc-
t.a de aferramiento o dependencia intensa; son más bien
distantes y no se comprometen con los otros. Su conducta
nutodestructiva se produce cuando se ve desafiada su
grandiosidad patológica, lo que los lleva a experimentar
una sensación traumática de humillación o derrota. A esa
conducta autodestructiva la acompaña a menudo otra con-
d{icta abiertamente sádica. La grandiosidad se satisface
con un sentimiento de triunfo sobre el miedo al dolor y la
muerte, y con una sensación de superioridad sobre~
p~rsonas que se sienten conmocionadas o enfadadas por
la conducta de elJos
Un tercer tipo de conducta autodestructiva crónica se{
encuentra en ciertas condiciones psicóticas atípicas qu_:j
75
)
i111ilrn1 1<1 patología límite. La historia de grotescos inten-
lmi dt• suicidio, signados por un grado inusual de crueldad
11 olros rasgos altamente idiosincrásicos, puede alertar al
l clínico sobre la posibilidad de que exista un proceso psi-cótico subyacente.
Todos estos pacientes autodestructivos experimentan
un placer consciente o inconsciente relacionado con el
dolor que se infligen, con la agresión dirigida contra sí
mismos, que no está centrado en su patología superyoica
(un sentimiento de culpa inconsciente) ni vinculado direc-
ta o primariamente a impulsos eróticos. Estos pacientes
ilustran clínicamente una autodestructividad que depen-
de de la intensidad de la agresión primitiva, la primiti-
vización de todas las estructuras intrapsíquicas, la falta
de desarrollo superyoico y el reclutamiento de los impul-
sos libidinales y eróticos al servicio de la agresión. Ellos
obtienen una sensación de poder con su destructividad
difusa, una sensación triunfante de autonomía y de
ausencia de necesidad de los otros; clínicamente, se obser-
~~e""r.':'z~o_s~e~v~id_e""n,...t~ee.::s:--:pt:'...o~r~dc::::e.:::.st~r~u~i:::_r_::e:..:_l...:::a:..:m~or~y_:e::.:l:....::r~e~l~a.::::ci~o:,
namiento, la gratitud y la compasión, en ellos mismos~
en l~s cuestionable que este grupo de pacientes
pueda seguir considerándose perteneciente a la categoría
de la psicopatología masoquista en sentido estricto: en
ellos suele faltar la culpa inconsciente, así como la ero-
.......-- ------tización del dolor.
En términos más generales, a medida que nos move-
mos hacia el polo más grave de este espectro de la pato-
logía caracterológica masoquista, encontramos una reduc-
ción gradual de la integración del superyó y de su
participación de éste en la consolidación de la patología
masoquista y un aumento de la agresión primitiva y seve-
ra junto con la primitivización de las relaciones objetales
y las operaciones defensivas. En este polo del espectro
masoquista también se desvanece el erotismo.
76
LOS SÍNDROMES DEL ENAMORAMIENTO PATOLÓGICO
Freud dijo que en el acto de enamorarse el yo se vacía
'k catexias libidinales, las cuales son investidas en el obje-
lo amoroso, que reemplaza al ideal del yo (1921, págs. 111-
116). Yo he sido persuadido por Chasseguet-Smirgel
( 1 ~)85), quien disiente de Freud y señala el enriquecimien-
to de la investidura libidinal del sí-mismo de la persona
'1 ue ama. Sobre todo en circunstancias normales, cuando
un objeto amoroso no corresponde al amor del sujeto, es
nbandonado en un proceso de duelo. Si el amor es corres-
¡>O"ndido, se realza la autoestima de los amantes. La dife-
nmcia entre el enamoramiento normal y el masoquista
n~side precisamente en que las personalidades masoquis-
t.:1s pueden sentirse irresistiblemente atraídas por objetos
110 responsivos. De hecho, lo que caracteriza a los enamo-
ra!'Ilientos masoquistas es la elección inconsciente de obje-
1.o~ que claramente son incapaces de responder al am.Qr,
o r10 están dispuestos a ello.
Es importante diferenciar esas relaciones amorosas
imposibles de la perversión sexual masoquista, en la cual
un objeto de amor proporciona gratificación sexual junto
con dolor físico, degradación y/o humillación. Aunque
ambas pautas pueden coincidir, ello ocurre muy pocas
veces. La descripción del masoquismo sexual en Venus in
Furs, de Sacher-Masoch (apellido del cual deriva la pala-
bra "masoquismo"; 1881) corresponde a la relación del
autor con su primera esposa (y después también con la
segunda) e ilustra las prácticas perversas típicas en el
contexto de una relación estable con un objeto amoroso.
El hecho de sacrificarse uno mismo y sacrificar todos sus
intereses por alguien que no nos corresponde (~tuación
dramáticamente ilustrada enla novela de 1932 de Hein-
rich Mann y en su versión cinematográfica, El ángel azul),
sugiere la presencia de un trastorno depresivo-masoquista
77
de la _ p~!:ª9_~-ªlidad, pero el autosacrificio dramático y la
facilidad con ue e sujeto parece hacer taba rasa cnnas -
pautas de toda una vi a en a persecución de un o ~e o
amoroso idealizado, inaccesible. puede darle al clínico la ----- . - - - · - ·· ·· · ...
~resión de estar ante cualidades cuasi narcisistas: la
desatención a todas las personas, salvo al objeto del amor,
el compromiso total del individuo afligido. De hecho, el
paciente que presenta ese enamoramiento patológico pone
de manifiesto una sensación de gratificación y satisfacción
narcisista en su esclavizamiento a un objeto inaccesible.
1
Se enorgullece inequívocamente de su imagen de "sufrien-
te más grande de la tierra", imagen dinámicamente rela-
cionada con la gratificación narcisista de ser "el más gran-
de pecador" o "la peor víctima".
En este tipo de enamoramiento patológico, el amor al
objeto inaccesible representa la sumisión a los aspectos
del ideal del yo del superyó, proyectados sobre el objeto,
y ~13e amor penoso e insatisfactorio llena al individuo de
·orgullo e intensidad .~!llºC:~~:~l compromiso masoquiS::---
ta con objetos amorosos inaccesibles también puede estar
presente en pacientes con estructura histérica de la per-
sonalidad, como por ejemplo, la mujer que sólo se enamo-
ra de hombres que la tratan mal. En otros casos, el
paciente debe elegir no un objeto amoroso inaccesible sino
claramente sádico.
t
El rechazo de todos aquellos que se interpondrían
entre el paciente y su relación amorosa de autosacrificio
puede impresionar al observador como narcisista, pero,
a mi juicio, refleja un narcisismo infantil y no patológico.
La sensación de superioridad del paciente masoquista
("soy el sufriente más grande del mundo") se refiere al
ámbito específico del sufrimiento y no a los otros ámbitos
de la vida del paciente.
( Por ejemplo, una mujer había establecido una relación
~nsatisfactoria con un hombre sádico, en gran medida
78
i1111cc1~sible, mientras mantenía relaciones profundasv y-
n¡.dnliles con otros amigos y conocidos, así como intereses
rnlt.urnles y compromisos con su trabajo y su familia. En
111 1.rnnsferencia, su conducta crítica y desestimadora de
l'l111lquier esfuerzo analítico tendiente a señalar los aspec-
loH n utodegradantes de su relación con el amante sádico,
r1·Mpondía al empeño de la paciente en impedir que la
n·l:ición psicoanalítica dejara de ser insatisfactoria, debido
u MllS sentimientos inconscientes de culpa por el atractivo
1·dípico del analista.
En el segundo y más severo nivel del enamoramiento
p:d.ológico se ha producido el desarrollo opuesto, a saber:
1•1 paciente persigue de modo masoquista una relación
11111oro~a imposible, mientras que todas sus otras relacio-
111·s objetales son narcisistas. Por ejemplo, una joven de
1•11canto y belleza considerables denigraba y desvalorizaba
:1i11 piedad a los hombres; sólo le interesaban los que tenían
111.r;ictivo físico, prestigio social, riqueza o poder-atributos
q11e esperaba conseguir ella misma a través de la asocia-
ci(m con ellos-. Si uno de tales hombres la rechazaba, el
l 1echo desencadenaba una depresión, intentos de suicidio
y/o la negación de ese rechazo. Para negar la falta de inte-
r6s del hombre, la paciente llegaba a interpretar de modo
l:daz, durante muchos meses, cualquier gesto amistoso
convencional como un signo de que la relación tenía futuro.
No era sorpendente que, cuando alguno de estos hom-
bres correspondía al amor de la paciente, en el término
de semanas ella lo desvalorizara, tal como había denigra-
do a todos los otros hombres de su vida. De hecho, su con-
ciencia creciente de esta pauta la llevaba a buscar hom-
bres aún más inaccesibles, y a montar inconscientemente
una situación en la que sin duda iba a ser rechazada, de
modo que su investidura en el "hombre ideal" podía seguir
intacta. ~us otras relaciones objetales contenían rasgos't
típicos de un trastorno narcisista de la personalidad.
79
J
Aquí encontramos la proyección, no de un ideal del yo
normal sobre el objeto amoroso inaccesible, sino de un sí-
l
rn ii-::1210 patológico ~dioso~ con un esfuerzo por estable-
cer una relación que inconscientemente confirmara la
estabilidad de la propia grandiosidad de la paciente. La
exploración analítica revela que esas relaciones amorosas
masoquistas de las personalidades narcisistas pueden
representar un esfuerzo inconsciente por consolidar una
integración simbólica, dentro del sí-mismo grandioso, de
las características de ambos sexos, tratando de establecer
una unión simbólica con el objeto idealizado.
En tales casos, lo típico es que la relación con el objeto
amoroso idealizado refleje una condensación de temas edí-
picos y preedípicos, el objeto amoroso edípico positivo
idealizado y también el objeto amoroso preedípico super-
puesto, sádico pero necesitado. Cooper (1985) nos halla-
mado la atención sobre la combinación en la práctica clí-
nica de los rasgos caracterológicos narcisistas y
masoquistas. Aunque yo no estoy de acuerdo con su pro-
puesta de que estas dos constelaciones caracterológicas
corresponden a un tipo básico de patología del carácter,
y pienso que él subestima las diferencias entre el narci-
sismo infantil normal y el patológico en estos pacientes,
G
í creo que el síndrome del enamoramiento patológico
requiere una evaluación cuidadosa de sus características
masoquistas y narcisistas.
LA CONDUCTA SEXUAL MASOQUISTA
Y LA PERVERSIÓN SEXUAL MASOQUISTA
~
El masoquismo como perversión sexual se caracteriza
por la actuación restrictiva, obligatoria, de una conducta
masoquista para lograr la excitación sexual y el orgasmo
(Freud, 1905; Laplanche y Pontalis, 1973). La conducta
80
11111:mq11i :-:ta puede incluir la necesidad de experimentar
d11lnr l"ísico, sufrimiento emocional, autodegradación y/o
l111111illaci ón. Los niveles de gravedad de la perversión
111n: ;oquista pueden verse en correspondencia con los nive-
11•:1 dn severidad de la patología caracterológica masoquis-
t 11 n la que ya nos hemos referido.
/,11 perversión masoquista en el nivel neurótico
1~~11 este nivel, lo típico es que el masoquismo sexual
111ine la forma de un guión actuado en el contexto de una
n·l;tc_ión objeta! experimentada como segura. Las dinámi-
1·11 :..; inconscientes típicas, que se centran en conflictos edí-
picos, incluyen la necesidad de negar la angustia de cas-
1 rnción y de apaciguar a un superyó rudo para obtener
1111a gratificación sexual que tiene significados incestuo~
Hrn;. Los guiones inconscientes incluyen también la actua-
c.i0ñ' de identificaciones conflictivas con el otro sexo y la
identificación con un objeto incestuoso castigador, sádico.
1 ,a característica de "como si", de interpretación teatral_
dd guión sexual, como lo observo en el capítulo 16, es
Í:oiñlin a todas las perversiones en este nivel. La perver-
sión sexual puede incluir la actuación simbó.lica de las
Pxperiencias de la escena primaria (por ejemplo el trián-
g-ulo edípico) en la forma de un ménage a trois, en el cual
el sujeto masoquista es obligado a presenciar r~.
sexuales entre su objeto amoroso y un rival, como condi-
ción para la cópula y la gratificación sexual.,
La perversión masoquista por lo general, pero no nece-
sariamente, incluye a un compañero. Hay formas maso-
quistas de masturbación en las cuales el individuo se ata
y se observa en un espejo mientras experimenta dolor,
como precondición para el orgasmo, y las fantasías mas-
turbatorias pueden tener un carácter masoquista obliga-
81
l
torio. La presencia o ausencia real de un objeto es a mi
juicio menos importante que el hecho de que una relación
objeta! subtienda toda la conducta sexual; las caracterís-
ticas manifiestas son menos importantes que las fantasías
conscientes e inconscientesque reflejan la estructura obli-
gatoria de la perversión. Por lo general, el guión perverso
es claramente detallado por el individuo; la representa-
ción reiterada y puntillosa de ese guión constituye una
fuente de reaseguramiento contra las angustias incons-
cientes y también un prerrequisito del placer sexual y el
orgasmo.
El masoquismo sexual con rasgos
autodestructivos o de otro tipo
En contraste con el nivel del masoquismo que acaba-
mos de describir, hay pacientes cuya conducta parece pri-
vada de rasgos de seguridad y presenta una característica
de peligro que puede llevar a la mutilación, la automu-
tilación e incluso a la muerte accidental. Estas conductas
se encuentran en pacientes con ?rganización límite de la ,
personalidad.
- Un paciente con personalidad narcisista y rasgos
abiertamente límite les pedía que lo ataran a hombres
que conocía fortuitamente en bares frecuentados por sado-
masoquistas. Provocaba a esos hombres a peleas serias
en las cuales él era a veces dañado fisicamente. En varias
ocasiones había sido amenazado a punta de pistola y roba-
do mientras participaba en esos encuentros sexuales aza-
rosos.
Otra paciente, una mujer blanca de clase media de
poco más de veinte años, sólo podía experimentar excita-
ción sexual al prostituirse con hombres mucho mayores
o negros, en vecindarios peligrosos. Tenía conciencia de
82
q 1 w el peligro potencial para su vida era una fuente de
Pxcitación en tales encuentros. También padecía de una
111·rsonalidad narcisista con rasgos infantiles y maso-
q11istas.
En estos casos, la perversión sexual surge del marco
"rnmo si", o de representación o actuación teatrales, y
r5·fleja una seria patología de las relaciones objetales.,A__
v1•ce~ _ ?º hay ninguna conducta real de automutilación,
ni 110 una actividad sexual de carácter raro, en la cual apa-
n •cen abiertamente contenidos anales, uretrales u oral~
q1u~ colorean la pauta masoquista, impregnándola de una
1'111 ridad primitiva, pregenital. Un paciente--rema ef
r;i,~uiente modo preferido de relación sexual con la esposa.
1'11 ra lograr el orgasmo por medio de la masturbación, él
In hacía sentar en un inodoro especialmente construido
q1u• le permitía defecarle en la cara mientras él la obser-
v11lia. Este paciente tenía rasgos de personalidad severa-
1111•11te paranoides, además de una estructura masoquista
cl1• la personalidad.
J~I modo de gratificacÍón masturbatoria que prefería
111.ro paciente era vadear el arroyo del lugar, tan barroso
q111· se hundía hasta la rodilla mientras se masturbaba
1•11 l'I agua, lo que hacía por la noche, para que no lo vie-
11111 los vecinos. Este paciente también presentaba una
organización límite de la personalidad, con rasgos para-
1111idus, esquizoides e hipocondríacos, y aislamiento social.
l•~stos casos tienen en común: 1) impulsos agresivos
f11nrtes, primitivos; 2) una patología severa de las relac10-
1111H objetales; 3) un predominio de los conflictos y metas
1•1hpicos en el guión sexual masoquista, y 4) falta de inte-
v,rnciÓ_n de las funciones su e oicas. Estos pacientestam-
l1i1;n revelaban confusión de la identida sex~ e modo
q111i las interacciones homosexuales y heterosexuales for-
11111ban parte de su vida sexual, con el guión masoquista
q110 representaba su rasgo organizador primario.
83
/,us formas extremas de la automutilación
y d autosacrificio
{
,,- El nivel más severo de la perversión sexual masoquis-
ta es ilustrado por pacientes que intentan la autocastra-
ción como parte de un ritual religioso o de la sumisión a
un objeto primitivo idealizado, extremadamente sádico.
No he tenido la oportunidad de ver personalmente tales
casos, aunque sí he observado a pacientes cuyas apeten-
cias y conductas de automutilación formaban parte de una
patología claramente psicótica. También ubicaría en este
clvel a algunos pacientes límite con una conducta auto-
mutiladora que presenta una característica erótica: por
ejemplo, pacientes que muerden y tragan su mucosa bucal
o sus uñas, que emprenden la automutilación de dedos de
manos y pies o cuya masturbación está ligada a algún
daño automutilador de sus genitales. Los pacientes que
~servado con estas características presentah~::..
drome del narcisismo maligno y se superponían mucho
~on el grupo autodestructivo, iÜipulsivamente suicida y/o
automutilador, que hemos descrito antes. La diferencia
principal reside en la calidad repetitiva de la conducta
automutiladora; ésta parece más rara e insidiosa que las
crisis autodestructivas del primer grupo. La erotización
del dolor y la automutilación parece haber adquirido el
significado de un triunfo sobre la vida y la muerte, sobre
'elciolor yel miedo e, inconscientemente, sofüe Todo el
mundo de las relaciones objetales. Estos pacientes suelen
tener un pronóstico pobre en el tratamiento psicoterapéu-
tico.
En resumen, propongo el agrupamiento siguiente de
los síndromes masoquistas:
A. En el nivel neurótico de la organización de la per-
sonalidad:
84
I. trastorno depresivo-masoquista de la persona-
lidad,
:!.. enamoramiento masoquista,
:1. perversión masoquista.
1 \. l~n el nivel límite de la organización de la persona-
lidad:
l. trastorno sadomasoquista de la personalidad,
:G. masoquismo sexual con rasgos autodestructivos
y/o otros rasgos regresivos,
:3. formas extremas de automutilación y autosacri-
ficio.
ALGUNAS IMPLICACIONES
DEL AGRUPAMIENTO PROPUESTO
l ,a nosología precedente apunta al amplio espectro de
111 patología que puede clasificarse como masoquismo, y
11 lw-i diversas condiciones estructurales y psicodinámicas
q111~ codeterminan los rasgos y la severidad clínica de cada
11110 <le estos síndromes.
Una dimensión importante y obvia es la universalidad
d(• los rasgos masoquistas sexuales como parte de la vida
11( •xual en todos los niveles de la normalidad y la patología
1 capítulos 15, 16, 17). La relación íntima entre el maso-
quismo erótico y la agresión, tanto en las fantasías como
1111 la conducta sadomasoquistas, y la función crucial de
111 agresión como factor determinante de la gravedad del
masoquismo, son índices de una dinámica básica de los
conflictos instintuales en todos los niveles de la psicopa-
t.ología: el interjuego y alistamiento de los impulsos libi-
dinales y agresivos.
En los niveles neuróticos del masoquismo, la agresión
He alista al servicio del erotismo; en los niveles límite, el
85
erotismo se alista al servicio de la agresión; en el nivel
más profundo, el erotismo se desvanece por completo y
cede el campo a lo que parece una cultura de la agresión
casi pura.
La calidad y el grado de la integración del superyó
parecen constituir otro aspecto organizativo central del
masoquismo, no sólo en la transformación gradual del
masoquismo erótico en masoquismo moral sino también
como un marco para el masoquismo, tanto erótico como
moral; ese marco diferencia claramente la patología maso-
quista de nivel superior (con buena integración del super-
yó), de los síndromes de nivel inferior (con patología grave
del superyó). El nivel general de la organización del yo
-sea límite o neurótica- colorea tanto la calidad de las
relaciones objetales que constituyen la matriz de las fan-
tasías y la conducta masoquistas, como incide en la medi-
da en que el masoquismo sexual puede ser contenido en
el seno de una relación amorosa integrada. Finalmente,
la consolidación de un sí-mismo patológico grandioso,
como parte de una estructura narcisista de la personali-
dad, conduce a procesos de idealización totalmente distin-
tos del funcionamiento narcisista normal en el contexto
de una estructura intrapsíquica tripartita integrada. La
idealización erótica que refleja la proyección de un ideal
del yo produce resultados muy distintos de los de la
idealización erótica que refleja la proyección de un sí-mis-
mo patológico grandioso.
En síntesis, la organización del yo, el desarrollo del
superyó, la organizaciónnarcisista y el grado de integra-
ción de la sexualidad infantil perversa polimorfa codeter-
minan el nivel y los rasgos clínicos de la patología maso-
quista. La psicodinámica edípica, que incluye la angustia
de castración y los conflictos relacionados con el incesto,
es central en el masoquismo moral y la perversión maso-
quista en la organización neurótica de la personalidad; la
86
1·11111l1·minci6n de estos conflictos con conflictos preedípicos
p11l11ló¡•;icamente dominantes, centrados en la agresión
pr111•dípica, produce las condiciones regresivas caracterís-
lirn:1 dP los síndromes masoquistas en el nivel de la orga-
111~. 1ll'i(m límite de la personalidad.
l ,t •R síndromes clínicos que he descrito ilustran de qué
111rnl11, en el extremo del espectro, el concepto de masoquis-
11111 M(~ confunde con otras categorías diagnósticas y con-
1>1 ld .. rnciones psicodinámicas. Por ejemplo, la tolerancia
1111rr11a 1 al displacer (en el trabajo duro, la posposición de
111 ~:r;1tificación, el reconocimiento de la propia agresión),
1·1111111 parte de esfuerzos sublimatorios, ya no es masoquis-
1110 nn sentido estricto; la excitación erótica de las formas
111l1H leves del dolor, la degradación lúdica y la humillación
1·1111w parte de las interacciones sexuales normales tienen
l 1111l.:1s funciones y presentan tantos rasgos evolutivos que
.. 1 ti·rmino "masoquismo" ya no dice nada específico sobre
In 1 rnnducta. En el otro extremo, los efectos autodestruc-
t 1vos de las psicopatologías límite y psicótica quizá tam-
111wo merezcan este término: en tales casos puede haber
11 1 qH ~ctos autodestructivos, pero muy difícilmente erotiza-
rnm del dolor, y menos aún masoquismo moral. Es cierto
lfllP Freud (1920, 1924, 1937) vinculó el masoquismo a la
p11lsión de muerte, de modo que, a mi juicio, el masoquis-
111<1 primario representa el origen instintual de la autodes-
t.ructividad; pero la equiparación del masoquismo con la
11utodestructividad en los niveles más severos de la psi-
ropatología diluye el significado específico del masoquismo
rnmo entidad psicopatológica.
Otro factor que afecta nuestra comprensión de concep-
t.o de masoquismo es el narcisismo normal y patológico.
1 ,a entrega masoquista proporciona gratificación narcisis-
ta; la personalidad depresivo-masoquista obtiene una gra-
tificación narcisista de la sensación de ser injustamente
tratado y por lo tanto implícitamente superior al objeto
87
d<·~;c!e el punto de vista moral. El precio autopunitivo que
,'4 < ~ paga por la gratificación sexual normal, por el éxito o
por la creatividad, ta:rµbién gana la aprobación del super-
yó, y por lo tanto un aumento de la autoestima. En la
medida en que el superyó normal y el neurótico regulan
la autoestima mediante la aprobación o la crítica dirigidas
al sí-mismo, las pautas conductuales masoquistas tienen
funciones importantes en el mantenimiento neurótico de
la autoestima y, en términos meta psicológicos, en el ase-
guramiento de la provisión narcisista del yo. Pero enton-
ces todas las formaciones caracterológicas neuróticas tie-
nen esa función narcisista; no existe una vinculación
única entre el masoquismo y el narcisismo. La autoi-
dealización en la fantasía vinculada a los enamoramientos
masoquistas puede considerarse un ejemplo de la conse-
cuencia narcisista de una estructura masoquista subya-
cente.
En contraste, en el nivel más profundo del enamora-
miento patológico, la proyección del sí-mismo patológico
grandioso crea una aspiración narcisista de características
autodestructivas e impresiona al observador como profun-
damente masoquista. Pero en este caso el masoquismo,
limitado a una relación objeta!, es esencialmente un refle-
jo de la psicopatología narcisista característica de las otras
relaciones objetales del paciente, y no tiene la función
punitiva del masoquismo moral y el placer en el dolor.
En trabajos anteriores he definido la reacción terapéu-
tica negativa como un empeoramiento del estado del
paciente, en particular cuando está "percibiendo conscien-
te o inconscientemente al terapeuta como un objeto bueno
que intenta proporcionarle una ayuda significativa" (1984,
pág. 241). He postulado tres niveles de la reacción tera-
péutica negativa, que derivan de: 1) "un sentimiento de
culpa inconsciente", típico de las personalidades depresi-
vo-masoquistas; 2) "la necesidad de destruir lo que se reci-
88
1111 d1·I L1 1rapeuta a causa de una envidia inconsciente a él",
f.lpi1 ·11 d1! las personalidades narcisistas, y 3) "la necesidad
d11 il1•:-d.ruir al terapeuta como objeto bueno, debido a la
ld111il ificnción inconsciente del paciente con un objeto sádi-
1•0 prilllitivo que exige sumisión y sufrimiento como con-
dki1111 mínima para mantener cualquier relación objetal
•i~:11if'icativa" (pág. 241).
/\la luz de los descubrimientos que presentamos aquí,
volVl'ría a decir que el primero y más leve nivel de la reac-
1'11i11 t.l'rapéutica negativa (derivado de un sentimientó de
1'1 tipa inconsciente) es sin duda típico de las estructuras
cl1•pn!Hivo-masoquistas de la personalidad, y también pue-
d1• 11parecer en el psicoanálisis de una perversión maso-
q1ii:--ita en un nivel neurótico. En cambio, los niveles _
111•1:1111do y tercero de la reacción terapéutica negativa
1•1 :t.:í n relacionados con otros tipos de patología maso-
q11 i:--itn.
La reacción terapéutica negativa debida a la envidia
111rn11sciente al terapeuta es típica de pacientes con estruc-
l 11ra narcisista de la personalidad, pero también puede
d1· :--i arrollarse en pacientes con personalidades sadomaso-
q11i:--itas, cuyo sentimiento de culpa inconsciente por ser
11 _v11dadas es reforzado por la envidia y el resentimiento
q11e les suscita el terapeuta, en tanto éste está libre del
potencial destructivo y autodestructivo del que estos
p:1cientes no pueden escapar. Por lo tartto, diría que una
n·;1cción terapéutica negativa que resulta de la envidia
i 11consciente no está vinculada tan específicamente a la
patología narcisista como lo propuse antes.
Con respecto a los tipos más severos de reacción tera-
péutica negativa (vinculada a la experiencia de un objeto
11moroso primario como destructivo, de modo que el amor
:--;ólo puede expresarse como destrucción) me parece que
ósta es una dinámica esencial en los casos más severos
de patología masoquista, en términos de conductas auto-
89
destructivas difusas con implicaciones caracterológicas,
y también de perversiones masoquistas sexuales primi-
tivas con primitivización de la agresión peligrosa (incluso
para la vida). En trabajos anteriores basados en la des-
cripción que da Jacobson (1964) del desarrollo del superyó,
me he referido a lo que consideraba responsable de la
patología de las relaciones objetales y del desarrollo del
superyó en estos pacientes:
1) La experiencia de los objetos externos como omnipo-
tentes y crueles; 2) la sensación de que cualquier relación
buena, afectuosa, recíprocamente gratificadora, con un
objeto, es frágil, fácilmente destruible y -lo que es peor-
contiene las semillas de un ataque del objeto opresor y
cruel; 3) una sensación de que lo único que hace posible
la supervivencia es la sumisión total a ese objeto, y de que,
por lo tanto, hay que cortar todos los lazos con un objeto
bueno y débil; 4) una vez lograda la identificación con el
objeto cruel y omnipotente, una sensación vigorizante de
poder y goce, de estar libre de miedo, dolor y temor, y de
que la gratificación de la agresión es el único modo signi-
ficativo de relacionarse con los otros, y 5) como alternativa
el descubrimiento de una vía de escape en la adopción de
un modo de comunicación completamente falso, cínico o
hipócrita, en la anulación de todos los juicios que impli-
quen comparar los objetos buenos y malos, en la negación
de la importancia de cualquier relación objeta!, o de la
maniobra exitosa en el caos de las relaciones humanas
(1984, pág. 299).
También me haresultado útil la idea de Fairbairn
(1954) de la "defensa moral contra los objetos malos" en
la forma de una transformación intrapsíquica de las rela-
ciones internalizadas con los objetos malos primarios. De
hecho, la descripción que da Jacobson (1964) de los niveles
tempranos de desarrollo del superyó y la descripción por
Fairbairn de las vicisitudes de la internalización de los
objetos malos presentan correspondencias sorprendentes,
90
111111 vez superadas las barreras semánticas y las incom-
1111 ti hilidades meta psicológicas básicas. Permítaseme citar
11 l•':iirbairn con algún detenimiento:
Al convertirse en malo, en realidad asume sobre sí la
carga de la maldad que parecen tener sus objetos. Por este
medio busca purgados de su maldad y, en la medida en
que lo logra, lo recompensa la sensación de seguridad que
característicamente confiere un ambiente de objetos bue-
nos. Decir que el niño toma sobre sí la carga de la maldad·
que parece haber en sus objetos equivale desde luego a
(h~cir que internaliza los objetos malos. La sensación de
Heguridad exterior que resulta de este proceso de interna-
1 ización, sin embargo, puede quedar seriamente compro-
llldida por la presencia resultante dentro de [el sujeto] de
los objetos malos internalizados. De modo que la seguridad
(•xt.erior se compra al precio de la inseguridad interior, y
1•11 adelante su yo queda a merced de los quintacolumnis-
f.11H o perseguidores internos, contra los cuales primero hay
quo erigir defensas con rapidez, y después consolidarlas
111 horiosamente ...
En la medida en que el niño se inclina hacia sus objetos
1111110::; internalizados, se vuelve condicionalmente (es decir,
111ornlmente) malo frente a sus objetos buenos internali-
:t.11dos (es decir, su superyó); y en la medida en que se resis-
te· 11 la atracción de sus objetos malos internalizados, se
v11l'lve condicionalmente (es decir, moralmente) bueno
fn•nte a su superyó. Es obviamente preferible ser condi-
('io1111lmcnte bueno y no condicionalmente malo, pero, a
1'11 I t.11 de bondad condicional, resulta preferible ser condi-
('ionnlmcnte malo y no incondicionalmente malo ...
l•:H preferible ser un pecador en el mundo regido por
1 lioH, y no vivir en un mundo gobernado por el Demonio ...
1°:11 1111 mundo gobernado por el Demonio, el individuo
podría Halvarse de la maldad de ser un pecador, pero es
1111ilo porque es malo el mundo que lo rodea. Además, no
p111•do tener ninguna sensación de seguridad ni esperanza
el(• l'(•dtinci6n. La única perspectiva es muerte y destruc-
1'1611 1 p1'tgs. 65-66).
Hl
Sea cual fuere el modelo con el que uno congenia,
resulta que la influencia persistente de los precursores
sádicos tempranos del superyó (un rasgo esencial de los
niveles más profundos de la patología masoquista) tiene
efectos devastadores sobre todas las siguientes interna-
lizaciones de relaciones objetales. En el mundo interno de
estos pacientes, y por lo tanto en sus percepciones de su
realidad interpersonal, uno es extremadamente poderoso
y despiadado o corre el riesgo de ser destruido o explotado.
Si las relaciones objetales buenas están en constante peli-
gro de destrucción por esas fuerzas malignas, esta debi-
lidad implícita las desvaloriza. De este modo, la patología
primitiva del superyó y la patología de todas las otras
relaciones objetales internalizadas se refuerzan recípro-
camente. La activación de esos precursores sádicos del
superyó, en la transferencia de los tipos más severos de
masoquismo del espectro total explorado, se refleja en las
relaciones sadomasoquistas con el analista, que determi-
nan los tipos más graves de reacción terapéutica negativa.
El paciente requiere que el terapeuta sea malo, como
defensa primitiva contra una agresión de otro modo difusa
y peligrosa, pero esa misma maldad del terapeuta ame-
naza con impedir que el paciente reciba algo bueno de él.
La perseverante interpretación por el analista de este
nivel regresivo de la transferencia tiene una importancia
crucial para ayudar a los pacientes a superar una psico-
patología masoquista profundamente regresiva.
92
l
·! 1 ,( >:-.; 'l'ltA8'l'ORNOS HISTÉRICO E HISTRIÓNICO
DE LA PERSONALIDAD
l•:n este capítulo se describen dos trastornos de la per-
t401111lidad relacionados entre sí. El primero es el trastorno ·
lai1di•f'ico de la personalidad, caracterizado por un sentido
d11 111 identidad esencialmente intacto, capacidad para
11111111.lmer relaciones con los otros estables, discriminati-
v1111, 1~mocionalmente ricas y empáticas, que suponen tole-
rn1wia a la ambivalencia y la complejidad, y un predomi-
~ · 11 in de mecanismos de defensa centrados en la represión.
l•:I t.rnstorno histérico de la personalidad tal como lo defi-
11i111os aquí no aparece en el DSM-111-R.
I•:t segundo es el t~storno histriónico de la persona-
11 dnd,_que incluimos con la misma definición que se da de
111 t•n el DSM-111-R. Corresponde a lo que otros han deno-
111 i nado trastorno "infantil", "histeroide'~ "histeroide dis-
ffi rico", "emocionalmente inestable" e histérico "de los
t.i pos 3 y 4 de Zetzel" (Zetzel, 1968): son pacientes cuyos
11i11t9mas histéricos manifiestos ocultan una patología más
11 rofl!llila.. El trastorno histriónico de la personalidad ~
1111 la categoría de la organización límite de la personali-
dad, es decir, ~e caracteriza por un síndrome de difusión
de ll:l~tidad, patología severa de las relaciones obje-
t.ales y predominio de la o eración defensiva primitiva
<~t!ritrada en la escisión.
