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A Importância da Conversão na Teologia Cristã


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Zuly Hernandez

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California Christian University
Maestría en Teología AL
 
Trabajo de pasaje de curso:
Soteriología Doctrina de la Salvación – AL
Doctrina de la conversión 
 
Lic. Marta Martínez Aguirre
Tutora: Leddiz Yasmin Aparicio
San José
Uruguay
2016
¿Qué es la verdadera conversión? 
¿Cómo es que uno se “vuelve” a Dios? 
¿La conversión es para todos, o es privilegio de unos pocos?
¿Ha pasado de moda?
Permítanme afirmar que la doctrina de la conversión no vende entradas.
Son pocos los púlpitos donde se habla de ella. 
Sin embargo bien podría estar en una selfie personal de cada converso, el registro visual de su antes y su después.
Pero el punto es que la conversión es una obra extraordinaria de parte de Dios y forma parte de sus maravillas (Hechos 2:11).
Es también un tema que despierta una serie de interrogantes, pues hay muchas posturas y “doctrinas” al respecto, pero por sobre todas las cosas, la doctrina de la conversión es un tema central a lo largo de la Biblia.
La conversión es un tema que está presente tanto en el AT como en NT, y es un tema fundamental en la exhortación de Cristo a sus apóstoles (Marcos 6:2), pero también un gran eslabón en la misión de los apóstoles en la Iglesia primitiva (Hechos 2:38; 3:19; 3:26; 14:15; 26:18).
Según Schnackenburg (1973), la conversión es “la exigencia fundamental que todo lo abarca, con la que los hombres entran en la presencia de Dios y por la que son llamados a responder al evangelio de Jesucristo, al mensaje de salvación de Dios en su hora”.
En el AT, el llamado a la conversión viene en boca de los profetas, como una voz en nombre del Dios de Israel a una transformación del hombre desde adentro de su ser (Dt. 30:2; 1 R.8:47; 2 Cr. 6:24; 7:14; Sal. 51:13; 90:3; Is. 19:22; Jer. 15:19; 18:8; Ez. 14:6; 18:30; Jl.2:12).
Sin embargo en el llamado a la conversión neotestamentaria está íntimamente ligada a la obra de Cristo y a la presencia del Espíritu Santo luego de su partida. 
¿Qué es la conversión?
C.S. Lewis (1986) en la obra Esa horrible fortaleza describe y capta el momento de la conversión de una mujer:
Durante un instante tuvo la ridícula y ardiente visión de un mundo en el que Dios mismo no la entendería, no la tomaría jamás enteramente en serio. Y entonces, en un rincón preciso del sendero de las grosellas, el cambio se produjo.
Lo que le esperaba era serio hasta llegar al dolor y aún más allá. No había forma ni sonido. El fango bajo los matorrales, el musgo del camino y el pequeño borde de ladrillos no habían cambiado visiblemente. Pero estaban cambiados. Había franqueado una frontera. Había penetrado en un mundo, o en una Persona, o en presencia de una Persona. Algo paciente, expectante, inexorable, apareció ante ella sin velo ni protección que los separase. En la cercanía de aquel contacto se dio cuenta en seguida de que las palabras del Director la habían extraviado enteramente. Aquella demanda que ahora la oprimía no era, ni aun por analogía, como ninguna otra demanda. Era el origen de todas las justas demandas y las contenía a todas a la vez. Bajo su luz podían entenderse; pero por ellas no se podía saber nada de él. No había nada, ni jamás había habido nada, como aquello. Y ahora no existía nada más que aquello. Y, no obstante, todo había sido también como aquello; sólo que siendo como aquello no había existido nunca nada. En aquella altura, profundidad y anchura, la pobre idea de sí misma que hasta entonces había llamado “yo” se desvaneció, sin detenerse, en la distancia sin fondo, como un pájaro en un espacio sin aire. La palabra “yo” era el nombre de un ser cuya existencia no había sospechado jamás, un ser que no existía todavía plenamente, pero que era solicitado. Era una persona (no la persona que ella había creído) y al mismo tiempo una cosa, una cosa hecha, hecha para placer a Otro, y en Él placer a los demás, una cosa acabada de hacer en aquel mismo momento, sin su elección, de una forma en la que jamás había soñado. Y el proceso seguía en medio de una especie de esplendor, o pena, o ambos a la vez, en el cual ella no podía decir si estaba en las manos que moldeaban o en la materia amasada.
