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Alertas em Cristo - Estudo Expositivo


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Florencia Valdivieso

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Alertas en Cristo 
Estudio expositivo de 
2 Pedro, 2 y 3 Juan y Judas 
Warren W. Wiersbe 
Editorial Bautista Independiente 
Alertas en Cristo fue publicado originalmente en inglés bajo el título Be Alert. 
© 1984 
SP Publications, Inc. 
Wheaton, Illinois 
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas están tomadas de la Versión 
Reina Valera Revisada, Revisión de 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas en 
América Latina. Usadas con permiso. Las citas bíblicas indicadas con las siglas NVI están 
tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, © 1999, Sociedad Bíblica 
Internacional. Usadas con permiso. 
Reservados todos los derechos. Se prohíbe la reproducción total o parcial, ya sea 
fotocopiada, electrónica o por otros medios, sin la previa autorización escrita de la 
Editorial Bautista Independiente. 
© 2013 
WW-625 
ISBN 978-1-932607-95-6 
Editorial Bautista Independiente 
3417 Kenilworth Boulevard 
Sebring, FL 33870 
www.ebi-bmm.org 
(863) 382-6350 
Dedicado a 
Bob y Betty Kregel 
Su amistad ha enriquecido nuestras vidas, y su ministerio ha beneficiado a la 
iglesia en todo el mundo. 
Índice 
Prefacio 
Bosquejo de 2 Pedro 
Capítulo 
 1. Conociendo y Creciendo (2 Pedro 1:1–11) 
 2. ¡Despiértense y Recuerden! (2 Pedro 1:12–21) 
 3. Cuidado con los Falsificadores (2 Pedro 2:1–9) 
 4. Hombres Marcados (2 Pedro 2:10–16) 
 5. Falsa Libertad (2 Pedro 2:17–22) 
 6. Burlándose de los Burladores (2 Pedro 3:1–10) 
 7. ¡Sean Diligentes! (2 Pedro 3:11–18) 
Bosquejo de 2 Juan 
 8. Una Familia Fiel (2 Juan) 
Bosquejo de 3 Juan 
 9. Es la Verdad (3 Juan) 
http://www.ebi-bmm.org/
Bosquejo de Judas 
 10. ¡Un Llamado a las Armas! (Judas 1–7) 
 11. ¡Les Presento a los Apóstatas! (Judas 8–16) 
 12. No Deben Tropezar (Judas 17–25) 
Prefacio 
No todo marcha bien en la iglesia profesante. 
Hay doctrinas y gente peligrosas por todas partes, y el pueblo de Dios necesita 
estar alerta. 
La iglesia cristiana sufre debido a una falsa perspectiva de la separación y una 
falsa noción de la cooperación. Con demasiada frecuencia, estamos ayudando al 
enemigo y perjudicando a los hermanos por actitudes y acciones contrarias a la 
Palabra de Dios. 
Pedro, Juan y Judas pueden ayudarnos a discernir y a detectar a los 
falsificadores que secretamente se han introducido en la iglesia. También a 
descubrir las falsas doctrinas que estos apóstatas están enseñando, doctrinas que 
hoy se consideran la verdad bíblica. 
Al escribir este libro, estoy en una posición similar a la que Judas describe en 
las palabras iniciales de su carta. Preferiría mucho más escribir un libro sobre las 
bendiciones de la vida cristiana y los elementos positivos de nuestra fe; pero, 
cuando el enemigo anda suelto, necesitamos un llamado a las armas y no una 
invitación a un paseo campestre. 
“Al recibir a extraños —dijo Juan Flavel— los hombres a veces reciben a 
ángeles sin saberlo; pero al recibir doctrinas extrañas, muchos han recibido a los 
demonios sin saberlo”. 
¡Es tiempo de estar alerta! 
Warren W. Wiersbe 
Bosquejo sugerido de la Epístola de 2 Pedro 
Tema central: Conocimiento espiritual 
Versículo clave: 2 Pedro 1:3 
 I. Explicación: el conocimiento de Cristo: capítulo 1 
A. El don del conocimiento: 1:1–4 
B. El crecimiento en conocimiento: 1:5–11 
C. La base del conocimiento: 1:12–21 
 II. Examen: los falsos maestros: capítulo 2 
A. Su condenación: 2:1–9 
B. Su carácter: 2:10–17 
C. Sus afirmaciones: 2:18–22 
 III. Exhortación: el verdadero creyente: capítulo 3 
A. Hagan memoria: 3:1–7 
B. No ignoren: 3:8–10 
C. Sean diligentes: 3:11–14 
D. Tengan cuidado: 3:15–18 
1 
Conociendo y Creciendo 
2 Pedro 1:1–11 
Si alguien en la iglesia primitiva sabía de la importancia de estar alerta, ese fue 
el apóstol Pedro. En sus primeros años, él tenía la tendencia de sentirse 
demasiado confiado cuando el peligro estaba cerca y de no tomar en cuenta las 
advertencias del Maestro. Actuó con apuro cuando debería esperar, se quedó 
dormido cuando debería orar, habló cuando debería escuchar. Fue un creyente 
valiente, pero imprudente. 
Pero aprendió su lección, y quiere ayudarnos a que nosotros también la 
aprendamos. En su primera epístola, Pedro recalcó la gracia de Dios (1 Pedro 
5:12), pero en su segunda carta, el énfasis está en el conocimiento de Dios. La 
palabra “conocer” o “conocimiento” se usa por lo menos trece veces en esta breve 
epístola. No quiere decir una comprensión meramente intelectual de alguna 
verdad, aunque eso se incluye, sino una participación viva en ella en el sentido en 
que nuestro Señor la empleó en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te 
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” 
(cursivas mías). 
Pedro empieza su carta con una breve descripción de la vida cristiana. Antes 
de describir a los falsificadores, define a los verdaderos creyentes. La mejor 
manera de detectar la falsedad es comprendiendo las características de la verdad. 
Pedro hizo tres afirmaciones importantes en cuanto a la vida cristiana verdadera. 
La vida cristiana empieza con fe (2 Pedro 1:1–4) 
Pedro la llamó “una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Quiere decir que 
nuestra posición con el Señor hoy es la misma que la de los apóstoles hace siglos. 
Ellos no tuvieron ninguna ventaja especial sobre nosotros simplemente porque 
gozaron del privilegio de andar con Cristo, de verlo con sus propios ojos y de 
participar en sus milagros. No es necesario ver al Señor con nuestros ojos 
humanos para amarlo, confiar en él y participar en su gloria (1 Pedro 1:8). 
Esta fe es en una persona (vs. 1, 2). Esa persona es Jesucristo, el Hijo de 
Dios, el Salvador. Desde el principio de su carta, Pedro afirmó la deidad de 
Jesucristo. “Dios” y “nuestro Salvador” no son dos personas diferentes, sino que 
describen a una misma persona: Jesucristo. Pablo usó una expresión similar en 
Tito 2:10 y 3:4. 
Pedro les recuerda a sus lectores que Jesucristo es el Salvador, al repetir este 
título exaltado en 2 Pedro 1:11; 2:20; 3:2, 18. Un “salvador” es alguien que trae 
salvación, y la palabra “salvación” era familiar para todos en esos días. En su 
vocabulario, quería decir liberación de problemas; particularmente, liberación del 
enemigo. También llevaba la idea de salud y seguridad. Al médico se lo veía como 
salvador porque ayudaba a liberar el cuerpo del dolor y las limitaciones. Un 
general victorioso era un salvador porque libraba a su pueblo de la derrota. Incluso 
un funcionario sabio era un salvador porque mantenía la nación en orden y la 
libertaba de la confusión y la decadencia. 
No se requiere mayor esfuerzo para ver cómo el título “salvador” se aplica a 
nuestro Señor Jesucristo. Él es, en verdad, el Gran Médico que sana el corazón 
de la enfermedad del pecado. Es el Conquistador victorioso que ha derrotado a 
nuestros enemigos: el pecado, la muerte, Satanás y el infierno; y que está 
llevándonos en triunfo (2 Corintios 2:14 en adelante). Él es “nuestro Dios y 
Salvador” (2 Pedro 1:1), “nuestro Señor y Salvador” (2 Pedro 1:11), y “Señor y 
Salvador” (2 Pedro 2:20). Para ser nuestro Salvador, tuvo que dar su vida en la 
cruz y morir por los pecados del mundo. 
Nuestro Señor Jesucristo tiene tres “beneficios espirituales” que no pueden 
conseguirse de nadie más: justicia, gracia y paz. Cuando confías en él como tu 
Salvador, su justicia llega a ser tu justicia y se te da una posición correcta ante 
Dios (2 Corintios 5:21). Jamás podrías ganarte esa justicia; es una dádiva de Dios 
para los que creen. “…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros 
hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5). 
Gracia es el favor de Dios para quienes no lo merecen. Dios, en su 
misericordia, no nos da lo que merecemos; en su gracia, nos da lo que no 
merecemos. Él es el “Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10), y nos la envía por medio 
de Jesucristo (Juan 1:16). 
El resultado de esta experiencia es paz; paz con Dios (Romanos 5:1) y la paz 
de Dios(Filipenses 4:6, 7). De hecho, la gracia y la paz de Dios nos son 
“multiplicadas” conforme andamos con él y confiamos en sus promesas. 
Esta fe incluye el poder de Dios (v. 3). La vida cristiana empieza con una fe 
que salva, fe en la persona de Jesucristo. Pero cuando uno conoce a Jesús 
personalmente, también experimenta el poder de Dios, y este poder produce “la 
vida y la piedad”. El pecador no salvado está muerto (Efesios 2:1–3) y solo Cristo 
puede resucitarlo de los muertos (Juan 5:24). Cuando Jesús resucitó a Lázaro, 
dijo: “Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:44). ¡Quítenle la ropa sepulcral! 
Cuando por la fe en Cristo naces en la familia de Dios, lo hace completo. Dios 
te da todo lo que necesitas “para la vida y la piedad”. ¡No hay que añadir nada! 
“Vosotros estáis completos en él” (Colosenses 2:10). Los falsos maestros aducían 
tener una doctrina especial que añadía algo a la vida de los lectores de la carta de 
Pedro, pero él sabía que no había nada que añadir. Así como un bebé normal 
nace con todo el equipo que necesita para vivir, y lo único que precisa es crecer, 
así el creyente tiene todo lo que necesita y solamente precisa crecer. Dios nunca 
ha tenido que pedir que se le devuelva alguno de sus modelos porque le falta algo 
o es defectuoso. 
Tal como un bebé tiene una estructura genética definida que determina cómo 
va a crecer, así el creyente está estructurado genéticamente para experimentar 
gloria y excelencia. Un día será como el Señor Jesucristo (Romanos 8:29; 1 Juan 
3:2). Él “nos llamó a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10), y participaremos de esa 
gloria cuando Jesucristo vuelva y lleve a su pueblo al cielo. 