93
l
CUESTIONES POLÉMICAS
Este ámbito de los trastornos de la personalidad,
antes agrupados bajo el encabezamiento común de "his-
teria", está inficionado por una terminología confusa y
superpuesta y marcos de referencia clínicos y teóricos
cambiantes. Algunos estudios empíricos realizados en
Estados Unidos y otros países (resumidos con amplitud
por Mersky [1979]; los coautores del libro de Roy [1982]
sobre la histeria, y en Cavenar y Walker [1983]) han cla-
rificado un tanto estas cuestiones, señalando al mismo
tiempo los puntos en los que persiste la falta de acuerdo
e información.
Por un lado, aparentemente se está llegando a concor-
dar en que, cuanto más severo es el trastorno de la per~
sonalidad dentro del espectro histérico, con más probabi-
lidad habrá síntomas somáticos correspondientes a la
"histeria de conversión". Por la misma razón, los pacientes
con "reacciones disociativas" graves o incluso reacciones
psicóticas que otrora habrían sido clasificadas como
"psicosis histéricas", también presentan perturbaciones
graves de la personalidad dentro del amplio espectro ante-
riormente denominado "histérico". Pero estas perturba-
ciones parecen superponerse con las ahora agrupadas en
el espectro "límite".
Por otra parte, cuanto más corresponde el trastorno
de la personalidad a la "personalidad histérica" de la lite-
ratura psicoanalítica (es decir, a perturbaciones de la per-
sonalidad próximas al mejor funcionamiento o al extremo
"neurótico" del espectro "histérico"), más débiles son las
conexiones entre los síntomas de conversión, las reaccio-
nes disociativas y el trastorno histérico de la personalidad
propiamente dicho. En síntesis, la impresión paradójica
que transmitía en el pasado la literatura sobre la histeria
consiste en que las relaciones entre el trastorno de la per-
94
sonalidad, la reacción de conversión y los síntomas diso-
1'.iativos son más fuertes cuando las perturbaciones de la
personalidad son más severas y se funden con otros ti pos
graves de personalidad, y más débiles cuando aparecen
las características más distintivas de la personalidad his-
lérica.
Trazar distinciones más claras entre el síndrome de
conversión, el síndrome disociativo y el trastorno de la
personalidad parece un primer paso razonable para cla-
rificar este ámbito de la psicopatología.
El principal problema discutido en la literatura a lo
largo de los años (Marmor, 1953;Chodoff y Lyons, 1958;
l•:asser y Lesser, 1965, 1966; Lazare y otros, 1966, 1970;
Lazare, 1971; Luisada y otros, 1974; Chodoff, 1974; Blac-
ker y Tupín, 1977; Krohn, 1978; Millon, 1981; Tupín,
1 ~)81) es el de si la personalidad histérica debe conside-
rarse en términos de la gravedad de los rasgos de carácter
patológicos o hay que diferenciar el "trastorno histérico
de la personalidad", que corresponde a las descripciones
dúsicas realizadas por Reich (1933), Abraham (1979), Wit-
tds (1931) y Fenichel (1945), del trastorno de la persona-
lidad correspondiente a la organización de la personalidad
rnús regresiva, "límite'', denominada "personalidad histe-
roide" (Easser y Lesser, 1965), "tipos 3 y 4 de Zetzel" (Zet-
zel, 1968) o "infantil" (Kernberg, 1975).
La definición del DSM-III-R ubica claramente el tras-
torno histriónico de la personalidad dentro de este segun-
do tipo, más perturbado. Podría sostenerse que el DSM-
1/ l-R optó por subsumir todo el espectro del trastorno
histérico de la personalidad bajo el encabezamiento de
"trastorno histriónico de personalidad", en lugar de adop-
1.::r-1a solución restrictiva, con dos tipos, que parecen indi-
car los datos clínicos. No obstante, la descripción clínica
de este trastorno en el DSM-III-R niega este supuesto:
dla corresponde sólo al extremo regresivo del espectro y
95
deja fuera lo que podría denominarse la "personalidad his-
térica".
Con independencia del lugar en que uno se ubique en
cuanto a las cuestiones conceptuales, clínicas y de inves-
tigación que pueden influir en nuestra perspectiva de es-
ta región de la psicopatología, sugiero un enfoque razo-
nable para por lo menos las cuestiones semánticas: 1) la
personalidad histérica clásica incluye un amplio espectro
de rasgos caracterológicos patológicos relacionados, que
van desde el trastorno histérico de la personalidad pro-
piamente dicho hasta el nivel "superior" del trastorno
"histriónico" (en el sentido del DSM-III-R), histeroide, in-
fantil o de los tipos 3 y 4 de Zetzel en el nivel más bajo;
2) este trastorno de la personalidad "del nivel más bajo"
también corresponde a lo que el DSM-III-R y los inves-
tigadores empíricos que trabajan en este ámbito han de-
signado como "trastorno límite de la personalidad". Pa-
ra la concepción psicoestructural de Stone (1980; véase ,
también Kernberg, 1984) la personalidad infantil (tras-
torno límite de la personalidad en el sentido del DSA1-III-
R) es un tipo incluido en el espectro más amplio de la "or-
ganización límite de la personalidad".
Por razones heurísticas, emplearé la expresión "tras-
torno histérico de la personalidad" para designar el nivel
más alto de este espectro; trataré a éste y al "trastorno
histriónico de la personalidad'', que corresponde al nivel
más bajo, de manera separada. No obstante, en realidad
el clínico encontrará pacientes que presentan niveles in-
termedios de psicopatología, de modo que estos tipos "pu-
ros" pueden considerarse extremos de un continuo o bien
tipos discretos de personalidad, con la posibilidad de for-
mas intermedias.
96
DESCRIPCIONES CLÍNICAS
Tanto el trastorno histérico de la personalidad como
cil histriónico presentan características diferentes en hom-
bres y mujeres. Los rasgos de estos trastornos comunes
11 los dos géneros resultarán evidentes en las descripciones
Híguientes.
/,a personalidad histérica en las mujeres
Una característica dominante en estas mujeres es su
labilidad emocional. Se relacionan fácilmente con los
dmnás, y son capaces de un compromiso emocional cálido
.v emocionalmente sostenido -con la importante excep-
ción de una inhibición de su responsividad sexual-. Sue-
IPn ser dramáticas e incluso histriónicas, pero su exhibi-
1:i6n de afectos es controlada y presenta cualidades
1mcialmente adaptativas. El modo como dramatizan sus
c·xperiencias emocionales puede dar la impresión de que
Hus emociones son superficiales, pero la exploración revela
otra cosa: sus experiencias emocionales son auténticas; es
po::;ible que estas mujeres sean emocionalmente lábiles,
pero sus reacciones emocionales no son incoherentes o
í mE_redecibles. Pierden el control emocional sólo frente a
1u1uellos con quienes tienen conflictos intensos, sobre todo
de naturaleza sexual y competitiva.
Con esas personas, las mujeres histéricas son procli-
ves a desarrollar crisis emocionales, pero tienen siempre
la c_apacidad de recuperarse y después evaluarlas con rea-
li::;mo. Aunque gritan con facilidad y tienden al sentimen-
talismo y el romanticismo, sus capacidades cognitivas
<•Htán intactas, y la comprensión que tienen de las reac.-
ciones humanas conÍPfejas contrasta agudamente con la
11p~ez de su despliegue emocionaL La dife-
97
rencia entre sus interacciones sociales, por lo general
apropiadas, y las relaciones objetales específicas con
implicaciones sexuales, refleja la tendencia a presenta_r
una conducta infantil regresiva sólo en circunstancias real .
o simbólicamente sexuales, o tiene que ver con personas
que estas mujeres experimentan como si desempeñaran
roles parentales . .fu!l__mpulsividad se limita a tales inte:
r-ª.cci_ones específicas o a rabietas ocas10nale~. -'
Las acientes histéricas tienden a ser esencialment
.soci bles y a relacionarse con los demás. Esta extraver-
sión es visible en sus contactos socia es áciles, y se mez-
cla con una tendencia al exhibicionismo y a depender
excesivamente de los otros. Quieren ser amadas, ser el .
~ntro de la atención y la atracción, particularmente ep
circunstancias con implicaciones sexuales. Su dependen-
cia de la evaluación que hacen de ellas otras personas es
equilibrada por la percepción clara de los requerimientos
socialmente realistas que deben satisfacer para obtener , _
ese amor y esa aprobación, y su dependencia infantil, su
aferramiento, se limita a los contextos sexuales. De
hecho, las actitudes infantiles en las relaciones íntimas
y las actitudes, por lo general maduras, en las interac-
ciones sociales comunes son características clave de la
personalidad histérica. Algunas mujeres histéricas pare-
{
cen tímidas, pero. despliegan sutilmente una seducción
sexual provocativa, que incluso puede ser acentuada por
su timidez.
~
Lo habitual es que las mujeres con personalidad his-
térica presenten una seudohipersexualidad combinada
con inhibición sexual; son sexualmente provocativas y al
mismo tiempo frígidas. Se comprometen sexualmente en
términos triangulares, es decir, con hombres inaccesibles
o a su vez comprometidos con otras mujeres. Su conducta
provocativa puede inducir a respuestas sexuales mascu-
linas que ellas quizás experimenten como intrusivas o
98
chocantes, y a las que reaccionan con miedo, indignación
.Y rechazo.
La mujer histérica es competitiva con los hombres, y
también con otras mujeres, por los hombres. La compe-
titividad con los hombres contiene miedos y conflictos
implícitos relacionados con una consciente o inconscien-
temente asumida inferioridad respecto de ellos. Los sub-
tipos de personalidad histérica sumisa o competitiva refle-
jan fijaciones caracterológicas de esas pautas de sumisión
(a menudo masoquistas) y competitividad. Lo caracterís-
tico es que la exploración psicoanalítica revele que estas
mujeres utilizan la conducta infantil regresiva como
defensa contra la culpa suscitada por los aspectos adultos
del compromiso sexual. Algunas mujeres tienden asome-
terse a hombres que ellas experimentan como sádicos,
para expiar sentimientos de culpa, y como precio por la
gratificación sexual. Presenta un gran interés la diferen-
cia de naturaleza entre la competitividad de estas pacien-
tes con los hombres y con las mujeres, en contraste con
las pautas más regresivamente indiferenciadas de las
reacciones patológicas respecto de hombres y mujeres en
las pacientes con trastorno histriónico de la personalidad.
Recientemente algunos aspectos adicionales de la per-
:-ionalidad histérica descritosen la literatura temprana
han sido puestos en entredicho. Por ejemplo, antes se
daba por sentado que las pacientes histéricas eran muy
:mgestionables. Las observaciones clínicas indican que la
:mgestionabilidad podría aparecer sólo en el contexto de
relaciones idealizadas, romantizadas, y aferramiento
dependiente, y que además podría convertirse rápida-
mente en suspicacia, desconfianza, enfurruñamiento o
terquedad en condiciones de competitividad intensa con
hombres o mujeres. Otra característica clásica atribuida
a la personalidad histérica es la dependencia excesiva.
No obstante, como ya hemos dicho, la dependencia carac-
99
teriza sólo a unas pocas relaciones muy intensas. Una
tercera característica atribuida a las pacientes histéricas
es el egocentrismo: un aspecto centrado en sí mismo,
autocomplaciente, vanidoso, desplegado en una conducta
exhibicionista y buscadora de atención, y en una excesiva
sensibilidad a la reacción de las otras personas. Pero esa
característica no corresponde a su capacidad real para
relacionarse profundamente con los otros, a su esta-
bilidad, lealtad y compromiso en tales relaciones. Otros
atributos que implican falta de capacidad para la inves-
tigación emocional acoplada con una deficiencia de fun-
cionamiento moral tampoco son característicos de este
trastorno de la personalidad: por ejemplo, la superficia-
lidad emocional, los afectos fraudulentos, la mendacidad
y una seudología fantástica, rasgos, todos. éstos, mencio-
nados en la literatura temprana.
Shapiro (1965) y Horowitz (1977) han descrito un esti-
lo cognitivo de las pacientes histéricas caracterizado por
la tendencia a la percepción global (en contraste con la
detallada), la desatención selectiva y representaciones
más impresionistas que exactas. Estas características qui-
zá reflejen una organización, por lo general represiva, de
las funciones de defensa, la cual, junto con la inhibición
de la competitividad (debida a una sensación inconsciente
de inferioridad como mujer), puede contribuir a provocar
la inhibición intelectual.
La personalidad histérica en los hombres
Blacker y Tupín (1977) han resumido las caracterís-
ticas de los pacientes masculinos con trastornos histérico
e histriónico de la personalidad. Sus descripciones em-
plearon como modelo un continuo de la patología del
100
rnr:ícter ordenado en función de la gravedad de los tras-
lornos, bajo el encabezamiento de "estructuras histéricas" .. ,
11: 11 los hombres con personalidad histérica se encuentra \
111 misma tendencia a la dramatización emocional y la
l11l1ilidad afectiva observable en las mujeres histéricas.
l1:ll1>s también presentan estallidos emocionales o rabietas
y conducta impulsiva e infantil en condiciones de compro-
miso emocional íntimo, mientras que en las circunstancias
Hociales comunes conservan su capacidad para la conducta
11 i forenciada.
Los hombres con personalidad histérica ponen de
manifiesto varias pautas de perturbación en su adapta-
ci<Ín sexual. Una se caracteriza por la calidad seudohiper-
masculina, la acentuación lústriónica de la conducta mas-
ndina socialmente aceptada, por lo general con acento en
In independencia, y una actitud de dominio y superioridad
1·10bre la mujeres, combinada con enfurruñamiento infantil
cuando esas aspiraciones no pueden alcanzarse.
Una pauta relacionada, aunque superficialmente
parezca contrastante, es la de una conducta seductora,
1-mtilmente afeminada, infantil, que mezcla el coqueteo y
la promiscuidad heterosexual con una actitud dependiente
respecto de las mujeres. O bien un tipo de don Juan infan-
til combina el énfasis en la ropa y las maneras masculinas
con una conducta sutilmente dependiente e infantil, y es
proclive a comprometerse en relaciones dependientes aun-
que transitorias con mujeres dominantes.
En el tratamiento, tanto el tipo afeminado como el
hipermasculino revelan una culpa subyacente, consciente
o inconsciente, por la relación profunda con las mujeres,
y una sorprendente incapacidad para identificarse con un
rol sexual masculino adulto para acercarse a la mujer, en
agudo contraste con la conducta superficial. Estas carac-
terísticas, en particular tal como las presenta el tipo seu-
dohipermasculino, corresponde a lo que Reich (1933)
101
denominó el "carácter fálico-narcisista". Estos casos deben
diferenciarse del más grave trastorno histriónico de la
personalidad en los hombres, y de la promiscuidad sexual
. como síntoma del trastorno narcisista de la personalidad
en los hombres, con la correspondiente patología grave de
las relaciones objetales.
La personalidad histriónica en las mujeres
Estas pacientes presentan una conducta egocéntrica,
aj!tocomplaciente, que sin embargo puede . coexistir con
1lna intensa dependencia de los otro&, pero su dep~a
aferrativa no necesariamente presenta reciprocidad típica
de las relaciones del trastorno histérico de la personali-
dad. Al mismo tiempo, las pacientes histriónicas poseen
una capacidad para el compromiso emocional superior a
la del emocionalmente distante trastorno narcisista de la
personalidad. Su mismo aferramiento, y la estabilidad de
sus compromisos altamente inmaduros, contrastan con la
ausencia de este rasgo en la personalidad narcisista.
A diferencia del trastorno histérico de la personalidad,
las personalidades histriónicas presentan una labilidad
emocional difusa, relaciones indiferenciadas con los otros
significativos e investiduras emocionales inmaduras, ego-
céntricas. En contraste con la extraversión socialmente
adecuada de la personalidad histérica, la personalidad
histriónica se identifica en exceso con los otros y proyecta
en ellos intenciones fantaseadas, carentes de realismo. Su
dramatización de los afectos, su conducta lábil y emocio-
nalmente explosiva, su excitabilidad general y la incohe-
rencia de sus reacciones revelan una superficialidad emo-
cional subyacente e incapacidad para las relaciones
objetales diferenciadas. A las personalidades histriónicas
les cuesta comprender profundamente a los otros y com-
102
prenderse profundamente a sí mismas; la naturaleza
infantil, aferrativa, de todas sus relaciones objetales, con-
trasta en este aspecto con la personalidad histérica. Sue-
1 en escoger compañeros matrimoniales o sexuales suma-
mente inadecuados.
Los rasgos dependientes y exhibicionistas están menos
sexualizados en el trastorno histriónico que en el trastor-
nQ histérico. La personalidad histriónica puede utilizar de
modo tosco e inapropiado la conducta sexualizada para
expresar necesidades exhibicionistas y dependientes, tien-
de a tener menos inhibiciones sexuales y es más frecuen-
temente promiscua que la personalidad histérica. En la
vida sexual de la personalidad histriónica hay menos ras-
[o"s represivos y más rasgos disociativos generalizados,
como por ejemplo la alternancia de fantasías y compro-
misos sexuales contradictorios (expresados en una conduc-
ta sexual infantil polimorfa). El grado de patología de
cada relación interpersonal en particular es proporcional
a la intensidad del compromiso o intimidad con la otra
persona.
El trastorno histriónico de la personalidad puede pre-
sentar tendencias masoquistas, pero éstas no están estre- ·
chamente ligadas a las conductas sexuales. Esta paciente
es difusamente impulsiva, lo que lleva a una impredeci-
bilidad que refuerza la inestabilidad e intensidad de las
relaciones con los otros; además presenta cólera intensa,
inadecuada, o cólera incontrolada y agudas oscilaciones
del estado de ánimo. Es proclive a los gestos e intentos
suicidas y a utilizar fantasías y apetencias suicidas para
atraer la atención y el reaseguramiento. Las amenazas
suicidas manipulativas son sólo un aspecto de las relacio-
nes interpersonales manipulativas en general. Estas
pacientes mienten con frecuencia y manifiestan conducta
_fu!isocial :y_ seudología fantástica. Estos casos deben dife-
renciarse del trastornoantisocial de la personalidad y
103
también de los trastornos narcisistas de la personalidad:
el pronóstico, con tratamiento o sin él, es mucho más
pobre para la personalidad antisocial.
Las pacientes histriónicas son proclives a desarrollar
sentimientos de despersonalización y, en casos extremos,
~~~~~,..-,-;o-~-;-~-;-;~.---,~~~,--------~-
s m tomas psicóticos transitorios de gravedad o duración
insuficiente como para merecer un diagnóstico a~l.
Estas características, además de la perturbación de la
identidad y de los rasgos generales ya descritos, también
corresponden a las enumeradas para el trastorno límite
de la personalidad en el DSM-111-R. Con estas reservas,
los criterios diagnósticos del trastorno histriónico de la
personalidad delineados en el DSM-Ill-R abarcan adecua-
damente las características significativas de las pacientes
mujeres con este trastorno de la personalidad.
La personalidad histriónica en los hombres
Las personalidades histriónicas masculinas suelen
presentar difusión de la identidad, perturbaciones graves
en las relaciones objetales y falta de control de los impul-
sos. También una conducta sexual promiscua, a menudo
bisexual, y perversa polimorfa; tendencias antisociales y,
con una frecuencia sorprendente, una explotación cons-
ciente o inconsciente de síntomas de origen orgánico o psi-
cógeno. En los pacientes varones con "neurosis de compen-
sación" y/o hipocondría se suele encontrar la inmadurez
emocional generalizada, la dramatización, la superficia-
lidad afectiva y la impulsividad características del tras-
torno histriónico de la personalidad, junto con rasgos anti-
sociales y tendencias explotativas en su relación con las
profesiones de ayuda. Los trastornos de la personalidad
denominados caóticos o impulsivos en las descripciones
anteriores, que no corresponden a la personalidad anti-
104
Hocial propiamente dicha, reflejaban lo que hoy diagnos-
ticaríamos como trastornos histriónico y narcisista de la
personalidad, en un franco nivel límite. De hecho, en todos···
los casos de pacientes varones con rasgos histriónicos, es
importante el diagnóstico diferencial respecto de la per-
Honalidad narcisista y los trastornos antisociales de la per-
Honalidad, para el pronóstico y las consideraciones tera-
péuticas.
CURSO CLÍNICO Y PRONÓSTICO
Aunque aún no se cuenta con estudios empíricos que
proporcionen pruebas sólidas respecto del pronóstico de
los trastornos histérico e histriónico, se ha observado que
las mujeres con trastorno histérico de la personalidad
mejoran su funcionamiento en la adultez tardía y la vejez,
lo cual plantea el interrogante de hasta qué punto su fuer-
~ª yoica, su capacidad para comprometerse con los otros
en el trabajo y las profesiones y la compensación gradual
de las inhibiciones y los conflictos sexuales a lo largo de
la vida pueden facilitar una mejor adaptación social e
intrapsíquica al cabo de los años. El trastorno histriónico
d~ la personalidad, en cambio, parece escompensar~
la adultez tardía y la vejez. Los efectos acumulativos de
la incapacidad para perseguir valores personales, profe-
sionales, culturales y sociales, la frecuente quiebra y el
fracaso de las relaciones íntimas y la difusión de la iden-
tidad, típicos de la personalidad de estos pacientes, pue-
den obstaculizar el aprendizaje social común y crear una
reacción circular que empeora su funcionamiento con el
curso de los años.
El trastorno histérico de la personalidad tiene un pro-
nóstico excelente con el tratamiento psicoanalítico. El pro-
nóstico del trastorno histriónico de la personalidad es sólo
105
moderadamente favorable con un tratamiento psicoana-
lítico modificado, pero mejor con psicoterapia psicoana-
lítica o exploratoria. El desarrollo en los últimos años de
una psiéóterapia psicoanalítica para los trastornos límite
de la personalidad ha mejorado el pronóstico para estos
pacientes.
ETIOLOGÍA
Freud subrayó la importancia de la etapa genital del
desarrollo y del complejo de Edipo en la histeria. Abraham
complementó esta idea con su estudio del complejo de cas-
tración femenino, desarrollando específicamente la con-
cepción de un "tipo de realización del deseo" y un "tipo de
venganza" de la personalidad histérica en las mujeres
(1920, pág. 348). Abraham especulq sobre aspectos de la
envidia del pene como un conflicto inconsciente reflejado
en rasgos descriptivos de la personalidad histérica. Wit-
tels, 1931), Reich (1972) y Fenichel (1945) desarrollaron
adicionalmente la comprensión de la relación de los con-
flictos intrapsíquicos inconscientes con las características
fenomenológicas de la personalidad histérica. Todos estos
autores subrayaron el complejo de Edipo, la angustia de
castración y la envidia del pene como su dinámica, y pos-
tularon que los conflictos pregenitales, en particular las
fantasías orales y los rasgos caracterológicos, represen-
taban una regresión defensiva contra lo edípico. También
pusieron énfasis en la prevalencia de la represión y sus
defensas relacionadas (el desplazamiento, las tormentas
afectivas, la inversión de los afectos y los tipos histéricos
de identificación), además de indicar las manifestaciones
de los conflictos y defensas instintuales en la neurosis de
transferer;icia de estos pacientes.
Marmor (1953), en agudo contraste, sostuvo que en el
106
rn rácter histérico tienen una importancia fundamental las
fijaciones orales, que ellas le dan al complejo de Edipo de
Pstos pacientes un fuerte matiz pregeriital y que la mayor
frecuencia de la histeria en las mujeres podría reflejar en
parte la facilitación cultural de la "agresividad oral, la
dependencia y la pasividad", como rasgos femeninos, más
aceptables en las mujeres que en los hombres. Las discu-
:-iiones ulteriores en la literatura psicoanalítica, estimu-
ladas por el trabajo de Marmor, llevaron gradualmente a
comprender que hay sin duda pacientes con conflictos pre-
dominantemente orales, que se centran en la dependencia
patológica, la pasividad y sobre todo pruebas de pertur-
baciones profundas en las relaciones preedípicas madre-
infante, pero que estos casos correspondían a lo que ahora
denominamos trastornos histriónico, infantil o histeroide
de la personalidad, mientras que la psicodinámica de la
angustia de castración y del complejo de Edipo correspon-
de a la personalidad histérica propiamente dicha, tal como
se la define ahora.
Easser y Lesser (1965, 1966), Zetzel (1968; véase tam-
bién Kernberg, 1975) se centraron en la relación entre los
niveles de gravedad dentro del espectro histérico y las
correspondientes diferencias en los conflictos inconscien-
tes prevalecientes, las operaciones defensivas, la estruc-
tura del yo y las características de la transferencia. Según ~,
estos autores, los conflictos predominantes de la persona-
lidad histérica propiamente dicha son edípicos y se rela-
cionan con la fase genital del desarrollo psicosexual. La
estructura yoica de estos pacientes está organizada en tor-
no a la represión, y se caracteriza por una sólida identidad
del yo, tal como se refleja en las manifestaciones típicas
de los desarrollos transferenciales neuróticos. Las regre-
siones orales de estos pacientes son temporarias y defen-
sivas, y pueden resolverse con la intepretación, conducien-
do de tal modo a los conflictos edípicos centrales. Los
107
r
trastornos de la personalidad histriónico, infantil, histe-
roide o de los tipos 3 y 4 de Zetzel, en contraste, presentan
típicamente una condensación de rasgos preedípicos y edí-
picos, con predominio de la agresión preedípica (especial-
mente oral) y una organización del yo centrada en la diso-
ciación o escisión primitivas, y en los mecanismos de
defensa relacionados con ella; . éstos se expresan en el tra-
tamiento en las transferencias primitivas "de objeto par-
cial" típicas de los pacientes límite.
La dinámica de la familia y los factores culturales
Si bien la mayor partede la información sobre este
tema surge de los historiales registrados de los pacientes
y de la exploración psicoanalítica de sus experiencias
l
pasadas, esta literatura transmite un consenso creciente
en cuanto a que las mujeres con trastorno histérico de la
personalidad provienen de familias más bien estables con
ciertas características comunes. Los padres son descritos
como seductores, pero su conducta de seducción y estímulo
sexual excesivo respecto de las hijas se combina con acti-
tudes bruscas, autoritarias y a veces sexualmente puri-
tanas también respecto de ellas; la seducción durante la
niñez de la hija se convierte típicamente en prohibición
de los compromisos sexuales románticos en su adolescen-
cia. Las madres de estas pacientes son descritas como
dominantes y controladoras de la vida de las hijas, y a
menudo dan la impresión de que a través de éstas inten-
tan realizar sus propias aspiraciones insatisfechas. Al
mismo tiempo, estas madres son eficaces y responsables
en el hogar y en sus funciones comunitarias.
Se cuenta con menos información acerca de los ante-
cedentes familiares del trastorno histriónico de la perso-
nalidad. En general, parece que estos pacientes provienen
108
do familias más perturbadas, con conflictos profundos1
t'l'<ínicos que involucran las relaciones madre-hijo y tras-
t.ornos graves de la personalidad en las madres.
Parece haber un consenso cada vez mayor en cuanto
u que los factores culturales desempeñan un papel fun-
dn mental en la determinación de la organización de los
rm;gos patológicos del carácter que median las relaciones
Pntre los conflictos intrapsíquicos inconscientes y la adap-
t.nción social. Los estereotipos culturales respecto de los
roles genéricos, las relaciones de poder entre los sexos y
los límites de la conducta sexual alentada y permitida se
consideran de importancia crucial en la organización diná-
mica de los rasgos psicológicos del carácter. La literatura
:·mbre este tema es aún principalmente especulativa, pero
quizá los estudios empíricos ayuden a clarificar estas
cuestiones y a reducir de ese modo la tentación de resol-
verlas sobre la base de las tendencias teóricas o el com-
promiso ideológico.
EL DIAGNOSTICO Y EL DIAGNOSTICO DIFERENCIAL
El diagnóstico diferencial más importante de los tras-
tornos de la personalidad histérico e histriónico consiste
primeramente en distinguirlos entre sí. Sólo en segundo
lugar es necesario diferenciarlos de otros trastornos de la
personalidad. La importancia de este diagnóstico diferen-
cial reside en las diferencias significativas que existen
entre estos trastornos en cuanto al pronóstico y el trata-
miento. La descripción clínica que hemos presentado debe
hacer posible este diagnóstico diferencial.
En lo que concierne al diagnóstico diferencial respecto
de otros trastornos de la personalidad, l~onal~
hist' · tiene ue diferenciarse en primer lugar Clelíras-
torno narcisista, ~on el cual se a tiende a confundir.
109
Ambos trastornos entrañan una conducta buscadora de
atención y exhibiclüñista; la princi a cia reside en
la capacidad e paciente para las relaciones objetales. Lo
típico es que las personalidades narcisistas carezcan de
esta capacidad, sean inestables en sus compromisos
sexuales y presenten una frialdad que contrasta con la
calidez y el compromiso de la personalidad histérica.
En las mujeres de alta inteligencia y ricos anteceden-
tes culturales, el trastorno histérico de la personalidad
tiende a confundirse con la personalidad obsesivo-com-
pulsiva (el trastorno compulsivo de la personalidad del
DSM-III-R). La competitividad de estas mujeres con los
hombres y otras mujeres puede tomar una forma predo-
minantemente intelectual, dando una calidad seudoobse-
si va a sus racionalizaciones y al empleo de la intelectua-
lización.
En las mujeres histéricas con fuertes rasgos masoquis-
tas que reflejan prohibiciones inconscientes contra la
libertad y el goce sexuales, tiene interés el diagnóstico
diferencial respecto del trastorno depresivo-masoquista
de la personalidad (véase el capítulo 3). Esta categoría no
se encuentra en el DSM-III-R, aunque coincide mucho con
el trastorno autodestructivo de la personalidad delineado
allí tentativamente. Ha sido descrito por Laughlin (1967),
quien clasifica los rasgos de carácter del trastorno depre-
sivo-masoquista de la personalidad como reflejos de: 1) un
funcionamiento excesivamente rudo del superyó; 2) exce-
siva deper dencia del respaldo, el amor y la aceptación de
los otros, y 3) dificultades para expresar la agresión. En
muchos sentidos las tres categorías presentan un "meta-
bolismo" defectuoso de las necesidades de dependencia
como cuestión predominante. Estos pacientes se sienten
culpables debido a su intensa ambivalencia respecto de
los objetos amados y necesitados, y se frustran con faci-
lidad si no se gratifican sus anhelos dependientes. Pero,
110
en contraste con el trastorno histérico de la personalidad,
no tienen conflictos sexuales notables ni, especialmente,
inhibiciones sexuales.
Una promiscuidad sexual presente en los trastornos ,..__
histérico, histriónico y narcisista de la personalidad suele
conducir a la exploración del diagnóstico diferencial de
estas condiciones. La promiscuidad sexual en los trastor-
nos depresivo-masoquista e histérico surge de la culpa
inconsciente. Lo típico es que estos pacientes den pruebas
de estabilidad sólo en las relaciones sexuales de carácter
masoquista. La personalidad histérica, en particular, sólo
tolera una experiencia sexual satisfactoria cuando tiene
lugar con sufrimiento objetivo o simbólico. La capacidad
de estos pacientes para comprender, diferenciar y empa~
tizar con sus objetos amorosos es notablemente alta, en
contraste con la correspondiente incapacidad del trastorno
narcisista de la personalidad. La promiscuidad sexual en
el trastorno narcisista de la personalidad va de la mano
con una patología grave de las relaciones objetales. Ade-
más, el trastorno narcisista presenta como característica
típica la prevalencia de los mecanismos de defensa de
grandiosidad y omnipotencia, la identificación proyectiva,
la idealización y la desvalorización, mientras que el tras-
torno histérico presenta defensas de nivel superior. La
promiscuidad sexual del trastorno histriónico forma parte
de una calidad general perversa polimorfa de la vida
sexual, con poca represión de la fantasía sexual y una con-
ducta sexual desinhibida, a menudo caótica.
En todos los trastornos de la personalidad puede
haber depresión como síntoma prevaleciente. Los trastor-
nos depresivo-masoquista, histérico, histriónico y narci-
sista suelen presentar reacciones depresivas agudas o cró-
nicas, que constituyen en conjunto la denominada
depresión caracterológica. La expresión "disforia histeroi-
de" (Liebowitz y Klein, 1981) se refiere precisamente a los
111
pacientes histriónicos con esa disposición crónica a la
depresión, y se ha planteado la cuestión de la medida en
que algunos de esos pacientes podrían tener una predis-
posición genética a enfer111edades afectivas mayores que
colorean o codeterminan su patología caracterológica. Son
diversos los mecanismos que gatillan la depresión en
todos estos casos.
Aunque el DSM-III-R subraya las características exhi-
bicionista e histriónica del trastorno histriónico de la per-
sonalidad, un análisis cuidadoso revela que el manual
describe el trastorno límite de la personalidad con rasgos
similares a los que presenta el primero. Los pacientes con
uno u otro trastorno son descritos como impulsivos o
impredecibles, con pautas de relaciones interpersonales
inestables e intensas, cólera inapropiada, intensa o falta
de control de la cólera, inestabilidad afectiva, proclividad
a gestos e intentos suicidas e incesantes esfuerzos por
atraer atención y reaseguramiento. El manual atribuye
explícitamente al trastorno límite la perturbación de la
identidad,pero la personalidad histriónica típica también
la presenta. Y ambos trastornos -el histriónico y el lími-
te- son descritos como proclives a desarrollar episodios
psicóticos breves. Por lo tanto, en la práctica los trastornos
histriónico y límite del DSM-III-R se superponen o coin-
ciden en gran medida; esa parte del manual aparente-
mente necesitaría una revisión.