Las palabras son demasiado lentas. Darse cuenta de aquello y saber que todo había terminado fue una única sensación. Le fue revelado solamente en el momento de la partida. La cosa más importante que le había sucedido había ocurrido al parecer durante un espacio de tiempo demasiado corto para ser llamado “tiempo”. 
Así bellamente descripta por C.S. Lewis (1986), la conversión es un giro, un moverse, ¿pero hacia dónde?, ¿hacia quién?
Según el Diccionario Expositivo de palabras del NT, de W.E. Vine, la palabra conversión en griego es epistrofe (ἐπιστροφή), cuyo significado es: 
un giro en derredor, conversión. Se halla en Hch. 15:3. Esta palabra implica volverse de y volverse hacia; correspondiéndose a ambos conceptos se hallan el arrepentimiento y la fe; cf. «os convertisteis de los ídolos a Dios» (1Ts_1:9). La gracia divina es la causa eficiente; la agencia humana es el efecto de respuesta. 
Ese “volverse”, y ese “darse vuelta”, es reconocer que como pecador el hombre ha dado la espalda a Dios y ahora debe volverse a Él, dándole la espalda al pecado y mirando hacia Dios (1Tes. 1:9).
El Diccionario Teológico Enciclopédico (Ed. Verbo Divino) plantea que la conversión es “el alejamiento de la idolatría, que es el estado más alejado y más contrario a Dios y fuente de otros pecados (Rom 1,18-32; Hch 26,18; 1 Tes 1,9)”. 
¿Cómo es que uno se “vuelve” a Dios? 
Ese volver a Dios se evidencia por una sincera y real transformación; no se trata solamente de un cambio externo, de apariencia, de lejanía a los lugares o personas vinculadas a una vida de pecado, sino que implica un cambio profundo en nuestra mentalidad, en nuestra relación con Dios, en los anhelos y deseos de nuestro corazón, y en nuestro rechazo cabal hacia el pecado. 
Para hablar de conversión, tenemos que hablar de cambio. 
Una forma de ilustrar este cambio quizás lo vemos de un modo tan elocuente en la vida del apóstol Pablo. 
Pablo lo expone de un modo maravilloso en Hch. 9.1–19; 22.6–16 y por eso con total autoridad le dice a los Efesios: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Ef. 2:13)
Un verdadero converso que manifiesta haberse vuelto al Señor, no sólo cambia sus caminos, sino que comienza a desechar de su vida, todo aquello que lo aleja de Dios, de tal modo que en su vida se van a manifestar los frutos de una vida justa. 
De la mano de una auténtica conversión va el deseo profundo de un arrepentimiento total, “así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3.19). 
No podemos olvidarnos que la iniciativa divina a salvarnos siempre está presente, esto significa que tenemos que darle toda la gloria a Dios por nuestra conversión, porque el volvernos a Él, es totalmente Su obra de gracia en nosotros.
Veamos cómo lo decía John Gill : 
La conversión es la moción del alma hacia Dios. Pero esto no puede suceder en un muerto, a menos que sea vivificado, a menos que sea atraído por la gracia eficaz; por eso Dios, en la conversión, atrae a los hombres a sí mismo con su bondad y con las cuerdas de amor, a su Hijo; porque “Ninguno”, dice Cristo, “puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). Y aun el convertido mismo es consciente de esto y ora como lo hizo la iglesia: “Atráeme; en pos de ti correremos” (Cantares 1:4). La conversión habla por sí misma y muestra que no se puede efectuar por el poder del hombre…
El club de los conversos está lleno de pecadores arrepentidos
No es posible que alguien diga “es improbable que pueda llegar a convertirme, he sido muy mala persona”, puesto que la conversión es viable porque Dios es omnipotente y a través de su Hijo Amado Jesucristo, la hace posible en nosotros.
Nadie por más pecador que sea o haya sido, puede negar queCristo quien ha resucitado y vive pueda hacerla posible.
Sin lugar a dudas, la conversión del apóstol Pablo, es la que me ha movido a querer profundizar en este tema, de hecho como fanática de sus epístolas constantemente me he encontrado con un hombre que está profundamente interesado en que los cristianos experimenten este volverse a Dios en sus vidas y con el cual me he identificado en varias ocasiones. 
Las cartas de san Pablo contienen numerosos pasajes en los que se hace mención de la necesidad de conversión, de conductas que deben ser modificadas o cambios de mente que deben efectuarse. 
Incluso instruye a Timoteo para que lleve una vida acorde a la altura de su ministerio y a que corrija con mansedumbre a los que se oponen, manteniendo la esperanza de que Dios les conceda la conversión (2 Tim. 2: 24-25).