Pero también “nos llamó por su… excelencia”. Fuimos salvados para que 
anunciemos las virtudes de Aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz 
admirable” (ve 1 Pedro 2:9). ¡No debemos esperar hasta llegar al cielo para ser 
como Jesucristo! En nuestro carácter y conducta, debemos revelar su belleza y 
gracia hoy. 
Esta fe incluye las promesas de Dios (v. 4). Dios no solo nos ha dado lo 
necesario para la vida y la piedad, sino que también nos ha dado su Palabra para 
poder desarrollarlas. Estas promesas son grandísimas porque vienen de un gran 
Dios y conducen a una vida grandiosa. Son preciosas porque su valor sobrepasa 
todo cálculo. Si perdemos la Palabra de Dios, no hay manera de reemplazarla. A 
Pedro debe de haberle gustado la palabra “precioso”, porque escribió de una “fe 
preciosa” (2 Pedro 1:1; compara 1 Pedro 1:7), las “preciosas promesas” (2 Pedro 
1:4), la “sangre preciosa” (1 Pedro 1:19), la piedra preciosa (1 Pedro 2:4, 6) y el 
precioso Salvador (1 Pedro 2:7). 
Cuando el pecador cree en Jesucristo, el Espíritu de Dios usa la Palabra de 
Dios para impartirle la vida y la naturaleza divinas. Un bebé tiene la naturaleza de 
sus padres, y una persona nacida del Espíritu tiene la naturaleza de Dios. El 
pecador perdido está muerto, pero el creyente está vivo porque participa de la 
naturaleza divina. El pecador perdido está descomponiéndose debido a su 
naturaleza corrupta, pero el creyente puede experimentar una vida dinámica de 
santidad porque posee la naturaleza de Dios. La humanidad está bajo el yugo de 
corrupción (Romanos 8:21), pero el creyente comparte la libertad y el crecimiento 
que son el producto de poseer la naturaleza divina. 
La naturaleza determina el apetito. El cerdo quiere lodo y el perro se comerá 
incluso su propio vómito (2 Pedro 2:22), pero una oveja desea pastos verdes. La 
naturaleza también determina la conducta. Un águila vuela porque tiene 
naturaleza de águila, y el delfín nada porque esa es la naturaleza del delfín. La 
naturaleza determina el medio ambiente: una ardilla trepa árboles, los topos cavan 
túneles subterráneos y una trucha nada en el agua. La naturaleza también 
determina la asociación: el león anda en manadas, la oveja en rebaños y el pez en 
cardúmenes. 
Si la naturaleza determina el apetito, y nosotros tenemos interiormente la 
naturaleza de Dios, debemos tener un apetito por lo puro y santo. Nuestra 
conducta debe ser como la del Padre, y tenemos que vivir en un medio ambiente 
espiritual correspondiente a nuestra naturaleza. Debemos asociarnos con lo que 
es conforme a nuestra naturaleza (ve 2 Corintios 6:14 en adelante). La única vida 
normal para los hijos de Dios es una vida santa, que lleva fruto. 
Como poseemos esta naturaleza divina, hemos “huido” o escapado por 
completo de la contaminación y la decadencia de este perverso mundo actual. Si 
nutrimos la nueva naturaleza con el alimento de la Palabra de Dios, tendremos 
poco interés en la basura del mundo. Pero si proveemos “para los deseos de la 
carne” (Romanos 13:14), nuestra naturaleza de pecado anhelará los “antiguos 
pecados” (2 Pedro 1:9) y desobedeceremos a Dios. La vida santa resulta de 
cultivar la nueva naturaleza que tenemos adentro. 
La fe resulta en crecimiento espiritual (2 Pedro 1:5–7) 
Donde hay vida, debe haber crecimiento. El nuevo nacimiento no es el fin, sino 
el principio. Dios les da a sus hijos todo lo que necesitan para vivir vidas santas, 
pero ellos deben ser aplicados y diligentes para usar los “medios de gracia” que él 
ha provisto. El crecimiento espiritual no es automático. Requiere la cooperación 
con Dios y la aplicación de la diligencia y disciplina espirituales. “…ocupaos en 
vuestra salvación… porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como 
el hacer” (Filipenses 2:12, 13). 
Pedro mencionó siete características de la vida santa, pero no debemos 
considerarlas como siete cuentas en un collar ni tampoco siete etapas de 
desarrollo. La palabra traducida “añadir”, en realidad, quiere decir suplir en forma 
generosa. En otras palabras, cultivamos una cualidad al ejercer otra. Estas gracias 
se relacionan una con la otra así como las ramas se vincular al tronco y las 
ramitas a la rama más gruesa. Como el “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22, 23), 
estas cualidades brotan de la vida y una relación vital con Jesucristo. No basta 
que el creyente “se abandone y deje que Dios haga todo”, como si el crecimiento 
espiritual fuera obra solo de Dios. Literalmente, Pedro escribió: “hagan todo 
esfuerzo para acompañar”. El Padre celestial y el hijo deben trabajar juntos. 
La primera cualidad de carácter que Pedro mencionó fue la “virtud”. Hallamos 
esta palabra en 2 Pedro 1:3, donde se traduce “excelencia”. Para los filósofos 
griegos, significaba el cumplimiento de algo. Cuando algo en la naturaleza cumple 
su propósito, eso es “virtud, excelencia moral”. La palabra también se usaba para 
describir el poder de los dioses para hacer obras heroicas. La tierra que produce 
cosechas es excelente porque está cumpliendo su propósito. La herramienta que 
trabaja con corrección es excelente porque está haciendo lo que debe hacer. 
Se espera que el creyente glorifique a Dios porque tiene adentro la naturaleza 
de Dios; así que, cuando el creyente hace esto, muestra “excelencia”, porque está 
cumpliendo su propósito en la vida. La verdadera virtud en la vida cristiana no 
consiste en “pulir” cualidades humanas, por buenas que pudieran ser, sino en 
producir cualidades divinas que hacen a la persona más semejante a Jesucristo. 
La fe nos ayuda a cultivar la virtud, y la virtud nos ayuda a cultivar el 
“conocimiento” (2 Pedro 1:5). La palabra que se traduce “conocimiento” en 2 
Pedro 1:2, 3 quiere decir conocimiento completo o conocimiento creciente. La que 
se usa aquí sugiere conocimiento práctico o discernimiento. Se refiere a la 
capacidad de manejar la vida con éxito. Es lo opuesto a pensar tanto en cosas 
celestiales que uno no sirve para nada en la tierra. Esta clase de conocimiento no 
surge en forma automática, sino que viene de la obediencia a la voluntad de Dios 
(Juan 7:17). En la vida cristiana, no deben separarse el corazón y la mente, el 
carácter y el conocimiento. 
“Dominio propio” es la siguiente cualidad en la lista de Pedro de virtudes 
espirituales. “Mejor es el que tarda en airarseque el fuerte; y el que se enseñorea 
de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). “Como ciudad 
derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 
25:28). En sus cartas, Pablo a menudo comparó al creyente con un atleta que 
debe hacer ejercicio y disciplinarse si espera ganar el galardón (1 Corintios 9:24–
27; Filipenses 3:12–16; 1 Timoteo 4:7, 8). 
“Paciencia” es la capacidad de aguantar cuando las circunstancias son 
difíciles. El dominio propio tiene que ver con manejar los placeres de la vida, en 
tanto que la paciencia se refiere primordialmente a las presiones y los problemas 
de la vida. A menudo, la persona que se somete a los placeres tampoco tiene 
suficiente disciplina como para manejar las presiones, así que, se rinde ante ellas. 
La paciencia no es algo que se desarrolla en forma automática; debemos 
cultivarla. Santiago 1:2–8 nos da el enfoque apropiado. Debemos esperar que 
vengan pruebas, porque sin ellas, nunca podríamos aprender paciencia. 
Debemos, por fe, permitir que las pruebas trabajen para nosotros y no en contra, 
porque sabemos que Dios está obrando a través de ellas. Si necesitamos 
sabiduría para tomar decisiones, Dios nos la concederá si se la pedimos. A nadie 
le encantan las pruebas, pero sí disfrutamos de confiar en que Dios está actuando 
a través de ellas y haciendo que todo obre para nuestro beneficio y su gloria. 
“Piedad” simplemente quiere decir semejanza a Dios. En el griego original, esta 
palabra significa adorar bien. Describe al hombre que tiene la relación apropiada 
con Dios y con sus semejantes. Tal vez la palabra “reverencia” define mejor este 
término. Es la cualidad de carácter que hace que una persona se distinga; viva por 
encima de las minucias de la vida, de las pasiones y presiones que controlan la 
vida de otros; procure hacer la voluntad de Dios y, al hacerla, busque el bienestar 
de los demás. 
Nunca debemos pensar que la piedad es algo idealista, porque es 
intensamente práctica. La persona piadosa toma decisiones correctas y nobles. 
No toma la senda fácil simplemente para evadir el dolor o la prueba, sino que hace 
lo correcto porque es lo que corresponde y porque es la voluntad de Dios. 
El “afecto fraternal” (filadelfia en griego) es una virtud que Pedro debe de haber 
adquirido por la vía dura, porque los discípulos de nuestro Señor a menudo 
discutían y discrepaban entre sí. Si amamos a Jesucristo, también debemos amar 
a los hermanos. Debemos practicar “el amor fraternal no fingido [sincero]” (1 Pedro 
1:22). “Permanezca el amor fraternal” (Hebreos 13:1). “Amaos los unos a los otros 
con amor fraternal” (Romanos 12:10). Amar a nuestros hermanos y hermanas en 
Cristo es una prueba de que hemos nacido de Dios (1 Juan 5:1, 2). 
Pero el crecimiento del creyente incluye otros aspectos aparte del amor 
fraternal; también debemos tener el amor que se sacrifica, como el que nuestro 
Señor mostró cuando fue a la cruz. La clase de amor del que habla 2 Pedro 1:7 es 
el amor ágape, el que Dios muestra hacia los pecadores perdidos. Es el amor que 
se describe en 1 Corintios 13, el que el Espíritu Santo produce en nuestros 
corazones cuando andamos en el Espíritu (Romanos 5:5; Gálatas 5:22). Cuando 
tenemos amor fraternal, amamos porque somos semejantes a los demás; pero 
cuando tenemos amor ágape, amamos a pesar de las diferencias que tenemos. 
Es imposible que la naturaleza humana caída fabrique estas siete cualidades 
del carácter cristiano. Deben ser producidas por el Espíritu de Dios. Con certeza, 
hay personas que no son salvas y que poseen un asombroso dominio propio y 
perseverancia, pero estas virtudes señalan hacia ellos mismos y no al Señor. Ellos 
son los que reciben la gloria. Cuando Dios produce la naturaleza hermosa de su 
Hijo en el creyente, es Dios el que recibe la alabanza y la gloria. 