TRATAMIENTO
El tratamiento del trastorno histérico de la persona-
lidad es esencialmente psicoterapéutico, con el psicoaná-
lisis como recurso de elección. No obstante, hay que subra-
yar que este trastorno, lo mismo que los trastornos
obsesivo-compulsivo y depresivo-masoquista, tiene un pro-
112
il
!•.
nóstico excelente con todo el espectro de las psicoterapias
de orientación psicoanalítica, aunque el psicoanálisis
parece ser el tratamiento con mayores resultados psico-
terapéuticos (Kernberg y otros, 1972). Con los pacientes
que consultan por síntomas neuróticos relativamente
leves o menores que complican un trastorno histérico de
la personalidad es posible que no se requiera nada más
que el tratamiento de los síntomas. Las formas más leves
de disfunción psicosexual (como el orgasmo femenino inhi-
bido) pueden responder satisfactoriamente a la terapia
sexual. Sigue abierta la cuestión de hasta qué punto el
trastorno histérico tiene una severidad suficiente como
para merecer un tratamiento que vaya más allá de la
resolución de los síntomas. Muchos pacientes que consul-
tan a un psiquiatra por conflictos interpersonales relati-
vamente limitados en el tiempo, vinculados a síntomas de
conversión, reacciones fóbicas o experiencias disociativas,
pueden beneficiarse con la psicoterapia expresiva o explo-
ratoria. Pero cuando el paciente se queja sólo de síntomas
menores y el diagnosticador ve que el trastorno histérico
de la personalidad podría tener serios efectos sobre el
matrimonio, el trabajo o la profesión del paciente, es posi-
ble que esté justificada una intervención psicoterapéutica
mayor, como el psicoanálisis.
Las dificultades técnicas específicas del tratamiento
psicoanalítico del trastorno histérico de la personalidad
incluyen desarrollos transferenciales tempranos e inten-
sos, con defensas seudoeróticas contra los impulsos agre-
sivos, desarrollos transferenciales regresivos como defensa
contra la activación de conflictos edípicos expresados de
modo más directo, tormentas afectivas como forma de
acting out y disociación de los afectos respecto de sus sig-
nificados inconscientes. Estos pacientes pueden dificultar
la detención por el terapeuta de los elementos transferen-
ciales negativos, debido a su transferencia erotizada.
113
El tratamiento adecuado del trastorno histriónico de
la personalidad no es el psicoanálisis; es esencialmente
psicoterapéutico, con la psicoterapia psicoanalítica expre-
siva o exploratoria como tratamiento habitual de elección.
La psicoterapia de apoyo está indicada cuando con el
paciente está contraindicada la psicoterapia exploratoria,
porque se observan rasgos antisociales marcados, una
patología inusualmente severa de las relaciones objetales
y un acting out que procura una ventaja secundaria. Los
trastornos histriónicos de la personalidad con síntomas
depresivos secundarios o depresión determinada caracte-
rológicamente pueden responder a los inhibidores de la
MAO o a los antidepresivos tricíclicos o tetracíclicos. Sin
embargo, creo que la medicación debe reservarse para los
pacientes con depresión grave y discontinua si no se pro-
duce una mejoría clara y definida en el término de unos
meses.
Todos los casos de trastorno histriónico de la persona-
lidad deben tratarse con psicoterapia lo antes posible, des-
pués de realizado el diagnóstico. Mientras que el trastorno
histérico puede mejorar gradualmente en cuanto al ajuste
interno e interpersonal a lo largo de los años, el curso
habitual del paciente con trastorno histriónico no tratado
en el mejor de los casos es precario, con el peligro de un
empeoramiento gradual a medida que se pierden o malo-
gran las oportunidades de la vida.
Los pacientes que caen en un rango intermedio entre
la personalidad histérica y la histriónica constituyen un
problema terapéutico difícil de resolver. Creo que tales
casos deben tratarse tentativamente con psicoanálisis, y
pasar a una terapia psicoanalítica sólo si el psicoanálisis
está contraindicado por razones individuales tales como
la ventaja secundaria de la enfermedad, la falta de moti-
vación y/o la incapacidad conspicua para la introspección
emocional. No obstante, existe una tendencia creciente a
114
comenzar con una psicoterapia exploratoria o psicoana-
lítica en los casos en que se duda de que el psicoanálisis
::iea lo indicado, para pasar más tarde al psicoanálisis.
Las principales dificultades del tratamiento psicote-
rapéutico de los trastornos histriónicos de la personalidad
son la tendencia del paciente al acting out masivo, la ven-
taja secundaria de la situación de tratamiento como refu-
gio de la vida, el desarrollo de situaciones de tratamiento
aparentemente "caóticas" como expresión de transferen-
cias primitivas y la regresión profunda en el proceso
comunicativo del tratamiento, de modo que las conductas
no verbales prevalecen sobre la comunicación verbal.
Estas dificultades coinciden en todos los fines y propósitos
con los problemas técnicos generales en la psicoterapia del
espectro de los trastornos límite de la personalidad.
115
5. LOS TRASTORNOS ANTISOCIAL
Y NARCISISTA DE LA PERSONALIDAD
En este capítulo nos concentramos en la relación ínti-
ma que existe entre el trastorno narcisista de la persona-
lidad y el trastorno antisocial de la personalidad. Én esen~·
cia, y~ 12ostulo que todos los pacientes con un tra~
a~tisocial de la personalidad presentan rasgos típicos ~l
trastorno narcisista de la personalidad, más una patología
e~ca de sus sistemasinternahzados de moral (las
funciones superyoicas) y un particular deterioro de su
mundo de relaciones objetales internalizadas. La única
excepción significativa a esta regla es el síndrome, rela- ·
tivamente infrecuente y de pronóstico grave, de la "esqui-
zofrenia seudopsicopática", que es típico encontrar en los
pacientes esquizofrénicos crónicos con mejoría periódica
(con o sin él) y conducta antisocial en esos períodos, que
desaparece sólo cuando el paciente vuelve a caer en la psi-
cosis. Hay también un grupo de pacientes ubicados en
algún punto entre el trastorno narcisista y el antisocial,
caracterizados por lo que yo he denominado el síndrome
del narcisismo maligno (1984). Este síndrome se define
por la combinación de 1) un trastorno narcisista de la per-
sonalidad; 2) conducta antisocial; 3) agresión o sadismo
yo-sintónico dirigidos contra los demás o expresado en un
117
tipo particular de automutilación triunfante o con intentos
de suicidio, y 4) una fuerte orientación paranoide.
De modo que describo una dimensión de la conducta
antisocial que vincula el trastorno narcisista de la perso-
nalidad al trastorno antisocial y el narcisismo maligno.
Esta característica dimensional que vincula los tres tras-
tornos es análoga a otras vinculaciones dimensionales que
conectan entre sí otros trastornos de la personalidad,
como por ejemplo los trastornos esquizoides con el tras-
torno esquizotípico, o el trastorno histérico con los tras-
tornos histriónico (o histeroride, o infantil) y límite de la
personalidad (Kernberg, 1984, y el capítulo 4 de este
libro).
Mi interés por el trastorno antisocial deriva de lo que
considero las imperlecciones de su descripción en el DSM-
III-R (American Psychiatric Association, 1987). Los cri-
terios de este manual son sin duda lo bastante amplios
como para incluir prácticamente todos los trastornos anti-
sociales de la personalidad que presentan pautas de inte-
racción predominantemente agresivas y conducta crimi-
nal. Con su énfasis en los antecedentes infantiles, el
DSM-III-Rorienta adecuadamente al clínico hacia los orí-
genes infantiles de esta patología del carácter. Pero,
lamentablemente, al subrayar el aspecto criminal incluye
a delincuentes con características de la personalidad muy
diferentes, y desdibuja la distinción entre los determinan-
tes socioculturales y económicos de la delincuencia, por
un lado, y por el otro la patología de la personalidad. De
modo que los criterios del DSM-III-R contribuyen a lo que
Rutter y Giller (1983) han descrito como el amontona-
miento indiscriminado de las conductas delictivas, lo cual
-a juicio de estos autores- obstaculiza los intentos de
encontrar los factores que predisponen a padecer este
trastorno específico de la personalidad. Los criterios del""'
DSM-III-R también descuidan el tipo p~~
./'--~--~---- ---. ----------------,,..-.,..-
118
del trastorno antisocial, en el cual predominan las cgn_-
d~asitarias o explotatlvas;-~~~
s1vas. Pero lo que yo encuentro más desconcertante en la
<féSc'ripción que presenta el DSM-III-R del trastorno anti-
social de la personalidad es la ausencia de foco en los ras-
gos de la personalidad antisocial, en tanto opuestos a las
conductas antisociales, crítica ésta que Millon (1981) for-
muló persuasivamente hace una década.
El diagnóstico del trastorno antisocial se complica
adicionalmente por las vicisitudes de la terminología
empleada. En 1952, el DSM-I (American Psychiatric Asso-
ciation, 1952) cambió la expresión tradicional de "perso-
nalidad sociopática" (que subrayaba los aspectos social-
mente inadaptativos de estos pacientes y el interjuego de
la personalidad y los determinantes sociales) por "pertur:
bación sociopática de la personalidad". También diferenció
la "reacción antisocial", que remitía al psicópata tal como
se lo definía en la literatura de lengua inglesa (Henderson
1939), de la "reacción disocia!'', concerniente a los pacien-
tes que hacían caso omiso de los códigos sociales y crecían
en un ambiente social anormal, pero que no obstante eran
capaces de fuertes lealtades personales.
The Mask of Sanity, de Cleckley (publicado por prime-·
ra vez en 1941, y cuya cuarta impresión apareció en
1964), sigue siendo a mi juicio el texto básico en cuanto
a la descripción de lo que ahora llamamos "trastorno anti-
social de la personalidad". En un esfuerzo por circunscri-
bir el diagnóstico de la psicopatía, el DSM-III-R (Ameri-
can Psychiatric Association, 1968, pág. 43) cambió la
denominación por "personalidad antisocial" y propuso una
definición concisa que, en esencia, provenía de la obra de
Henderson (1939) y Cleckley (1941):
Este rótulo se reserva para individuos básicamente no
socializados y cuya pauta conductual los compromete rei-
teradamente en conflictos con la sociedad. Son incapaces
119
1
de cualquier lealtad significativa a individuos, grupos o
valores sociales. Son groseramente egoístas, insensibles,
irresponsables, impulsivos e incapaces de sentir culpa o
aprender de la experiencia y el castigo. Su tolerancia a la
frustración es baja. Tienden a culpar a los otros o a ofrecer
racionalizaciones plausibles de su conducta. Una historia
de transgresiones legales o sociales repetidas no basta por
sí sola para justificar este diagnóstico.
Desde un punto de vista clínico, ésta es una definición
muy pertinente y significativa; aunque breve, incluye refe-
rencias a los rasgos narcisistas de la personalidad de estos
pacientes. Después, el DSM-III (American Psychiatric
Association, 1980) conservó la expresión "personalidad
antisocial" [antisocial personality ], pero convirtiéndola en
"trastorno antisocial de la personalidad" [antisocial per-
sonality disorder] y pasando a un foco más amplio, orien-
tado a la conducta criminal. La investigación epidemio-
lógica realizada por O'Neal y sus colegas (1962), Guze
(1964a, 1964b) y en particular Robin (1966) fue la respon-
sable de ese enfoque.
Me parece que el psicoanálisis ha contribuido tanto a
confundir los problemas del diagnóstico como a clarificar
las características estructurales de la personalidad anti-
social. Alexander (1930; Alexander y Healy, 1935) desa-
rrolló el concepto de "carácter neurótico" con referencia
a una patología caracterológica acentuada, que combinaba
la patología del carácter con rasgos antisociales; de tal
modo implícitamente desdibujó la distinción entre el tras-
torno antisocial de la personalidad propiamente dicho y
los otros trastornos de la personalidad. Eissler (1950), al
emplear la expresión defensas aloplásticas en contraste
con defensas autoplásticas, también sumó lo suyo a un
enfoque homogeneizado de la patología del carácter que
desdibujaba el diagnóstico diferencial de la personalidad
antisocial. El énfasis de la literatura psicoanalítica de las
120
décadas de 1940 y 1950 en la descripción freudiana
(Freud, 1916) de los "criminales por un sentimiento de
culpa" inconsciente llevó a interpretar la conducta anti-
social (ahora pienso que ingenuamente) como una forma-
ción reactiva contra la culpa inconsciente, más bien que
como expresión de carencias en el desarrollo del superyó.
Sólo con la descripción por Johnson y Szurek de las
lagunas del superyó (Johnson, 1949; Johnson y Szurek,
1952) el pensamiento psicoanalítico comenzó a llevar al
foco los aspectos estructurales de las personalidades anti-
sociales -en lugar de los aspectos dinámicos-. Su for-
mulación relativamente simple fue rápidamente puesta
en cuestión por la más refinada descripción de una pato-
logía acentuada del superyó, vinculada a la personalidad
narcisista, por Rosenfeld (1964) y Jacobson (1964, 1971b),
cuyas obras han influido en mi propio modo de ver.
Juuenile Delinquency: Trends and Perspectives (1983),
de Rutter y Giller, reseña abarcativamente los estudios
epidemiológicos de la relación entre la conducta del delin-
cuente juvenil y el funcionamiento anormal de la perso-
nalidad, en el proceso de reevaluar nuestro conocimiento
actual acerca de la etiología de estos problemas. Desde el
punto de vista del debate en curso sobre los factores bio-:
lógicos, psicológicos y sociológicos que influyen en el desa-
rrollo de la conducta antisocial, estos autores señalan que
existe una relación clara entre las constelaciones especí-
ficas del desarrollo infantil temprano en la familia y el
ulterior grado de aquiescencia social del individuo, pero
dicen que aún no se ven con nitidez los mecanismos en
virtud de los cuales los factores familiares aparecen aso-
ciados a la delincuencia. También señalan la existencia
de una relación entre el cambio social y un aumento de
la delincuencia, subrayando una vez más que no se cono-
cen suficientemente los mecanismos correspondientes.
Llegan a la conclusión de que en la delincuencia juvenil
121
1
parece haber múltiples causas en actividad, entre ellas la ''1
influencia del grupo de pares, el control social y el apren-
dizaje social, los factores biológicos que influyen en los
tipos extremos de conducta antisocial y factores situacio-
nales. A su juicio, es absurdo buscar una explicación úni-
ca, y hacen hincapié en que aún no se cuenta con una
estrategia clara de prevención.
El estudio de Lewis y sus colegas (1985) sobre histo-
rias tempranas de niños que más tarde cometieron ase-
sinatos indica la prevalencia de síntomas psicóticos, dete-
rioro neurológico mayor, parientes de primer grado
psicóticos, actos de violencia presenciados en la niñez y
maltrato fisico grave, lo cual pone enérgicamente de relie-
ve los factores biológicos y psicosociales.
Dicks (1972) investigó los antecedentes y el desarrollo
de la personalidad de una serie de asesinos de masas de
las SS alemanas, antes y después de que actuaran en
campos de concentración. Este autor presenta pruebas
espectaculares de que estos criminales, aunque padecían
trastornos graves de la personalidad con predominio de
rasgos narcisistas, paranoides y antisociales desde el prin-
cipio de la niñez, sólo emprendieronuna conducta crimi-
nal repugnante cuando el entrenamiento de las SS y los
campos de la muerte proveyeron la facilitación social de
la conducta; durante y después de su encarcelamiento,
volvieron a su anterior funcionamiento con personalidad
no-delincuente. Esto casi equivale a un estudio empírico
de los facilitadores sociales de la criminalidad. (Obvia-
mente, también es necesario tener en cuenta la tendencia
a la extinción del trastorno en los delincuentes de edad
mediana.)
[
Idealmente, la conducta antisocial debe definirse en
función de sus significados psicológicos, y no en términos
conductuales o legales. Por ejemplo, "huir de la casa
durante la noche por lo menos dos veces mientras se vive
122
en el hogar de los padres o en un hogar sustituto (o una
vez sin regreso)" -uno de los criterios de la personalidad
antisocial en el DSM-III-R- es una frase puramente des-
criptiva que no tiene en cuenta si el niño huye de un
hogar insoportable con padres que lo someten a maltrato
físico o de una familia bien constituida. Asimismo, "nunca
ha mantenido una relación tothlmente monógama por
más de un año" -otro criterio del DSM-III-R- se aplica
a una gran cantidad de personas en el final de la adoles-
cencia o el principio de la adultez cuya conducta con el
sexo opuesto puede sufrir la influencia de una variedad
de inhibiciones neuróticas, pautas determinadas cultural-
mente y casi cualquiera de los trastornos de la persona-
lidad. La promiscuidad sexual tiene diferentes significa-
dos según sea el escenario social y la estructura de la
perso.nalidad en los que se manifiesta. Utilizar la promi~s
cuidad como criterio también en este caso lleva el foco a
la conducta, en lugar de mantenerlo aplicado a lo que 1
causa.
PROPUESTA DE UN MARCO DIAGNÓSTICO
He descubierto que, con independencia del grado de i
conducta delictiva, o incluso aunque no la haya, desde el
punto de vista clínico la primera indicación de la existen-
~sible de un trastorno antisocial de la personalidad
e.§]a..p.resencia de un trastorno narcisista de la persona-
!i_dad. pe hecho, ~os del perfil clínico de la perso-
nalida tisocial descrita por Cleckley pertenecen n
ralmente a tres categorías posibles: algunos son
~ísticas básicas que iferencian a personalidad
-~cial de la psicosis y de los síndromes cerebrales
~usencia de ideas delirantes y otros signos de
pensamiento irracional" y "conducta antisocial inadecua-
123
damente motivada" (el síntoma inmediato dominante~
otros se encuentran en la patología narcisista grave @.l
carácter: "vida sexual impersonal, trivial y pobremente_
integrada", "falta de responsivícfad en las relaciones inter-
personales en general", "pobreza general de las ~acciones
afectivas importantes", "egocentrismo atoló ·co e·
pacidad para el amor"; 3 manifestaciones de una rofun-
da patología del superyó: "inconfiabilidad", "falsedad
insinceridad", "falta e remordimiento o vergüenza'', "jul.:.
cio pobre y fracaso en aprender de la experiencia" y "fra-
caso en seguir cualquier plan de vida,".
Encuentro que sólo cuatro ítemes del perfil clínico de
Cleckley son cuestionables: la "ausencia de 'nerviosidad'
o manifestaciones psiconeuróticas", la "conducta extrava-
gante y repelente, con bebida y a veces sin ella", el "sui-
cidio muy pocas veces cometido", y el "encanto superficial
y buena inteligencia". En realidad, muchas personalida-
des antisociales presentan síntomas psiconeuróticos; hay
suicidios impulsivos tanto entre estos pacientes como
entre los que sufren el síndrome del narcisismo maligno;
además la "conducta extravagante y repelente, con bebida
y a veces sin ella" no me parece demasiado específica.
Muchos pacientes con trastorno antisocial de la persona-
lidad, en particular los que se cuentan entre la población
criminal, no tienen encanto superficial, y este trastorno
se encuentra en todos los niveles de inteligencia.
Pero la conducta antisocial vinculada a un trastorno
narcisista de la personalidad no constituye una base
suficiente para diagnosticar un trastorno antisocial de
la personalidad. Como he dicho antes: existe un grupo
intermedio eptre el trastorno narcisista y el antisocial:
el del narcisismo maligno. La conducta antisocial puede
también aparecer en el contexto de otros trastornos de
la personalidad; el diagnóstico diferencial es muy rele-
van te en la evaluación de este síntoma, pues tiene
124
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importancia tanto para el pronóstico como para la tera-
pia. El pronóstico de la conducta antisocial en una
estructura no narcisista de la personalidad es favorable,
en contraste con el pronóstico extremadamente pobre de
la conducta antisocial en la personalidad antisocial pro-
piamente dicha.
La conducta antisocial puede ser también consecuen-
cia de una adaptación normal o patológica a un ambiente
social muy patológico, como el de la "cultura de la pan-=--
dilla"; aunque no es una condición clú~ica frecuente, la
"reacción disocia!'' del DSM-1 fue un recordatorio útil de
la existencia de esta clase de pacientes. A veces la con-
ducta antisocial es un síntoma neurótico: por ejemplo, la
rebelión neurótica del adolescente puede tomar ocasional-
mente esa forma.
La conducta antisocial debe explorarse a la luz del
nivel general de organización de las funciones superyoicas
del paciente, lo que nos lleva a reexaminar la cuestión del
"criminal por un sentimiento de culpa inconsciente". La
conducta antisocial que deriva de uti sentimiento de culpa ·
inconsciente y de la correspondiente búsqueda inconscien-
te de castigo tiene que ser diferenciada de la gran mayoría
de los casos en los que la autodestructividad y el castigo
autoprovocado son consecuencias de la conducta antisocial
pero no reflejan esa motivación inconsciente. De hecho,
la hipótesis psicoanalítica de un sentimiento inconsciente
de culpa sólo puede demostrar su validez si la culpa se
vuelve consciente como resultado de la exploración psico-
analítica. Está claro que esto no ocurre en la psicoterapia
psicoanalítica intensiva y prolongada con la mayoría de
los pacientes que presentan una conducta antisocial seria.
Además, sobre una base puramente teórica, en vista de
todas las otras pruebas del deterioro o la indisponibilidad
de las funciones básicas del superyó en la mayoría de los
pacientes con conducta antisocial, el supuesto de que ac-
125
túan por un sentimiento inconsciente de culpa es suma-
mente cuestionable.
En la práctica clínica hay pacientes con organización
eurótica de la personalidad (en contraste con la organi-
ación límite) que presentan una conducta antisocial cuya
malidad es el autocastigo u obtener el castigo de fuentes
externas. El tipo del trastorno de la personalidad que pre-
valece (histérico, obsesivo-compulsivo, depresivo-maso-
quista) indica esta etiología más bien poco frecuente.
En relación con esto, también hay que ,explorar un sín-
toma relativamente raro, la seudología fantástica, a la luz
del trastorno de la personalidad en el que aparece. La seu-
dología fantástica se puede encontrar en las personalida-
des histeroides, histriónicas o infantiles, y su pronóstico
es menos desalentador que el de la mentira crónica o la
misma seudología fantástica en los trastornos narcisista
y antisocial de la personalidad. Una vez más, para el di-ªZ:
nostico diferencial de la conducta antisocial es esencial
2untualizar la patología caracterológica dominante.
Un problema que con mucha frecuencia complica el
diagnóstico diferencial de la conducta antisocial es la pre-
sencia de ª1._coholismo y/o abuso de droga§_, y sus síntomas
secundarios. Otra psicopatología relacionada y a menudo
complejamente entrelazada es la de la conducta antisocial
y una perversión o desviación sexual bien estructurada
(una "parafilia", según la terminología del DSM-Ill y
DSM-Ill-R). A los fines prácticos, el principal problema
es en este aspecto la medida en que la agresión yo-sintó-
nica está incorporadaen la pauta sexual desviada: cuanto
más pasa la estructura de la personalidad de narcisista
a antisocial, más amenaza a la vida esa conducta agre-
siva, y un subgrupo de las personalidades antisociales
agresivas pueden centrar su conducta criminal en el asal-
to sexual y el asesinato (capítulos 15, 17).
126
CLASIFICACIÓN Y DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
Lo que sigue es una clasificación de los trastornos de
la personalidad con rasgos antisociales prominentes, en
función de su severidad. En todos los pacientes que pre-
sentan conducta antisocial, es útil descartar en primer
lugar el diagnóstico de personalidad antisocial propia-
mente dicha. Por esta razón, yo investigo sistemática- .
mente la presencia potencial de conducta antisocial en
todos los pacientes con trastorno narcisista de la perso-
nalidad.
El trastorno antisocial de la personalidad
~ típi~~s__,q'--u_e_e_s_to_s~p--=a_c~ie_n~te_s__!_p_r_e_se_n'-t_e_n_un_t_r_a_st-:::o_r-::n_o
narcisista de la personalidad. Los síntomas típicos de la
personalidad narcisista en el ámbito del autoamor pato-
lógico son la autorreferencia y el autocentrismo excesivos;
la grandiosidad y las características derivadas del exlÍi-
bic:Wñfsm.o; una actitud excesiva de superioridad, teme-
ridad y ambición; dependencia excesiva de la admiración;
superficialidad emocional y estallidos de inseguridad exce-
s~ alternan con la grandiosidad. En el ámbito de las
{jj'taciones objetales patológicas) los síntomas que predo-
minan son la envidia inmoderada (consciente e incons-
ciente); la desvalorización de los demás como defensa con-
tra la envidia; la tendencia a la explotación puesta de
manifiesto como codicia; la apropiación de las ideas o los
bienes de los otros y una actitud de "tener derecho"; la
i~cidad para depEmder realmente de los otros en una
relación recíproca y una notable incapacidad ara la
em atía y el compromiso con los otros. l estado básico
del yo e estos pacientes se caracteriza por una sensación
~prueba de la incapacidad para aprender,
127
11
i
1
111111 Hn11H11ci(~11_c~i i~i~lamiento, hambre de estímulos y una
N1111Hnci611 dil'usn de la falta de sentido de la vida.
Adum:í:-i, estos pacientes arcisistas presentan algún
grndo de atología del superyó,. ue incluye la incapacidad
para experimentar tristeza autorrefleja, oscilaciones pro-
tGndas del estado de ánimo, predominio de la verguenza
(en tanto contrastada con la culpa) en la regulación intra-
psíquica de la conducta social y un sistema de valores más
infantil que adulto: v~loran la belleza física, el poder, la
riqueza y la admiración de los otros -~n lugar de las,,
capacidades, los logros, la responsabilidad y la relación
con los ideales.
( El trastorno de la personalidad propiamente dicho
presenta una patología del superyó incluso más grave. La
éonducta antisocial de estos pacientes incluye Iamentira,
el robo, la falsificación, la estafa y la prostitución (rasgos
todos de tipo predominantemente "pasivo-agresivo"); el
asalto, el asesinato y el robo a mano armada son carac-
terísticos del tipo "agresivo" (Henderson, 19~9; Henderson
y Gillespie, 1969). En otras palabras, sería posible dife-
renciar clínicamente la orientación conductual agresiva,
sádica y por lo general también paranoide de algunos
pacientes con trastorno antisocial de la personalidad, del
tipo pasivo, explotativo, parasitario de otros.
Debe subrayarse que, en pacientes inteligentes pro-
venientes de un medio socioeconómico y cultural favorable
que presenten un tipo predominantemente pasivo-para-
sitario de conducta antisocial, los antecedentes infantiles
de esa conducta pueden parecer leves o incluso pasar
inadvertidos, sobre todo en algunas familias muy patoló-
gicas pero socialmente adaptativas. Por ejemplo, un
paciente había sido un alumno brillante en la escuela pri-
maria, la secundaria y la universidad, además de tener
éxito social y de haber sido un joven agraciado. Los padres
le perdonaban generosamente sus robos ocasionales; se
128
atribuía su falta de responsabilidad a que había sido mal-
criado y sobreprotegido por la madre y los abuelos, que
lo admiraban. Obtuvo un título de posgrado, se casó con
una mujer con la que mantuvo una relación marital apa-
rentemente normal durante quince años, y era cariñoso
con sus hijos. Al mismo tiempo estaba desfalcando a los
socios y a la empresa familiar. Mientras contraía deudas
desmesuradas, les hacía costosos regalos a amigos y aso-
ciados, parecía un Santa Claus durante todo el año y la
familia lo llevó al consultorio sólo cuando ocurrió el riesgo
de ser sentenciado a prisión por evadir impuestos.
La diferenciación crucial de la conducta antisocial
pasiva y agresiva como parte de un trastorno narcisista
de la personalidad, respecto del trastorno antisocial de 1a-
personalidad propiamente dicho, depende de la ausencia
en este último de la ca acidad ara sentir culpa y remor-
imiento. Incluso después de enfrentar las consecuencias -de su conducta antisocial, y a pesar de sus profusas pro-
testas de arrepentimiento, no se produce ningún cambio
en su conducta con las víctimas de su ataque o explota-
ción, ni hay ninguna preocupación espontánea por no
poder cambiarla.
Aunque el diagnóstico diferencial de la capacidad para
experimentar culpa y preocupación requiere el paso infe-
rencia! de evaluar la reacción del paciente al enfrentarse
con su omnipotencia y al colapso de ésta, otras caracte-
rísticas que reflejan esta incapacidad para la culpa y la
preocupación se ponen directamente de manifiesto en las
entrevistas. Por ejemplo, estos pacientes son incapaces de
imaginar una calidad ética en los demás. Después de
insistir ante el diagnosticador en que le dice la verdad y
de ser sorprendido sin embargo en una flagrante mentira,
el paciente puede reaccionar con vergüenza. Pero cuando
se le pide que empatice con la reacción del terapeuta, no
puede hacerlo; sólo llega a sentir que el terapeuta debe
129
de estar enojado porque se ha burlado de él. O bien el
paciente antisocial "confiesa" su culpa, pero sólo respecto
de las acciones en las que ha sido sorprendido, en flagran-
te contradicción con el remordimiento que al mismo tiem-
po dice que siente por su conducta pasada.
La incapacidad para investir relaciones no explotati-
vas con los demás determina que las relaciones sean tran-
sitorias, superficiales e indiferentes; no hay investidura
emocional ni siquiera en pequeños animales domésticos;
faltan valores morales internalizados y (ni hace falta
decirlo) capacidad para empatizar con esos valores en los
otros. El deterioro de la experiencia afectiva de estos
pacientes se expresa en el hecho de que no toleran ningún
incremento de la angustia sin desarrollar síntomas adi-
cionales o conductas patológicas; además son incapace_~
de enamorarse o sentir ternura en sus relaciones se-
-:--~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~.-----~
··xuales.
El paciente antisocial no tiene ningún sentido del paso
del tiempo ni de la planificación del futuro; no compara
la experiencia y la conducta presentes con las ideales a
las que se aspira; sólo prevé el remedio de los malestares
presentes y la reducción de la tensión logrando de inme-
diato la metas deseadas. No aprende de la experiencia, lo
cual expresa la misma incapacidad para concebir su vida
más allá del momento inmediato. Son bien conocidas sus
tendencias a la manipulación, a la mentira patológica y
a la racionalización endeble. Paulina Kernberg (comuni-
cación personal) ha acuñado la expresión "hombre holo-
grama" para designar a los pacientes que crean una ima-
gen vaga y etérea de sí mismos en las sesiones de
diagnóstico -una imagen que parece extrañamente des-
conectada de su realidad presente y de su pasado real,
una imagen que cambia de momento a momento a la luz
de los distintos ángulos de indagación y deja al diagnos-
ticador con una perturbadora sensación de irrealidad.
130
También en este caso, una vez realizado el diagnósticode estructura narcisista de la personalidad, la tarea diag-
nóstica crucial consiste en evaluar la gravedad de los ras-
gos antisociales presentados, su historia pasada y sus orí-
genes infantiles, y la capacidad subsistente en el paciente
para las relaciones objetales y el funcionamiento super-
yoico. La ausencia prácticamente total de capacidad para
las relaciones objetales no explotativas y de cualquier
dimensión moral en el funcionamiento de la personalidad
son los elementos clave para diferenciar la personalidad
antisocial propiamente dicha de los síndromes menos gra-
ves del narcisismo maligno y el trastorno narcisista de la
personalidad. Se puede llegar al diagnóstico tomando una
historia completa, explorando cuidadosamente el relato
del paciente, enfrentándolo con tacto con las partes oscu-
ras de ese relato, evaluando su interacción con el diagnos-
ticador y explorando sus reacciones al hecho de que se lo
enfrente con las contradicciones entre la información obje-
tiva sobre su pasado, su relato presente y su conducta.
Quizá sea muy útil explorar las reacciones del pacien-
te a la indagación sobre la conducta antisocial potencial,
inferible de lo que ha dicho pero que no ha reconocido. Por
ejemplo, preguntándole "¿Qué le impedía prostituirse?" a
una paciente cuya historia demuestra una tendencia
natural a la prostitución, o a un consumidor de drogas
"¿Por qué no se dedicaría a vender droga?", se pueden
poner a prueba las funciones superyoicas del paciente, así
como su sinceridad con el terapeuta. Desde luego, para
detectar sujetos que le mienten al terapeuta sin reconocer
que están mintiendo (muchas personalidades antisociales
reconocen que mienten pero siguen haciéndolo) hay que
recoger la historia de boca de los parientes, realizar inter-
venciones refinadas de trabajo social y contar con infor-
mes de las instituciones que han tenido que ver con el
paciente.
131
La consideración de las razones que tiene el paciente
para consultar al psiquiatra (quizá necesite un certificado
de salud para reinscribirse en una escuela o evitar pro-
cedimientos legales, lo cual lo lleva a un esfuerzo mani-
pulativo) es útil tanto en el diagnóstico como en el pro-
nóstico. La investigación de todos estos factores suele
requerir varias entrevistas; quizá sea necesario volver
una y otra vez a zonas de incertidumbre y confusión, y
evaluar repetidamente la reacción del paciente al enfren-
tarse con sus propias maniobras de engaño o con sus con-
tradicciones.
La contratransferencia con pacientes que presentan
una conducta antisocial acentuada puede proporcionar
una segunda línea de información. Las reacciones posibles
del terapeuta s~n una sensación de confusión; la tentación
de aceptar sin crítica lo que dice el paciente, o derecha-
zarlo desde una postura contratransferencial paranoide;
una "seudoneutralidad" protectora que oculta una desva-
lorización subyacente, o el deseo de huir de una situación
intolerable con una persona que implícitamente ataca los
valores fundamentales de las relaciones humanas. A mi
juicio, la oscilación del terapeuta entre una postura para-
noide y momentos de preocupazión por el paciente (en
otras palabras, una verdadera ambivalencia en su reac-
ción a estos sujetos) constituye una respuesta sana. Le es
útil al terapeuta presentarse como persona moral pero no
moralizante, justa pero no ingenua, que no rehúye el
enfrentamiento pero tampoco agrede. La confrontación
como recurso técnico supone reunir con tacto aspectos con-
tradictorios o confusos del relato, la conducta y/o el pasado
del paciente; no es un despliegue agresivo de críticas o
desacuerdos con el enfermo.
Por lo general, la posibilidad de que exista un trastor-
no afectivo mayor se puede descartar mediante una
anamnesis cuidadosa y exámenes del status mental; los
132
tests psicológicos proporcionan una ayuda adicional para
excluir el trastorno mental orgánico (por ejemplo, una epi-
lepsia del lóbulo temporal o un síndrome del lóbulo lím-
bico); estos trastornos pueden presentar conducta agre-
siva explosiva. También ayudan a excluir un trastorno
esquizofrénico atípico, tal como la "esquizofrenia seudo-
psicopática". Cuando la conducta antisocial se desarrolla
en la adultez mediana o tardía, junto con pérdida de la
memoria y del razonamiento abstracto superior, quizás
haya que investigar la posibilidad de que existan trastor-
nos mentales orgánicos crónicos, lo que requiere, además
de tests psicológicos, estudios neurológicos, radiológicos
y electroencefalográficos.