Como tenemos la naturaleza divina, podemos crecer espiritualmente y cultivar 
esta clase de carácter cristiano. El poder de Dios y sus preciosas promesas son lo 
que produce este crecimiento. La estructura genética de Dios ya está allí: el Señor 
quiere que seamos “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29). 
La vida interna reproducirá esa imagen si cooperamos diligentemente con Dios y 
usamos los medios que nos ha dado con generosidad. 
Lo asombroso es esto: a medida que la imagen de Cristo se va reproduciendo 
en nosotros, el proceso no destruye nuestra personalidad. ¡Seguimos siendo 
singularmente nosotros mismos! 
Uno de los peligros en la iglesia de hoy es la imitación. Las personas tienden a 
llegar a ser como su pastor o como algún líder de la iglesia, o tal vez como algún 
creyente famoso. Al hacerlo, destruyen su propia singularidad y, a la vez, no 
logran llegar a ser como Jesucristo. ¡Pierden de todos modos! Como cada hijo en 
una familia se parece a sus padres, y sin embargo, es diferente, así también cada 
hijo en la familia de Dios llega a parecerse en mayor o menor grado a Jesucristo, y 
sin embargo, es diferente. Los padres no se duplican, se reproducen; y los padres 
sabios permiten que sus hijos sean diferentes. 
El crecimiento espiritual da resultados prácticos (2 Pedro 1:8–11) 
¿Cómo puede el creyente estar seguro de estar creciendo espiritualmente? 
Pedro da tres pruebas del verdadero crecimiento espiritual. 
Fruto (v. 8). El carácter cristiano es un fin en sí mismo, pero también es un 
medio hacia un fin. A medida que nos parecemos más a Jesucristo, más puede 
usarnos el Espíritu en el testimonio y el servicio. El creyente que no crece está 
ocioso y sin fruto. Su conocimiento de Jesucristo no está produciendo nada 
práctico en su vida. La palabra que se traduce “ocioso” también quiere decir inútil. 
¡Los que no crecen, por lo general, fracasan en todo lo demás! 
Algunos de los creyentes más eficaces que conozco son personas sin talentos 
notables ni capacidades especiales, y tampoco con personalidades que 
entusiasman; y sin embargo, Dios los ha utilizado de manera maravillosa. ¿Por 
qué? Porque están llegando a ser más y más como Jesucristo. Tienen la clase de 
carácter y conducta que Dios puede bendecir. Son fructíferos porque son fieles; 
son eficaces porque están creciendo en su experiencia cristiana. 
Estas hermosas cualidades de carácter existen “en nosotros” porque 
poseemos la naturaleza divina. Debemos cultivarlas de manera que aumenten y 
produzcan fruto en y mediante nuestras vidas. 
Visión (v. 9). Los especialistas en nutrición dicen que la dieta puede 
ciertamente afectar la visión, y esto es cierto en el campo espiritual. La persona 
que no es salva está en la oscuridad porque Satanás ha cegado su entendimiento 
(2 Corintios 4:3, 4). Tiene que nacer de nuevo antes de que sus ojos sean abiertos 
y pueda ver el reino de Dios (Juan 3:3). Pero después de que nuestros ojos son 
abiertos, es importante que aumentemos nuestra visión y veamos todo lo que Dios 
quiere. La frase “tiene la vista muy corta” es la traducción de una expresión que 
quiere decir miope. Es el cuadro de alguien que entrecierra los ojos, incapaz de 
ver lejos. 
Algunos creyentes solo ven su propia iglesia o su propia denominación, pero 
no logran avistar la grandeza de la familia de Dios en todo el mundo. Otros ven las 
necesidades en su propio país, pero no tienen una visión por un mundo perdido. 
Alguien le preguntó a Phillips Brooks qué haría para avivar a una iglesia muerta, y 
él respondió: “¡Predicaría un sermón misionero y recogería una ofrenda!”. Jesús 
amonestó a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya 
están blancos para la siega” (Juan 4:35). 
Algunas congregaciones de hoy son orgullosas y piensan como la iglesia de 
Laodicea, que decía: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo 
necesidad”, y no se dan cuenta de que son “un desventurado, miserable, pobre, 
ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17). Es una tragedia tener miopía espiritual, ¡pero 
es aun peor estar ciego! 
Si olvidamos lo que Dios ha hecho por nosotros,no nos entusiasmará 
hablarles de Cristo a otros. ¡Mediante la sangre de Jesucristo, hemos sido lavados 
y perdonados! ¡Dios nos ha abierto los ojos! ¡No nos olvidemos de lo que él ha 
hecho! Más bien, cultivemos la gratitud en nuestros corazones y afinemos nuestra 
visión espiritual. ¡La vida es demasiado breve y las necesidades del mundo 
demasiado grandes como para que el pueblo de Dios ande por todas partes con 
los ojos cerrados! 
Seguridad (vs. 10, 11). Si uno anda con los ojos cerrados, ¡tropezará! Pero el 
creyente que crece anda con confianza porque sabe que está seguro en Cristo. 
No es nuestra profesión de fe lo que nos garantiza la salvación; es nuestro 
progreso en esa fe lo que nos da la seguridad. El que afirma ser hijo de Dios, pero 
cuyo carácter y conducta no dan evidencia de crecimiento espiritual, se engaña a 
sí mismo y va camino al juicio. 
Pedro señaló que nuestra “vocación”, o “llamamiento”, y “elección” van juntos. 
El mismo Dios que elige a su pueblo también ordena los medios para llamarlos. 
Las dos cosas deben ir juntas, como Pablo les escribió a los tesalonicenses: “Dios 
os haya escogido desde el principio para salvación, …a lo cual os llamó mediante 
nuestro evangelio” (2 Tesalonicenses 2:13, 14). No predicamos la doctrina de la 
elección a los perdidos; les predicamos el evangelio. Pero el Señor usa ese 
evangelio para llamar a los pecadores al arrepentimiento, y entonces, ¡esos 
pecadores descubren que han sido escogidos por Dios! 
Pedro también destacó que la elección no es excusa para la inmadurez 
espiritual o la falta de esfuerzo en la vida cristiana. Algunos creyentes dicen: “Lo 
que será, será. No hay nada que podamos hacer”. Pero Pedro nos amonesta a 
“procurar”, lo cual quiere decir hacer todo esfuerzo; ser diligente (el apóstol usó 
este mismo verbo en 2 Pedro 1:5). Aunque es verdad que Dios debe obrar en 
nosotros antes de que podamos hacer su voluntad (Filipenses 2:12, 13), también 
es cierto que debemos estar dispuestos a que lo haga, y debemos cooperar. La 
elección divina nunca debe ser una excusa para la ociosidad humana. 
El creyente que está seguro de su elección y llamamiento nunca “tropezará”, 
sino que demostrará mediante una vida coherente que es verdaderamente un hijo 
o hija de Dios. No siempre estará en la cumbre, pero siempre estará ascendiendo. 
Si hacemos “estas cosas” (las mencionadas en 2 Pedro 1:5–7, compara el 
versículo 8), y si demostramos crecimiento y carácter cristianos en nuestra vida 
diaria, podemos estar seguros de que somos salvos y que un día iremos al cielo. 
Es más, el creyente que crece puede mirar hacia adelante a una “generosa 
entrada” en el reino eterno. Los griegos usaban esta frase para describir la 
bienvenida a los campeones olímpicos cuando volvían a su casa. Todo creyente 
llegará al cielo, pero algunos tendrán una bienvenida más gloriosa que otros. Ay, 
algunos creyentes serán salvos “aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:15). 
La expresión traducida “os será otorgada” en 2 Pedro 1:11 es la misma que se 
traduce añadir en 2 Pedro 1:5, y corresponde a una palabra griega que quiere 
decir costear los gastos de un coro. Cuando los grupos teatrales de los griegos 
presentaban sus dramas, alguien tenía que costear los gastos, que eran muy 
elevados. La palabra llegó a significar hacer generosa provisión. Si nosotros 
hacemos abundante provisión para crecer espiritualmente (2 Pedro 1:5), ¡Dios 
hará generosa provisión para nosotros cuando lleguemos al cielo! 
Simplemente, piensa en las bendiciones que disfruta el creyente que crece: 
fruto, visión, seguridad… ¡y lo mejor es el cielo! ¡Todo esto, y el cielo también! 
La vida cristiana empieza con fe, pero esa fe debe llevar al crecimiento 
espiritual; a menos que sea una fe muerta. Pero la fe muerta no es una fe que 
salva (Santiago 2:14–26). La fe lleva al crecimiento, y el crecimiento produce 
resultados prácticos en la vida y el servicio. Las personas que tienen esta clase de 
experiencia cristiana probablemente no sean víctimas de los falsos maestros 
apóstatas. 
2 
¡Despiértense y Recuerden! 
2 Pedro 1:12–21 
La mejor defensa contra la enseñanza falsa es la vida real. Una iglesia llena de 
creyentes que crecen, vibrantes en su fe, es improbable que caiga víctima de los 
apóstatas con su cristianismo falsificado. Pero esta vida cristiana debe basarse en 
la autoritativa Palabra de Dios. Los falsos maestros fácilmente seducen a 
personas que no conocen la Biblia, pero que tienen deseos de tener experiencias 
con el Señor. Es peligroso edificar sobre la experiencia subjetiva sola e ignorar la 
revelación objetiva. 
Pedro consideró la experiencia cristiana en la primera parte de 2 Pedro 1, y en 
la segunda, habla de la revelación que tenemos en la Palabra de Dios. Su 
propósito es mostrar la importancia de conocer la Palabra de Dios y de apoyarnos 
en ella por completo. El creyente que sabe lo que cree y por qué lo hace rara vez 
es seducido por los falsos maestros y sus doctrinas engañosas. 
Pedro subraya la confiabilidad y la durabilidad de la Palabra de Dios al 
contrastarla con los hombres, las experiencias y el mundo. 
Los hombres mueren, pero la Palabra vive (2 Pedro 1:12–15) 
Mediante su predicación y enseñanza, los apóstoles y los profetas del Nuevo 
Testamento pusieron el cimiento de la iglesia (Efesios 2:20), y nosotros, en 
generaciones posteriores, edificamos sobre ese fundamento. Sin embargo, los 
hombres no fueron ese cimiento, sino Jesucristo (1 Corintios 3:11). Él también es 
la piedra angular que afirma el edificio (Efesios 2:20). Para que la iglesia 
permanezca, no puede construirse sobre meros hombres. Debe ser edificada 
sobre el Hijo de Dios. 
Nuestro Señor le había dicho a Pedro cuándo y cómo moriría. “Cuando… ya 
seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras” 
(Juan 21:18). Esto explica por qué, poco después de Pentecostés, Pedro pudo 
dormir en la cárcel la noche anterior a su ejecución programada; sabía que 
Herodes no podía quitarle la vida (Hechos 12:1 en adelante). La tradición dice que 
fue crucificado en Roma. Como todos los fieles siervos de Dios, Pedro fue inmortal 
hasta que su trabajo concluyó. 