Si ha sido posible excluir el diagnóstico de personali-
dad antisocial propiamente dicha, a continuación corres-
ponde considerar las categorías diagnósticas del trastorno
narcisista de la personalidad con síndrome de narcisismo
maligno, o de la personalidad narcisista con prevalencia
de tendencias antisociales pasivo-parasitarias.
El narcisismo maligno
Estos pacientes, que se caracterizan por un trastorno
naréisista de la personalidad, conducta antisocial, sadis-
mo yo-sintónico o una agresión con anclaje caracterológi-
co, y una orientación paranoide, conservan en contraste
~la personalidad antisocial propiamente dicha, la capa-
cidad para la lealtad y la preocupación por los demás, y
para sentir culpa; ~on capaces de concebir que otras per-
sonas tienen preocupaciones y convicciones morales; con:
sideran su.propio pasado y planifican el futuro con una
actitud realista.
Su sadismo yo-sintónico puede expresarse en unal
"ideología" consciente de autoafirmación agresiva pero, j
133
con mucha frecuencia, también en tendencias suicidas yo-
sintónicas crónicas. Estas tendencias suicidas no surgen
como parte de un síndrome depresivo, sino en crisis emo-
cionales, o incluso inesperadamente, con la fantasía sub-
yacente (consciente o inconsciente) de que poder quitarse
la vida refleja superioridad y triunfo sobre el miedo habi-
tual al dolor y la muerte. En la fantasía de estos pacien-
tes, suicidarse es ejercer un control sádico sobre los demás
o "salir" de un mundo que sienten que ellos no pueden
controlar.
La orientación paranoide de estos sujetos (cuya psi-
codinámica refleja la proyección sobre otros de los precur-
sores sádicos no integrados del superyó) se pone de mani-
fiesto en la experiencia exagerada de los demás como
ídolos, enemigos o tontos. Estos pacientes son propensos
a la regresión en episodios micropsicóticos paranoides en
el curso de la psicoterapia intensiva; ilustran del modo
más dramático la complementariedad de las interacciones
paranoides y antisociales en el reino interpersonal (Jacob-
son, 1971b; Kernberg, 1984). Algunos de ellos presentan
una conducta antisocial racionalizada (por ejemplo, como
líderes de pandillas sádicas o de grupos terroristas). Una
autoimagen idealizada y una ideología sádica, yo-sintó-
nica, interesada, racionaliza la conducta antisocial y pue-
de coexistir con la capacidad ·de ser leal a los camaradas.
Los trastornos narcisistas de la personalidad
con conducta antisocial
Estos pacientes presentan una diversidad de conduc-
tas antisociales, la mayoría de ellas de tipo pasivo-para-
sitario, restos de conducta moral autónoma en algunas
zonas y explotación despiadada en otras. No demuestran
sadismo yo-sintónico, agresión dirigida contra sí mismos
134
ni la orientación paranoide abierta, típica del narcisismo
maligno. Tienen capacidad para experimentar culpa, pre-
ocupación por los otros y lealtad a ellos, y para la percep-
ción adecuada de su pasado; pueden concebir con realismo
y planificar el futuro; en algunos casos, lo que parece una
conducta antisocial es sólo una manifestación de la inca-
pacidad para comprometerse profundamente en relacio-
nes de largo alcance. Prevalecen los tipos narcisistas de
la promiscuidad sexual, la irresponsabilidad en el trabajo
y la explotación emocional o económica de los demás, aun-
que estos pacientes aún pueden cuidar de otros en ciertas
áreas y mantener la responsabilidadsocial común en las
interacciones interpersonales más distantes.
Otros trastornos graves de la personalidad
con rasgos antisociales
El nivel siguiente de la patología, con implicaciones
menos negativas de terapia y pronóstico, es la conducta
antisocial en trastornos de la personalidad que no son
narcisistas. Éstos son pacientes con organización límite
de la personalidad y narcisismo no patológico. Son ejem-
plos típicos los trastornos de la personalidad infantil, his-
triónico, histeroide o del tipo 3 y 4 de Zetzel (que no hay
que confundir con la personalidad histérica propiamente
dicha; véase el capítulo 4), y el trastorno paranoide de la
personalidad: éstos son los dos trastornos de la persona-
lidad de este grupo que con más frecuencia presentan con-
ducta antisocial. En la personalidad infantil no es infre-
cuente la seudología fantástica; "el impulso paranoide de
traicionar" (Jacobson, 1971a) ilustra el carácter traicio-
nero en un contexto paranoide. Según mi experiencia, la
mayoría de los pacientes con trastornos facticios (síntomas
psicológicos y/o físicos), juego patológico, cleptomanía,
135
piromanía y simulación de enfermedad, si no presentan
un característico trastorno narcisista de la personalidad
forman parte de este grupo de trastornos de la persona-
lidad con rasgos antisociales.
Los trastornos neuróticos de la personalidad
con rasgos antisociales
En este grupo encontramos a los criminales por sen-
timiento (inconsciente) de culpa de Freud (1916). Estos
pacientes son de gran interés clínico, debido a que su con-
ducta antisocial dramática aparece en el contexto de una
organización neurótica de la personalidad y tiene un pro-
nóstico excelente con tratamiento psicoterapéutico y psi-
coanalítico.
Un paciente con un trastorno obsesivo-compulsivo de
la personalidad robaba objetos poco importantes de los
lugares públicos en los que trabajaba, exponiéndose a la
posibilidad humillante de que lo sorprendieran y lo ame-
nazaran con despedirlo. Por fortuna, una evaluación psi-
quiátrica refinada realizada por un colega proporcionó
información para proteger el futuro de ese paciente mien-
tras se iniciaba el tratamiento. Aunque estos casos son
relativamente raros, la enorme diferencia entre su pro-
nóstico y el de los grupos mencionados antes justifica una
evaluación cuidadosa de la estructura de la personalidad
en cada caso de conducta antisocial.
La conducta antisocial como parte
de una neurosis sintomática
Esta categoría se refiere a la conducta antisocial oca-
sional como parte de la rebeldía adolescente, en los tras-
136
tornos de la adaptación y en la presencia, en muchos
casos, de un ambiente social facilitador que alienta la
canalización de los conflictos psíquicos como conducta
antisocial.
La reacción disocial
Este síndrome relativamente raro se refiere a la adap-
tación normal y/o neurótica a un ambiente social o sub-
grupo anormales. En la práctica clínica, la mayoría de
estos pacientes presentan algún tipo de trastorno de la ·
personalidad que facilita su adaptación acrítica a un sub-
grupo social con conducta antisocial.
CONSIDERACIONES SOBRE EL PRONÓSTICO
Y LA TERAPIA
El tratamiento de la conducta antisocial es esencial-
mente psicoterapéutico, salvo, desde luego, cuando apa-
rece en el contexto del trastorno mental orgánico o de una
enfermedad psicótica. Los niveles de gravedad de la con-
ducta antisocial que he descrito corresponden al pronós-
tico con el tratamiento psicoterapéutico. El primer nivel,
el trastorno antisocial de la personalidad propiamente
dicho, tiene el pronóstico más pobre, al punto de que casi
ninguno de estos pacientes responde a los enfoques psi-
coterapéuticos comunes. No obstante, ~
tra~torno antisocial de la personalidad en la niñez (el
"trastorno de conducta" del - 11-R) tiene un pronós-
tico más favorable, y se han obtenido resultados alenta-
dores del tratamiento de estos niños en escenarios rJIBi-
denciales especializados (Diatkine, 1983). El "trastorno
de conducta agresiva no "socializada" parece tener el pro-
137
1111111.iro 1111•110H 1'11vornble. Este diagnóstico corresponde a
lo q11n ( ' fl ul JJSM-III-R se denomina "tipo agresivo soli-
tario".
En cuanto a los pacientes adultos, la psicoterapia sin
internación de los trastornos antisociales de la persona-
lidad ha sido muy desalentadora. Creo que aún no sabe-
mos si la comunidad terapéutica especializada es eficaz
a largo plazo. El tratamiento extenso con internación en
hospitales o sistemas carcelarios cerrados especializados
parece eficaz en algunos casos, en particular cuando el
control ambiental firme e incorruptible se combina con la
terapia en grupos constituidos por presos-pacientes delin-
cuentes (Reíd, 1981).
La primera tarea en la evaluación de los pacientes
externos comunes con conducta antisocial consiste en
establecer con cuidado el diagnóstico diferencial al que
nos hemos referido, y después separar los trastornos de
la personalidad con pronóstico más favorable de la per-
sonalidad antisocial propiamente dicha. La segunda
tarea es proteger el ambiente social inmediato del
paciente de las consecuencias de la conducta de éste,
ayudar a protegerse a los miembros de la familia y
proporcionarles información y consejo, con tacto pero
también con franqueza, sobre esta psicopatología y su
pronóstico. El hecho de que, como lo han señalado inves-
tigadores y clínicos, el trastorno antisocial de la perso-
nalidad tienda a extinguirse en la adultez media y tardía
puede procurarle alguna esperanza a largo plazo, o por
lo menos algún consuelo, a la familia del paciente
(Glueck y Glueck, 1943).
Como tercera tarea, corresponde crear condiciones
realistas para el tratamiento que se intente, sea cual fue-
re, eliminando todas sus ganancias secundarias (por ejem-
plo, eludir la ley o una dependencia parasitaria respecto
de los padres u otros sistemas de apoyo social).
138
El pronóstico del tratamiento del narcisismo maligno,
aunque reservado, es significativamente mejor que el de
la personalidad antisocial propiamente dicha; en el curso
de la psicoterapia psicoanalítica intensiva y prolongada,
algunos de estos p~cientes logran de modo gradual que
su conducta antisocial y la correspondiente conducta
transferencia! manipuladora y explotadora se conviertan
en resistencias predominantemente paranoides. Esas
resistencias paranoides pueden incluso llevar a una psi-
cosis transferencia! paranoide, pero también es posible,
si esa regresión se contiene y maneja en la psicoterapia,
que se transformen poco a poco en las transferencias más
comunes, características de los trastornos narcisistas gra-
ves de la personalidad. Una. limitación a esos tratamien-
tos es la que presentan los pacientes cuya conducta agre-
siva constituye una amenaza potencial para otros, incluso
para el psicoterapeuta; antes de .emprender la psicotera-
pia intensiva debe evaluarse la posibilidad de que haya
una violencia peligrosa relacionada con reacciones trans-
f erenciales paranoides pronunciadas.
El tratamiento de los pacientes con personalidad nar-
cisista y rasgos antisociales puede seguir las etapas acos-
tumbradas de la psicoterapia intensiva con este trastorno
de la personalidad. Por lo general, con estos pacientes se
indica psicoterapia psicoanalítica y no un psicoanálisis
propiamente dicho, lo mismo que para otros trastornos
graves de la personalidad que presentan rasgos antiso-
ciales. Con los pacientes en los que la conducta antisocial
expresa una culpa inconsciente (es decir, en la organiza-
ción neurótica de la personalidad) está indicado el trata-
miento psicoanalítico.
139
1,/\ l '.'i 1 < :OJHNÁMICA DEL NARCISISMO MALIGNO
Y DE LA PERSONALIDAD ANTISOCIAL
A mi juicio, los descubrimientos psicodinámicos sobre
los pacientes con narcisismo maligno abren el camino a
una comprensión psicoanalítica de la estructura intra-
psíquica y el mundo interno de relaciones objetales del
trastornoantisocial de la personalidad propiamente dicho.
· La transferencia del paciente con narcisismo maligno
refleja una formación superyoica temprana defectuosa, y
también el fracaso en la consolidación de relaciones obje-
tales totales en el contexto de la integración de la iden-
tidad del yo. En esencia, los primeros precursores sádicos
del superyó dominan al paciente al punto de que los pre-
cursores ulteriores idealizados no pueden neutralizarlos;
la integración del superyó está bloqueada, y los introyec-
tos superyoicos más realistas del período edípico son en
gran medida inaccesibles. Las expectativas o prohibicio-
nes realistas de los objetos parentales han sido desvalo-
rizadas o transformadas en amenazas persecutorias.
Estos pacientes dan la impresión de que su mundo de
relaciones objetales ha experimentado una transforma-
ción maligna, que lleva a la desvalorización y al esclavi-
zamiento sádico de las relaciones objetales internalizadas
potencialmente buenas, por parte de un sí-mismo no inte-
grado pero cruel, omnipotente y "loco" (Rosenfeld, 1971).
El sí-mismo patológico, grandioso y sádico reemplaza a los
precursores sádicos del superyó, absorbe toda la agresión
1
y transforma en una estructura anormal del sí-mismo lo
que en otra situación sería los componentes sádicos del
superyó. Esto se opone a la internalización de los compo-
nentes superyoicos ulteriores, más realistas.
Estos pacientes experimentan los objetos externos
como omnipotentes y crueles. Sienten que las relaciones
objetales afectuosas, recíprocamente gratificadoras, no
140
sólo pueden ser destruidas con facilidad sino que además
contienen las semillas de un ataque del objeto omnipoten-
te y cruel. Un modo de sobrevivir es la sumisión total.
Una ruta siguiente consiste en identificarse con el objeto,
lo que le procura al sujeto una sensación de poder, de
estar libre de miedo y de que el único modo de relacionar-
se con los otros es gratificando la propia agresión. Una
ruta alternativa es adoptar un modo de comunicación fal-
so y escéptico, renegar de la importancia de las relaciones
objetales y convertirse en un espectador inocente, en lugar
de identificarse con el déspota cruel o de someterse a él
de modo masoquista.
Mis limitadas experiencias de intento de exploración
psicodinámica de pacientes con personalidad antisocial
propiamente dicha, junto con los d~cubrimientos deriva-
dos de la psicoterapia y el psicoanálisis intensivos de
pacieñtes con narcisismo maligno, me llevan a proponer
Ja;"" sig:ujentes consideraciones tentativ:as. ,-- .......
Estos pacientes dan la impresión de que han padecido
la agresión salvaje de sus objetos parentales, y con fre-
cuencia informan haber observado y experimentado la vio-
lencia a principios de la infancia. También transmiten que
están totalmente convencidos de la impotencia de cual-
quier relación objeta! buena: los buenos, por definición,
son débiles e inconfiables, y el paciente demuestra des-
preciar a quienes percibe siquiera vagamente como obje-
tos potencialmente buenos. En contraste, a los poderosos
se los necesita para sobrevivir, aunque también son no fia-
bles e invariablemente sádicos. El dolor de tener que
depender de objetos parentales poderosos, desesperada-
mente necesitados, pero sádicos, se transforma en ira y
se expresa como ira -en su mayor parte proyectada-,
con lo cual se exagera aún más la imagen sádica de los
objetos malos poderosos que se convierten en tiranos sádi-
cos imponentes. En ese mundo, que recuerda al de 1984
141
dC1 ( :('orgo Orwell (1949), la agresión prevalece pero es
impredecible, y esa impredecibilidad excluye la sumisión
al tirano sádico y le impide al paciente idealizar el sistema
sádico de valores del agresor.
El hecho de que no logre ninguna idealización de los
objetos diferencia a la personalidad antisocial propiamen-
te dicha, por un lado, de la agresión "justa y buena" del
paciente con narcisismo maligno, el que por lo menos ha
encontrado alguna posibilidad de condensar el sadismo y
la idealización identificándose con un tirano cruel idea-
lizado. El fracaso en la idealización también impide que
el paciente antisocial intente una sumisión masoquista a
una autoridad predecible aunque sádica. El paciente está
profunda y totalmente convencido de que sólo puede fiarse
de su propio poder, y de que el placer del control sádico
es la única alternativa al sufrimiento y la destrucción del
débil. En ese mundo, se necesita (para parafrasear a Paul
Parin [1971)) "temer al prójimo como te temes a ti mis-
mo", y desvalorizar todos los vínculos · debilitantes con los
otros.
1
Hasta ahora nos hemos concentrado en el trastorno
antisocial de la personalidad predominantemente agre-
sivo. El trastorno antisocial pasivo-parasitario, en contras-
te, ha hallado una salida de la gratificación a través del
poder sádico, renegando de la importancia de todas las
relaciones objetales e idealizando regresivamente la gra-
tificación de las necesidades receptivo-dependientes (comi-
da, objetos, dinero, sexo, privilegios) y el poder simbólico
que se ejerce sobre los otros al extraer de ellos esas gra-
tificaciones. El propósito de la vida es obtener las provi-
siones que se ne..::esitan, ignorando a los demás como per-
sonas y protegiéndose uno mismo del castigo vengativo.
Comer, defecar, dormir, copular, sentirse seguro, vengarse,
sentirse poderoso, estar excitado, todo ello sin ser descu-
bierto por el mundo circundante peligroso aunque anóni-
142
mo, constituye una especie de adaptación a la vida, por
más que sea la adaptación de un lobo disfrazado para
vivir entre las ovejas, para quien el peligro proviene de
los otros lobos disfrazados como él, contra los cuales se eri-
ge una protectora pusilanimidad "de oveja". Esta estruc-
tura psicológica permite negar la agresión y transformarla
en explotación despiadada.
En pacientes con narcisismo maligno, algunos precur-
sores idealizados del superyó ya han sido arrastrados al
sí-mismo patológico grandioso infiltrado de agresión, faci-
litando por lo menos un sentido consolidado del sí-mismo,
de su continuidad en el tiempo y, por medio de la proyec-
ción, también una sensación de estabilidad y predecibi-
lidad del mundo de los otros poderosos y peligrosos. El
narcisismo patológico, la grandiosidad yo-sintónica, la
conducta antisocial y el alerta paranoide de estos pacien-
tes les permiten controlar su mundo interno de relaciones
objetales. Ese sí-mismo patológico grandioso los protege
al mismo tiempo de los conflictos insoportables que rodean
a la envidia primitiva y atormentan a la personalidad nar-
cisista menos protegida. En cambio, la personalidad anti-
social propiamente dicha es protegida de la envidia ira-
cunda sólo por la apropiación agresiva y violenta o por la
explotación pasivo-parasitaria de los otros.
Zinoviev (1984) ha realizado un estudio de los grupos
y las instituciones sociales de los regímenes políticos tota-
litarios, en los que las imágenes de la autoridad moral se
proyectan sobre la jerarquía suprema del sistema, como
figuras externas y "persecutorias". Zinoviev subraya la
corrupción social generalizada que es consecuencia de esa
estructura social y que puede afectar la conducta pública
de grandes segmentos de la población. Su descripción dra-
mática de la corrupción general de la vida pública en tales
circunstancias ilustra el hecho de que la conducta moral
del individuo depende de la estructura social circundante.
143
l•:I 1;11110:-;o experimento de Milgram (1963) indica que la
obediencia acrítica a la autoridad puede llevar con faci-
lidad a participar sin sentimientos de culpa en conductas
sádicas, incluso en los niveles altos de la organización psi-
. ..- cológica y en una atmósfera de libertad social. La realidad
(
. de la pernonalidad antisocial es la pesadilla de la persona
normal; la realidad de la persona normal es la pesadilla
del psicópata.
144
1·
1
1
¡•'
Parte III
Aplicaciones clínicas de la teoría
de las relaciones objetales
i
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' 1 [
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6. LA TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES
EN LA PRÁCTICA CLÍNICA
Permítaseme decir en primer lugar que la técnica psi-
coanalítica basada en la teoría de las relaciones objetales
de la psicología del yo tiene como cimiento el supuesto de
que los afectos son centrales en la situación psicoanalítica.
Siguiendo a Fenichel (1941), yo creo que los factores
económicos, dinámicos y estructurales proporcionan los
criterios óptimos para decidir cuándo, qué y cómo inter-
pretar los conflictos inconscientes del paciente, sus aspec-
tos defensivos e impulsivos y -añadiría- las relaciones
objetales internalizadas inconscientes en las que están
insertados. El criterio económico para el material a inter-
pretar en cualquier sesión o fragmento de sesión psicoa-
nalítica es que ese material esté relacionado con la dis-
posición afectiva dominante del paciente. Esta disposición
.o estado afectivo no es necesariamente consciente, y puede
haber sido inferido a partir de las asociaciones libres del
sujeto, de su conducta no verbal y de la atmósfera general
creada por la confluencia de la transferencia del paciente
con la contratransferencia del analista.
El estado afectivo siempre señala la activación de una
relación objetal inconsciente entre un aspecto de la repre-
serrtación del sí-mismo y una representación objetal
147
' ,) ;/
',.J . _)
1·11nw1po11diente. El conflicto entre impulso y defens11.'"s.e
p1'1 1HPlll.:t COllH)_~~n conflicto entre dos relaciones obj~es
i11t.1•rnalizadas: una, activada defensivamente, y otra
do111 i nada por el impulso, que es rechazada. La fanta;ía
(11c0nl:l_~iente, las apetencias y los miedos activadOseñla
H.Qsión · esas relaciones objetales internali~s~
t1 _ Creo ue una representación del sí-mismo una repre~
~ntación de objeto y un esta o afectivo u las vincula
son las unidades esenciales de la estructura psíquica per-
tinentes para la exploración psicoanalítica. Las puls10ñes
sexual y agresiva siempre surgen en el contexto de :reG-
ciones ob. etales internalizadas, organizadas por estados
,afectivos que, al mismo tiempo, son indicadores de es as
pulsiones (jerárquicamente superiores). Para decITIOcle
-Ot.ro modo: si, como sostenía Freud (1915a), el único cono-
cimiento que tenemos de las pulsiones nos llega a través
de sus representaciones mentales y de los afectos, esas
representaciones corresponden al sí-mismo y a un objeto,
vinculadas por un estado afectivo dominante.
En la práctica, mi enfoque requiere que al principio
de cada sesión, antes de intervenir, aguardemos que las
comunicaciones verbales y la conducta no verbal del
paciente, la atmósfera emocional general y nuestra con-
tratransf erencia nos guíen hacia el tema afectivamente
dominante. Desde luego, a veces el analista experimenta
fuertes presiones internas que lo impulsan a intervenir
con interpretaciones basadas en lo que ha sucedido en una
sesión anterior, en respuesta a un tema que parece tener
urgencia para el paciente o siguiendo alguna información
obtenida en una fuente externa. La disposición del
analista a explorar esas presiones desde dentro, lo mismo
que la nueva información proporcionada por el paciente
en la sesión, debe permitir la identificación gradual de lo
que domina afectivamente en el momento.
En este sentido, hay que cuestionar la recomendación
148
de .füon (1967) de que el analista proceda "sin memoria
ni deseo". La "memoria" del analista al comienzo de la
sesión puede ser lo que precisamente tenga que conside-
rar (y no eliminar de su conciencia); las fuertes apetencias
de influir sobre el paciente en cierta dirección (el "deseo")
pueden reflejar la contratransferencia del analista. Todas
estas consideraciones nos ayudan a determinar lo que
domina económicamente (es decir, afectivamente) en la
sesión.
LA RELACIÓN OBJETAL DOMINANTE, EL CONTENIDO
AFECTIVO Y EL ANÁLISIS DE LA TRANSFERENCIA
El "encuadre" psicoanalítico (la regularidad de las
sesiones, los arreglos temporales y físicos, la regla de la
asociación libre para el paciente y de la abstinencia y la
neutralidad técnica para el analista) establece la escena
para una relación objetal potencial "real", "objetiva" o
"normal". Esta relación incluye al analista como oyente.
interesado, objetivo pero preocupado y favorablemente
dispuesto, que respeta la autonomía del paciente; y al
paciente, como alguien que espera ayuda para compren-
der mejor sus conflictos inconscientes. Esta relación rea-
lista, basada en la conciencia que el paciente tiene del
analista como persona inteligente, bondadosa, preocupada
por él, y no juzgadora, facilita el desarrollo de un proceso
psicoanalítico. Sin duda incluye la percatación realista por
el paciente de los rasgos de la personalidad del analista
tal como éstos surgen en la interacción.
En este proceso el paciente puede hacer una regresión
como consecuencia de la interpretación de las defensas
que habitualmente lo protegerían de ese fenómeno. El
proceso regresivo cambia la naturaleza de la relación obje-
149
tn 1, q uo pmm de ser "realista" a quedar controlada por la
constelación dominante de transferencia-contratransfe-
rencia en la cual están insertados los aspectos defensivos
e impulsivos de los conflictos inconscientes del paciente.
Esta relación objeta} inconsciente en la transferencia está
bajo el control de una disposición afectiva que difiere de
la inicial sensación "objetiva" de seguridad y ausencia de
riesgo proveniente de la relación objeta} "real" definida
or el encuadre psicoanalítico.
Cualquier situación psicoanalítica incluye entonces:
1) los residuos de la relación objetal "objetiva" determi-
nada por el encuadre psicoanalítico; 2) una relación obje-
ta! correspondiente a la transferencia prevaleciente, y 3)
una relación objeta} correspondiente a un tema afectiva-
- mente dominante en la sesión. En la práctica, la relación
objeta} reflejada en el afecto dominante por lo general
coincide con la relación objeta} dominante en la transfe-
rencia; esto facilita la decisión del analista de interpretar
el material afectivamente dominante cuando surge en la
transferencia. Sin embargo, a veces la relación objeta!
afectivamente dominante está relacionada con una situa-
ción externa a la transferencia, comunicada por el conte-
nido de lo que el paciente dice o hace. O quizá, contra el
fondo de una cierta disposición transferencia! habitual,
un conflicto agudo de la vida del paciente active otra
relación objeta} afectivamente cargada que puede volverse
temporariamente dominante en una sesión. En este caso,
el dominio afectivo prevalece sobre el transferencia! en la
determinación de la interpretación del analista.
A veces el paciente presenta material concerniente a
su relación con algún otro, y el analista, al tratar de cla-
rificar esta relación, encuentra que un aspecto de la trans-
ferencia se inmiscuye significativamente en el proceso
comunicativo. Entonces surge una resistencia transferen-
cia! como barrera a la exploración completa de lo que ini-
150
cialmente parecía una cuestión externa a la transferencia.
El dominio afectivo ha pasado desde otro tema a la trans-
ferencia en sí, y esto requiere que el analista concentre
su interpretación en la transferencia, antes de continuar
con el otro tema. En los pacientes con una patología grave
del carácter, en particular en los que presentan fuertes
rasgos de personalidad narcisista, paranoide o esquizoide,
la infiltración de resistencias transferenciales que reflejan
la patología prevaleciente del carácter puede ser tan gene-
ral que, a los fines prácticos, todo el material resuena
inmediatamente con los problemas dominantes de la
transferencia.
Y hay pacientes, en particular los que presentan una
patología caracterológica narcisista, en los cuales la resis-
tencia generalizada contra una pautatransferencia!
dominante también debilita la relación objetal "objetiva"
inicial; es como si la relación entre dos personas que se
encuentran en la misma habitación fuera impersonal. No
se pone de manifiesto ningún signo de una relación con
carga afectiva; toda la comunicación parece mecánica,
desanimada, incluso deshumanizada. Creo que estas con-
diciones estaban implícitas en la descripción realizada
por Winnicott (1971, pág. 103) de un "espacio" psíquico
entre el paciente y el analista, un espacio en el cual pue-
den surgir fantasías cargadas de afecto, un espacio de
relaciones emocionales fantaseadas que damos por sen-
tadas en el psicoanálisis del paciente neurótico. (Véase
en el capítulo 9 una consideración más amplia de este
tema.) La evaluación intuitiva de este espacio por el ana-
lista mediante su contratransferencia constituye un "ter-
cer canal" de comunicación para la transferencia. (El "pri-
mer canal" se refiere a la comunicación por el paciente
de su experiencia subjetiva, y el "segundo canal" es la
observación por el analista de la conducta no verbal del
paciente.) Si persiste la obliteración de este espacio psí-
151
quico, tal vez haya que dedicarle un análisis sistemático.
Con la desaparición del espacio analítico, el tema afectivo
dominante se vuelve conspicuo por su ausencia. Lo que
está "ausente" es de hecho una defensa mucho más pre-
sente (una relación objeta! implícita, fantaseada) contra
un impulso dirigido hacia el analista, y esto es lo que hay
que interpretar.
Por lo común, en el tratamiento de pacientes con una
organización neurótica de la personalidad, los canales de
la comunicación verbal y no verbal exceden en mucho la
importancia del análisis del espacio analítico y de la con-
tratransferencia. Si bien cuando un paciente hace una
regresión temporaria, en el tratamiento se pueden activar
reacciones contratransferenciales profundas y fuertes,
sólo en las patologías graves del carácter y en la organi-
zación límite de la personalidad esa contratransferencia
se convierte en una verdadera fuente esencial de informa-
ción sobre los desarrollos de la transferencia, y adquiere
una función central en la determinación del dominio afec-
tivo y la investigación de la relación objeta! vinculada a
esta disposición afectiva.
LA TRANSFERENCIA Y LA INTERPRETACIÓN
DE LA TRANSFERENCIA
El aporte básico de la teoría de las relaciones objetales
al análisis de la transferencia consiste en ampliar el mar-
co de referencia dentro del cual se exploran las manifes-
taciones transferenciales, de modo que se puedan com-
prender e interpretar las complejidades crecientes de la
regresión transferencia! en pacientes con niveles profun-
{
dos de psicopatología. En la práctica, la transferencia de
. los pacientes con una psiconeurosis clásica o con una pato-
. logía caracterológica en una organización neurótica de la
152
personalidad aún puede comprenderse como la repetición
inconsciente, en el "aquí y ahora", de relaciones patógenas
del pasado: más concretamente, como la escenificación de
un aspecto del sí-mismo infantil inconsciente del paciente
en su relación con representaciones infantiles (también
inconscientes) de los objetos parentales.
El hecho de que los pacientes neuróticos hagan regre-
siones a un sí-mismo infantil relativamente integrado
aunque inconsciente y reprimido, que se relaciona con
representaciones relativamente integradas aunque
inconscientes de los objetos parentales, hace que estas
transferencias sean muy fáciles de comprender e interpre-
tar: lo que se activa en la transferencia es la relació:o
inconsciente con los progenitores del pasado, que incluy~
l~ctas realistas y fantaseados de tales relaciones y
l¡:¡__~ defensas contra ellos. El aspecto inconsciente del sí-
mismo infantil porta consigo una apetencia concreta que
refleja un derivado de la pulsión dirigida hacia esos obje-
tos parentales y un miedo fantaseado por los peligros
involucrados en la expresión de esta apetencia. Lo gue se
subraya en la teoría de las relaciones objetales de la psi-
cología del yo es que incluso en estas escenificaciones
transferenciales relativamente simples, siempre se acti-
van unidades diádicas básicas de una representación dcl
~ismo y una representación objeta! vinculadas por lJJ1
c~afecto, y que estas unidades reflejan los aspectos
~nsivos o impulsivos del conflicto. Más exactamente,
una fantasía inconsciente que refleja una organización de
impulso-defensa se activa típicamente primero en la for-
ma de la relación objetal que representa el lado defensivo
del conflicto, y sólo después mediante la relación objetal
que refleja el lado impulsivo.
Por ejemplo, una paciente neurótica con estructura
masoquista de la personalidad interpretaba mal mis
comentarios como críticas devastadoras, precisamente en
153
loH momentos en que sentía que nuestra relación de tra-
bajo era buena. Entonces se encolerizaba conmigo, cues-
tionándome, desafiándome y acusándome de tratar de
controlarla como lo había hecho su madre. Yo comprendía
que su conducta significaba que nuestro trabajo conjunto
había activado en ella la fantasía inconsciente de que yo
'estaba seduciéndola sexualmente como su padre (fantasía
derivada, a su vez, de la proyección sobre mí de apetencias
edípicas positivas subyacentes). Ella se defendía de modo
masoquista experimentándome a mí como su madre ser-
moneadora, y experimentándose ella misma como una
niña impotente.
Mi interpretación se centró en la idea que tenía de mí
como su madre crítica después de sentir que yo la había
ayudado y de haber ella expresado su aprecio; esto per-
mitió la emergencia gradual de sentimientos positivos
más directos, con una mezcla de excitación erótica y miedo
a que yo me convirtiera en un padre seductor. Entonces
interpreté ese miedo como expresión de su proyección
sobre mí de impulsos sexuales que ella misma no se ani-
maba a experimentar de modo directo. A continuación se
produjo una expresión más directa de fantasías edípicas
positivas sobre mí.
¿Qué es lo que añade un enfoque de relaciones obje-
tales a estas formulaciones relacionadas con la transfe-
rencia? En primer lugar, realza el conjunto coherente de
unidades diádicas (una representación del sí-mismo que
interactúa con una representación objetal bajo el dominio
de un cierto afecto) y enmarca la experiencia de las fan-
tasías, las apetencias y los miedos inconscientes concretos.
En segundo lugar, considera cada organización de defen-
sa-impulso como reflejada en dos unidades opuestas, de
modo que tanto la defensa como el impulso se reflejan en
una relación fantaseada entre el sí-mismo y el objeto. En
tercer término, incluso en el nivel neurótico de la pato-
154
logía se puede observar un proceso que adquiere preva-
lencia con la psicopatología más profunda: la rápida inver-
sión o alternancia entre la activación de la representación
del sí-mismo del paciente y la representación objetal pro-
yectada sobre el analista, y otros momentos en los que el
paciente escenifica una identificación con esa represen-
tación objeta!, mientras proyecta la representación del sí-
mismo sobre el analista. Cuando la paciente masoquista
me experimentaba como reprendiéndola agresivamente,
por lo cual se sentía agredida y maltratada, me atacaba
iracunda, de un modo que hacía claramente eco a su des-
cripción de la conducta de la madre. A mí, temporaria-
mente paralizado por su violenta embestida, me resultaba
difícil interpretarle la situación. En otras palabras, cuan-
do los paciente.:; hacen una regresión temporaria, se pro-
duce tanto una intensificación como una primitivización
del afecto que refleja al correspondiente derivado pulsio-
nal, y aparece una proclividad a inversiones rápidas de
las identificaciones con el sí-mismo o el objeto, lo cual pue-
de comprenderse e interpretarse con más facilidad en el
seno del marco organizador de las relaciones objetales
internalizadas.
Alexaminar de ese modo novedoso la naturaleza de
las Íde~tificaciones en la transferencia, postulo que toda
identificación es una identificación con una relación con
~m objeto, y no con el objeto. Propongo además que en la
relación el paciente se identifica tanto con el sí-mismo
como con el objeto, y es posible que vuelva a interpretar
los roles de uno u otro. Creo que esta conceptualización
echa nueva luz sobre la observación de Freud (1915a) en
cuanto a que una pulsión puede padecer, entre otras
cosas, las vicisitudes de la inversión en su opuesto y de
encontrar el objeto en el sí-mismo del sujeto. Freud tam-
bién subraya que por lo general la vida mental es gober-
nada por la dicotomía -del sujeto (yo) y el objeto (el mun-
155
do oxturno), del placer y el dis lacer, de lo activo y lo pasi-
._vº== A ia luz de la teoría de las relaciones objetales, a
expresión de un impulso "activo" -por ejemplo, la agre-
sión- que fue primero experimentado pasivamente, se
puede comprender como la activación de una representa-
ción del sí-mismo bajo un ataque experimentado subjeti-
vamente del objeto, o también como la activación de una
identificación con la representación objetal de esa interac-
ción. La "identificación con el agresor", también ilustrada
en mi ejemplo y ahora conceptualizada como consecuencia
de la identificación con el sí-mismo y el objeto, presenta
un caso de la transformación de una expresión funcional
pasiva en activa.
La expresión de un impulso contra el sí-mismo, en
tanto opuesta a la expresión de ese impulso contra un
objeto, también se puede comprender como una identifi-
cación con un objeto atacante. Por ejemplo, la paciente
masoquista que me atacaba cuando se sentía estimulada
eróticamente en la transferencia, escenificaba la conducta
punitiva de la madre (reflejada en su identificación super-
yoica con ésta) mientras proyectaba sobre mí su represen-
tación de sí misma sometiéndose a la madre de modo
masoquista. El conflicto estructural entre el superyó y el
yo era escenificado en la transferencia con una relación
objeta} "con las funciones invertidas". Ella escenificaba_
una relación objetal defensiva masoquista, derivada de la
internalización de la interacción agresivo-sumisa con la
madre. En correspondencia con esto, internalizaba a la
madre atacante como parte del superyó (dando origen a
la conducta masoquista), y en una distorsión caractero-
lógica secundaria también como parte de su yo (en la iden-
tificación caracterológica con la conducta hostil de la
madre). En.otros momentos, la paciente escenificaba otras
identificaciones yoicas, como la hija en sumisión maso-
quista.
156
De modo que, a los fines prácticos, el lugar de inter-
pretar las vicisitudes de una configuración "pura" de
impulso-defensa, nosotros interpretamos la transferencia
en términos de activación de una relación objetal inter-
nalizada que da origen a la activación alternante del mis-
mo conflicto en lo que podrían parecer experiencias y con-
ductas contradictorias. Este enfoque enriquece la
interpretación con matices y detalles clarificadores. Así
es como pude señalarle a mi paciente masoquista que, al
tratarme agresivamente tal como ella se sentía tratada
por la madre, estaba identificándose con la madre y al
mismo tiempo sometiéndose implícitamente a la imagen
internalizada de la madre y volviéndose como la madre,
como expresión de la culpa inconsciente por la relación
sexualizada y temida conmigo como padre. Lo que propon-
go es que la observación clínica ya tradicional de que un
afecto puede emplearse como defensa contra otro afecto
reprimido o disociado, tiene que reformularse en los tér-
minos del empleo defensivo de una relación objetal inter-
nalizada y su afecto correspondiente, contra otra relación
objetal internalizada y su afecto.
Lo que hace más complejo el análisis en la transferen-
cia de las relaciones objetales internalizadas (pero que
también permite la clarificación de esa complejidad) es el
desarrollo, en los pacientes con una patología caractero-
lógica severa, de una disociación o escisión defensiva pri-
mitiva de las relaciones objetales internalizadas. Esta
escisión se produce en pacientes que operan en un nivel
límite, en las personalidades narcisistas e incluso en las
psicosis abordables por el psicoanálisis. En estos pacien-
tes, la tolerancia a la ambivalencia, característica de las
relaciones objetales neuróticas de nivel más alto, es reem-
plazada por una desintegración defensiva de las represen-
taciones del sí-mismo y los objetos en relaciones objetales
parciales investidas libidinal y agresivamente. Las más
157
realistas o comprensibles relaciones objetales pasadas de ~
las personalidades neuróticas, son reemplazadas por
representaciones agudamente idealizadas del sí-mismo y
el objeto, o bien agudamente agresivas o persecutorias,
que no pueden rastrearse de modo inmediato, hasta rela-
ciones reales o fantaseadas del pasado.
En este caso se activan relaciones objetales parciales
altamente idealizadas bajo la influencia de estados afec-
tivos intensos, difusos, abrumadores, de naturaleza extá-
tica, o de estados afectivos primitivos igualmente intensos
pero dolorosos y aterradores, signos de la activación de
relaciones agresivas o persecutorias entre el sí-mismo y
el objeto. Podemos reconocer la naturaleza no integrada
de las relaciones objetales internalizadas por la disposi-
ción del paciente a inversiones rápidas en la representa- ·
ción de los roles del sí-mismo y el objeto. Al mismo tiempo,
el paciente puede proyectar una representación comple-
mentaria del sí-mismo o el objeto sobre el analista; esto,
junto con la intensidad de la activación afectiva, lleva a
desarrollos transferenciales aparentemente caóticos.
- Estas oscilaciones rápidas, así como la aguda disociación
entre los aspectos de amor y odio de la relación con un
objeto, pueden complicarse adicionalmente en virtud de
las condensaciones defensivas de varias relaciones obje-
tales bajo la influencia del mismo afecto primitivo, de
modo tal que imágenes combinadas de padre-madre con-
densan confusamente los aspectos percibidos como agre-
sivos del padre y la madre. Los aspectos idealizados o des-
valorizados del sí-mismo condensan de modo análogo
diversos niveles de experiencias pasadas.
Un marco de referencia de relaciones objetales le per-
mite al analista comprender y organizar lo que parece un
caos completo, y clarificar las condensaciones de diversas
relaciones con objetos parciales en la transferencia, gene-
rando una integración de las representaciones del sí mis-
158
¡:
' '
~ :
1
1
mo y el objeto, lo cual conduce a un tipo más avanzado de
transferencia: la transferencia neurótica.
Entre los principios generales de la interpretación de
la transferencia en el tratamiento de la organización lími-
te de la personalidad, se cuentan las siguientes tareas
(véase Kernberg, 1984): 1) diagnosticar la relación obje-
tiva dominante en el seno de la situación transferencia!
general caótica; 2) esclarecer cuál es la representación del
sí-mismo y cuál la representación del objeto en esa rela-
ción objetal internalizada, y el afecto dominante que las
vincula, y 3) conectar en la interpretación esa relación
objetal dominante con su opuesto escindido.
EJEMPLOS CLINICOS
La señorita A, de aproximadamente treinta y cinco
años, con una personalidad predominantemente narcisis-
ta que funciona en un nivel límite manifiesto, se enfurecía
al final de cada sesión, experimentando el hecho de que
yo dijera que debíamos terminar como un golpe narcisista.
Y era siempre al final de la sesión cuando ella recordaba
cuestiones cruciales que sentía la urgente necesidad de
discutir allí y entonces. Durante las sesiones me trataba
con desdén y encontraba innumerables motivos para cri-
ticarme. En cada sesión me presentaba una queja diferen-
te sobre mí, a la cual no volvía a referirse. Su ira y su des-
dén sin dudatenían el efecto de impedirle examinar los
problemas de su vida real.
La paciente quería que respondiera con precisión y de
modo completo a todos sus interrogantes, en lugar de
pedirle que reflexionara sobre lo que estaba diciendo, y
que accediera a cambiarle los horarios sin que ella tuviera
que explicarme las razones. Pero abandonaba cada sesión
con un aire de haber sido tratada con crueldad y estar
159
herida profundamente. Más tarde, abrumada por la
desesperación, me llamaba por teléfono y me rogaba que
hablara con ella.
Poco a poco le pude señalar de qué modo, durante cada
sesión, ella se identificaba con una persona controladora
y sádica que insistía en someterme a una obediencia total,
y al final me experimentaba como un objeto controlador
y sádico que la trataba como a algo indigno. Lentamente
ella pudo comprender que esta serie de escenificaciones
constituían un aspecto de una relación con la madre, acti-
vada con inversiones de rol. Por fin comprendió que esa
relación "loca" no reflejaba la realidad, presente o pasada,
sino una exacerbación de todos los aspectos hostiles de su
relación con la madre, bajo la influencia de fantasías crea-
das por la ira que la madre le suscitaba. A medida que
se esclarecía su relación objetal persecutoria, la señorita
A comenzó a sentirse más capaz de reflexionar sobre esa
relación y menos forzada a escenificarla:
Por cierto, progresó lo bastante como para que yo
pudiera explorar con ella las implicaciones de su renuen-
cia a poner fin a las sesiones y su necesidad de llamarme ·
después por teléfono. Cuando le pregunté cómo se sentiría
si yo estuviera realmente a su disposición en todo sentido,
dijo que nada le gustaría más, pero la idea la angustiaba
porque era demasiado irreal; esa exigencia ávida no podía
sino provocar mi resentimiento. Y, no obstante, era exac-
tamente eso lo que ella quería.
Sugerí entonces que parecía desear una relación con-
migo semejante a la relación entre un hijo único amado
en su infancia y una madre totalmente dedicada a él. La
señorita A me interrumpió para decir que cualquier
madre experimentaría un resentimiento terrible ante una
expectativa tal de su bebé. Le dije que ése era precisamen-
te el miedo conectado con su apetencia. Si yo representaba
a una madre totalmente consagrada a su niñita, entonces
160
1
' .1
i
ella, al identificarse con ese bebé, podía distenderse, apla-
carse y ser feliz. La señorita A asintió con una sonrisa,
y agregó que entonces todo estaría bien en el mundo.
Mi interpretación había descubierto el aspecto escin-
dido, idealizado, de la relación de la paciente con la
madre, una relación llena de peligro, debido a las exigen-
cias ávidas de la paciente y a su intolerancia a la ira que
en ella misma suscitaba cualquier frustración provocada
por esta madre ideal. Después de meses de elaborar este
paradigma de la transferencia, se desarrolló un nuevo
aspecto de la relación de la señorita A con la madre, a
saber: un intenso resentimiento de la madre debido a la
inmoderada sensación de dependencia de la paciente res-
pecto de ella. El resentimiento y la envidia la llevaban
inconscientemente a envenenar la imagen de la madre en
su propia mente. Ella expresaba esto en términos clínicos
con una reacción terapéutica negativa, que seguía preci-
samente a la activación de la transferencia escindida,
idealizada.
La señorita B, una profesional esquizofrénica de poco
más de veinte años, estaba en psicoterapia psicoanalítica
y con una baja dosis de mantenimiento de un neuroléptico
que le permitía continuar funcionando pero no eliminaba
su pensamiento psicótico. Tenía la idea delirante de que
la gente, en particular las mujeres dominantes, le robaban
su energía física, drenándola de un modo tal que quedaba
exhausta y debilitada, incapaz de pensar con claridad. En
una sesión, mientras yo consideraba su miedo a la inti-
midad sexual con el novio, la señorita B de pronto me
miró con angustia y desconfianza, y me preguntó por qué
acababa de realizar un cierto gesto con la mano. Le res-
pondí que no tenía conciencia de haber realizado ese ges-
to, pero que me preguntaba si ella sentía que yo, como
otras personas, trataba de robarle su energía.
161
En un súbito estallido de ira, la señorita B dijo saber
perfectamente que acababa de robarle energía; ¿por qué
tenía yo que emprender un juego de simulación tan des-
preciable? Acepté que estuviera convencida de que le
había robado energía, pero por mi parte yo estaba igual-
mente seguro de que no lo había hecho; yo había estado
totalmente concentrado en el contenido de lo que me
decía. Me pregunté si ella podía aceptar que esta afirma-
ción fuera cierta. Mi énfasis en nuestras realidades recí-
procamente compatibles y, por lo tanto, en las diferencias
y la separación entre nosotros, tendía a subrayar mi idea
de que su experiencia tal vez fuera psicótica, y también
tendía a indicar mi tolerancia ("contención") a la discre-
pancia. Además quería reducir el desdibujamiento de los
límites entre el sí-mismo y el objeto, que era obvio que ella
estaba experimentando. Por otra parte, implícitamente,
yo le transmitía mi confianza en que ella podía tolerar esa
separación respecto de mí.
La señorita B dijo que podía creer que ésa era mi con-
vicción, pero la perturbaba que yo pensara que estaba
loca. Le dije que yo no abría ningún juicio, salvo reconocer
que por el momento teníamos percepciones incompatibles
de la realidad, y que ella me estaba experimentando como
si yo tratara de debilitarla y hacerle daño, lo cual debía
de ser muy horrible e inquietante. Admitió que estaba
muy perturbada y de inmediato habló del modo como la
madre solía robarle su energía, sin admitirlo nunca, mien-
tras trataba de controlarla y dominarla.
Le respondí que comprendía que ella estaba percibién-
dome como si yo fuera una réplica de la madre, y me
impresionaba haberme vuelto semejante a la madre pre-
cisamente cuando trataba de ayudarla a temer menos la
intimidad sexual con el novio. La señorita B dijo temer
que yo intentara empujarla a una relación sexual; sentía
que yo estaba tan convencido de que ella tenía que irse
162
1
!
'
a la cama con un hombre que trataba de influir directa-
mente en sus pensamientos, al punto de que ella misma
ya no sabía si esos pensamientos eran de ella o míos.
Como si se le ocurriera una nueva idea, agregó que el
padre solía comportarse muy seductoramente con ella
algunas veces, aunque no estaba segura de si ella misma
se había o no comportado seductoramente con él. De todos
modos, agregó, la madre detestaba la intimidad de la rela-
ción de la paciente con el padre.
Le dije que me preguntaba si ella había percibido mi
indagación sobre sus miedos a la intimidad sexual con el
novio como una sugerencia indirecta de que fuera a la
cama con él, lo que me convertía en un hombre sexual-
mente seductor al que ella veía como análogo al padre. De
ser así, continué, sería muy natural que surgiera la ima-
gen de la madre como enemigo peligroso y celoso de esa
proximidad sexual con el padre; yo me había convertido
a continuación en la madre que trataba de castigarla
robándole su energía. La señorita B, con un aspecto
mucho más distendido, manifestó sentir que era eso exac-
tamente lo que había sucedido.
Proseguí entonces observando que, a mi juicio, detrás
de la sensación de pérdida de energía, del miedo a que yo
penetrara en su mente y de su preocupación por el inter-
cambio de energía en un nivel físico, estaba el miedo a la
seducción y penetración sexuales y al castigo consiguiente;
además esos miedos estaban tan estrechamente vincu-
lados a sus progenitores que a ella le resultaban inso-
portables. Por esta razón, continué, quizás había trans-
formado el miedo a relaciones peligrosas con ambos
progenitores en un miedo al intercambio de energía física,
que era más penoso y misterioso, pero menos perturba-
doramente amenazante que las interaccionesfantaseadas
con los padres.
La señorita B me preguntó si no era que todo funcio-
163
namiento mental estaba conectado con la energía física.
Le respondí que, a mi juicio, la traducción directa de una
experiencia psicológica a una sensación de ganancia o pér-
dida de energía física era una operación protectora que
podría volverse horrible por derecho propio, ya que tras-
mutaba en misteriosas y mágicas las relaciones comunes
entre las personas. La paciente pareció satisfecha con mis
observaciones, y dijo que-se sentía muy bien. No hubo nin-
gún otro signo de que sus miedos persistieran, ni de que
ella estuviera limitándose a obedecer.
También en este caso la situación es diferente de la
de los pacientes límite. Un problema central con los
pacientes límite es la activación de relaciones primitivas
y abrumadoras con objetos parciales, en las cuales la dis-
tribución transferencia! de los roles se alterna continua-
mente; esas relaciones requieren mucho tiempo de rastreo
para llegar a la realidad infantil. Con la psicosis, el pro-
blema es el desdibujamiento de los límites entre las repre-
sentaciones del sí-mismo y el objeto. En estas circunstan-
cias, la activación de una cierta relación objetal en la
transferencia puede inducir una confusión inmediata
entre el sí-mismo y el objeto y, por lo tanto, una confusión
concerniente al origen de un impulso intolerable. Esto
activa una relación objeta! defensiva, dentro de la cual el
sí-mismo y el objeto se confunden aún más; la relación
objetal de defensa fracasa entonces en su función protec-
tora.
De modo que la señorita B entendía mi comentario
sobre su miedo a la intimidad con el novio como un asalto
sexual mío en tanto padre, equivalente a su propio deseo
sexual dirigido hacia el padre. Pero no podía ubicar el ori-
gen de este deseo sexual. En consecuencia, experimentaba
como castigo inmediato un ataque de la madre. Y también
le resultaba imposible distinguir al atacante del atacado;
secundariamente, era incapaz de diferenciar los afectos
164
sexuales de los agresivos. De allí que la transformación
primitiva del miedo a perder los límites del sí-mismo en
una sensación de que le estaban extrayendo energía física
del cuerpo (es decir, un desdibujamiento regresivo de los
límites entre mente y cuerpo) le procurara una vía de
escape delirante del conflicto. De nuevo el hecho de que
yo no interpretara la situación sólo en términos de impul-
so (o de configuraciones impersonales de impulso-defen-
sa), sino en los términos de las relaciones objetales acti-
vadas, permitió la clarificación de la situación inmediata
y la reducción temporaria de la regresión psicótica.
La teoría de las relaciones objetales también amplía')
nuestra comprensión de las resistencias transferenciales
de los pacientes con estructura narcisista de la persona-
lidad. La aparición en la transferencia de diversas carac-
, 1 terísticas del sí-mismo patológico grandioso y las corres-
pondientes representaciones objetales admirativas,
desvalorizadas o suspicazmente temidas, suelen permitir
la clarificación de las relaciones objetales internalizadas
componentes, que han llevado a la condensación del sí-
mismo patológico grandioso. ._j
Por ejemplo, un matemático de poco más de treinta
años, con una estructura narcisista de la personalidad,
era incapaz de sostener su interés sexual por cualquier
mujer con la que estuviera involucrado emocionalmente.
Impaciente por el ritmo lento de su tratamiento psicoa-
nalítico, sospechaba que mi interés en él era venal, del
mismo modo que desconfiaba de los móviles de las muje-
res de su vida. Me ofreció pagarme una gran cantidad de
dinero si yo acortaba significativamente el tratamiento,
"poniendo realmente empeño". Básicamente, estaba
resentido porque pensaba que yo lo explotaba.
Me tomó algún tiempo separar, dentro de esta trans-
ferencia, su proyección sobre mí (y sobre las mujeres) de
165
su propia codicia, la escenificación de diversos aspectos
de su madre (en partic)llár, su advertencia constante de
que las mujeres siempre tratarían de explotarlo), y su
identificación con la sensación del padre de "tener dere-
cho", expresada por éste en actos crueles agresivos. En
síntesis, el autoconcepto dominante del paciente podía dis-
cernirse como constituido por identificaciones con aspectos
selectivos de ambos progenitores, que nutrían su grandio-
sidad, su exigencia, su desconfianza y su miedo a las rela-
. ciones de dependencia.
En general, el análisis gradual de los componentes del
sí-mismo patológico grandioso permite el surgimiento de
las relaciones objetales primitivas subyacentes, caracte-
rísticas de la organización límite de la personalidad y,
eventualmente, el desarrollo del sí~mismo infantil normal
del paciente y la capacidad para establecer relaciones
auténticamente dependientes con los demás.
Lo que he dicho hasta ahora sobre la estructura de las
relaciones objetales internalizadas, en pacientes con gra-
dos diversos de psicopatología, modifica en realidad los
criterios de interpretación estructural de Fenichel (1941),
mencionados al principio de este capítulo. Los pacientes
que presentan una organización neurótica de la persona-
Üdad tienen conflictos inconscientes que son predominan-
temente intersistémícos; en estos casos, la máxima clásica
sostiene que siempre hay que interpretar desde el lado del
yo, y aclarar, durante cierto lapso, las instancias involu-
cradas en el conflicto y el modo como participan en él.
Pero con pacientes que presentan psicopatología severa
y conflictos sobre todo intrasístémícos, el foco está en la
relación objetal internalizada dominante como parte de
1 la función defensiva de la transferencia y en la relación
\
objeta! internalizada que en el momento presente funcio-
na como una estructura pulsional disociada. Esta concep-
tualización facilita la aplicación de criterios estructurales,
166
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1 .r 1
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además de los económicos y dinámicos, en nuestro trabajo
interpretativo.
CONSTRUCCIONES Y RECONSTRUCCIONES GENÉTICAS
·i~ 1 Mi modo de ver difiere del de otros teóricos de las rela: '
ciones objetales, como Klein (1945, 1946, 1957), Segal
(1967), Fairbairn (1954) y Mahler (Mahler, Pine y Berg-
man, 1975), en cuanto yo en ningún momento me concen-
tro tanto en el pasado del paciente en el que pudieron
haberse originado los conflictos patógenos y la organiza-
ción estructural de la personalidad que prevalecen en el
presente. Considero esencial que el analista no tenga
ideas preconcebidas sobre la fuente de los conflictos
inconscientes presentes, y que permita que las asociacio-
nes libres del paciente sirvan de guía hacia el origen gené-
tico del "aquí y ahora" en el "allí y entonces".
Estoy de acuerdo con Jacobson (1964) y Mahler (Mah-
ler y Furer, 1968) en cuanto a que la organización predo-
minante de las estructuras psíquicas (neurótica, límite,
narcisista o psicótica) apunta a ciertos períodos clave del
desarrollo. Pero los hechos siguientes determinan que las
conexiones biunívocas resulten riesgosas. De modo aná
logo, creo que la tradicional tendencia kleiniana a concen
trarse en lo que se supone que ocurre en el primer año de
la vida no hace justicia a la complejidad del desarrollo psi-
cosexual.
Por lo tanto, trato de seguir el principio dinámico de
la interpretación, procediendo desde la superficie hacia
el fondo, y procuro ayudar al paciente a comprender el sig-
nificado inconsciente en el "aquí y ahora" de un modo rela-
tivamente ahistórico, recurriendo a una articulación de
"como si": "Es como si tal y cual tipo de hijo estuviera rela-
cionado con tal y cual tipo de progenitor". Las asociaciones
167
del paciente pueden transformar esto en un recuerdo o
una fantasía concretos que relacionen el inconsciente pre-
sente con el origen genético pasado (Sandler y Sandler,
1987).
A mi juicio, la cuestión de si los conflictos relacionados
con unaclase particular de psicopatología son típicamente
edípicos o preedípicos es espuria. Nunca he visto un
paciente cuyos problemas fueran "o esto o aquello", ni
tampoco un paciente en el que los problemas edípicos no
fueran centrales. La diferencia principal entre la psico-
patología neurótica y la psicopatología grave consiste en
que en esta última las condensaciones de los problemas
edípicos y preedípicos son más complejas. Por ejemplo, los
conflictos anales u orales son observables en todo el espec-
tro de la psicopatología pero nunca aislados de otros con-
flictos, y lo mismo vale respecto de los conflictos que se
originan en todos los otros niveles del desarrollo psico-
sexual.
Al mismo tiempo, debemos reconocer que algunas
experiencias traumáticas tempranas y cruciales están
más allá de la reconstrucción por medio del recuerdo
evocado. En tales casos, la reconstrucción de un pasado
temprano que nunca fue totalmente consciente tiene que
intentarse con la ayuda de construcciones derivadas de
las relaciones objetales inconscientes que predominan en
el presente. Con la paciente que no podía abandonar mi
consultorio al final de la sesión, la referencia a una bús-
queda desesperada de la madre perfecta fue sin duda
una construcción sugerida por mí. Los enfoques mahle-
riano, winnicottiano, kleiniano o kohutiano podrían tra-
tar de determinar el momento más razonable para la
construcción de una experiencia pasada (real o fantase-
ada). Yo me conformo con ubicar esa construcción en el
contexto, como la "región intemporal" en torno a la cual
pueden o no pueden finalmente lograrse reconstruccio-
168
nes más concretas del pasado, más específicamente asig-
nadas a un tiempo.
Desde luego, el conocimiento concreto del pasado del
paciente es extremadamente útil en el análisis sistemático
de los significados inconscientes en el "aquí y ahora".
Establecer una hipótesis que vincule el "aquí y ahora"
inconsciente a los aspectos conocidos de la historia del
paciente no incorporados antes a la trama de las recons-
trucciones genéticas, puede proporcionar puentes útiles
hacia el pasado. Pero tenemos que ser muy cautos al
introducir "hechos objetivos" del pasado, en particular
cuando el paciente sufre una psicopatología grave, y es
enorme la distancia entre los hechos objetivos y la expe-
riencia subjetiva, entre los datos del desarrollo y el desa-
rrollo genético. \
De modo que nos queda una paradoja: en los pacientes.·
con mejor funcionamiento, con quienes las reconstruccio-
nes son más fáciles, también resultan menos necesarias,
porque las asociaciones del paciente conducen con facili-
dad al pasado inconsciente. Pero con la psicopatología gra-
ve, las reconstrucciones genéticas son muy difíciles, y la
historia objetiva que se obtenga resulta de poca ayuda,
debido a la limitada capacidad del paciente para penetrar
conscientemente en el pasado. En consecuencia, yo cues-
tiono (por ejemplo) la tendencia de Rosenfeld (1987) a vin-
cular directamente tales datos objetivos a lo que se des-
cubre en la transferencia de los pacientes psicóticos y
límite.
LA CONTRATRANSFERENCIA
Considero sumamente útiles las observaciones de Rae- )
ker (1957) sobre las identificaciones y la contratransferen-
cia del analista. Racker diferenciaba dos tipos de tales
169
identificaciones· la identificació dante (cuando el ....._
analista se identifica con o activado en el paciente), y a
-----~::---~~~~-:-~~-:--~--:-~~-:--~~
identificación complementaria (cuando se ideñfafica co:rr
l"'a fostancia que está en conflicto can ~ella cOilTaéí{ie ....-- ~
se identifica el paciente). A esta última, por lo general, el
paciente no puede tolerarla, y por lo tanto la proyecta. En
términos de relaciones objetales, podríamos decir que en
la identificación concordante el analista se identifica con
la misma representación activada del paciente: sí-mismo
con sí-mismo__, objeto con objeto. La identificaci~:l
ciantetíen~na importancia esencial como füenteClel~. - --· empatía común cuando el estado de ánimo del paciente
es reflexivo, pero también en condiciones en las cuales el
analista, por haberse identificado excesivamente con el
paciente, puede sentirse tentado a compartir vicariamente
su acting out.
~dentificación complementaria, el paciente y el
analista escenifican temporariamente las representaCW:-
lles del sí-mismo y el objeto de una cierta relación ó'IJjetal
iñfernahzacta. Por ejemplo, si la transferencia está sexua-·
fizada, el analista responde seductoramente al miedo del
paciente a un acting out edípico, y a la tentación de caer
en él. Con más frecuencia, cuando predomina una trans-
ferencia particularmente negativa, el analista se convierte
en el objeto agresivo y amenazante del paciente, y éste se
vuelve su propio sí-mismo aterrado. O bien se produce
una inversión: el analista se siente paralizado por la agre-
sión del paciente, y reacciona con miedo y odio impotente
mientras se identifica con la representación del sí-mismo
amenazado de aquél; al mismo tiempo, el paciente se iden-
tifica con el objeto que lo amenaza.
En general, en una contratransferencia complemen-
taria el analista está identificado con una imago interna
que el paciente en ese momento no puede tolerar y tiene
que disociar y proyectar. De hecho, las reacciones contra-
170
>.• 1
. 1
transferenciales complementarias suelen ser suscitadas
por el uso defensivo por parte del paciente de la identi-
ficación proyectiva: el analista empatiza con lo que el
paciente no tolera en sí mismo. En virtud del mismo pro-
ceso, el analista puede adquirir información significativa
respecto de la relación con un objeto total activada en la
transferencia. Este es potencialmente el empleo más
recompensador de la contratransferencia por parte del
psicoanalista. Desde luego, el peligro reside en la tenta-
ción de actuar esa identificación complementaria, en lugar
de utilizarla como material a integrar en el proceso inter-
pretativo.
Si el analista tolera su contratransferencia, puede
emplearla para discernir la relación objetal dominante en
la transferencia, siempre y cuando, desde luego, se man-
tengan los límites profesionales. Es importante que, si el
acting out contratransferencial se produce, el analista se
abstenga de ofrecer explicaciones que vayan más allá de
reconocer lo que el propio paciente ha observado.
ANÁLISIS DE SUEÑOS
Fairbairn (1954) abrió el camino hacia un nuevo mar-
co de referencia para el análisis de los sueños, aplicando
un modelo de relaciones objetales. Pensaba que los diver-
sos aspectos de las identificaciones de un paciente podían
estar representados por las distintas personas del sueño,
y que los objetos significativos de su vida psíquica tam-
bién aparecían representados varias veces en el sueño, en
función de los diversos aspectos de las relaciones internas
del paciente y de las identificaciones con ellas.
Meltzer (1984)y Rosenfeld (1987) han aplicado al aná-
lisis de los sueños un enfoque kleiniano de las relaciones
objetales; Meltzer lo ha hecho de modo sistemático, y
171
Rosenfeld indirectamente, por medio de material clínico
que ilustra la centralidad del análisis de los sueños en
estos enfoques. Aunque yo estoy en desacuerdo con la ten-
dencia de estos dos autores a interpretar de modo directo
el contenido manifiesto de los sueños como si reflejara
simbólicamente aspectos del primer año de vida, he
encontrado útil su integración de los aspectos formales del
sueño con lo que en el presente domina en la transferen-
cia. Me parece que este enfoque no carece de relación con
el foco de Erikson (1954) en los aspectos formales del rela-
to del sueño por el paciente, y apunta a la importancia
creciente de los aspectos expresivos é interaccionales del
análisis de sueños (en contraste con los aspectos directa-
mente simbólicos).
Yo trato de suscitar asociaciones con el contenido
manifiesto del sueño sin interpretar directamente en tér-minos de significados simbólicos inconscientes. Presto
atención a: 1) las cualidades emocionales dominantes del
contenido del sueño, 2) el modo como el sueño es narrado,
3) la relación del contenido del sueño, en los términos Je
sus relaciones objetales dominantes, con la relación obje-
tal activada durante la comunicación del sueño, 4) el tras-
fondo transferencia! general sobre el cual se produce la
narración del sueño, y, finalmente, 5) los residuos diurnos.
172
: 1
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' ¡
7. UN ENFOQUE DE LA TRANSFERENCIA
BASADO EN LA PSICOLOGÍA DEL YO Y LA TEORÍA
DE LAS RELACIONES OBJETALES
El análisis de la transferencia es una preocupación
central en mi enfoque técnico general. Se trata de analizar
las reactivaciones en el "aquí y ahora" de las relaciones
objetales internalizadas del pasado. Al mismo tiempo, este
proceso analiza las estructuras constitutivas del yo, el
superyó y el ello en sus conflictos intra e interestructu-
rales. En contraste con los teóricos interpersonales de las
relaciones objetales -como Sullivan (1953, 1962) y Gun-
trip (1961, 1968, 1971)-, y también con la psicología del
sí-mismo de Kohut (1971, 1977), entiendo que las relacio-
nes objetales internalizadas no reflejan relaciones obje-
tales reales del pasado, sino más bien una combinación
de internalizaciones realistas y fantaseadas (y a menudo
muy distorsionadas) de esas relaciones objetales pasadas,
y de las defensas contra ellas, bajo los efectos de los deri-
vados pulsionales de los instintos. En otras palabras, veo
una tensión dinámica entre el "aquí y ahora" (que refleja
la estructura intrapsíquica) y los determinantes genéticos
inconscientes del "allí y entonces", derivados de la historia
evolutiva del paciente.
La interpretación de la transferencia difiere según sea
la naturaleza de la psicología del paciente. Los pacientes
173
con organización neurótica de la personalidad presentan
estructuras bien integradas de superyó, yo y ello. Dentro
de la situación psicoanalítica, el análisis de las resisten-
cias provoca la activación en la transferencia, primero, de
las características relativamente globales de esas estruc-
turas, y después, de las relaciones objetales internalizadas
de las que están compuestas. El análisis de los derivados
pulsionales se produce en el contexto del análisis de la
relación del sí-mismo infantil del paciente con los objetos
parentales significativos, en tanto proyectados sobre el
analista.
En cambio, el paciente con organización límite de la
personalidad presenta un predominio de conflictos pree-
dípicos y representaciones psíquicas de conflictos preedí-
picos, condensados con representaciones de la fase edípica.
Estos conflictos no están tanto reprimidos como expresa-
dos en estados yoicos disociados entre sí, que reflejan la
defensa primitiva de la escisión. La activación de las rela-
ciones objetales primitivas anteriores a la consolidación
del yo, el superyó y el ello, se pone de manifiesto en la
transferencia en forma de estados afectivos aparentemen-
te caóticos; hay que analizarlos en pasos secuenciales, lo
que ya he descrito en otra parte (Kernberg, 1984). La
interpretación de las transferencias primitivas de los
pacientes límite provoca una transformación de las rela-
ciones con objetos parciales en relaciones con objetos tota-
les, y de las transferencias primitivas (que en gran medi-
da reflejan etapas del desarrollo anteriores a la constancia
del objeto) en las transferencias avanzadas de la fase edí-
pica.