Hubo por lo menos tres motivos detrás del ministerio de Pedro al escribir esta 
carta. El primero fue obediencia al mandamiento de Cristo. “Yo no dejaré de 
recordaros” (2 Pedro 1:12). “Y tú, una vez vuelto”, le había dicho Jesús a Pedro, 
“confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32). Pedro sabía que tenía un ministerio que 
cumplir. 
Su segundo motivo era sencillamente que este recordatorio era la acción 
apropiada. “Tengo por justo”, escribió, lo que quiere decir: pienso que es 
apropiado y correcto. Siempre es apropiado estimular a los santos y recordarles la 
Palabra de Dios. 
Su tercer motivo va envuelto en la palabra “procuraré” en 2 Pedro 1:15. Es el 
mismo término que se traduce “diligencia” en 2 Pedro 1:5 y “procurar” en el 
versículo 10. Quiere decir apresurarse para hacer algo, hacerlo con celo. Pedro 
sabía que pronto moriría, así que, quería cumplir sus responsabilidades 
espirituales antes de que fuera demasiado tarde. Tú y yo no sabemos cuándo 
vamos a morir, así que, ¡será mejor que empecemos a ser diligentes hoy! 
¿Qué quería lograr Pedro? La respuesta se halla en la idea que se repite en 2 
Pedro 1:12, 13, 15: recordar. Pedro quería grabar en la mente de sus lectores la 
Palabra de Dios para que nunca la olvidaran. “Pues tengo por justo,… el 
despertaros con amonestación” (2 Pedro 1:13). El verbo “despertar” quiere decir 
estimular, fomentar. Esta palabra se usa para describir una tempestad en el mar 
de Galilea (Juan 6:18). Pedro sabía que nuestras mentes tienden a acostumbrarse 
a la verdad y, entonces, darla por sentado. ¡Olvidamos lo que debemos recordar y 
recordamos lo que debemos olvidar! 
Los lectores de esta carta sabían la verdad e incluso estaban “confirmados” en 
ella (2 Pedro 1:12), pero no había garantía de que siempre la recordarían y laaplicarían. Una razón por la que el Espíritu Santo fue dado a la iglesia era 
recordarles a los creyentes las lecciones aprendidas (Juan 14:26). En mi propio 
ministerio radial, he recibido cartas de oyentes que se molestan cuando repito 
algo. En mi respuesta, a menudo los refiero a lo que Pablo escribió en Filipenses 
3:1: “A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es 
seguro”. Nuestro Señor a menudo repetía conceptos al enseñar al pueblo, y él fue 
el Maestro por excelencia. 
Pedro sabía que iba a morir, así que, quería dejar algo que nunca moriría: la 
Palabra de Dios escrita. Sus dos epístolas llegaron a ser parte de las Escrituras 
inspiradas, y han estado ministrando a los creyentes durante siglos. Los hombres 
mueren, ¡pero la Palabra de Dios sigue viva! 
Es posible que Pedro también estuviera aludiendo al Evangelio de Marcos. La 
mayoría de los eruditos bíblicos piensan que el Espíritu usó a Pedro para darle a 
Juan Marcos parte de la información para su libro (ve 1 Pedro 5:13). Uno de los 
padres de la iglesia, Papías, dijo que Marcos fue “discípulo e intérprete de Pedro”. 
La iglesia de Jesucristo siempre está a una generación de extinguirse. Si no 
tuviéramos una revelación escrita y confiable, tendríamos que depender de la 
tradición. Si alguna vez has jugado el juego de salón llamado “el mensaje secreto”, 
sabes cómo una frase sencilla puede cambiar radicalmente cuando se pasa de 
una persona a otra. Nosotros no dependemos de las tradiciones de hombres 
muertos, sino de la verdad de la Palabra viva. Los hombres mueren, pero la 
Palabra de Dios vive para siempre. 
Si no tuviéramos una revelación escrita y confiable, la iglesia estaría a merced 
de la memoria de los hombres. Los que se enorgullecen de tener buena memoria 
deberían sentarse en el estrado de los testigos en un tribunal. Es asombroso que 
tres testigos perfectamente honestos puedan, con buena conciencia, ¡dar tres 
relatos diferentes de un accidente vehicular! Nuestra memoria es defectuosa y 
selectiva. Por lo general, recordamos lo que queremos recordar, y a menudo, 
distorsionamos incluso eso. 
Felizmente, podemos depender de la Palabra de Dios escrita. “Escrito está”, y 
está escrita para siempre. Podemos ser salvos mediante la Palabra viva (1 Pedro 
1:23–25), nutridos por ella (1 Pedro 2:2), y guiados y protegidos conforme 
confiamos en ella y la obedecemos. 
Las experiencias se desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece (2 Pedro 
1:16–18) 
El enfoque de este párrafo es la transfiguración de Jesucristo. La experiencia 
se relata en Mateo (17:1 en adelante), Marcos (9:2–8) y Lucas (9:28–36); y sin 
embargo, ¡ninguno de esos escritores participó en ella! ¡Pedro estaba allí cuando 
sucedió! Es más, las mismas palabras que se usan en esta sección (2 Pedro 
1:12–18) nos recuerdan su experiencia en el monte de la transfiguración. La 
palabra “cuerpo”, que Pedro usa dos veces (2 Pedro 1:13, 14), es una traducción 
del griego que en otros pasajes se traduce tabernáculo o enramada; y esto sugiere 
las palabras de Pedro: “hagamos aquí tres enramadas” (Mateo 17:4). En 2 Pedro 
1:15, Pedro usó la palabra “partida”, que en griego es “éxodo”; se usa también en 
Lucas 9:31. Jesús no consideró su muerte en la cruz como una derrota; más bien, 
fue un “éxodo”, ya que liberaría a su pueblo de la esclavitud tal como Moisés 
libertó a Israel de Egipto. Pedro escribió de su propia muerte como un “éxodo”, 
una liberación de la esclavitud. 
Observa la repetición inferida del pronombre nosotros en 2 Pedro 1:16–19. Se 
refiere a Pedro, Jacobo y Juan; los únicos apóstoles que estuvieron con el Señor 
en el monte de la transfiguración. (Juan se refirió a esta experiencia en Juan 1:14: 
“y vimos su gloria”.) Estos hombres habían tenido que guardar silencio sobre su 
experiencia hasta después de que el Señor resucitó de los muertos (Mateo 17:9); 
y entonces, les contaron a otros creyentes lo que había sucedido en la montaña. 
¿Qué significó la transfiguración? Por un lado, confirmó el testimonio de Pedro 
en cuanto a Jesucristo (Mateo 16:13–16). Pedro vio al Hijo en su gloria, y oyó al 
Padre hablar desde el cielo: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo 
complacencia” (2 Pedro 1:17). Primero, ponemos nuestra fe en Cristo y lo 
confesamos, y entonces, el Señor nos da una confirmación maravillosa. 
La transfiguración también tuvo una significación especial para Jesucristo, 
quien se acercaba al Calvario. Fue la manera del Padre de fortalecer a su Hijo 
para esa terrible odisea de ser el sacrificio por los pecados del mundo. La ley y los 
profetas (Moisés y Elías) señalaban su ministerio, y ahora, él cumpliría esas 
Escrituras. El Padre habló desde el cielo y le aseguró al Hijo su amor y 
aprobación. La transfiguración comprueba que el sufrimiento conduce a la gloria 
cuando estamos en la voluntad de Dios. 
Pero hay un tercer mensaje, y tiene que ver con el reino prometido. En los tres 
Evangelios en donde se relata la transfiguración, se la presenta como una 
declaración del reino de Dios (Mateo 16:28; Marcos 9:1; Lucas 9:27). Jesús 
prometió que, antes de morir, algunos de sus discípulos verían el reino de Dios en 
poder. Esto tuvo lugar en el monte de la transfiguración, cuando nuestro Señor 
reveló su gloria. Fue una expresión de seguridad para los discípulos, quienes no 
podían entender las enseñanzas del Señor en cuanto a la cruz. Si el Señor 
muriera, ¿qué sucedería con el reino prometido que había estado predicando 
todos esos meses? 
Ahora podemos entender por qué Pedro usó este suceso en su carta: estaba 
refutando las falsas enseñanzas de los apóstatas de que el reino de Dios nunca 
vendría (2 Pedro 3:3 en adelante). Estos falsos maestros negaban la promesa de 
la venida de Cristo. En lugar de las promesas de Dios, estos falsificadores ponían 
“fábulas artificiosas” (2 Pedro 1:16) que privaban a los creyentes de su esperanza 
bendita. 
La palabra “fábulas” quiere decir mitos, relatos fabricados sin base en los 
hechos. El mundo griego y el romano abundaban en relatos de los dioses; meras 
especulaciones humanas que trataban de explicar el mundo y sus orígenes. Por 
interesantes que puedan ser estos mitos, el creyente no debe prestarles atención 
(1 Timoteo 1:4), sino refutarlos (1 Timoteo 4:7). Pablo le advirtió a Timoteo de que 
vendría un tiempo en la iglesia cuando los creyentes profesantes no querrían oír la 
verdadera doctrina, sino que “apartarán de la verdad el oído y se volverán a las 
fábulas” (2 Timoteo 4:4). También le advirtió a Tito en cuanto a “fábulas judaicas” 
(mitos, Tito 1:14), por lo cual incluso algunos de los judíos habían abandonado sus 
Escrituras sagradas y aceptado sustitutos de fabricación humana. 
Pedro escribió un sumario de lo que vio y oyó en el monte de la transfiguración. 
Vio a Jesucristo vestido de gloria majestuosa, y por consiguiente, presenció una 
demostración del “poder y la venida” del Señor. Cuando Jesucristo vino a la tierra 
en Belén, no mostró abiertamente su gloria. Con certeza, reveló su gloria en sus 
milagros (Juan 2:11), pero incluso esto fue primordialmente por amor a sus 
discípulos. Su cara no brilló ni tampoco tuvo un halo sobre la cabeza. “No hay 
parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” 
(Isaías 53:2). 
Pedro no solo vio la gloria de Cristo, sino que oyó la voz del Padre “desde la 
magnífica gloria”. Los testigos son personas que dicen con precisión lo que han 
visto y oído (Hechos 4:20), y Pedro fue un testigo fiel. ¿Es Jesucristo de Nazaret el 
Hijo de Dios? ¡Sí, lo es! ¿Cómo lo sabemos? ¡El Padre lo dijo! 
Tú y yo no fuimos testigos oculares de la transfiguración. Pedro estuvo allí, y 
con fidelidad, nos registró su experiencia en la carta que escribió, inspirado por el 
Espíritu de Dios. Las experiencias se desvanecen, ¡pero la Palabra de Dios 
permanece! Las experiencias son subjetivas, pero la Palabra de Dios es objetiva. 