En niveles graves de psicopatología, los mecanismos
de escisión permiten que los aspectos contradictorios de
los conflictos intrapsíquicos permanezcan al menos par-
cialmente conscientes en la forma de transferencias pri-
mitivas. En cambio, los pacientes con organización neu-
174
.,.· ¡
;;,
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,,.·
rótica de la personalidad presentan configuraciones de
impulso-defensa que incluyen apetencias inconscientes
específicas, las cuales reflejan derivados pulsionales
sexuales y agresivos insertados en fantasías inconscientes
relacionadas con los objetos edípicos. En estos pacientes
encontramos una distorsión relativamente menor de las
representaciones relacionadas con estos objetos, y de las
representaciones de los objetos edípicos en sí. Por lo tanto,
la diferencia entre las experiencias pasadas patógenas y
su transformación en disposiciones inconscientes estruc-
turadas del presente no es tan grande como en las trans-
ferencias primitivas que encontramos en los pacientes con
organización límite de la personalidad.
Yo pongo el énfasis en la relación objetal internaliza-
da, y no en la configuración de impulso-defensa per se: la
fantasía inconsciente impulsada por la apetencia expresa
esa relación objetal. Los dos modos en que, según Freud
(1915c), las apetencias inconscientes se pueden volver
conscientes (en la forma de representantes ideacionales
y como afectos) son evidentes a mi juicio en la relación
entre una representación del sí-mismo y una representa-
ción objetal, baJo la influencia de un cierto afecto. A mi
modo de ver, los comentarios de Glover (1955) sobre la
necesidad de identificar tanto los derivados pulsionales
libidinales como las identificaciones derivadas del yo y el
superyó en la transferencia, apuntan en la misma direc-
ción. Si la neurosis de transferencia se manifiesta en
impulsos pulsionales expresados como afectos y en iden-
tificaciones que reflejan relaciones objetales internaliza-
das, entonces el marco de referencia de las relaciones obje-
tales que yo propongo puede considerarse una aplicación
clínica directa del concepto metapsicológico del inconscien-
te dinámico y de las condiciones en que éste aparece en
la conciencia.
Doy por supuesto que, en todos los casos, la transfe- \
175
rencia es dinámicamente inconsciente, en el sentido de
que, sea debido a la represión o a la escisión, el paciente
distorsiona inconscientemente la experiencia presente en
razón de su fijación a conflictos patógenos con un objeto
significativo internalizado del pasado. La tarea principal
consiste en llevar a plena conciencia, por medio de la
interpretación, los significados transferenciales incons-
cientes del "aquí y ahora". Ésta es la primera etapa en el
análisis de la relación entre el presente inconsciente y el
pasado inconsciente.
En lugar de establecer una conexión directa entre las
experiencias conscientes o preconscientes del presente
relacionadas con el terapeuta y el pasado consciente, o un
supuesto pasado inconsciente, yo espero que las asocia-
ciones libres del paciente revelen los significados trans-
ferenciales inconscientes en el "aquí y ahora", que nos con-
ducen al pasado inconsciente. Por lo tanto, propongo
reconstrucciones tentativas y abiertas, que le permitan al
paciente avanzar en cualquiera de varias direcciones po-
sibles.
Mi marco teórico se expresa clínicamente en el modo
como escucho a los pacientes. Mi única expectativa es que
las asociaciones libres del paciente lleven a la aparición
en la transferencia de relaciones objetales internalizadas
del pasado, superpuestas a las interacciones reales de
paciente y analista.
Deseo subrayar una vez más que, en el proceso de des-
cubrir el significado inconsciente en el "aquí y ahora", dejo
abierta en la mayor medida posible la cuestión de los
supuestos orígenes genéticos. Aunque es cierto que la
naturaleza de la relación objetal activada indica en sí mis-
ma sus probables orígenes genéticos y evolutivos, consi-
dero prematuro dejar establecido ese origen hipotético
antes que las asociaciones libres del paciente y la explo-
ración de los significados inconscientes de su conducta en
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el "aquí y ahora" hayan permitido el acceso a nuevas prue~
bas. Tengo siempre una plena conciencia del peligro de
que las ideas preconcebidas del analista cierren prema-
turamente este campode investigación. Un marco teórico
que ubica los conflictos dominantes del paciente en un
ámbito o un momento predeterminados me parece dema-
siado restrictivo de la libertad del analista y del paciente
para explorar los orígenes del presente inconsciente en el
pasado inconsciente.
La tendencia kleiniana tradicional a relacionar las
operaciones defensivas y las relaciones objetales primiti-
vas con el primer año de vida (Klein, 1945, 1946, 1952b,
1957), el supuesto de Kohut de que el determinante pri-
mario es una siempre presente fragilidad del sí-mismo
(Reed, 1987), la búsqueda sistemática por parte del ana-
lista de determinantes edípicos o de una patología de la
separación-individuación, etcétera, dan por resultado un
estrechamiento del marco interpretativo y limitan la capa-
cidad del analista para descubrir e investigar lo descono-
cido.
LOS CANALES DE COMUNICACIÓN DE LA TRANSFERENCIA
Las relaciones objetales inconscientes que se super-
ponen a la relación objetal real -que es la del paciente
y el analista trabajando juntos dentro de los límites acor-
dados conjuntamente de la situación psicoanalítica- pue-
den ser una variedad de relaciones objetales inconscientes
en conflicto recíproco o una relación objetal de funciona-
miento defensivo activada contra otra relación objetal sub-
yacente y contrastante con funciones impulsivas. Estas
relaciones objetales inconscientes surgen a través de los
canales mencionados en el capítulo anterior. Con pacien-
tes que presentan una organización neurótica de la per-
177
sonalidad y en las etapas avanzadas del tratamiento de
pacientes con patología caracterológica grave y patología
límite, ellas aparecen sobre todo en las asociaciones libres
del paciente.
Permítaseme presentar una ilustración clínica. La
señora C, una arquitecta de poco más de treinta años, lle-
gó a la consulta en razón de sus dificultades interperso-
nales crónicas en el trabajo, y de una depresión grave
relacionada con la ruptura de una relación extramarital
con un asociado principal que ella describía como sádico.
La evaluación diagnóstica reveló una personalidad
histérica con fuertes rasgos masoquistas. Una feliz rela-
ción temprana infantil con el padre había sido reempla-
zada por luchas amargas con él durante la adolescencia,
mientras el hombre atravesaba serias dificultades matri-
moniales. La señora C veía a la madre como una víctima
inocente. Una atmósfera represora, sexualmente intole-
rante del hogar, había quedado internalizada en la propia
represión rígida de la señora e de todos los impulsos
sexuales hasta sólo unos pocos años antes de la iniciación
de su análisis: ella era frígida con el esposo, y sólo lograba
el orgasmo en relaciones extramaritales.
Unas pocas semanas después de haber empezado el
análisis, su estado de ánimo mejoró; ya no parecía depri-
mida, e impresionaba como una niñita agradable, sumisa,
ansiosa por complacer al analista. Era obvio que estaba
empeñándose en decir lo que le pasaba por la mente; el
contenido de sus primeras asociaciones libres se relacio-
naba sobre todo con su trabajo, en particular con los supe-
riores, a los que describía como profesionales de menta-
lidad estrecha, tendenciosos, incapaces de un enfoque
original y creativo del diseño. Era tan despectiva respecto
de esos hombres que, en una sesión, ella misma planteó
el tema de si no corría el riesgo de perder el empleo. En
un pasado no muy distante, a causa de sus dificultades
178
interpersonales, esto le había ocurrido realmente en otra
empresa.
Le dije que me desconcertaba el modo animoso como
estaba expresando su preocupación por la perspectiva de
que la despidieran; la señora reconoció en sí misma una
actitud osada, agregando que su conducta podría ser
efectivamente peligrosa pero que también le resultaba gra-
tificadoramente excitante. Asociaciones adicionales reve-
laron fantasías de reunirse con el jefe, quien le comunicaría
con severidad que tenía que irse, ante lo cual ella, por
medios sutiles, le haría saber que estaba interesada sexual-
mente en él. En su fantasía, esto conducía a una relación
sexual en el mismo momento en que era despedida. A la
paciente le resultaba excitante estar involucrada .sexual-
mente con un hombre que la echaba. Esta viñeta ilustra
la emergencia temprana de una actitud de "niñita buena"
en la transferencia, como defensa contra la tentación sub-
yacente de una actitud seudorrebelde, de agresión provo-
cativa, res~cto de una autoridad masculina, actitud des-
tinada a inducir una relación sexual de autocastigo,
subyacente y deseada (presumiblemente, con una imagen
paterna sádica). El hecho de que la relación transferencia!
temprana, aparentemente positiva, permitiera la emergen-
cia de disposiciones transferenciales subyacentes negativas
en el contenido de las asociaciones libres de la paciente
(más que en la relación transferencial en sí, de modo direc-
to) nos dio tiempo para elaborar este conflicto inconsciente
antes de su plena actualización en la realidad o en la trans-
ferencia. El foco en los contenidos de la asociación libre, en
la experiencia subjetiva de la señora C, fue el canal comu-
nicativo predominante a través del cual surgió en la trans-
ferencia la relación objeta} patógena inconsciente.
En los pacientes con una patología caracterológica gra-
ve y organización límite de la personalidad, las relaciones
179
objetales inconscientes que predominan en la transferen-
cia surgen habitualmente por medio de la comunicación
· no verbal. Esto no significa que lo que se comunique ver-
balmente a través de la asociación libre carezca de per-
tinencia o importancia, sino más bien que la comunicación
no verbal adquiere predominio económico (esto es, afec-
tivo) en la transmisión de información al analista.
Un profesional de la salud mental de cerca de 30 años,
el señor D, llegó a la consulta por las dificultades que
experimentaba en sus relaciones con las mujeres, por su
incertidumbre respecto de sus intereses y su futuro pro-
fesionales y por una pasividad extrema en su trabajo y en
la vida cotidiana. En las primeras sesiones de análisis, el
señor D se demoró en descripciones detalladas de los
altercados que tenía con la novia. Mis esfuerzos, tendien-
tes a clarificar lo que me parecía descripciones confusas,
suscitaron su comentario irónico de que yo era más bien
lento y poco imaginativo, en tanto no captaba la sutileza
de lo que me estaba diciendo. También esperaba de mí que
aprobara de inmediato todo lo que él manifestaba, y lo que
había hecho respecto de la novia. Le pregunté por qué
sentía la necesidad de que yo respaldara sus acciones o
estuviera de acuerdo con la evaluación que él hacía de la
joven. Entonces me acusó, colérico, de no simpatizar con
él y de ser un psicoanalista tradicional, de cara impasible.
Pronto el señor D se quejó también de que yo no le
proporcionaba ninguna comprensión nueva que le hiciera
posible obtener mejores resultados en su trato con la
novia. Pero cuando, después de haber llegado a una mejor
intuición de lo que realmente sucedía en sus interaccio-
nes, yo puse en entredicho las interpretaciones que él
daba de la conducta de ella y me pregunté las razones de
algunas de las conductas del paciente, el señor D me acu-
só de pon9rme de parte de la novia, de ser injustamente
tendencioso contra él y, de hecho, de empeorar las rela-
180
ciones con ella, al hacer vacilar su confianza en sí mismo.
También presentó diversas teorías psicoanalíticas para
explicar la conducta sádica de la novia con respecto a él;
me señaló que él mismo era obviamente un carácter maso-
quista y, con ira creciente, me acusó de no estar haciendo
mi trabajo: yo no establecía una conexión entre lo que
estaba sucediendo en el presente y sus experiencias infan-
tiles.
Aunque mi diagnóstico inicial del señor D había sido
patología grave del carácter, con rasgos paronoides, nar-
cisistas e infantiles (y yo estaba preparadopara desarro-
llos transferenciales tormentosos), me desconcertó la
intensidad de sus quejas y acusaciones, y adopté una acti-
tud cada vez más cauta en los comentarios que le hacía.
Él advirtió de inmedi'lt-~ mi precaución, y me acusó con
ira de tratarlo como a un "chiflado", en lugar de ser direc-
to. Entonces me concentré en su dificultad para aceptar
nada de lo que yo dijera que difiriera de su propio pen-
samiento, señalando el conflicto interno que él experimen-
taba en su relación conmigo: quería mucho que yo lo ayu-
dara y estuviera de su lado, mientras que al mismo
tiempo experimentaba todo lo que proviniera de mí como
hostil y dañino, o absurdo y carente de valor. Por primera
vez, el señor D estuvo de acuerdo con mi enunciado de la
situación. Dijo que se encontraba mJ.ly necesitado de ayu-
da, pero ante un analista incompetente y hostil. Le pre-
gunté si realmente estaba convencido de lo que me decía,
porque, en tal caso, tendría que pensar qué razones lo lle-
varon a elegirme como terapeuta; sin embargo, él no plan-
teaba esa cuestión. Su respuesta consistió en acusarme
de tratar de despedirlo. Le respondí que yo trataba de
comprender lo que él sentía, y no necesariamente de con-
firmar sus opiniones sobre mí.
El paciente reseñó las circunstancias que lo habían lle-
vado a elegirme como analista y venir a mi consulta des-
181
pués de varias experiencias desdichadas con otros psico-
terapeutas. En el curso de esta reseña, surgió que al señor
D le había agradado mucho que lo aceptara como pacien-
te, pero que se había sentido muy desdichado por lo que
experimentaba como una diferencia enorme en nuestro
status. Habló sobre lo penoso que le resultaba tener que
consultar a profesionales que consideraba representantes
de un establishment psiquiátrico y psicoanalítico suma-
~ mente conservador. Recurrió a mí porque yo le había sido
muy recomendado, pero se estaba preguntando si un tra-
tamiento breve con un terapeuta de una de las escuelas
"antipsiquiátricas" no podría ayudarlo mucho más. Sugerí
que quizá le conviniera percibirme como incompetente y
hostil porque esto le permitía preservar su propia autoes-
tima, aunque al verme de esa manera también se frustra-
ra su deseo de ser ayudado. En otras palabras, comencé
a interpretar el acting out de sus necesidades de desva-
lorizarme y rebajarme, necesidades que reflejaban la envi-
dia disociada que me tenía.
Desde el principio del tratamiento, el principal canal
de comunicación de las relaciones objetales inconscientes
activadas en la transferencia fue la actitud del señor D
con respecto a mí, más que el contenido de sus asociacio-
nes libres. Sin duda, el contenido de su comunicación ver-
bal tuvo importancia para clarificar lo que ocurrió a con-
tinuación en su relación conmigo, pero la naturaleza de
la conducta del señor D era el elemento de comunicación
dominante.
Aparentemente, él me desvalorizaba como una auto-
ridad parental admirada pero objeto de un resentimiento
envidioso, mientras él mismo aparecía como un niño gran-
dioso y sádico. En un nivel más profundo, estaba esceni-
ficando inconscientemente la relación de un niño frustra-
do e iracundo con una imagen parental que necesitaba
mucho, pero que también le provocaba un profundo resen-
182
timiento debido a que la percibía como controladora y des-
valorizadora. Ese modo de ver al objeto parental desen-
cadenaba una intensa ira, que se expresaba en la apeten-
cia de desvalorizar y destruir al objeto, mientras, en un
nivel aún más profundo, tenía la esperanza inconsciente
de que el objeto sobreviviera. De hecho, tomó muchas
semanas descifrar estos significados inconscientes en el
"aquí y ahora". Meses más tarde llegamos a ver que esta
relación objeta} reflejaba la relación inconsciente del señor
D con su madre, y que su reiterado fracaso en las rela-
ciones con las mujeres seguía una pauta sorprendente-
mente análoga a la descrita en su relación conmigo. Todas
esas mujeres representaban a la madre, lo mismo que yo
en la escenificación transfe~encial.
Existe un tercer canal de comunicación, que podría
considerarse una ramificación del segundo, salvo que la
comunicación no verbal se expresa en este caso con ausen-
cia aparente de cualquier relación objetal específica en la
transferencia. A veces sucede que durante un período de ,
muchos meses, o incluso años, se observan en el paciente
sólo signos mínimos de regresión transferencia} y una
ausencia casi total de agresión o investidura libidinal en
la transferencia. He subrayado en otra parte (1984) que
tales pacientes presentan resistencias transferenciales
sutiles, generalizadas y muy eficaces contra la dependen-
cia respecto del analista y contra la regresión transferen-
cia! relacionada con ella, situación ésta que he descrito en
el capítulo anterior como una obliteración del espacio ana-
lítico. Para decirlo en términos concretos, en el tratamien-
to prevalecen una falta de profundidad y realidad emo-
cionales y una ausencia de fantasía durante el encuentro
analítico.
El señor E, de cerca de treinta años, consultó por su
insatisfacción con su estilo de vida bisexual y su creciente
183
inhibición sexual. La personalidad del señor E presentaba
fuertes rasgos narcisistas y una cualidad de "como si". Su
madre había muerto cuando él tenía nueve años, y la her-
mana mayor se había hecho cargo de la casa mientras el
padre asumía muchas de las otras funciones de su esposa.
La descripción que daba el señor E de sus dos progenito-
res era vaga y contradictoria. Toda la historia transmitía
un cierto carácter de irrealidad. En lo superficial, la adap-
tación social del señor E era adecuada, pero en su aspecto
había algo superficial. Era uno de esos pacientes cuya
"asociación libre perfecta" es sólo una imitación eficaz del
proceso analítico auténtico. Había algo mecánico en él; no
obstante, me resultaba extremadamente difícil vincular
esta impresión a cualquier manifestación transferencia}
concreta. El demostraba una análoga falta de compromiso
con la novia, respecto de la cual, a pesar de abundantes
provocaciones, no daba siquiera muestras mínimas de
sentir celos.
En el tercer año de su análisis, aunque pude mantener
el interés en él, sentí que yo era seducido por una extraña
inactividad, que estaba observando un despliegue teatral
en dos dimensiones, sin ninguna profundidad. El paciente
parecía incapaz de reconocerme como una persona dife-
rente de él mismo pero a su alcance, o de reconocer su pro-
pia presencia en la habitación como algo más que un
registrador de la realidad externa. Finalmente decidí con-
centrarme en la naturaleza y los síntomas de su sistemá-
tica inaccesibilidad a mí, y en mi inaccesibilidad a él,
según la traducía su actitud en las sesiones. Empleé la
técnica que he descrito en otras partes (1984) de imaginar
cómo se comportaría un paciente "normal" en una sesión
determinada, para enfocar mejor las manifestaciones con-
cretas de la artificialidad de la relación de este hombre
conmigo.
El efecto de la puesta en foco de esta "ausencia" en la •
184
transferencia fue sorprendente: el señor E comenzó a expe-
rimentar angustia en las sesiones. Durante un período de
varias semanas, esa angustia aumentó, y sus asociaciones
cambiaron de modo significativo. Desarrolló un intenso
miedo a mí, viéndome como alguien totalmente irreal. En
su experiencia, yo presentaba una fachada de psicoanalista
amistoso que recubría un aterrador espacio vacío subya-
cente. El estaba sólo en medio de una devastadora expe-
riencia de sí mismo como ser dañado, en desintegración.
Era como si sólo lo rodearan objetos muertos.
En unas pocas semanas, este hombre dejó de ser un
robot casi inanimado para convertirse en un niño aban-
donado y aterrorizado. En la transferencia se activó una
intensa relación objetal primitiva y, como parte de mi
reacción contratransferencial, apareció una identificación
concordante (Racker, 1957) con esa representacióndel sí-
mismo. A continuación de este desarrollo surgió en la
transferencia una relación intensamente ambivalente con
un p3:dre poderoso, y la proyección sobre mí de la imagen
de uJ padre sádico, controlador y salvaje, disgustado por
las fantasías y apetencias sexuales del paciente. En sín-
tesis, los elementos antes presentados en un mosaico pla-
no, adquirieron profundidad en la transferencia. El caso
del señor E ilustra espectacularmente el predominio, en
la comunicación de la transferencia, del tercer canal,
representado por el espacio constante pero latente del
encuentro analítico.
TRANSFERENCIA, PRESENTE INCONSCIENTE
Y PASADO INCONSCIENTE
Ya he subrayado que es esencial descubrir los signi-
ficados inconscientes de la transferencia en el "aquí y aho-
ra", y llevar a una plena conciencia la expresión de esta
185
relación objetal en la transferencia, antes de intentar las
reconstrucciones del pasado. En el curso de este proceso,
la relación objetal antes no reconocida, renegada, repri-
mida, proyectada o disociada, se puede reconocer plena-
mente y volverse yo-distónica. Entonces nos interrogamos
sobre los determinantes genéticos del conflicto intrapsí-
quico inconsciente activado en el presente, y acerca del
modo de interpretárselos al paciente (Sandler y Sandler,
1987).
Nuestro primer caso, la señora C, proporcionó infor-
mación dinámica que parecía reflejar naturalmente la
transformación masoquista de una relación edípica posi-
tiva. Como es característico de los pacientes neuróticos,
los vínculos entre la historia conocida consciente del pasa-
do y la activación inconsciente de relaciones objetales
reprimidas en el "aquí y ahora" eran en apariencia direc-
tos. No obstante, evité cualquier referencia a la relación
con el padre hasta que la propia señora e, al preguntarse
por su necesidad de transformar una buena relación con
un hombre en una relación mala, para sexualizarla,
comenzó a asociar con las interacciones adolescentes con
el padre.
Con el señor D, el profesional de la salud mental, yo
no podía vincular directamente un acting out complejo y
caótico en la transferencia con ningún aspecto conocido
de la historia del paciente: la información que había comu-
nicado sobre su pasado era en sí misma tan contradictoria
y desordenada que habría resultado difícil aceptarla en
su literalidad. Llevó mucho tiempo clarificar los signifi-
cados inconscientes en el "aquí y ahora"; sólo después de
lograrlo pude comenzar a plantear la cuestión de lo que
debía explorarse en los términos de los antecedentes gene-
ticos y evolutivos.
La dinámica de la búsqueda desesperada por el señor
D de dependencia respecto de un objeto peligroso y cruel-
186
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"ii
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mente controlador podría conducir a teóricos de diferentes
escuelas a distintas conclusiones. Un mahleriano diría
que está relacionada con la subfase de reacercamiento de
la separación-individuación; un kleiniano podría relacio-
narla con un pecho envidiado, bueno (y/o) malo; un psi-
cólogo del yo tradicional quizá la concebiría en los térmi-
nos de una regresión anal determinada por la culpa, a
partir de un conflicto edípico positivo. Pero como yo no
tenía información sobre la etapa evolutiva en que se ori-
ginó este conflicto, o a la que había hecho regresión, evité
especular sobre ella antes que los desarrollos inconscien-
tes del "aquí y ahora" se hubieran vuelto completamente
conscientes y yo-distónicos.
En el caso del señor E, se destaca el peligro de realizar
reconstrucciones genéticas prematuras. Incluso en el
momento de salir de un prolongado atolladero analítico,
yo me abstengo de vincular cualquier aspecto del pasado
a la relación objeta! primitiva activada, hasta que surjan
más pruebas en la transferencia y en las asociaciones
libres del paciente.
En resumen, entonces, primero realizo construcciones
atemporales de los significados inconscientes en el "aquí
y ahora", y sólo más tarde, cuando las condiciones lo jus-
tifican, intento cautelosamente transformar esas construc-
ciones en reconstrucciones del pasado inconsciente. De
modo análogo, trato de evitar la falacia genética de equi-
parar el material más primitivo con el más temprano, así
como cualquier vinculación mecánica de ciertos tipos de
psicopatologías con etapas fijas del desarrollo.
Estos tres casos ilustran también otro aspecto de mi
técnica: la importancia de explorar cuidadosamente los
desarrollos que se dan en la experiencia del paciente, tan-
to fuera de la sesión analítica como en su transcurso. Con
la señora C pasé un tiempo considerable estudiando su
relación con colegas y superiores en el trabajo, antes de
187
intentar vincular ese material a su relación conmigo -a
pesar de que muy pronto advertí su actitud de "niñita
buena" en las sesiones de análisis.
Mis primeros esfuerzos con el señor D se concentraron
en la clarificación de su relación caótica con la novia. Sólo
puse el foco sistemáticamente en su relación conmigo
cuando, en razón del fracaso de todos mis esfuerzos ten-
dientes a ayudarlo a lograr una mayor comprensión,
resultó obvio que las cuestiones transf erenciales se habían
hecho merecedoras de la mayor prioridad interpretativa.
Tuve que aguardar mucho tiempo antes de poder vincular
entre sí la relación con la novia y su relación conmigo.
En el tercer caso, desde luego, una larga historia de
esfuerzos frustrados tendientes a explorar las relaciones
extraanalíticas y analíticas condujo al diagnóstico de lo que
he denominado "obliteración del espacio analítico". En tér-
minos metapsicológicos, los criterios económicos (es decir,
la búsqueda de zonas de activación afectiva dominante,
consciente o inconsciente) determinan que la intervención
enfoque principalmente una interacción de la sesión, o la
realidad externa del paciente (Kernberg, 1984).
A estas alturas debe resultar claro que aunque subra-
yo con fuerza el análisis de los significados inconscientes
de la transferencia en el "aquí y ahora", no descuido la
importancia del análisis de los antecedentes genéticos, el
"allí y entonces". En cuanto a mi énfasis en el "aquí y aho-
ra", concuerdo con las propuestas de Gíll. No obstante,
creo que ampliar en exceso el concepto de la transferencia
como "una amalgama de pasado y presente" (Gill, 1982,
pág. 177) desdibuja la diferenciación de lo que resulta ina-
propiado en el "aquí y ahora" y tiene que explicarse por
sus orígenes en otra parte.
Creo que los aspectos reales de la conducta del ana-
lista que desencadenan y/o sirven para racionalizar la
transferencia del paciente, no deben incluirse como par-
188
tes de la transferencia en sí. En el analista, es un error
técnico evitar fóbicamente el reconocimiento de la rea-
lidad del aspecto de su conducta que ha sido advertido
por el paciente y que suscita en éste una cierta reacción;
más aún: también es un error técnico que el analista no
tome conciencia de lo que en su propia conducta puede
haber gatillado inconscientemente ciertos aspectos de la
transferencia. Pienso que suponer que lo que el analista
aporta realmente a la interacción con un paciente debe
ignorarse o negarse, constituye una distorsión de la con-
cepción clásica de la transferencia; hacerlo implica que
el analista está perfectamente adaptado y que es normal
en un ciento por ciento. Como lo he señalado en una obra
anterior:
Los pacientes se hacen rápidamente expertos en la
detección de las características de la personalidad del ana-
lista, y las reacciones transferenciales a menudo emergen
al principio en ese contexto. Pero se comprende mal la
naturaleza de la transferencia si se llega a la conclusión
de que todas las reacciones transferenciales, en elfondo,
o por lo menos en parte, son reacciones inconscientes o
conscientes a la realidad del analista. La transferencia es
el aspecto inadecuado de la reacción del paciente al ana-
lista. El análisis de la transferencia puede empezar con
la actitud delanalista de "dejar abierta" la realidad de las
observaciones del paciente, y explorar la razón de que cier-
tas observaciones tengan importancia en un momento
determinado.
Si el analista es consciente de los rasgos reales de su
personalidad y puede aceptarlos sin negación o defensivi-
dad narcisista, su actitud emocional le permitirá transmi-
tirle al paciente el mensaje siguiente: "Entonces, si usted
está respondiendo a algo que hay en mí, ¿cómo debemos
entender la intensidad de su reacción?". Pero la patología
caracterológica del analista puede ser tal que la reacción
transferencia! del paciente dé lugar a la erosión de la neu-
tralidad técnica. Cuando el analista es incapaz de discri-
189
minar entre las percepciones realistas e irreales que el
paciente tiene de él, está operando la contratransferencia
(Kernberg, 1984, pág. 266).
Lo que se escenifica en la transferencia nunca es una
simple repetición de las experiencias pasadas reales del
paciente. Estoy de acuerdo con Melanie Klein (1952b) en
cuanto a que la transferencia deriva de una combinación
de experiencias reales y fantaseadas del pasado y de las
defensas contra unas y otras. Éste es otro modo de decir
que la relación entre la realidad psíquica y la realidad
objetiva siempre sigue siendo ambigua: cuanto más grave
es la psicopatología del paciente y más distorsionada su
organización estructural intrapsíquica, más directa es la
relación que existe entre la estructura presente, la recons-
trucción genética y los orígenes evolutivos. Pero llegar a
la conclusión de que la reconstrucción del pasado es impo-
sible porque resulta dificil, aducir la dificultad de conectar
el pasado con el presente para cuestionar la posibilidad
de descubrir el pasado, son en realidad evasiones carentes
de justificación.
CONTRATRANSFERENCIA, EMPATÍA, MEMORIA Y DESEO
He expuesto mis ideas sobre la contratransferencia
en un trabajo anterior (1975-1984). Aquí deseo subrayar
la ventaja de una concepción global o amplia de la con-
tratransferencia, que, además de las reacciones incons-
cientes del analista al paciente o a la transferencia (en
otras palabras, además de la transferencia del analista),
incluya las reacciones realistas del analista a la realidad
de la vida del paciente, a su propia vida tal como pueda
ser afectada por el paciente y a la transferencia. A los
fines prácticos, todos estos componentes, salvo el último,
190
tienen que amortiguarse en las circunstancias psicoana-
líticas comunes.
Obviamente, si el analista conserva una seria patolo-
gía caracterológica no analizada, o si existe una desafor-
tunada "resonancia" recíproca entre la patología caracte-
rológica del analista y la del paciente, las transferencias
del analista al paciente pueden ser acentuadas. Cuanto
mayor sea la psicopatología del paciente, y más regresiva
la transferencia, más intensas serán las respuestas emo-
cionales realistas del terapeuta al paciente. Es esta zona,
de las respuestas realistas al paciente y su vínculo con las
disposiciones transferenciales más profundas del analista,
la que presenta peligros potenciales de acting out de la
transferencia y ventajas potenciales en la forma de mate-
rial clínico a explorar por el analista e integrar en su com-
prensión de la transferencia.
En el capítulo 6 he descrito los conceptos de Racker
(1957) de las identificaciones concordante y complemen-
taria en la contratransferencia. A mi juicio, la identifica-
ción complementaria tiene una importancia especial en
el análisis de pacientes con patología grave del carácter
y desarrollos transferenciales regresivos. Por medio de
operaciones regresivas inconscientes, en particular de la
identificación proyectiva, los pacientes pueden, empleando
comunicaciones conductuales sutiles, inducir en el ana-
lista actitudes emocionales que reflejan aspectos del pro-
pio sí-mismo o de las propias representaciones objetales
disociados del paciente.
El análisis introspectivo por -el psicoanalista de su
reacción contratransferencial complementaria le permite
diagnosticar aspectos proyectados de las relaciones obje-
tales internalizadas activadas del paciente, en particular
los comunicados de modo no verbal y mediante cambios
en la calidad del espacio analítico -esa relación habitual,
silenciosa, entre paciente y analista-. En circunstancias
191
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óptimas, la comprensión por el analista de su propia pre-
sión afectiva, derivada de las comunicaciones inconscien-
tes del paciente en la transferencia, puede conducir a una
comprensión más completa de la relación objetal activada
en la transferencia.
Mi actitud respecto de la activación en el analista de
disposiciones emocionales intensas respecto del paciente,
en particular en momentos de regresión transferencial,
consiste en tolerar mis propios sentimientos y fantasías
sobre el paciente e intentar utilizarlos para obtener una
mejor comprensión de lo que sucede en la transferencia.
Permanezco alerta a la necesidad de proteger al paciente
de cualquier tentación a actuar esos sentimientos o comu-
nicárselos a él. Al no comunicar las reacciones contra-
transferenciales al paciente, el analista conserva su liber-
tad para trabajar con ellas y para utilizarlas en las
interpretaciones.
Una cuestión relacionada consiste en determinar la
naturaleza de lo proyectado sobre el analista y activado
en su contratransferencia. Los pacientes pueden proyectar
una representación del sí-mismo mientras escenifican la
representación objetal de una relación objetal activada en
la transferencia o, a la inversa, proyectar una represen-
tación objetal mientras escenifican la correspondiente
representación del sí-mismo. Estas proyecciones tienden
a ser relativamente estables en los pacientes con organi-
zación neurótica de la personalidad, pero son inestables
y alternan rápidamente en los pacientes con patología
grave del carácter y organización límite de la personali-
dad.
Por ejemplo, la señora C intentaba inconscientemente
congraciarse conmigo como representación objetal de su
padre, para protegerse de sus impulsos de desafiarme
(como padre) e inducirme a entrar en un contraataque
agresivo -y sexualizado-. Bajo la influencia de diferen-
192
tes estados afectivos, en la paciente se activaron varias
representaciones del sí-mismo relativamente estables, y
también una proyección relativamente estable sobre mí
de representaciones objetales que correspondían al padre
en diferentes estados afectivos. En otras palabras, noso-
tros "no intercambiamos personalidades".
Pero el señor D presentaba una alternancia rápida y
casi caótica de las representaciones del sí-mismo y las
repre,sentaciones objetales en sus identificaciones y sus
proyecciones sobre mí, que reflejaban también diferentes
estados afectivos. Por ejemplo, en un momento proyectó
sobre mí una imagen parental replegada, indiferente y
rechazadora, percibiéndome como dominante, egocéntrico,
incapaz de tolerar cualquier idea diferente de la mía y dis-
puesto a rechazarlo con ira (a él, mi niño) porque se atre-
vía a pensar de otro modo. Sólo un minuto antes o des-
pués de esa experiencia, el señor D se identificaba él
mismo con la imagen de esa figura parental y me descar-
taba a mí (su niño), declarando que acababa de decidir
poner fin a su análisis porque no podía tolerar a un ana-
lista tan obstinado y desorientado. Su actitud implicaba
que ese súbito punto final de su relación conmigo se pro-
duciría del modo más natural y sin ningún riesgo de que
me echara de menos. En otras palabras, en la transferen-
cia entre nosotros se activaba un rápido intercambio de
los roles del progenitor sádico, negligente, y el hijo mal-
tratado, desatendido.
Considero de importancia crucial que el analista tolere
las experiencias emocionales rápidamente alternantes, y
a veces por completo contradictorias, que indican la acti-
vación de las representaciones complementarias del sí-mis-
mo y del objetode una relación objeta! internalizada pri-
mitiva. La capacidad del analista para tolerar esos
cambios rápidos en sus respuestas emocionales al paciente,
sin renegación ni acting out, incluye varias precondiciones.
193
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Primero, el analista debe mantener los límites estric-
tos de espacio y tiempo en la situación analítica, la pri-
vacidad fuera de la sesiones y una sensación de su propia . !
seguridad física en el curso de ellas. · í
Segundo, el analista tiene que poder tolerar, como par-
te de su respuesta empática al paciente, la activación en
sí mismo de estados afectivos primitivamente agresivos,
sexuales y dependientes. Por ejemplo, el analista debe
aceptar su propia agresión en la contratransferencia (Win-
nicott, 1949), como lo es la experiencia gratificante del
control sádico; esta experiencia puede ser para el analista
un problema mayor que tolerar, digamos, la excitación
sexual.
Tercero, el analista debe mantener una confianza sufi-
ciente en su creatividad como parte de su trabajo analí-
tico, y tolerar la necesidad del paciente de destruir sus
esfuerzos, sin un contraataque reactivo, la desvalorización
del paciente o el repliegue respecto de él. Sólo si el ana-
lista se siente cómodo con su propia agresión podrá inter-
pretar la agresión del paciente sin temer que éste sea un
ataque al paciente o una sumisión a la acusación de este
último de que está siendo atacado (una manifestación de
la intolerancia del paciente a su propia agresión).
El estudio del material clínico presentado por los psi-
cólogos del sí-mismo ha dejado en mí la impresión de que
ellos aceptan, implícita o explícitamente, la idea de que
la interpretación por el analista de la agresión del pacien-
te equivale a un ataque al paciente, como si toda agresión
fuera "mala". Esta concepción de la agresión obviamente
no puede sino reforzar la propia convicción del paciente
en cuanto a que la agresión es mala, y de que él debe
defenderse de esta "acusación" con todos los medios a su
alcance.
Como lo he subrayado en una obra anterior (1975), la
empatía debe entonces incluir no sólo la identificación
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concordante con el yo-sintónico del paciente, la experien-
cia subjetiva central, sino también la identificación com-
plementaria con los aspectos disociados, reprimidos o pro-
yectados del autoconcepto o de las representaciones
objetales del paciente.
Bion, en un ensayo titulado "Notes on Memory and
Desire" (1967), subrayó la importancia de encarar el mate-
rial que presenta el paciente en cada sesión sin ideas pre-
concebidas sobre la dinámica (la "memoria"); sin apeten-
cias particulares respecto del material, el funcionamiento
y la experiencia del paciente, y sin apetencias propias no
relacionadas con el paciente ("deseo"). En la medida en
que el aporte de Bion supone una crítica indirecta a las
formulaciones tradicionalmente predominantes en la
escuela kleiniana, una defensa de la apertura al nuevo
material con un mínimo de preconceptos analíticos, lo que
dice es correcto. No obstante, pienso que Bion descuida
la importancia de la vasta experiencia del analista con el
material del paciente, la comprensión de un proceso ana-
lítico que se desarrolla a lo largo de un período de sema-
nas y meses, una comprensión que puede convertirse en
un marco de referencia para el analista, sin que éste que-
de esclavizado por él.
Lo que yo digo es que el analista tiene que conservar
un sentido de la continuidad del proceso analítico, y par-
ticularmente, un modo de ver al paciente, su conducta y
su realidad, que trascienda la idea subjetiva del paciente
en cualquier momento o en cualquier sesión, y que tam-
bién trascienda los propios "mitos" del paciente, o su orga-
nización preconcebida de su pasado. Ese marco de
referencia (la "memoria") es la contracara de la tolerancia
por parte del analista a los períodos de incomprensión, con
la expectativa de que finalmente surgirá un nuevo cono-
cimiento. De modo análogo, con respecto al "deseo" del
analista, su tolerancia a los impulsos, apetencias y temo-
195
res relacionados con el paciente, que se despliegan cons-
tantemente, le puede proporcionar al profesional informa-
ción importante incorporable a su conciencia durante las
sesiones, pero también en este caso sin que necesariamen-
te se vuelva esclavo de esa información.
Aunque gran parte de lo que he dicho se aplica a la
psicoterapia psicoanalítica con pacientes límite y narci-
sistas no analizables, mi intención ha sido exponer mi
enfoque básico de la transferencia en el contexto del psi-
coanálisis convencional con un amplio espectro de pacien-
tes. Según mi experiencia, cuando aplico este enfoque a
pacientes con organización neurótica de la personalidad
(véase el capítulo 11), difiere poco del enfoque tradicional
de la psicología del yo y de otros enfoques de relaciones
objetales. En contraste, las diferencias entre mi enfoque
y el de la psicología del sí-mismo son obviamente profun-
das y globales. No obstante, con los pacientes en regresión
parecen surgir diferencias importantes entre mi enfoque
y la psicología del yo tradicional, con la escuela inglesa
de las relaciones objetales y con las técnicas de las rela-
ciones objetales de los psicoanalistas interpersonales de
Estados Unidos.
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8. UN ENFOQUE DEL CAMBIO ESTRUCTURAL
BASADO EN LA PSICOLOGÍA DEL YO Y LA TEORÍA
DE LAS RELACIONES OBJETALES
Uno de nuestros supuestos es que el tratamiento psi-
coanalítico genera un cambio estructural. Aunque la defi-
nición precisa del cambio estructural no ha logrado con-
senso, existe acuerdo general en cuanto a que los cambios
sintomáticos y caracterológicos conseguidos son profundos
y estables, y se basan en una reestructuración significa-
tiva de la personalidad del paciente. Se supone que este
cambio trasciende las modificaciones resultantes de la
manipulación conductual, las "curas de transferencia", la
sugestión y el efecto placebo, y otras técnicas que se
emplean en psicoterapia.
El cambio estructural se define tradicionalmente como
una modificación significativa de los conflictos intrapsí-
quicos inconscientes que subyacen en la formación sinto-
. mática. El cambio en las estructuras psíquicas inconscien-
tes subyacentes se refleja por lo general en modificaciones
significativas del yo, del superyó y el ello, con una expan-
sión significativa del yo del sistema y una reducción
correspondiente de las presiones del superyó y el ello
inconsciente. Otro modo de formular este concepto con-
siste en decir que se produce un cambio significativo en
las configuraciones de impulso/defensa, con una reducción
de las defensas que limitan al yo, un pasaje de la repre-
197
sión a la sublimación, y la incorporación de derivados pul-
sionales antes reprimidos en la conducta yo-sintónica. De
modo que el concepto de cambio estructural no se refiere
sólo a la estabilidad o subsistencia del cambio conductual,
sino también a una modificación significativa de la diná-
mica inconsciente vinculada a él. Entiendo que este con-
cepto suscita importantes problem;:is teóricos, clínicos y
de investigación.
La definición tradicional del cambio estructural que
acabamos de dar implica que el funcionamiento mental
se caracteriza por una estructura tripartita bien diferen-
ciada. Mi propia comprensión difiere de ese supuesto en
cuanto a que, sobre la base de descubrimientos concer-
nientes a la psicopatología de los estados límite (Kern-
berg, 1976, 1984), creo que los impulsos y las defensas
deben explorarse como pautas de relaciones objetales
internalizadas -los bloques constructivos de la estructu-
ra tripartita-. La disociación o integración de estos blo-
ques constructivos se refleja en el carácter del paciente,
en sus relaciones interpersonales y en los desarrollos
transferenciales.
Según micomprensión de la psicopatología y el tra-
tamiento de los trastornos graves del carácter, en la con-
cepción psicoanalítica del cambio estructural hay que
incorporar los cambios de la organización interna de las
representaciones del sí-mismo y objetales. Además, la
posibilidad de que el cambio estructural pueda inducirse
mediante la psicoterapia psicoanalítica de la organización
límite de la personalidad-y no sólo por el psicoanálisis-
tiene que explorarse en el seno de un marco teórico que
tenga en cuenta un espectro psicopatológico amplio. Asi-
mismo, si una característica de la patología grave del
carácter es la expresión de impulsos primitivos que han
sido disociados más bien que reprimidos, la expansión del
yo en el curso de la mejoría terapéutica de los pacientes
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límite puede caracterizarse por la modificación lograda
integrando (y en parte reprimiendo) tales impulsos, y no
levantándoles la represión. De hecho, estos cambios pue-
den surgir en las relaciones íntimas con unos pocos otros
significativos, así como en la transferencia. Lo que vemos
es una integración del autoconcepto del paciente y un
incremento de su capacidad para la comprensión realista
y la investidura emocional de esos otros.
Otro problema relacionado con la teoría psicoanalítica
del cambio estructural es la confusión entre el cambio que
refleja una reorganización de las estructuras intrapsíqui-
cas (sea que nos refiramos al yo, el superyó y el ello, o a
relaciones objetales internalizadas) y el cambio reflejado
en pautas conductuales reales. La definición que da Rapa-
port (1960) de las estructuras psíquicas, como procesos
con un ritmo lento de cambio, parece haber conducido a
una concepción del cambio estructural que incluye mani-
festaciones de la modificación de las pautas conductuales.
Wallerstein (1986), en acuerdo con Schwartz (1981), seña-
la la ambigüedad que rodea la cuestión de lo que consti-
tuye el verdadero cambio estructural, en tanto distinto del
cambio que es "sólo" adaptativo o conductual.
Basándome en la fuerza de las pruebas empíricas acu-
muladas a lo largo de muchos años (Kernberg y otros,
1972; Wallerstein, 1986), creo que en un vasto ámbito del
funcionamiento psíquico es posible obtener un cambio
duradero mediante la psicoterapia psicoanalítica e incluso
con tratamientos que los teóricos psicoanalíticos tradicio-
nales consideran "de apoyo" o "fortalecimiento del yo",
tanto como con el psicoanálisis. Los cambios conductuales
duraderos pueden a su vez afectar en profundidad el equi-
librio conflictual del individuo, y en consecuencia las rela-
ciones dentro de la estructura tripartita y el mundo de las
relaciones objetales internalizadas en general. En una
obra anterior (Kernberg, 1975, 1984), he estipulado las
199
indicaciones específicas y las características técnicas de
un tipo particular de psicoterapia psicoanalítica que apun-
ta al tratamiento de la organización límite de la persona-
lidad, una aplicación de la teoría psicoanalítica a una
población de pacientes que por lo general no responde bien
al psicoanálisis en general. Además, creo que dentro del
campo de la psicoterapia psicoanalítica ha habido una
desvalorización implícita e injustificada de los cambios
profundos que pueden obtenerse con la provisión de un
ambiente terapéutico activo específico, como en el manejo
psicoterapéutico experto de algunos pacientes esquizofré-
nicos crónicos.
Si es posible obtener de tantos modos un cambio dura-
dero que afecte ~as relaciones del individuo consigo mis-
mo, con los otros, con el trabajo y con la vida en general,
¿existe algún mecanismo específico del cambio estable,
derivado de la psicoterapia psicoanalítica y el psicoaná-
lisis?
Se podría sqstener que lo que le importa al paciente
en términos de resultados es el alivio de los síntomas y
el cambio de carácter, de modo que si la investigación
demuestra que el tratamiento psicoanalítico produce esos
cambios, se podrían pasar por alto las cuestiones relacio-
nadas con el concepto del cambio estructural. Después de
todo, la evaluación de la eficacia de la técnica psicoana-
lítica para producir la mejoría del paciente se podría rea-
lizar con independencia de cualquier supuesto psicoana-
lítico acerca de lo que la produce. Pero eludir el problema
de este modo es insatisfactorio.
En la medida en que el instrumento básico de la téc-
nica psicoanalítica -la interpretación- se centra preci-
samente en la relación dinámica entre el impulso y la
defensa -y, añadiría yo, en la activación de las relaciones
objetales internalizadas inconscientes en conflicto, repre-
sentadas en esas constelaciones de impulso-defensa-, el
200
concepto de puesta a prueba de los éambios en el equili-
brio conflictual es central, en la técnica del psicoanálisis,
así como en su teoría del resultado. Entonces, asimismo,
poner a prueba la eficacia de las interpretaciones supone
evaluar la expansión del insight del paciente -es decir,
su percatación afectiva y cognitiva del conflicto, su pre-
ocupación por éste y su utilización de esa percatación y
esa preocupación para el trabajo activo sobre dicho con-
flicto. ·
Además, la investigación de la rriedida en que la mejo-
ría es un producto del "adoctrinamiento" conceptual por
el terapeuta (en tanto opuesto a un nuevo conocimiento
del paciente sobre sí mismo a través de la introspección)
es crucial para la evaluación de la técnica psicoanalítica,
en comparación con los enfoques de la sugestión o el apo-
yo. En síntesis, nuestro concepto del cambio estructural
influirá en la elección de la modalidad y la técnica de tra-
tamiento. Y ese concepto del cambio estructural depende
del modo como concibamos la estructura psíquica.
En la organización límite de la personalidad, la prin-
cipal tarea analítica consiste en reunir, por medio de
interpretaciones integradoras, las relaciones con objetos
parciales, disociadas o escindidas, que reflejan los concep-
tos intrapsíquicos inconscientes, tal como se activan en
la transferencia, clarificando en el proceso sus correspon-
dientes representaciones del sí-mismo y el objeto, y los
afectos dominantes.
Como espero que hayan dejado en claro los capítulos
anteriores, considero que la principal tarea analítica con
los pacientes neuróticos consiste en llevar a plena concien-
cia los significados transferenciales reprimidos, incons-
cientes, del "aquí y ahora'', empleando las asociaciones
libres del paciente, con la interpretación como instrumen-
to terapéutico esencial. Mi expectativa es que las asocia-
ciones libres del paciente con los significados transferen-
201
ciales inconscientes descubiertos en el "aquí y ahora" nos
llevarán al pasado inconsciente.
Dentro de este marco teórico, el cambio estructural
que resulta del tratamiento psicoanalítico se refleja en el
desarrollo de modificaciones significativas en las pautas
transf erenciales predominantes y en cambios definidos y
duraderos en la relación terapéutica, a medida que se
resuelvan esas pautas transferenciales cambiantes.
Encontramos una expansión de la percatación por el
paciente de la naturaleza de esos desarrollos transferen-
ciales, de sus orígenes pasados inconscientes y de sus efec-
tos sobre las experiencias y la conducta del paciente fuera
de las sesiones, así como en la situación de tratamiento.
Por lo tanto, en términos clínicos, el concepto general del
cambio no se refleja en una evaluación de las operaciones
defensivas, o de la adecuación y el carácter apropiado de
la expresión de los impulsos por el paciente (por ejemplo,
en la integración de las pulsiones agresiva y sexual), sino
que se evalúan primordialmente las modificaciones de la
naturaleza de las relaciones objetales activadas en la
transferencia. Dos ejemplos clínicos ilustrarán mi formu-
lación del cambio estructural intrapsíquico.
ILUSTRACIONES CLÍNICAS
La señorita F, de cercade 30 años, inició una psico-
terapia psicoanalítica de tres sesiones por semana, por su
conducta grave de automutilación, manipulación crónica
de los demás y esporádico abuso múltiple de drogas en el
curso de los doce años anteriores. Su práctica de provo-
carse significativas quemaduras con cigarrillos y sus
intentos suicidas determinaron que la hospitalización se
considerara indispensable. El tratamiento se basó en la
conclusión diagnóstica de que la paciente presentaba una
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organización límite de la personalidad, con rasgos narci-
sistas, infantiles y antisociales.
A lo largo de un período de cuatro años, se repitieron
con frecuencia las siguientes pautas de conducta. La
señorita F iniciaba una automutilación, que incluía
intentos de suicidio, siempre que fracasaba con sus men-
tiras y en sus intentos de manipular o controlar a otros.
La mentira y la manipulación por lo general aparecían
después de un fracaso en el intento de controlar a los
demás, provocándolos y haciéndolos sentir culpables. La
conducta provocadora surgía cuando la envidia y el
resentimiento de la paciente resultaba intolerable. Envi-
diaba sobre todo la capacidad de las otras personas para
conservar la autonomía y tener relaciones significativas
y satisfactorias, de lo que ella se sentía incapaz. Estas
secuencias se escenificaban repetidamente en la relación
del paciente con la familia y los amigos, tanto como con
el terapeuta.
La exploración de los conflictos de la señorita F entre
la agresión intensa y los anhelos insatisfechos de depen-
dencia gradualmente generó un cambio en su estilo comu-
nicativo, que pasó de la expresión directa en acciones, a
la verbalización de su dolor, ira y desesperación subyacen-
tes. Después de varios meses de hospitalización, fue posi-
ble seguir tratándola como paciente externa. Pero aunque
sus impulsos autodestructivos se volvieron menos ame-
nazantes para la vida (quemaduras de cigarrillos más
superficiales e intentos de suicidios menos frecuentes y
severos), la tendencia a mentir y a manipular a los demás
subsistió sin mengua; esos impulsos se expresaban tam-
bién en un rechazo vengativo y alegre de todas las com-
prensiones del terapeuta. Más tarde, cuando la señorita
F llegó a ser capaz de verbalizar su deseo de descartar
todo lo que proviniera del terapeuta, en las sesiones se
volvieron menos marcadas la mentira y otras distorsiones
203
de la información sobre su vida. Al mismo tiempo, desple-
gó una cierta capacidad para estudiar y trabajar, con
menos dependencia respecto de la familia.
Sus ciclos de conducta, que originalmente tomaban
varias semanas o varios meses, se fueron acelerando de
manera gradual, y así fue posible diagnosticarlos y dis-
cutirlos en un tiempo cada vez menor, a veces en cuatro
o cinco sesiones. En los años tercero y cuarto del trata-
miento, se produjo una condensación y una aceleración
adicionales de dichos ciclos. Al mismo tiempo comenzaron
a surgir en las sesiones contenidos nuevos, al principio
tan sutiles que el terapeuta sólo podía reconocer su apa-
rición después de un análisis retrospectivo del material,
abarcando varios meses de tratamiento. La señorita F
comenzó a expresar apetencias agresivas primitivas de
una calidad casi salvaje: por ejemplo, soñó que estaba
gaseando a los pacientes de una residencia para ancianos,
en colusión con el director del establecimiento, y que,
mientras esos pacientes eran asesinados, ella sostenía
conversaciones amistosas y animadas con los parientes en
otro lugar, pensando alegremente en el asesinato en masa
que se estaba cometiendo.
Simultáneamente, la paciente empezó a expresar
preocupación por el hecho de que el terapeuta pudiera o
no aceptarla, en vista de esos sueños o fantasías mons-
truosos. En su recuerdo reaparecieron antiguos amigos
que había perdido con una indiferencia total, y se reavi-
varon sus sentimientos respecto de ellos. Por primera vez,
experimentó pena por la destrucción de las relaciones
pasadas, anhelo de intimidad y momentos de intenso
temor a su propia hostilidad hacia las personas.
En una sesión, la señorita F habló extensamente sobre
una amiga que había sido muy comprensiva y alentadora,
y a la que ella desatendió gravemente. Había decidido
escribirle, reconocer su frialdad y pedirle perdón. Este
204
"
·,.1
desarrollo sorprendió al psicoterapeuta. Debido a la pauta
explota ti va de la señorita F y a su insensibilidad de larga
data respecto de los demás, sospechó al principio y sólo
cedió en su desconfianza después del final de la sesión.
Decidió retomar esa cuestión en la primera oportunidad
que se le presentara, y así lo hizo la semana siguiente,
comentando que sólo retrospectivamente había compren-
dido con cuánta profundidad la paciente había cambiado
en su actitud respecto de su ex amiga. La paciente dijo
entonces, pensativamente, que ella se había preguntado
si acaso el terapeuta estaba tan condicionado por su modo
habitual de reaccionar con las personas que ya había per-
dido toda esperanza en cambiarla. También le advirtió
que ese cambio quizá fuera "verdadero sólo en este
momento", expresando de tal modo que advertía la modi-
ficación que se había producido en ella, y también que la
angustiaba la fragilidad de ese cambio.
Era como si la paciente hubiera descubierto una nueva
escisión entre una humanidad básica hasta entonces
latente en ella y un aspecto sádico, tiránico, de su perso-
nalidad, que la había dominado la mayor parte de su vida.
Entonces, en el sexto año de tratamiento, cambiaron sus
relaciones con las personas, junto con el desarrollo de
preocupación y sentimientos afectuosos respecto del tera-
peuta. Desapareció la deshonestidad de la paciente en la
transferencia, y las tendencias autodestructivas fueron
extinguiéndose mientras ella reconocía que ese enemigo
interno sádico la había obligado a destruir toda la capa-
cidad de tener una relación buena con los demás, e incluso
a atacar su propia supervivencia.
El segundo caso es del señor G, un hombre de negocios
de poco más de treinta años, de personalidad obsesivo-
compulsiva, con una neurosis mixta que incluía síntomas
de depresión, angustia y homosexualidad reprimida. El
señor G inició el tratamiento psicoanalítico debido a una
205
insatisfacción de larga data con su vida y su trabajo coti-
dianos, problemas de relación con la esposa y los dos hijos
pequeños y sentimientos crónicos de depresión. Su fami-
lia, sus amigos y sus colegas lo consideraban frío y dis-
tante, y él sabía que, a pesar de sus esfuerzos por ser más
desenvuelto, era inhibido, torpe, rígido y perfeccionista.
Su masturbación se acompañaba de fantasías homosexua-
les; el contenido manifiesto de sus sueños también era a
menudo homosexual. Pero nunca había tenido experien-
cias homosexuales reales, y el pensamiento de que podría
ser homosexual lo aterraba. Gradualmente surgió que su
deseo de obtener ayuda para superar sus conflictos homo-
sexuales y mejorar su funcionamiento sexual con la espo-
sa eran los verdaderos motivos que lo habían llevado a
tratarse. En su empleo administrativo en una gran
empresa, el señor G temía afirmarse ante sus subordina-
dos, y también temía las críticas de sus superiores.
Este paciente era el hijo único de padres rígidos, reli-
giosos y muy trabajadores, que esperaban de él que rea-
lizara pequeñas tareas domésticas y mantuviera sus cosas
en orden, como lo hacían ellos, con un lugar para cada
cosa y una cosa para cada lugar. La madre era sin. duda
la figura dominante del hogar. Ante su insistencia, él
había emprendido el estudio del violín siendo aún muy
pequeño. En ese entonces detestaba practicar con el ins-
trumento, y todavía conservaba alguna ambivalencia res-
pecto de la música. Pero disfrutaba con su capacidad para
expresarse musicalmente, y aunque había ido tocando
cada vez menos, era un músico completo. Advertíque al
hablar de música se animaba.
Había sido un buen alumno, pero le parecía que sus
compañeros no gustaban de él, y sólo se sentía cómodo con
unos pocos amigos. Empezó a salir con chicas ocasional-
mente, en la escuela secundaria, en relación con aconte-
cimientos musicales; conoció a la esposa durante su últi-
206
mo año en la universidad. Aunque su incertidumbre acer-
ca de su respuesta sexual a ella y los correlativos senti-
mientos de culpa lo perturbaron desde el principio, el ape-
go de la joven a pesar de la actitud distante de él
finalmente lo convenció, y se casaron. Las fantasías mas-
turbatorias homosexuales se habían iniciado al principio
de la adolescencia, y le preocupaba mucho mantenerlas
en absoluto secreto. Había esperado que su matrimonio
lo ayudara a superar su interés sexual por los hombres,
pero eso no ocurrió.
Cuando comenzó el tratamiento, la conducta del señor
G en las sesiones reflejaba una sumisión superficial a las
figuras de autoridad poderosas, eventualmente rastrea-
bles hasta su padre, y una rebelión subyacente contra
ellas. Iniciaba casi todas las sesiones con una descripción
monótona de las diversas tareas que estaba realizando en
su taller de carpintería, recitados que poco a poco demos-
traron ser una parodia inconsciente de la asociación libre.
Gradualmente se llegó a la interpretación de los signifi-
cados inconscientes de esta pauta, y entonces cambió la
transferencia, con el desarrollo de fuertes apetencias de
dependencia respecto de mí como imagen paterna.
Las fuertes apetencias homosexuales con las que había
luchado desde la adolescencia también se pusieron de
manifiesto en la transferencia, junto con una intensifica-
ción de las fantasías masturbatorias de relaciones homo-
sexuales con hombres bondadosos y protectores. La inter-
pretación de su miedo a las apetencias homosexuales hacia
mí, que le hizo posible hablar con más libertad sobre esas
cuestiones, también desencadenó el desarrollo de intensos
temores respecto de mí, como imagen parental sádica que
condensaba las actitudes despóticas e iracundas del padre
y el perfeccionismo rígido y exigente de la madre.
Los ciclos reiterados de anhelo de depender de un
padre maternal, generoso y protector, y miedo a esa ima-
207
L
gen amenazante de padre-madre, cambiaron de nuevo
después de la interpretación de sus fantasías sexuales de
sumisión como una defensa contra la ira subyacente que
suscitaba esa imagen sádica de padre-madre.
Entonces la relación en la transferencia se volvió pre-
dominantemente maternal: me experimentaba como frío
y exigente, con características relacionadas con lo que
reclamaba la madre en cuanto a limpieza y trabajo, y con
la desconfianza y prohibición de la mujer respecto de los
impulsos sexuales. Resultó claro que un estancamiento de
varios meses en el segundo año del tratamiento había
reflejado rasgos masoquistas también evidentes en la
situación laboral y en la vida social del señor G. Esas ten-
dencias masoquistas eran una defensa contra una profun-
da agresión oral a la madre, condensada, en un nivel aún
más profundo, en la rivalidad edípica respecto del padre.
En un renovado ciclo de miedo a sus impulsos sexua-
les, surgió que sus sentimientos homosexuales incluían
impulsos heterosexuales inaceptables para la madre, y
sentimientos sexuales desplazados de la madre respecto
del padre, los que a su vez tenían que ser rechazados debi-
do a la implicación fantaseada de que ser un homosexual
significaba estar castrado. En su relación conmigo, el
paciente pasó de la resistencia pasiva, que había sido su
arma habitual a lo largo de años en su relación con los
superiores en el trabajo, a la crítica abierta y a estallidos
de ira apenas controlados.
Después de dos años y medio de tratamiento, tres
sesiones consecutivas demostraron la existencia de un
cambio crucial que se había producido en ese punto de su
psicoanálisis. En la primera de esas sesiones, el paciente
entró absorto y con la mirada distante. Después de ten-
derse en el diván permaneció en silencio un momento, y
a continuación dijo: "No me viene nada a la mente". Se
veía en su taller fijando las divisiones de una biblioteca
208
en la que estaba trabajando, y de modo inconexo describió
aspectos técnicos de ese proyecto. Repitió varias veces que
de esa manera no iba a ningún lado, que hablar de ese
modo era inútil, y al cabo de otro silencio conjeturó que
yo debía de estar disgustado con él, por lo cual no podía
culparme. Su esposa se había llevado a los niños a cenar
a un restaurante de comidas rápidas. Antes había bajado
al sótano para preguntarle si él quería ir, pero el paciente
le dijo que iba a terminar su trabajo. Después se sintió
aliviado por estar solo, aunque asimismo culpable porque
no pasaba un tiempo suficiente con la familia. También
se sintió aliviado porque no tenía ganas de hablar con
nadie. Después volvió a las referencias a su taller, a sus
herramientas, repitiendo que de esa manera no iba a nin-
gún lado y que el análisis era un ejercicio inútil. Con ese
tratamiento no conseguía nada.
Le dije que él temía que yo me fastidiara porque no
me estaba proporcionando material útil, así como podían
enojarse su mujer y sus hijos porque no demostraba nin-
gún interés por ellos. Agregué que la sensación de que no
me estaba dando nada le resultaba penosa, y que él pen-
saba que el tratamiento no valía la pena porque esa sen-
sación aliviaba sus sentimientos de culpa respecto de mí.
También me pregunté si su sensación de alivio por no salir
con los hijos y la mujer no reducía sus sentimientos de cul-
pa respecto de ellos.
Al cabo de un breve silencio, el señor G dijo que sabía
todo eso, pero ¿y qué? Hubo un silencio prolongado. Des-
pués agregó: "Usted no me está ayudando de ningún
modo". Otro silencio. Al cabo de dos o tres minutos, el
paciente dijo que con mi silencio yo lo estaba castigando.
Permaneció callado unos minutos, y a continuación
dijo que se había vuelto a masturbar delante del espejo.
Había planeado atarse y masturbarse mientras se obser-
vaba en ese estado, pero no le había resultado tan satis-
209
factorio como solía serlo. Con alguna vacilación, agregó
que mientras se masturbaba había fantaseado que era el
líder de un grupo de pandilleros que irrumpían en un
nightclub y destruían las lámparas, los muebles, las copas
y los platos, hasta que toda la pista de baile quedaba
cubierta de vidrios rotos. Entonces la pandilla obligaba
a punta de pistola a todas las parejas a desnudarse y bai-
lar sobre los trozos cortantes, y él podía eyacular con gran
placer.
El señor G cayó en otro silencio. Parecía considerable-
mente perturbado, y le pregunté en qué estaba pensando.
Respondió que se sentía muy avergonzado por lo que aca-
baba de contarme. Creía que mi silencio indicaba mi dis-
gusto; él mismo estaba disgustado con esa fantasía. Le
observé que me atribuía su propia autocrítica, y que en
la dureza de su autocondena yo sentía la actitud de la
madre, la que de niño no sólo le había prohibido mastur-
barse, sino que constantemente le recordaba que ella
detestaba todo lo que tuviera que ver con el sexo. El señor
G repitió que ya no lo satisfacía atarse como prerrequisito
para disfrutar mientras se masturbaba frente al espejo,
y que había experimentado una sensación de libertad y
de excitación intensa con su fantasía de poder, de tener
el control de todas las parejas desnudas en la pista de bai-
le del nightclub.
Le señalé que esa fantasía parecía diferente de su fan-
tasía masturbatoria habitual, en la que un hombre pode-
roso con músculos fuertes lo sostenía en sus brazos, mien-
tras él acariciaba el pene del hombre y su propio pene al
mismo tiempo. Ahora -continué-, parecía excitarlo una
sensación de poder que residía en él mismo, y la fantasía
de inmiscuirse poderosamente en los contactos sexuales
de parejas de hombres y mujeres. El señor G agregó de
inmediato que tambiénhabía tenido la fantasía de que,
como las parejas debían bailar con los pies desnudos sobre
210
una pista cubierta de trozos de vidrio, el dolor que iban
a experimentar obstaculizaría su excitación sexual, y nin-
guno de los hombres podría mantener la erección. Los
hombres se sentirían avergonzados por ese fracaso y esa
humillación; cada una de esas personas, mientras danza-
ba en pareja, se sentiría avergonzada por estar en los bra-
zos de otra. Después de un breve silencio añadió que ya
no temía que yo lo criticara o estuviera disgustado con él.
Dijo que a menudo se sentía inseguro y experimentaba
resentimiento ante cualquier exhibición abierta de inti-
midad sexual entre un hombre y una mujer. A continua-
ción se refirió a una pareja que él y su mujer conocían;
en sesiones anteriores había manifestado una gran admi-
ración por el hombre, al que encontraba sexualmente
atractivo. Ahora agregó que la actitud natural y segura
de ese amigo respecto de la esposa a menudo hacía que
él (el paciente) se sintiera inseguro, en peligro o inadecua-
do en relación con su propia mujer. Hubo otro breve silen-
cio, y llegamos al fin de la sesión.
La sesión del día siguiente se inició con silencio y las
actividades del señor G en su banco de carpintero. Su voz
monocorde presentaba un contraste sorprendente con la
intensidad con la que había hablado al final de la sesión
anterior. Después de unos minutos, le pregunté si acaso
temía que yo lo criticara de nuevo por su repetición monó-
tona del tema convencional que él consideraba propio de
las sesiones vacías o dilapidadas. Después de un breve
silencio, el señor G manifestó que tenía su fantasía habi-
tual de estar en los brazos de un hombre fuerte y mascu-
lino. Pensaba que yo mismo carecía de atractivo sexual:
era bajo, calvo, totalmente asexual. Pero, agregó, en cierto
sentido él también era asexual. No obstante, sentía que
respondería sexualmente a un hombre fuerte y atlético.
Retomó el tema de sus actividades en el taller, y des-
pués pasó a hablar de problemas de la oficina. Tenía una
211
clara sensación de que dos de sus subordinados se mos-
traban muy amistosos con él, de un modo que le¡ parecía
burlón. Para asegurarse de que le demostraranl!espeto,
necesitaba mantenerlos a distancia. Eventualmente les
daba una mala contestación para demostrarles quién era
el que mandaba.
Le comenté que sus descripciones monótonas del tra-
bajo de carpintería estaban destinadas a mantenerlo a
distancia de mí. Le recordé su sensación de excitación y
alivio cuando compartió conmigo sus fantasías sexuales,
al final de la sesión anterior. Le sugerí que temía que una
relación abierta conmigo significara para él una potencial
sumisión sexual. Por lo tanto, tenía que mantener la dis-
tancia y asegurarse de que sólo se sentiría atraído sexual-
mente por un hombre de físico poderoso, de aspecto total-
mente distinto del mío. Al fantasear sobre ser protegido
por un hombre cálido y fuerte, se defendía de que yo lo
sedujera sexualmente y del peligro de estar bajo mi con-
trol como autoridad sádica.
El señor G permaneció en silencio, mientras su ten-
sión aumentaba visiblemente. Al cabo de unos momentos,
agregué que quizá me experimentara como a alguien que
se mantenía a distancia de él por sospechar que era desa-
fiante, del mismo modo que él se mantenía por esa razón
a distancia de sus subordinados. Y también me pregunté
si temía de nuevo que yo pudiera despreciarlo porque
hablaba de sus fantasías sexuales.
El señor G dijo que después de la sesión anterior se
había sentido avergonzado, como un niñito que hubiera
contado su fantasía de ser un superhombre, un gran
gángster. Lo consideraba ridículo; la dolorosa verdad era
que envidiaba a las parejas que podían disfrutar del sexo.
Después de un breve silencio dijo que odiaba a su jefe, un
necio pomposo y jactancioso. Describió con algún detalle
un encuentro de trabajo en el cual, por lo menos una vez,
212
se le enfrentó y le demostró que estaba equivocado. Hubo
otro silencio, y volvió al tema de la carpintería, de sus
herramientas y de un mecanismo para construir un com-
partimiento oculto en la biblioteca. Dijo que disfrutaba
mucho con su control de ese pequeño mundo del sótano.