Las experiencias pueden ser interpretadas de maneras diferentespor distintos 
participantes, pero la Palabra de Dios da un mensaje claro. Lo que recordamos de 
nuestras experiencias puede ser distorsionado inconscientemente, pero la Palabra 
de Dios permanece igual para siempre. 
Cuando estudiamos 2 Pedro 2, descubrimos que los maestros apóstatas tratan 
de alejar a las personas de la Palabra de Dios y llevarlas a “experiencias más 
profundas”, contrarias a la Palabra de Dios. Estos falsos maestros usan “palabras 
fingidas” en lugar de la Palabra inspirada de Dios (2 Pedro 2:3), y enseñan 
“herejías destructoras” (2 Pedro 2:1). En otras palabras, ¡esto es asunto de vida y 
muerte! Si una persona cree la verdad, vivirá; si cree una mentira, morirá. Es la 
diferencia entre salvación y condenación. 
Al recordarles a sus lectores la transfiguración, Pedro afirmó varias doctrinas 
importantes de la fe cristiana. Aseguró que Jesucristo es, en verdad, el Hijo de 
Dios. La prueba de cualquier religión es esta: “¿Qué dice de Jesucristo?”. Si un 
maestro religioso niega la deidad de Cristo, es un maestro falso (1 Juan 2:18–29; 
4:1–6). 
Pero la persona de Jesucristo es solo una de las pruebas; también debemos 
preguntar: “Y, ¿cuál es la obra de Jesucristo? ¿Por qué vino y qué hizo?”. De 
nuevo, la transfiguración nos da la respuesta, porque Moisés y Elías “aparecieron 
rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en 
Jerusalén” (Lucas 9:31). Su muerte no fue meramente un ejemplo, como algunos 
teólogos liberales quieren que creamos, sino una salida, un logro. Él logró algo en 
la cruz: ¡la redención de pecadores perdidos! 
La transfiguración también fue una afirmación de la verdad de las Escrituras. 
Moisés representaba la ley; Elías, los profetas; y ambos señalaban a Jesucristo 
(Hebreos 1:1–3). Él cumplió la ley y los profetas (Lucas 24:27). Creemos en la 
Biblia porque Jesús creía en ella y dijo que es la Palabra de Dios. Aquellos que 
cuestionan la verdad y la autoridad de las Escrituras no están discutiendo con 
Moisés, Elías o Pedro, sino con el Señor Jesucristo. 
Este evento también afirmó la realidad del reino de Dios. Nosotros, que 
tenemos una Biblia completa, podemos mirar hacia atrás y comprender las 
lecciones progresivas que Jesús les dio a sus discípulos en cuanto a la cruz y el 
reino, pero en aquel momento, esos doce hombres estaban muy confusos. No 
entendían la relación entre el sufrimiento de Cristo y su gloria (la Primera Epístola 
de Pedro considera este tema) y la iglesia y su reino. En la transfiguración, nuestro 
Señor dejó en claro a sus seguidores que sus sufrimientos conducían a la gloria, y 
que la cruz, en última instancia, resultaría en la corona. 
También había una lección muy práctica que Pedro, Jacobo y Juan 
necesitaban aprender, porque cada uno de ellos sufriría. Jacobo fue el primero de 
los apóstoles en morir (Hechos 12:1, 2). Juan tuvo una vida larga, pero vivió en el 
exilio y el sufrimiento (Apocalipsis 1:9). Pedro sufrió por el Señor durante su 
ministerio, y luego puso su vida tal como el Señor lo había profetizado. En el 
monte de la transfiguración, Pedro, Jacobo y Juan aprendieron que el sufrimiento 
y la gloria marchan juntos, y que el amor especial y la aprobación del Padre son 
dados a quienes están dispuestos a sufrir por amor al Señor. Nosotros también 
necesitamos la misma lección hoy. 
No pudimos participar de la experiencia de Pedro, pero él pudo dejarnos el 
relato de su experiencia para que pudiéramos tenerlo en forma permanente en la 
Palabra de Dios. No es necesario que tratemos de duplicar esas experiencias; a 
decir verdad, tales esfuerzos serían peligrosos, porque el diablo podría darnos una 
experiencia falsificada que nos descarriara. 
Recuerda las noticias maravillosas de Pedro al principio de la carta: “una fe 
igualmente preciosa que la nuestra”. Esto significa que nuestra fe nos da “una 
posición igual” a la de los apóstoles. Ellos no viajaron en primera clase, para 
dejarnos viajar a nosotros en segunda. “Una fe igualmente preciosa que la 
nuestra” es lo que él escribió (cursivas mías). Nosotros no estuvimos en el monte 
de la transfiguración, pero igualmente, podemos beneficiarnos de esa experiencia 
al meditar en ella y permitir que el Espíritu de Dios nos revele las glorias de 
Jesucristo. 
Hemos aprendido dos verdades importantes al ver estos contrastes: los 
hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive; y las experiencias se desvanecen, 
pero la Palabra de Dios permanece. Pedro añadió un tercer contraste. 
El mundo se oscurece, pero la Palabra de Dios brilla (2 Pedro 1:19–21) 
En algunos aspectos, el mundo está mejorando. Doy gracias a Dios por los 
avances en medicina, transporte y comunicación. Puedo hablar con más personas 
en un solo programa de radio que a los que todos los apóstoles les predicaron 
durante su vida. Tengo la posibilidad de escribir libros que pueden distribuirse en 
el extranjero e incluso traducirse a diferentes idiomas. En cuanto al logro científico, 
el mundo ha hecho grandes progresos. Pero el corazón humano sigue perverso, y 
todas nuestras mejoras en los medios no han beneficiado nuestra vida. La ciencia 
médica permite que las personas vivan más años, pero no hay garantía de que lo 
harán mejor. ¡Los medios modernos de comunicación solo permiten que las 
mentiras viajen más rápidamente! Y los aviones a reacción nos permiten llegar 
más velozmente a otros lugares, ¡pero no tenemos mejores sitios adonde ir! 
No debería sorprendernos que nuestro mundo esté envuelto en oscuridad 
espiritual. En el Sermón del Monte, nuestro Señor advirtió que habría falsificadores 
que invadirían la iglesia con doctrinas falsas (Mateo 7:13–29). Pablo les hizo una 
advertencia similar a los ancianos de Éfeso (Hechos 20:28–35), y agregó otras 
cuando escribió sus epístolas (Romanos 16:17–20; 2 Corintios 11:1–15; Gálatas 
1:1–9; Filipenses 3:17–21; Colosenses 2; 1 Timoteo 4; 2 Timoteo 3–4). Incluso 
Juan, el gran “apóstol del amor”, advirtió en cuanto a maestros anticristianos que 
procurarían destruir la iglesia (1 Juan 2:18–29; 4:1–6). 
En otras palabras, los apóstoles no esperaban que el mundo mejorara cada 
vez más, ni moral ni espiritualmente. Todos advirtieron que maestros falsos 
invadirían las iglesias locales, introducirían falsas doctrinas y harían que muchos 
se descarriaran. El mundo se volvería cada vez más oscuro; pero al hacerlo, la 
Palabra de Dios brillaría cada vez más. 
Pedro afirmó tres cosas en cuanto a la Palabra de Dios. 
Es la palabra segura (v. 19a). Pedro no estaba sugiriendo que la Biblia es 
más cierta que la experiencia que él tuvo en el monte de la transfiguración. Su 
experiencia fue real, y el registro bíblico es confiable. Como hemos visto, la 
transfiguración cumplió la promesa dada en la palabra profética; y esta promesa 
es ahora más cierta por la experiencia de Pedro. La transfiguración corroboró las 
promesas proféticas. Los apóstatas intentarían desacreditar la promesa de la 
venida del Señor (2 Pedro 3:3 en adelante), pero las Escrituras son seguras; 
porque, después de todo, la promesa del reino fue reafirmada por Moisés, Elías, el 
Hijo de Dios y el Padre. Y el Espíritu Santo escribió el registro para que la iglesia 
lo leyera. 
“El testimonio de Jehová es fiel” (Salmo 19:7). “Tus testimonios son muy 
firmes” (Salmo 93:5). “Fieles son todos sus mandamientos” (Salmo 111:7). “Por 
eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo 
camino de mentira” (Salmo 119:128). 
Es interesante combinar 2 Pedro 1:16 y 19: “Porque no os hemos dado a 
conocer… fábulas artificiosas.… Tenemos también la palabra profética más 
segura”. Al viajar, a menudo encuentro fanáticos de diferentes sectas en los 
aeropuertos, los cuales quieren que compre sus libros. Siempre rehúso porque 
tengo la segura Palabra de Dios y no necesito de fábulas religiosas de los 
hombres. “¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová” (Jeremías 23:28). 
Pero un día, hallé uno de esos libros que alguien habíadejado en el baño de 
hombres, así que, decidí llevármelo y leerlo. No puedo entender cómo alguien 
puede creer fábulas tan necias. El libro aducía basarse en la Biblia, pero el escritor 
tergiversaba las Escrituras a tal punto que los versículos que citaba acababan 
diciendo solo lo que él quería. ¡Fábulas astutamente diseñadas! Y sin embargo, 
había muerte espiritual entre esas cubiertas para cualquiera que creyera esas 
mentiras. 
Es la Palabra que alumbra (v. 19b). Pedro llamó al mundo un “lugar oscuro”, y 
la palabra que usó quiere decir tenebroso. Es el cuadro de un sótano húmedo o un 
pantano desalentador. La historia humana empezó en un huerto encantador, pero 
ese huerto hoy es un pantano sombrío. Lo que ves cuando miras el sistema de 
este mundo es una indicación de la condición espiritual de tu corazón. Todavía 
vemos la belleza en la creación divina, pero no percibimos ninguna belleza en lo 
que la humanidad está haciendo con la creación de Dios. Pedro no vio este mundo 
como un huerto de Edén, ni tampoco debemos nosotros verlo así. 
Dios y su Palabra son luz. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi 
camino” (Salmo 119:105). Cuando Jesucristo empezó su ministerio, “el pueblo 
asentado en tinieblas vio gran luz” (Mateo 4:16). Su venida a este mundo fue el 
amanecer de un nuevo día (Lucas 1:78). Los creyentes deben ser luz del mundo 
(Mateo 5:14–16), y es nuestro privilegio y responsabilidad asirnos de la Palabra de 
vida, la luz de Dios, de modo que los hombres puedan ver el camino y ser salvos 
(Filipenses 2:14–16). 
Como creyentes debemos prestar atención a la Palabra de Dios y gobernar 
nuestras vidas por lo que ella dice. Para los incrédulos, las cosas se harán cada 
vez más oscuras, hasta que acaben en la oscuridad eterna; pero el pueblo de Dios 
está esperando el retorno de Jesucristo y la aurora de un nuevo día de gloria. Los 
falsos maestros se burlaban de la idea del retorno de Cristo y de la aurora del 
nuevo día, pero Pedro afirmó la verdad de la Palabra segura de Dios: “Pero el día 
del Señor vendrá como ladrón en la noche” (2 Pedro 3:10). 
Antes del amanecer, el “lucero de la mañana” (o estrella de la mañana) brilla y 
resplandece como heraldo de la aurora. Para la iglesia, Jesucristo es “la estrella 
resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:16). La promesa de su venida brilla 
con esplendor, sin que importe cuán oscuro sea el día (ve Números 24:17). Él 
también es “el Sol de justicia”, que traerá sanidad a los creyentes, pero castigo a 
los incrédulos (Malaquías 4:1, 2). ¡Qué agradecidos debemos estar por la Palabra 
de Dios segura y brillante, y cuánta atención debemos prestarle en estos días 
oscuros! 
Es la Palabra dada por el Espíritu (vs. 20, 21). Este es uno de los dos 
pasajes bíblicos importantes que afirman la inspiración divina de la Palabra de 
Dios. El otro es 2 Timoteo 3:14–17. Pedro afirmó que las Escrituras no fueron 
escritas por hombres que usaron sus propias ideas y palabras, sino por hombres 
de Dios “inspirados por el Espíritu Santo”. La palabra traducida “inspirados” quiere 
decir impulsados, como una nave impulsada por el viento. Las Escrituras son 
“sopladas por Dios”; no son invenciones humanas. 
De nuevo, Pedro estaba refutando las doctrinas de los apóstatas. Ellos 
enseñaban con “palabras fingidas” (2 Pedro 2:3) y tergiversaban las Escrituras 
para hacer que significaran algo diferente (2 Pedro 3:16). Negaban la promesa de 
la venida de Cristo (2 Pedro 3:3, 4), y así, negaban las mismas Escrituras 
proféticas. 
Como el Espíritu dio la Palabra, solamente él puede enseñar la Palabra e 
interpretarla con exactitud (ve 1 Corintios 2:14, 15). Por supuesto, todo maestro 
falso aduce que está “guiado por el Espíritu”, pero su manejo de la Palabra de 
Dios pronto lo deja al descubierto. Como la Biblia no vino por voluntad de hombre, 
es imposible entenderla por voluntad de hombre. Incluso el religioso Nicodemo, 
maestro destacado entre los judíos, ignoraba las doctrinas más esenciales de la 
Palabra de Dios (Juan 3:10–12). 
En 2 Pedro 1:20, Pedro no estaba prohibiendo el estudio privado de la Biblia. 
Algunos grupos religiosos han enseñado que solo los “líderes espirituales” pueden 
interpretar las Escrituras, y han usado este versículo para defender esa idea. Pero 
el apóstol no estaba escribiendo primordialmente en sobre la interpretación de las 
Escrituras, sino de su origen: vinieron por el Espíritu Santo y a través de hombres 
santos de Dios. Y como la Biblia vino por el Espíritu, él mismo Espíritu debe 
enseñarla. 
La palabra traducida “privada” simplemente quiere decir personal o de cosecha 
propia. Significa que como todas las Escrituras son inspiradas por el Espíritu, 
deben “vincularse” y que ninguna debe divorciarse de las demás. Uno puede usar 
la Biblia para demostrar casi cualquier cosa si aísla versículos de su contexto, que 
es exactamente el método de los maestros falsos. Pedro afirmó que el testimonio 
de los apóstoles confirmaba el testimonio de la palabra profética: hay un solo 
mensaje y sin contradicción. Por consiguiente, estos falsos maestros solo pueden 
“demostrar” sus doctrinas heréticas usando erradamente la Palabra de Dios. 
Textos aislados de sus contextos se convierten en pretextos. 
La Palabra de Dios fue escrita para personas comunes, no para profesores de 
teología. Los escritores daban por sentado que personas comunes la leerían, la 
entenderían y la aplicarían, dirigidos por el mismo Espíritu Santo que la inspiró. El 
creyente humilde puede aprender personalmente en cuanto a Dios al meditar en 
su Palabra; no necesita “expertos” que le muestren la verdad. Sin embargo, esto 
no niega el ministerio de los maestros en la iglesia (Efesios 4:11), gente especial 
con el don de explicar y aplicar las Escrituras. Tampoco niega la sabiduría 
colectiva de la iglesia mientras estas doctrinas se han definido y pulido con el 
correr de los siglos. Los maestros y los credos tienen su lugar, pero no deben 
usurpar la autoridad de la Palabra de Dios sobre la conciencia del creyente 
individual. 
Hasta que el día amanezca, debemos estar seguros de que nuestro amor por 
la venida del Señor es como una estrella que brilla en nuestros corazones (2 
Pedro 1:19). Solo si amamos su venida, estaremos a la expectativa de ella; y es la 
Palabra lo que mantiene ardiente esa expectativa. 
Los hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive. Las experiencias se 
desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece. El mundo se vuelve más oscuro, 
pero la luz profética brilla cada vez más. Es improbable que los falsos maestros 
descarríen al creyente que edifica su vida sobre la Palabra de Dios y que espera la 
venida del Salvador. Le enseñará el Espíritu y estará cimentado en la segura 
Palabra de Dios. 
El mensaje de Pedro es: “¡Despiértate, y recuerda!”. Una iglesia dormida es el 
patio de recreo del diablo. Fue mientras los hombres dormían que el enemigo fue 
y sembró la cizaña (Mateo 13:24 en adelante). Pedro durmió en el monte de la 
transfiguración ¡y casi se perdió toda la experiencia! 
“¡Mantente alerta! —es el mensaje del apóstol. —¡Despiértate y recuerda!”. 
3 
Cuidado con los Falsificadores 
2 Pedro 2:1–9 
Uno de los fraudes más exitosos del mundo de hoy es la venta de “arte 
falsificado”. Incluso algunas de las galerías más destacadas y colecciones 
privadas han sido invadidas por pinturas que son falsificaciones ingeniosas de los 
grandes maestros. Las editoriales también han sufrido fraudes, comprando 
manuscritos “genuinos” que no lo eran tanto después de todo. 
Pero las falsificaciones no son nada nuevo. Satanás es “el gran imitador” (2 
Corintios 11:13–15) y ha estado trabajando duro desde que engañó a Eva en el 
huerto (Génesis 3:1–7; 2 Corintios 11:1–4). Tiene cristianos falsos (Mateo 13:38; 
Juan 8:44), un evangelio falso (Gálatas 1:6–9) e incluso una justicia falsa 
(Romanos 9:30–10:4). Un día le presentará al mundo a un Cristo falso (2 
Tesalonicenses 2). 
La nación de Israel estaba constantementedejándose descarriar por falsos 
profetas. Elías tuvo que enfrentarse a los profetas de Baal, ya que promovían una 
religión pagana. Los falsos profetas judíos eran los que hacían el mayor daño, 
porque aducían hablar por Jehová Dios. Tanto Jeremías como Ezequiel 
expusieron este ministerio falsificado, pero el pueblo seguía igualmente a los 
seudoprofetas. ¿Por qué? Porque la religión de estos era fácil, cómoda y popular. 
Al pueblo no le preocupaba que los falsos profetas predicaran una paz falsa 
(Jeremías 6:14). ¡Era el mensaje que querían oír! 
Los apóstoles y los profetas pusieron el cimiento para la iglesia y luego dejaron 
la escena (Efesios 2:20). Por eso, Pedro escribió acerca de falsos maestros, antes 
que de falsos profetas, porque todavía hay maestros en la iglesia. Es improbable 
que los miembros de la iglesia escuchen a un “profeta”, pero sí escucharán a un 
maestro de la Palabra de Dios. Satanás siempre usa el método que el piensa va a 
triunfar. 
A fin de advertirnos para que estemos alerta, Pedro presentó tres aspectos de 
este tema de los falsos maestros en la iglesia. 
La descripción de los falsos maestros (2 Pedro 2:1–3) 
¡Este no es un cuadro muy hermoso! Al leer la Epístola de Judas, se observa 
que usa un lenguaje similar, y es un lenguaje vívido. Pedro sabía que la verdad de 
la Palabra de Dios y las doctrinas falsas de los herejes simplemente no podían 
coexistir. No pudo haber acomodos de su parte, así como tampoco un cirujano 
podría hacerlos con un tumor canceroso en el cuerpo de un paciente. 
Engaño (v. 1a). Este tema corre por todo el capítulo. Para empezar, el 
mensaje de estos maestros es falso; Pedro llama “herejías destructoras” lo que 
ellos enseñaban. En un principio, la palabra “herejía” quería decir simplemente: 
tomar una decisión, pero luego llegó a significar una secta, un partido. Promover 
un espíritu partidista en la iglesia es una de las obras de la carne (Gálatas 5:20). 
Cada vez que un miembro de una iglesia le dice a otro: “¿estás de mí lado o del 
lado del pastor?”, está promoviendo un espíritu partidista y causando división. El 
maestro falso obliga a decidir entre sus doctrinas y las doctrinas de la verdadera fe 
cristiana. 
No solo el mensaje de esos maestros era falso, sino también sus métodos. En 
lugar de declarar abiertamente lo que creían, iban a la iglesia hipócritamente y 
aparentaban ser fieles a la fe cristiana. “En secreto, lo traen al lado” es una 
traducción literal. No echan afuera la verdad de inmediato; simplemente, ponen 
sus enseñanzas falsas al lado de la verdad y aparentan creer en los fundamentos 
de la fe. Al tiempo, quitan la verdadera doctrina y dejan en su lugar su enseñanza 
falsa. 
En 2 Pedro 2:3, Pedro destacó que los falsos maestros usaban “palabras 
fingidas”. La palabra griega traducida fingidas es plastos, de donde obtenemos la 
palabra plástico. ¡Palabras plásticas! ¡Palabras que pueden tergiversarse para que 
digan lo que uno quiera! Los falsos maestros usan nuestro vocabulario, pero no 
emplean nuestro diccionario. Hablan de “salvación”, “inspiración” y las palabras 
grandiosas de la fe cristiana, pero no significan lo que nosotros queremos decir. 
Los creyentes inmaduros y sin mayor conocimiento oyen a estos predicadores o 
leen sus libros y piensan que son hombres de fe sólida, pero no es así. 
Satanás es mentiroso y sus ministros también lo son. Usan la Biblia, pero no 
para iluminar, sino para engañar. Siguen el mismo patrón de Satanás cuando 
engañó a Eva (Génesis 3:1–6). Primero, puso en tela de juicio la Palabra de Dios: 
“¿Conque Dios os ha dicho?”. Luego, la negó: “No moriréis”. Por último, la 
sustituyó con su propia mentira: “Seréis como Dios”. 