Incluso los hijos sabían que no tenían que acercarse allí.
Permaneció en silencio unos minutos; después me confesó
que se había reservado algunas asociaciones que tuvo des-
pués de contarme la fantasía masturbatoria del nightclub.
La amenaza a punta de pistola a las parejas que bailaban
le recordó un sueño de varias semanas antes, en el cual
era comandante de un campo de concentración nazi mien-
tras yo, uno de los prisioneros, trataba de escapar, y él
estaba presto a dispararme.
Por otra parte, la noche anterior había soñado que
tenía relaciones sexuales con un hombre robusto que lo
sostenía mientras él le acariciaba su gran pene; al mirar
al rostro del hombre, resultó que era el jefe. En el sueño
tenía mucho miedo de que descubrieran su homosexua-
lidad, o de quedar sometido para siempre al jefe, que ya
conocía su secreto.
Le dije que quizás había temido hablarme de la aso-
ciación de ese sueño con la fantasía del nightclub porque
se trataba de una expresión directa de su deseo de con-
trolarme a punta de pistola y someterme sádicamente. La
fantasía era la inversión de la experiencia del sueño, en
el cual el jefe lo chantajeaba después de descubrir su
homosexualidad. Agregué que era como si tuviera que
controlarme a punta de pistola o verse amenazado por la
posibilidad de que yo hiciera lo mismo con él. Añadí que
quizá se sentía muy angusti3:do porque ya no era seguro
que una relación sexual con un hombre poderoso lo pro-
tegería de esas interacciones violentas con la autoridad
masculina; ser seducido sexualmente significaba caer en
la trampa de una autoridad poderosa.
213
El señor G experimentó de pronto un intenso dolor de
cabeza y palpitaciones -una sensación de presión en el
pecho y dificultad para respirar-. Le pedí que tratara de
seguir diciéndome lo que le pasaba por la mente, y él
recordó una película en la que un asesino sádico que tenía
encerrada a una mujer, torturaba a un detective sorpren-
dido por él mientras trataba de liberarla. El paciente tuvo
entonces la fantasía de golpear y patear a un anciano
impotente tendido en el suelo. Después permaneció en
silencio, con un aspecto muy tenso.
Le dije que él temía ser destruido si se atrevía a desa-
fiar a una poderosa autoridad masculina, y que estaba
identificándose con el detective de la película, torturado
por un asesino sádico al tratar de liberar a una mujer.
Tanto en la fantasía del nightclub como en su recuerdo
de la película intentaba convertirse él mismo en un hom-
bres poderoso, que anulaba el control de otros hombres
sobre las mujeres pero no se animaba a desear de modo
directo a ninguna mujer; sólo podía hacerlo vicariamente,
en la forma de los hombres que bailaban con mujeres y
del detective que trataba de liberar a una víctima. Ade-
más le tenía miedo a su propia fantasía de golpear y pa-
tear a un anciano, que representaba la destrucción de la
autoridad masculina peligrosa.
El señor G recordó incidentes sobre los que ya había
hablado antes. Cuando aún no tenía cinco años, el padre,
enojado porque había sido desobediente, lo encerró en un
coche, y él rompió la ventanilla con su pala de juguete.
También recordó que en una ocasión el padre cerró de gol-
pe la puerta del coche y le apretó un dedo; él tuvo la fan-
tasía de que se lo había hecho adrede para cortarle los
dedos. Y también recordó el miedo que tenía a pelearse
con los chicos en la escuela, porque la madre le había
advertido que si se fracturaba un dedo no podría volver
a tocar el violín.
214
¡
j
!
El señor G dijo que quería interrumpir la sesión, y
preguntó si podía irse antes. Agregó que le había faltado
tiempo para contarme que en el fin de semana anterior
había disfrutado delas relaciones sexuales con la esposa
mientras tenía fantasías sádicas de romper otras parejas
sexuales. Había sido una experiencia intensamente pla-
centera, aunque, desde luego, la mujer ignoraba por com-
pleto la naturaleza de las fantasías de él. Finalmente
comentó que se sentía muy angustiado, y con ello terminó
la sesión.
En la sesión del día siguiente, el señor G parecía muy
tenso. Dijo que se había sentido muy angustiado después
de dejar el consultorio el día antes y durante toda la
noche, aunque no sabía qué era lo que tenía.
Después de un silencio tenso de unos minutos, dijo que
pensaba en el jefe, y describió una reunión del personal,
realizada la tarde anterior y dirigida por ese hombre. El
ya estaba ansioso al llegar allí, y se empezó a sentir
mucho peor durante la reunión, cuando el jefe "machacó"
sus opiniones sobre la empresa. El paciente se explayó en
la crítica de los modales dictatoriales con los que el jefe
imponía sus ideas, actuando con un entusiasmo totalmen-
te artificial que no convenció a nadie. Estaba claro que al
margen de las apariencias, disfrutaba sádicamente al afir-
mar su dominio sobre el personal reunido. El jefe, conti-
nuó el señor G, era en realidad un personaje muy desa-
gradable, y el paciente percibía debilidad e inseguridad
en el fondo de esos modales altaneros y controladores. El
señor G estaba seguro de que el jefe era débil, inseguro,
indecente e impulsivo en su vida privada.
El señor G había mencionado en una sesión anterior
que no le gustaba la esposa del jefe, pero sentía curiosidad
por saber cómo se llevaba con el marido. De nuevo la des-
cribió como una mujer gritona, vulgar, dominante, que
explotaba la posición del esposo para darse importancia.
215
No era sorprendente que el jefe fuera un hombre sádico
y dominante en la oficina: en el hogar tenía que ser dócil
y sumiso con la esposa, aunque experimentara un profun-
do resentimiento contra ella. Mientras el paciente habla-
ba, parecían aumentar su ira y su disgusto. Al final excla-
mó que no sabía si estaba encolerizado con ella, o
simplemente le temía. Pensativamente, comentó que su
propia esposa era mucho más buena. El sería incapaz de
soportar a una mujer como la del jefe. Quizá para estar
casado con esa mujer obviamente tiránica había que tener
fuerza; quizás él había subestimado la fuerza del jefe.
Le recordé el sueño del que me había hablad.o el día
anterior, en el que tenía relaciones sexuales con un hom-
bre dotado de un gran pene que resultó ser el jefe. Le
señalé que había empezado a sentirse angustiado al
expresar su miedo a que, habiéndolo sorprendido en un
acto homosexual, el jefe aprovechara ese conocimiento
para controlarlo, chantajearlo y obtener su sumisión. Aña-
dí que me pareció incluso más angustiado después de mis
comentarios sobre el sueño, en particular después de que
le sugerí que se sentía angustiado porque ya no podía
decidir si la relación homosexual con un hombre poderoso
lo protegería o, por el contrario, lo arrojaría a una posición
extremadamente peligrosa frente a la autoridad mascu-
lina.
El señor G dijo que el recuerdo de ese sueño le disgus-
taba, en cuanto el pene enorme le correspondía al jefe.
Declaró que temía no poder controlar su ira con el jefe,
enfurecerse con él y atacarlo en público, lo que amenaza-
ría su futuro en la empresa. Pero no sabía si se sentía más
colérico con el jefe o disgustado consigo mismo por haber
tenido pensamientos sexuales (así fuera en sueños) rela-
cionados con ese hombre. Insistió en la repugnancia que
sentía por la imagen del pene que en el sueño le había
resultado sexualmente atractivo.
216
De pronto el señor G pareció conmovido y perturbado.
Con el gesto de haber recordado algo, dijo que pensaba
que yo me había alineado con el jefe en mi interpretación
del sueño. Lo aterraba el hecho de que yo me hubiera ubi-
cado en la misma categoría de los hombres con autoridad.
Nunca me había tenido tanto miedo. En ese momento sin-
tió que yo hablaba con una voz autoritaria, una voz que
asoció con la del jefe, y después del final de la sesión ante-
rior había tenido el pensamiento fugaz de que yo podría
utilizar contra él mi conocimiento de su homosexualidad.
Pero de inmediato se tranquilizó: pensó que yo nunca lo
haría, y que él podía estar totalmente seguro de mí. Sin
embargo, se volvió a preguntar si yo era realmente tan
bondadoso. Y por la noche, al irse a dormir, se sintió muy
angustiado, insomme, descontrolado y realmente depen-
diente respecto de su terapeuta. ¿Podría yo ayudarlo a
desembarazarse de esa angustia? ¿Podía él realmente con-
fiar en mí?
Rompí el largo silencio que hubo a continuación pre-
guntándole en qué pensaba. Había pensado que yo nunca
le parecía atractivo como hombre. Sin embargo, en ese
momento me veía como en una extraña alianza con su
jefe, y aunque advertía que esto era absurdo, no se sentía
seguro. También le parecía que lo que yo le había dicho
en la sesión anterior lo privaba de su seguridad, de su fan-
tasía de estar en los brazos de un hombre fuerte que lo
confortaba. Este era el ingrediente esencial de su excita-
ción sexual con los hombres fuertes; si no podía confiar
en eso, estaba completamente desprotegido.
El paciente reiteró su miedo a que el jefe fuera un
hombre potencialmente cruel, y que, si él llegaba a pro-
vocarlo, podría perder el empleo y tener que abandonar
la ciudad. Ese sería el fin de su análisis y un desastre
para su familia. Ante esto, yo sería totalmente impotente;
no podría protegerlo ni hacer nada por él. En este punto
217
volvió a aumentar su angustia, que en los minutos ante-
riores parecía haber decrecido.
Le dije que en apariencia oscilaba entre dos alterna-
tivas igualmente aterradoras: o bien yo me aliaba con el
jefe, era peligroso y poderoso como éste, explotaba sádi-
camente mi conocimiento de su homosexualidad y lo daña-
ba de algún modo, o bien yo era débil e impotente, como
él mismo se experimentaba en ese momento.
El señor G respondió que la noche anterior había pen-
sado que yo era un buen hombre pero muy débil, y que
el problema era el conflicto en el trabajo, su jefe poderoso,
respecto de lo cual yo no podía ayudarlo. Pero era cierto
que se había angustiado antes de eso, al experimentarme
como un aliado del jefe. De hecho, en cierto momento
había casi confundido mis propios modales con los del jefe:
eso era realmente aterrador. Y ahora temía que yo inter-
pretara como un ataque lo que me estaba diciendo, porque
yo era como el jefe, pero realmente no quería atacarme
en absoluto.
Después de un breve silencio, el paciente manifestó que
su esposa no sabía nada de todo esto. Sería muy bueno
poder confiar en ella y contarle sus problemas, pero no se
atrevía a hacerlo, porque para la mujer representaría un
terrible shock. Lo más espantoso era no saber lo que pen-
saba algún otro: recordó los estallidos de ira de su padre
y del jefe. Si uno sabe lo que va a venir, resulta menos
temible. Agregó que a menudo observaba con angustia el
rostro del jefe, sintiendo repulsión y miedo. Quizás el jefe
se sintiera inseguro cuando él, el señor G, lo observaba tan
intensamente. Así llegamos al final de la sesión.
Estas sesiones iniciaron una serie de fantasías sádicas
en las que yo era controlado y torturado. La fantasía de
entrometerse en mis relaciones sexuales con mi esposa se
fueron convirtiendo en una expresión más directa de los
incidentes de la escena primaria. Durante el cuarto año
218
1
l
l
1
1
j
de este análisis, los miedos al triunfo sobre los rivales en
el trabajo aparecieron conectados con el miedo a los pro-
pios impulsos sádicos. Las resistencias transferenciales,
que en gran medida habían desaparecido en la segunda
parte del tercer año, volvieron a emerger. El paciente pre-
sentó de nuevo "resistencia pasiva", negándose a asociar
libremente o a escuchar las interpretaciones.
La elaboración gradual de estas resistenciasprovocó
el surgimiento de numerosos recuerdos y fantasías sobre
los esfuerzos del padre tendientes a obligarlo a aceptar
un trabajo que el paciente odiaba; también rememoró
fuertes sentimientos conscientes de ira y triunfo por haber
escapado del control paterno. En las fantasías homosexua-
les se orientaba por completo a controlar y subyugar a
otros hombres. Al mismo tiempo mejoró su vida sexual,
y por primera vez pudo ser más sexualmente agresivo con
la esposa, sin fantasías sádicas durante la cópula. Su inse-
guridad con las mujeres, porque ellas representaban a la
madre deseada sexualmente y suscitaban miedo a una
destrucción vengativa por parte del padre, se convirtió en
el tema principal del final del análisis. Esto generó una
importante revisión de las actitudes del paciente, no sólo
respecto de sus experiencias sexuales con la esposa sino
también en relación con las mujeres en general, y con la
moral. Este cambio condujo a su vez a la aceptación gra-
dual de una libertad sexual interna.
Durante el último semestre del análisis, las fantasías
homosexuales desaparecieron casi por completo, y el inte-
rés sexual del paciente y su capacidad para obtener gra-
tificación con la esposa adquirieron características nor-
males. Por primera vez comenzó a funcionar bien en el
trabajo y a disfrutar realmente con él. Desapareció su pro-
yección de larga data sobre la esposa de las actitudes
prohibitivas maternas con respecto a todas las manifes-
taciones de la sexualidad.
219
DISCUSIÓN
He escogido estos dos casos, el de una paciente límite
y el de un paciente neurótico, para ilustrar los diferentes
modos en que pueden desplegarse los conflictos intrapsí-
quicos inconscientes. En la señorita F se había desarro-
llado de forma gradual un conflicto entre un sí-mismo
sádico, grandioso, primitivo, y un sí-mismo fragmentado,
al principio inaccesible, normal y dependiente, en el con-
texto de una destrucción casi total de la capacidad para
las relaciones objetales que no fueran explotativas y des-
tructivas. En el señor G, la activación de conflictos inter-
sistémicos (una lucha entre un superyó restrictivo, prohi-
bitivo, y derivados pulsionales sexuales reprimidos y
oral-dependientes) se produjo gradualmente en el contexto
de relaciones objetales internalizadas específicas, reavi-
vadas en la transferencia.
Ambos casos ilustran la gradual clarificación, confron-
tación e interpretación de las pautas transferenciales
dominantes, el valor de esas pautas para clarificar la
estructura interna de la enfermedad, el desarrollo del
cambio en dichas pautas y la dependencia de los cambios
sintomáticos y conductuales en la vida del paciente res-
pecto de los cambios de esas pautas transferenciales. El
material clínico también ilustra acerca del tiempo nece-
sario para lograr el diagnóstico de las transferencias
dominantes y sus implicaciones dinámicas. Además -y
esto es lo más importante- permite ver de qué modo el
cambio intrapsíquico puede detectarse primero como par-
te del proceso psicoterapéutico, en la relación del paciente
con el analista. Por otro lado, estos casos ilustran la
importancia de medir la patología significativa caso por
caso, en lugar de basarse en listas normalizadas de sín-
tomas; también sugieren la posibilidad de operar en cada
caso individual con unas pocas pautas de interacción pre-
220
·¡
1
.l
dominantes en la transferencia, aprovechando su relación
con la aparición del cambio estructural; vemos además
que es posible poner a prueba el desarrollo del insight en
los puntos de cambio de esas pautas transferenciales pre-
dominantes.
A mi juicio, el cambio estructural específico del trata-
miento psicoanalítico se produce en primer lugar en la
transferencia, y su relación con el insight puede evaluarse
poniendo en el foco la relación entre la introspección y el
cambio conductual. Ambos casos ilustran la relación que
existe entre la repetición en la transferencia de relaciones
objetales internalizadas del pasado y la capacidad para
establecer nuevos tipos de relación con el analista y con
los otros de la vida externa del paciente. Los pacientes con
psicopatología severa no padecen simplemente de una fal-
ta de relaciones objetales buenas, sino también de rela-
ciones objetales pasadas inconscientes conflictivas y gene-
ralizadas, que el paciente necesita comprender por medio
de su activación controlada en la transferencia, y que pue-
de llegar a abandonar adquiriendo una comprensión cog-
nitiva y emocional de ellas cuando se reactivan.
Estas consideraciones también apuntan a la natura-
leza irrisoria de las "formulaciones dinámicas" en la etapa
inicial del psicoanálisis o de la psicoterapia prolongada de
pacientes con problemas caracterológicos. graves. Esas
hipótesis iniciales por lo general relacionan la psicopato-
logía presente con supuestos conflictos intrapsíquicos
inconscientes, y éstos, a su vez, con sus supuestos ante-
cedentes (conflictos infantiles patógenos con los objetos
parentales). El material de casos, no obstante, ilustra el
problema que plantean esas hipótesis; el pleno desarrollo
de las pautas transferenciales significativas lleva tiempo
y, además, en la psicopatología grave hay que clarificar las
relaciones internas presentes de las pautas transferencia-
les dominantes, antes que puedan establecerse de modo
221
significativo las conexiones de cada pauta con el pasado.
Sólo en las etapas avanzadas del tratamiento es posible
aclarar totalmente las relaciones objetales patógenas
inconscientes. Como lo he señalado en los capítulos ante-
riores, cuanto más grave y regresiva es la psicopatología
del paciente, más indirectas y complejas son las conexiones
entre la estructura presente de la personalidad, la historia
genética y los desarrollos reales del pasado.
La interpretación de las pautas conductuales esceni-
ficadas en la transferencia debe suscitar poco a poco la
curiosidad del paciente por los aspectos rígidos, repetitivos
y obligatorios de su conducta, y proveerle una nueva com-
prensión de los cambios en las pautas transferenciales ,
en el contexto del examen conjunto con el analista de la
interacción en las sesiones. El aprendizaje del paciente
sobre sí mismo emerge en el contexto del examen siste-
mático de los paradigmas transferenciales, y en algún
punto la nueva comprensión debe llevar a un cambio del
carácter obligatorio de ciertas pautas, a una quiebra real
de su rigidez y a la emergencia de una conducta nueva,
inesperada, seguida por una exploración ulterior relacio-
nada con el significado inconsciente de esa nueva conduc-
ta y con el abandono de la secuencia conductual antes
obligatoria. Por lo tanto, el insight y los cambios en la
transferencia están íntimamente ligados, y la transferen-
cia por el paciente del conocimiento adquirido en este con-
texto a su conducta de fuera de las sesiones, es una impor-
tante confirmación adicional de que se está produciendo
un cambio estructural.
Pero, ¿en qué difiere ese cambio conductual, primero
en las sesiones y después en la vida externa del paciente,
respecto del cambio inducido conductualmente en la psi-
coterapia de apoyo, o incluso en las técnicas de modifica-
ción conductual? Después de todo, las nuevas formulacio-
nes cognitivas compartidas por el terapeuta con el
222
paciente pueden emerger en muchos tratamientos que no
sean de orientación psicoanalítica. A mi juicio, el aspecto
específico de la relación entre la interpretación y el cambio
estructural es la aparición de nueva información propor-
cionada espontáneamente por el paciente, en el contexto
de la exploración de la transferencia, información ésta que
indica una nueva comprensión de su conducta presente
y también de sus lazos con las otras experiencias, tanto
presentes como pasadas. El paciente experimentará un
cambio en su autopercatación y en sus relaciones internas
con los otros, y lo sorprenderá la naturaleza de lo que
experimenta-inesperada para él y para su analista-.
Es ejemplo de esta información nueva e inesperada el sue-
ño de la primera paciente en el que ella gaseaba a los
internados de una residencia para ancianos, en colusión
con el director del e.stablecimiento; también lo es la fan-
tasía masturbatoria del segundo paciente, de la irrupción
de la pandilla en un nightclub.
El carácter impredecible, la emergencia espontánea de
la nueva información, la expansión de la comprensión
como precondición de los cambios transferenciales y la
ampliación de ese cambio y esa comprensión a otras zonas
de la conducta del paciente, son los rasgos que diferencian
el insight derivado de la interpretación de otros cambios
inducidos cognitivamente en la comprensión del paciente,
y de la aquiescencia del paciente a las instrucciones direc-
tas del terapeuta para obtener un cambio conductual. La
reconstrucción de las partes significativas del pasado pue-
de ser una consecuencia importante de la adquisición y
el desarrollo espontáneos e impredecibles de nuevos cono-
cimientos sobre sí mismo por medio de la introspección.
Pero al principio del tratamiento esto vale sobre todo para
los pacientes con estructura neurótica de la personalidad,
y no para los que presentan una patología caracterológica
grave.
223
Finalmente, todo insight significativo debe expresarse
en la preocupación del paciente por sus conflictos presen-
tes, en su motivación para cambiar y en una autoexplora-
ción ulterior. En contraste, ni las especulaciones puramen-
te intelectuales, en las que el paciente actúa como su
propio analista (en las estructuras narcisistas) o se somete
de modo obediente a las teorías del profesional, ni la trans-
ferencia caracterizada por una fuerte identificación con
ciertas concepciones del terapeuta, satisfacen los criterios
que he descrito (es decir, primero la exploración del sig-
nificado de una secuencia característica de conductas en
la transferencia, un cambio consiguiente en esa secuencia
conductual, el desarrollo de un nuevo conocimiento basado
en ese cambio, una expansión del cambio conductual, y su
transferencia a otras zonas de la vida junto con su com-
prensión de éstas). Tampoco satisface estos criterios el goce
por parte del paciente de fantasías primitivas y asociacio-
nes del proceso primario, o de afectos difusos e intensos
disociados de cualquier preocupación por sí mismo.
Wallerstein (comunicación personal), al discutir una
versión anterior de este capítulo, me subrayó la importan-
cia de "desarticular" los criterios fundados en los resul-
tados del cambio estructural logrado, respecto de los cri~
terios que atienden al proceso que ha generado el cambio.
Sólo así podremos evaluar si el psicoanálisis y la psico-
terapia psicoanalítica generan verdaderamente cambios
específicos que difieren cualitativa y/o cuantitativamente
de los cambios que logran otros procedimientos. Yo he
puesto énfasis en los criterios del proceso, en el sentido
de que evalúan el cambio estructural por medio de las
pautas predominantes de la transferencia. Creo que los
cambios que se ven en el proceso terapéutico deben gene-
rar un cambio estructural en el resultado, y sugiero los
siguientes criterios de resultado.
En los pacientes con organización neurótica de la per-
224
"!;
sonalidad, el cambio estructural debe ponerse de mani-
fiesto por los fenómenos siguientes: un concepto ampliado
del sí-mismo, la inclusión en la experiencia del sí-mismo
de impulsos pulsionales antes disociados o reprimidos,
una tolerancia acrecentada a experiencias emocionales
antes rechazadas en uno mismo y los demás, una perca-
tación ampliada de pautas caracterológicas antes automá-
ticas y una reducción de la rigidez de esas pautas. En los
pacientes con organización límite de la personalidad, el
cambio estructural debe ponerse de manifiesto en la inte-
gración del autoconcepto y los conceptos de los otros sig-
nificativos, en una correspondiente integración de estados
afectivos antes disociados o escindidos (de modo tal que
la experiencia y la expresión afectivas se enriquezcan y
moderen) y en una capacidad acrecentada para la empatía
con uno mismo y los otros, y para establecer relaciones
discriminativas profundas con ellos.
En cuanto a la cuestión de si el descubrimiento de los
conflictos intrapsíquicos conduce a la reconstrucción del
pasado inconsciente o a una reorganización estructural de
la percepción inconsciente del pasado con la que el pacien-
te entró en el tratamiento, en la actualidad las opiniones
están divididas. La transformación de un mito del pasado
en otro mito inducido por el analista, en tanto opuesta a
la organización y reorganización espontáneas de la infor-
mación acerca del pasado, que se producen en puntos cru-
ciales de ruptura de las pautas transferenciales rígidas
en el contexto de la interpretación y el insight, se podría
explorar experimentalmente en las investigaciones que
vinculan la evaluación del proceso a los estudios de resul-
tados. La estabilidad del cambio se podría explorar com-
parando los cambios inducidos por medios de apoyo con
los derivados de las transformaciones espontáneas de la
transferencia.
Otra consecuencia de lo que he dicho sobre el cambio
225
estructural es que su evaluación debe idealmente derivar-
se de una evaluación individualizada del proceso, y sólo
secundariamente de la evaluación del cambio de "varia-
bles estructurales" relativamente no específicas, tales
como las "funciones yoicas", "las relaciones objetales" y
aspectos no específicos de la fuerza del yo (tolerancia a la
angustia, control de los impulsos, etcétera). Un problema
importante relacionado con las funciones y las estructuras
yoicas es su tendencia a variar en conjunto, en tal medida
que tienden a colapsar en un único gran factor, la "fuerza
del yo" (Kernberg y otros, 1972); la fuerza del yo, a su vez,
está íntimamente relacionada con la gravedad de los sín-
tomas. Bien podría ser que la severidad de los síntomas
y de la patología del carácter influyan en las funciones
yoicas a tal punto que la mejoría sintomática y el cambio
conductual se reflejen también de modo no específico en
las funciones yoicas mejoradas. Este problema ha obse-
sionado a los investigadores en la psicoterapia psicoana-
lítica; apunta a la importancia de vincular la investigación
sobre los resultados a la investigación sobre el proceso.
En contraste, el foco en el proceso, en los cambios sig-
nificativos en la transferencia, permite delinear de modo
más específico el cambio estructural y responder a inte-
rrogantes concretos, como el de si el paciente experimenta
una "cura transferencia}" (es decir, presenta cambios sin-
tomáticos conductuales como consecuencia de la gratifi-
cación de la transferencia) o un cambio estructural. En
este contexto puede ponerse a prueba si el cambio estruc-
tural que se obtiene con el psicoanálisis es más duradero
que el cambio logrado de otro modo.
Pienso que estas consideraciones apuntan a algunos
importantes desarrollos de la investigación psicoterapéu-
tica sobre el cambio estructural. Me refiero a los estudios
de Luborsky y Horowitz. Luborsky (1977) ideó un método
denominado "método del tema de la relación conflictiva
226
nuclear", que evalúa comparativamente, por medio del
análisis del contenido, las interacciones del paciente con
las personas significativas en sesiones anteriores y ulte-
riores del tratamiento. Este autor ha demostrado que los
pacientes que mejoran, en contraste con los que no lo
hacen, dan pruebas de algún dominio de esos temas. Aun-
que éste es sólo un enfoque inicial, aunque estimulante,
para abordar el concepto del cambio estructural en los tér-
minos del cambio de las pautas transferenciales predomi-
nantes, adquiere una significación adicional en vista de
las observaciones de Luborsky en el sentido de que en
cada tratamiento psicoterapéutico sólo se activan unas
pocas relaciones predominantesque reflejan los temas
conflictivos nucleares del paciente, de modo que la eva-
luación de la estructura de la personalidad y del cambio
de la personalidad en los términos de los desarrollos
transferenciales podrían ser menos difíciles de lo es-
perable.
Horowitz (1979) al describir el cambio significativo (en
la psicoterapia breve) como un cambio en la secuencia
(específica del paciente) de los estados afectivos y cogni-
tivos que implican la activación de las representaciones
del sí-mismo y el objeto, y de los roles recíprocos y los con-
flictos entre ellos, ha vinculado (creo que por primera vez)
un elaborado modelo contemporáneo de las relaciones
objetales al análisis experimental del cambio intrapsíqui-
co. Aunque la aplicación de esta metodología a la inves-
tigación de la psicoterapia prolongada aún presenta
importantes dificultades, el estudio de Horowitz, además
de sus aportes metodológicos, conceptual y clínicamente,
constituye un paso importante en la dirección correcta.
Estoy firmemente convencido de la importancia de
diferenciar el tipo específico de cambio intentado y/o indu-
cido por el psicoanálisis y la psicoterapia psicoanalítica
del cambio duradero generado por otros enfoques técnicos.
227
Wallerstein (1986) ha señalado de modo convincente que
no todos los cambios que se obtienen en el tratamiento
psicoanalítico están relacionados con el insight y la reso-
lución de los conflictos. Aunque en el contexto de estos
desarrollos se puede producir un cambio estructural, tam-
bién se producen otros cambios, como parte de los fenó-
menos de apoyo que pueden haber caracterizado el tra-
tamiento y constituyen sin duda aspectos de una vasta
mayoría de psicoterapias expresivas y de apoyo. Parecería
que el cambio estructural se obtiene de muchos modos,
por medio de múltiples mecanismos. El cambio estructu-
ral específico del psicoanálisis y la psicoterapia tiene que
evaluarse por medio de una investigación de procesos cen-
trada en los desarrollos de la transferencia.
228
9. LA REGRESIÓN TRANSFERENCIAL
Y LA TÉCNICA PSICOANALÍTICA
CON LAS PERSONALIDADES INFANTILES
La categoría de pacientes descrita en este capítulo
está dentro del espectro de la organización límite de la
personalidad que puede tratarse con psicoanálisis, pero
presenta problemas técnicos particulares para el éxito
terapéutico. Ernst Ticho (1966) dijo alguna vez que tratar
a personalidades narcisistas con psicoanálisis era "heroi-
co". Yo afirmo lo mismo de la personalidad infantil. Hasta
hace más o menos veinte años, estos pacientes eran por
lo general considerados personalidades histéricas. Easser
y Lesser (1965), Zetzel (1968) y yo mismo (1975) los
hemos visto como formas regresivas de la personalidad
histérica y de los denominados infantiles, histriónicos,
histeroides, o tipos 3 y 4 de Zetzel. En el capítulo 4 ya
he desarrollado el tema del diagnóstico diferencial de
estas personalidades; aquí me limitaré a resumir sus
características destacadas, antes de examinar algunos
desarrollos típicos que presentan en el curso del trata-
miento psicoanalítico.
Los pacientes con personalidad infantil tienen las tres
características que predominan en todos los pacientes
límite: difusión de la identidad, mecanismos de defensa
primitivos y buena prueba de realidad. La difusión de la
identidad reduce su capacidad para la empatía con los
229
demás, y para la evaluación y la predicción realistas de
su propia conducta y de la conducta de otras personas. En
consecuencia, presentan relaciones objetales altamente
conflictivas, aunque son capaces de comprometerse pro-
fundamente en relaciones duraderas (si bien caóticas y de
aferramiento) con los otros significativos. Esta capacidad
para el compromiso profundo con los demás, aunque de
naturaleza altamente neurótica, diferencia a estos pacien-
tes de otros que tienen también una organización límite
de la personalidad, tales como las personalidades narci-
sista, esquizoide y paranoide.
Como estos pacientes presentan un p_,redominio de
operaciones defensivas centradas en la escisión, revelan
menos mecanismos represivos que los típicos de la per-
sonalidad histérica propiamente dicha. La inhibición
sexual de esta última puede aparecer reemplazada por la
persistencia de tendencias infantiles perversas polimor-
fas, incluso en pacientes que definidamente no dan mues-
tra de perversión sexual. En esta conducta interpersonal
contradictoria, discontinua, caótica, subyacen operaciones
de escisión.
Las personalidades infantiles presentan la labilidad
emocional y la calidad histriónica características de los
pacientes histéricos, pero en todas sus relaciones objetales
y no específicamente en la relación con parejas sexuales.
También muestran la conducta extravertida, exhibicionis-
ta, de la personalidad histérica, aunque en este caso con
una calidad infantil, de afeI."ramiento, más bien que eró-
tica. Los pacientes infantiles dan la impresión de que la
seducción erótica es un medio para gratificar necesidades
de aferramiento y dependencia, más bien que necesidades
sexuales.
Desde un punto de vista psicodinámico, los pacientes
infantiles prasentan la condensación de conflictos edípicos
y preedípicos característica de la organización límite de
230
la personalidad, pero con una acentuación de los tipos pos-
teriores o avanzados de los conflictos edípicos, lo cual hace
que estén mucho más cerca de la personalidad histérica
que todos los otros pacientes límite.
Por cierto, se podría hablar de un continuo que va des-
de la personalidad histérica propiamente dicha hasta la
personalidad infantil propiamente dicha, modo de ver ya
implícito en la clasificación por Zetzel (1968) de este sín-
drome en cuatro tipos (véase el capítulo 4). A la luz de mi
experiencia más reciente, puedo decir que la mayoría de
estos pacientes son tratables con psicoanálisis; junto con
la personalidad narcisista, constituyen entonces las excep-
ciones importantes a la norma de que el psicoanálisis no
es apropiado para pacientes con organización límite de la
personalidad. No obstante, para que el psicoanálisis esté
indicado en el caso de una personalidad infantil es impor-
tante que el paciente presente por lo menos alguna moti-
vación que lo impulse a tratarse, alguna capacidad para
la introspección emocional o el insight y para el control
de los impulsos; debe tener además tolerancia a la angus-
tia y funcionamiento sublimatorio (aspectos no específicos
de la fuerza del yo). Estos requerimientos excluyen de la
consideración para un eventual psicoanálisis al paciente
de tipo 4 de Zetzel, con manifestaciones no específicas de
debilidad del yo, acting out aparentemente incontrolable
y capacidad limitada para la reflexión realista sobre sí
mismo.
Entre los tratamientos fracasados del proyecto de
investigación psicoterapéutico de la Fundación Men:ninger
(Kernberg y otros, 1972), había pacientes de este tipo. Me
he preguntado si lo que se ha descubierto desde entonces
sobre el tratamiento psicoanalítico de los casos límite
podría quizás explicar esos fracasos. Por lo tanto, he dedi-
cado una considerable atención y reflexión al tratamiento
psicoanalítico más reciente y exitoso de pacientes que
231
podrían caracterizarse como ubicados en la zona interme-
dia entre la personalidad histérica y la personalidad
infantil más regresiva. A continuación presento los aspec-
tos destacados de dos de tales casos, para ilustrar su
manejo técnico.
LA SEÑORITA H
La señorita H, de poco más de treinta años, era una
experta empleada en un laboratorio de investigación
industrial. Había ingresado en el hospital a causa de una
depresión profunda y aguda, que no respondió rápidamen-
te a la medicación antidepresiva; después entró en trata-
miento porque estaba disconforme con su obesidad y sus
relaciones con los hombres. Consumía drogas y tenía mie-
dos fóbicos a manejar en autopistas y puentes. No carecía
de atractivo,