Ten presente que estos maestros apóstatas no ignoran inocentemente la 
Palabra de Dios, como la ignoraba Apolos (Hechos 18:24–28). Saben la verdad, 
pero deliberadamente la rechazan. Leí de un pastor de ideología liberal al que se 
le pidió que leyera un artículo en una conferencia sobre “Las opiniones de Pablo 
en cuanto a la justificación”. Leyó una ponencia que presentaba en forma 
excelente la verdad del evangelio y la justificación por la fe. 
“Yo no sabía que creías eso”, le dijo un amigo después de la reunión. 
“Yo no creo eso —contestó el pastor de ideología liberal—. Ellos no me 
pidieron mi opinión sobre la justificación. ¡Me pidieron la de Pablo!”. 
Negación (v. 1b). Los maestros falsos se conocen mejor por lo que niegan que 
por lo que afirman. Niegan la inspiración de la Biblia, la maldad del hombre, la 
muerte de Jesucristo en la cruz como sacrifico por nosotros, la salvación solo por 
fe, e incluso la realidad del juicio eterno. En especial, niegan la deidad de 
Jesucristo, porque saben que si pueden refutar su deidad, pueden destruir todo el 
cuerpo de la verdad cristiana. El cristianismo es Cristo, y si él no es lo que dice 
ser, no hay fe cristiana. 
Es preciso indicar con claridad que estos falsos maestros no son salvos. Se los 
compara con perros y cerdos, y no con ovejas (2 Pedro 2:22). Judas describe a 
estas mismas personas, y en el versículo 19, con claridad declara: “que no tienen 
al Espíritu”. Si una persona no tiene al Espíritu de Dios, no es hijo o hija de Dios 
(Romanos 8:9). Puede fingir ser salvo e incluso convertirse en miembro o líder de 
una iglesia fundamentalista, pero a la larga, negará al Señor. 
¿En qué sentido fueron estas personas “rescatadas” por el Señor? Si bien es 
verdad que Jesucristo murió por la iglesia (Efesios 5:25), también es cierto que lo 
hizo por los pecados de todo el mundo (1 Juan 2:2). Él es el comerciante que 
compró todo el campo (el mundo) para adquirir el tesoro que había allí (Mateo 
13:44). Cuando se trata de la aplicación, la expiación de nuestro Señor es limita a 
los que creen. Pero cuando se trata de la eficacia, su muerte es suficiente para 
todo el mundo. Él compró incluso a quienes lo rechazan y lo niegan. Esto hace 
que la condenación de ellos sea aun mayor. 
Incluso creyentes buenos y consagrados pueden discrepar en puntos menores 
de doctrina, pero todos concuerdan en la persona y la obra de Jesucristo. Él es el 
Hijo de Dios y Dios Hijo. El único Salvador. Negar esto es condenar tu alma. 
Sensualidad (v. 2). “Disoluciones” simplemente quiere decir libertinaje. Judas 
acusó a los falsos maestros de convertir “en libertinaje la gracia de nuestro Dios” 
(Judas 4). Ahora entendemos por qué niegan las verdades de la fe cristiana: 
quieren saciar sus deseos carnales y hacerlo socapa de la religión. Los falsos 
profetas en los días de Jeremías eran culpables de los mismos pecados (Jeremías 
23:14, 32). 
Que muchos sigan el mal ejemplo de su conducta es prueba de que la gente 
prefiere seguir lo falso antes que lo verdadero, lo sensual antes que lo espiritual. 
¡Estos falsos maestros tienen mucho éxito en su ministerio! Ofrecen estadísticas 
relucientes, ¡y las multitudes se reúnen para oírlos! Pero las estadísticas no son 
prueba de autenticidad. El camino ancho que conduce a la destrucción está 
atiborrado (Mateo 7:13, 14). Muchos afirmarán ser verdaderos siervos de Cristo, 
pero serán rechazados en el último día (Mateo 7:21–23). 
¿Qué sucede con sus seguidores? Para empezar, deshonran el nombre de 
Cristo. La fe cristiana recibe una mala reputación debido a sus vidas inmundas. 
“Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y 
rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:16). “Porque como está 
escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” 
(Romanos 2:24). Pocas cosas estorban la causa de Cristo más que la mala 
reputación de creyentes profesantes que son miembros de iglesias ortodoxas. 
Avaricia (v. 3). Los falsos maestros se interesan solo en una cosa: ganar 
dinero. Explotan (“harán mercadería”) a los ingenuos y usan su religión para 
encubrir la avaricia (ve 1 Tesalonicenses 2:5). Nuestro Señor fue pobre, y los 
apóstoles también; y sin embargo, se entregaron para servir a otros.Estos falsos 
profetas son ricos que astutamente consiguen que otros los sirvan a ellos. 
Miqueas describió a estos falsos profetas de su día: “Sus jefes juzgan por 
cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero” 
(Miqueas 3:11). Por cierto, el obrero es digno de su paga (Lucas 10:7), pero sus 
motivos para el ministerio tienen que ir mucho más allá del dinero. A menudo, se 
ha dicho que la inmoralidad, el amor al dinero y el orgullo han sido la ruina de 
muchos. ¡Estos falsos maestros son culpables de esas tres cosas! 
Ellos usan sus “palabras plásticas” tanto como sus “palabras infladas y vanas” 
(2 Pedro 2:18) para fascinar e influir a sus víctimas. Lisonjean a los pecadores y 
les dicen palabras que quieren oír, las cuales ensalzan el ego (ve el contraste en 1 
Tesalonicenses 2:5). Complacen a la gente que rechaza la verdad de la Biblia y se 
vuelve a las fábulas (2 Timoteo 4:1–4). La religión puede ser una herramienta 
tremenda para explotar a los débiles, y estos falsos maestros la usan simplemente 
para conseguir lo que quieren. No son ministros; son mercaderes. 
El verdadero ministro de Jesucristo no tiene nada que esconder: su vida y 
ministerio son un libro abierto. Predica la verdad en amor y no tuerce las 
Escrituras para respaldar sus propias ideas egoístas. No lisonjea a los ricos ni 
sirve solamente para ganar dinero. Pablo describió al verdadero ministro en 2 
Corintios 4:2: “Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con 
astucia, ni adulterando la Palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad 
recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios”. Contrasta esta 
descripción con lo que Pedro escribió en este capítulo y con las palabras de 
Judas, y verás la diferencia. ¡Cuánto necesitamos estar alerta y rehusar respaldar 
ministerios que explotan a la gente y niegan al Salvador! 
La destrucción de los falsos maestros (2 Pedro 2:3–6, 9b) 
Pedro no vio esperanza para estos apóstatas; su ruina estaba sellada. Su 
actitud fue diferente a la de los religiosos tolerantes de hoy, que dicen: “Pues bien, 
tal vez no concuerden con nosotros, pero hay muchos caminos al cielo”. Pedro 
indicó claramente que estos falsos maestros habían “dejado el camino recto” (2 
Pedro 2:15), ¡lo cual simplemente significa que estaban siguiendo el camino 
errado! Su castigo era seguro, aunque todavía no había tenido lugar. El juicio ya 
había acabado, pero la sentencia todavía no se había ejecutado. No se retardaría 
ni se dormiría, afirmó Pedro; vendría a su debido tiempo. 
En esta sección, Pedro demostró que el juicio, en efecto, al final viene, por más 
seguro que pueda sentirse el pecador. Usó tres ejemplos para verificar esta 
verdad (ve también Judas 6–8). 
Los ángeles caídos (v. 4). Quisiéramos saber más en cuanto a la creación de 
los ángeles y la caída de Lucifer y sus ejércitos, pero la mayoría de estos detalles 
quedan en el misterio. Muchos eruditos de la Biblia piensan que Isaías 14:12–15 
describe la caída de Lucifer, el ángel más importante. Algunos creen que Ezequiel 
28:11–19 también trata del mismo tema. Al parecer, Lucifer era un subalterno de 
Dios, a cargo de los ejércitos de ángeles, pero su orgullo le hizo codiciar el mismo 
trono de Dios. (Juan Milton, de manera imaginaria, describió esto en su famoso 
poema El Paraíso Perdido.) Apocalipsis 12:4 sugiere que tal vez una tercera parte 
de los ángeles cayó con Lucifer, quien se convirtió en Satanás, el adversario de 
Dios. 
¿Dónde están ahora estos ángeles caídos? Sabemos que Satanás está libre y 
obrando en el mundo (1 Pedro 5:8), y que tiene un ejército de poderes 
demoníacos que lo ayudan (Efesios 6:10–12), los cuales probablemente son 
algunos de los ángeles caídos. Pero Pedro dijo que algunos de ellos fueron 
confinados al tártaro (“infierno”), una palabra griega para el inframundo. El tártaro 
parece ser una sección especial del infierno en donde estos ángeles están 
encadenados en el abismo de oscuridad, esperando el juicio final. No es necesario 
debatir los misterios ocultos de este versículo para captar el mensaje principal: 
Dios juzga la rebelión y no perdonará a los que rechazan su voluntad. Si Dios 
juzgó a los ángeles, que en muchos aspectos tienen una posición más alta que la 
de los seres humanos, con toda certeza, juzgará a los hombres rebeldes. 
El mundo antiguo (v. 5). Génesis 6:3 indica que Dios esperó 120 años antes 
de enviar el diluvio. Durante ese tiempo, Noé ministró como “heraldo” de la justicia 
divina. Si quieres obtener una descripción del mundo antes del diluvio, lee 
Romanos 1:18 en adelante. La civilización de los gentiles se había corrompido 
tanto que fue necesario que Dios la exterminara de la Tierra. Dios salvó solo a 
ocho personas, Noé y su familia, porque tuvieron fe en Dios (Hebreos 11:7). 
¡Pero nadie creyó el mensaje de Noé! Jesús dijo claramente que las personas 
disfrutaban de sus vidas habituales hasta el mismo día en que Noé y su familia 
entraron en el arca (Lucas 17:26, 27). Sin duda, hubo abundantes expertos que se 
reían de Noé y le aseguraban a la gente que una tempestad de lluvia era 
imposible. ¿Alguien había visto una alguna vez? Los maestros falsos de la época 
de Pedro usaban el mismo argumento para “probar” que el día del Señor no 
vendría (2 Pedro 3:3 en adelante). 
Cuando se compara nuestro mundo con el de Noé, se observan algunos 
paralelos que asustan. La población se multiplicaba (Génesis 6:1), y el mundo 
estaba lleno de maldad (Génesis 6:5) y violencia (Génesis 6:11, 13). La anarquía 
abundaba. Los verdaderos creyentes eran una minoría, ¡y nadie les prestaba 
atención! Pero llegó el diluvio, y toda la población del mundo fue destruida. Dios 
ciertamente juzga a los que rechazan su verdad. 
Sodoma y Gomorra (vs. 6, 9b). El registro se nos da en Génesis 18–19, y la 
opinión de Dios sobre la gente de estas ciudades se halla en Génesis 13:13: “Mas 
los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera”. 
Pedro dijo que eran “impíos”, y Judas afirmó que habían “fornicado e ido en pos de 
vicios contra naturaleza” (Judas 7). Los hombres de Sodoma practicaban una 
conducta perversa y obras inicuas (2 Pedro 2:7, 8). ¿En qué sentido eran sus 
obras de inmundicia “inicuas”? Eran contrarias a la naturaleza (ve Romanos 1:24–
27). El flagrante pecado de Sodoma y de las otras ciudades eran las relaciones 
sexuales contra naturaleza, sodomía o conducta homosexual; pecados que las 
Escrituras claramente condenan (Levítico 18:22; Romanos 1:24–27; 1 Corintios 
6:9). 
A pesar de la oración intercesora de Abraham (Génesis 18:22 en adelante) y 
de la advertencia de último minuto a Lot, los pobladores de Sodoma perecieron en 
medio de fuego y azufre. De nuevo, hasta el mismo instante en que Lot salió de la 
ciudad, la gente confiaba en que todo era seguro; pero entonces cayó fuego 
(Lucas 17:28, 29). Dios no los perdonó, ni tampoco perdonará hoy a los pecadores 
que voluntariamente rechazan su verdad y niegan a su Hijo. Dios sepultó Sodoma 
y Gomorra, probablemente debajo del mar Muerto. Ellas son ejemplos para los 
pecadores de la actualidad para que se resguarden de la ira que vendrá. 
Después de citar estos tres ejemplos de la certeza del juicio, Pedro aplicó la 
lección al tema que nos ocupa: los falsos maestros (2 Pedro 2:9b). Dios ha 
reservado a los malos para un castigo especial en ese día de juicio. Tal vez 
parezca que los falsos maestros tienen éxito (porque “muchos” los siguen), pero al 
final, serán condenados. Su juicio está preparándose ahora (“no se tarda”, 2 Pedro 
2:3), y lo que está preparado quedará reservado y se aplicará en el último día. 
¡Qué contraste entre los falsos maestros y los verdaderos hijos de Dios! 
Nosotros tenemos una herencia reservada (1 Pedro 1:4) porque Jesucristo está 
preparándonos un hogar en el cielo (Juan 14:1–6). No esperamos el juicio, sino ¡la 
venida del Señor para llevar a los suyos a la gloria! “Porque no nos ha puesto Dios 
para ira,sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 
Tesalonicenses 5:9). 
Pedro entonces dirige su atención a los creyentes. ¿Cómo pueden ellos ser 
fieles al Señor en un mundo tan perverso? 
La liberación de los verdaderos creyentes (2 Pedro 2:5–9) 
El propósito de Pedro no era simplemente denunciar a los apóstatas; también 
quería animar a los verdaderos creyentes. De nuevo, echó mano al Antiguo 
Testamento y citó dos ejemplos de liberación. 
Noé (v. 5). Este hombre de fe experimentó una liberación doble. Primero, Dios 
lo libró de la contaminación del mundo que lo rodeaba. Durante 120 años, 
fielmente proclamó la Palabra de Dios a los que no querían creerla. Él y su familia 
estaban rodeados de oscuridad moral y espiritual, y sin embargo, mantuvieron sus 
lumbreras brillando. Dios no los protegió a Noé aislándolos del mundo, sino 
permitiéndoles permanecer puros en medio de la corrupción. Por medio de 
Jesucristo, nosotros también hemos “huido de la corrupción que hay en el mundo 
a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:4). 
Nuestro Señor le pidió al Padre celestial: “No ruego que los quites del mundo, 
sino que los guardes del mal” (Juan 17:15). ¡Imagínate a Noé y a su esposa 
criando a una familia en un mundo tan perverso que no tenían ni un solo amigo 
creyente! Sin embargo, Dios halló esposas creyentes para sus tres hijos y guardó 
este hogar de las contaminaciones del mundo. 
Pero Dios también libró a Noé y su familia del castigo del mundo. Las aguas 
del diluvio que condenaron a la humanidad solo elevaron a Noé y su familia por 
encima del juicio. Estuvieron seguros en el arca de seguridad. En su primera 
epístola, Pedro había considerado el arca un tipo de nuestra salvación en 
Jesucristo (1 Pedro 3:20–22). El mundo, por así decirlo, fue sepultado en el 
bautismo del diluvio, pero Noé fue levantado, un cuadro de la resurrección y la 
salvación. 
Por cierto, Pedro estaba confirmándoles a sus lectores que, cuando venga el 
gran día del juicio, ellos serán guardados seguros. Jesucristo es nuestra arca de 
seguridad que “nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:10). Dios ha 
prometido que la Tierra nunca más volverá a ser juzgada por agua, pero que sí 
vendrá un castigo por fuego (2 Pedro 3:10 en adelante). No obstante, los que han 
confiado en Jesucristo nunca enfrentarán el juicio (Juan 5:24), ya que en la cruz, él 
llevó el juicio de ellos. 
Lot (vs. 6–9a). Abraham llevó a su sobrino Lot cuando salió de Ur y fue a la 
tierra de Canaán, pero este demostró ser más un problema que una bendición. 
Cuando Abraham, al tropezar en su fe, se fue a Egipto, Lot fue con él y probó lo 
que era “el mundo” (Génesis 12:10–13:1). A medida que Lot enriqueció, tuvo que 
separarse de Abraham, y así se alejó de la influencia santa de su tío. ¡Qué 
privilegió tuvo Lot de andar con Abraham, quien andaba con Dios! Y sin embargo, 
cómo desperdició sus privilegios. 
Cuando Lot tuvo que escoger una nueva región para su casa, la comparó con 
lo que había visto en Egipto (Génesis 13:10). Abraham sacó a Lot de Egipto, pero 
no pudo sacar a Egipto de Lot. Lot “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma” 
(Génesis 13:12), y finalmente, se mudó a Sodoma (Génesis 14:12). Dios incluso 
usó una guerra local para tratar de sacarlo de Sodoma, pero él volvió de 
inmediato. Allí estaba su corazón. 
Para nosotros, es difícil entender a Lot. Pedro indica claramente que era salvo 
(“al justo Lot,… este justo”), y sin embargo, nos preguntamos qué estaba haciendo 
en un lugar tan perverso como Sodoma. Si entendemos correctamente Génesis 
19, Lot tenía por lo menos cuatro hijas, dos de las cuales se habían casado con 
hombres de Sodoma. Mientras Lot vivió en Sodoma, estaba “abrumado” y “afligía 
cada día su alma justa” por la conducta perversa de la gente. Tal vez pensaba que 
podía cambiarlos. Si era así, fracasó lastimeramente. 
Dios permitió que Lot y su familia permanecieran sin contaminarse, aunque 
vivían en medio de un pozo negro de iniquidad. También lo rescató a él y a dos de 
sus hijas antes de que el juicio cayera sobre Sodoma y las demás ciudades de la 
llanura (Génesis 19). Lot no fue rescatado por algún mérito de su parte, sino 
porque era creyente y porque su tío Abraham había orado por él. Abraham, fuera 
de Sodoma, tenía más influencia que Lot estando dentro de la ciudad. Lot incluso 
perdió su testimonio ante su propia familia, porque sus hijas casadas y sus 
esposos se reían de sus advertencias, y su esposa desobedeció a Dios y murió. 
Lot escogió vivir en Sodoma y pudo haber evitado la influencia inmunda del 
lugar, pero muchos hoy no tienen alternativa y deben vivir rodeados de la 
inmundicia del mundo. Piensa en los esclavos creyentes que tuvieron que servir a 
patrones impíos, en esposas creyentes casadas con esposos incrédulos o en hijos 
salvos con padres inconversos. Los empleados creyentes que trabajan en oficinas 
o fábricas se ven obligados a ver y oír cosas que fácilmente podrían manchar la 
mente y el corazón. Pedro les aseguró a sus lectores y a nosotros que Dios sabe 
cómo “librar de tentación a los piadosos” (2 Pedro 2:9) para que podamos vivir 
victoriosos. 
Dios también puede rescatarnos del juicio. En el caso de Noé, fue un juicio de 
agua, pero con Lot, fue un castigo por fuego. Las ciudades de la llanura quedaron 
atrapadas en una violenta destrucción cuando la región se convirtió en un 
gigantesco horno de fuego y azufre. Esto, por cierto, sería paralelo a la 
advertencia de Pedro respecto al juicio de fuego venidero (2 Pedro 3:10 en 
adelante). 
Pedro no estaba señalando a Lot como ejemplo de una vida separada, sino de 
alguien a quien Dios rescató de la contaminación y la condenación. En cierto 
sentido, Lot fue rescatado incluso contra su voluntad, porque los ángeles tuvieron 
que tomarlo de la mano y sacarlo a la fuerza de la ciudad (Génesis 19:16). Lot 
había entrado en Sodoma, y después Sodoma había entrado en él, y le fue difícil 
dejarla. 
Nuestro Señor usó tanto a Noé como a Lot para advertirnos de que estemos 
preparados para su retorno (Lucas 17:26–37). La gente de Sodoma estaba 
disfrutando de sus placeres acostumbrados, despreocupada de que el juicio se 
avecinara; y cuando llegó, no estuvo preparada. “Por lo cual, oh amados, estando 
en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha 
e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3:14). 
Pero el mismo Dios que libra al justo también reserva al malo para el juicio. 
Bien se ha dicho que si el Señor perdonara a las ciudades de nuestro día, tendría 
que pedirles disculpas a Sodoma y Gomorra. ¿Por qué se demora el juicio de 
Dios? Porque Dios “es paciente… no queriendo que ninguno perezca, sino que 
todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). La sociedad en los días de Noé 
tuvo 120 años para arrepentirse y creer, y sin embargo, rechazó la verdad. 
Aunque el testimonio y el ejemplo de Lot fueron débiles, por lo menos, él 
representaba la verdad; y sin embargo, sus vecinos inmorales no quisieron tener 
nada que ver con Dios. 
Nuestra edad presente no solo es como “los días de Noé”, sino también como 
“los días de Lot”. Muchos creyentes han abandonado el lugar de separación y 
están haciendo tratos con el mundo. La iglesia profesante tiene un testimonio débil 
ante el mundo, y los pecadores no piensan que el juicio se acerca. La sociedad 
está llena de inmoralidad; especialmente, la clase de pecado por el que Sodoma 
era famosa. Pareciera que Dios estuviera tardando, despreocupado por la manera 
en que los pecadores rebeldes han contaminado su mundo. Pero un día, el fuego 
caerá; y entonces, será demasiado tarde. 
El pueblo de Dios, por débil que sea, será liberado del juicio por la gracia y la 
misericordia de Dios. El Señor no podía castigar a Sodoma mientras Lot y su 
familia estuvieran en la ciudad. Asimismo, opino que Dios no enviará su ira a este 
mundo mientras no saque a los suyos y los lleve al cielo. “Porque no nos ha 
puesto Dios para ira, sino para