El encuentro de Pablo con Cristo en Damasco, produce en el apóstol un giro radical en su vida, de fariseo radical a un hombre capaz de morir por el Resucitado. Esta conversión no fue un cambio de religión, de iglesia, de líderes o de ideologías, sino fue una muerte a su vida anterior y una resurrección a una vida nueva en Cristo. 
Así Pablo se hace consciente que ese llamado apostólico le une con un lazo nuevo a Dios y a su obra salvífica, afectando y transformando su ser por completo. Lo que antes era ganancia ahora pasó a ser basura por amor al Cristo resucitado de quien fue testigo desde ese día. 
En forma constante Pablo hace uso del verbo griego peripateo que se traduce como caminar, marchar, andar, conducir, según el Diccionario Vine ya mencionado aprendemos que este verbo en Pablo nunca se usa físicamente sino en sentido figurado y nos habla de que la vida vuelta a Dios consiste en un caminar: 
en novedad de vida (Rom_6:4), según el espíritu (Rom_8:4), en honradez (Rom_13:13), por fe (2Co_5:7), en buenas palabras (Efe_2:10), en amor (Efe_5:2), en sabiduría (Col_4:5), en verdad ( 2Jn_1:4), según los mandamientos del Señor (2Jn_1:6); y, negativamente, no según la carne (Rom_8:4), no según la manera de los hombres (1Co_3:3), no con astucia (2Co_4:2), no por vista (2Co_5:7), no en la vanidad de la mente (Efe_4:17), no desordenadamente (2Ts_3:6) 
En las epístolas paulinas la conversión es tratada a través de imágenes donde hay un volverse y un andar completamente nuevo. Cuando Pablo hace la comparación entre Adán y Cristo, vemos que el primero es terrenal, inclinado al pecado y el segundo es el ejemplo supremo de una vida centrada en lo celestial (Rom. 5:12-21). Del mismo modo en este paralelismo, el converso deberá dejar una vida carnal asociada al pecado para resucitar a una vida espiritual centrada en Cristo. 
En la carta a los Efesios 3:16 Pablo da cuenta de sus deseos que los conversos experimenten una transformación radical pasando del hombre exterior al hombre interior. El hombre exterior como menciona en su segunda carta a los Corintos (2Co 4:16) “se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. 
Esta vida espiritual nueva va a permitir que el converso deje atrás el viejo hombre (Ef. 4:17-32) moldeado por el barro del pecado y viva por influjo del Espíritu Santo como un hombre nuevo que refleje en su existencia la imagen de Cristo. 
Todas estas imágenes nos permiten ver como el tema de la doctrina de la conversión tiene una fuerte huella en la vida del apóstol Pablo.
Él siempre deja claro que la conversión comienza como fruto de la gracia de Dios y como iniciativa de Su corazón amoroso (1 Tes. 2:12).
Una vez que el converso escucha el llamado divino, pasa a conocer a Dios, según las palabras paulinas, ya no con una mente vana, con el entendimiento entenebrecido, ni con el corazón endurecido, ni insensible, (Ef. 4:17-19) si no que el converso es capaz de conocer a Dios, en especial a través de la figura de Cristo.
Es así que mirando a Cristo, se llega al Padre, y Pablo no deja lugar a dudas, Jesucristo es la fuente de toda transformación posible, porque es la viva imagen del Padre (Col 1:15-20) 
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.
Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.
Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;
y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia;
por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud,
y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.
En la teología paulina quizás la forma de demostrar públicamente esa conversión a Cristo es mediante el bautismo (Col 2:12- Col 2:14):
sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos.
Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados,
anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz
Para Pablo el proceso de identificación plena con Cristo (Flp. 3:21; Col 3:3-4; 10-11; 1 Co15:49) se dará en la resurrección. Pero a lo largo de su vida el converso irá dejándose transformar a imagen de Dios al mirar a Cristo como el único y más valioso tesoro. 
Conclusión
Esta es la maravilla de la conversión, el mayor privilegio al que toda mujer y todo hombre debe aspirar y así proclamar: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gál 2:20).
Referencias
Gil, J. Conversión. En Portavoz de la Gracia, Número 195 s., p. 16. 
Lewis, C.S. (1986). Trilogia de Ransom/3. Esa horrible fortaleza. Bs. As.: Ediciones Orbis, 198-199
Pacomio, Luciano [et al.] (1995). Diccionario Teológico Enciclopédico. Navarra: Editorial Verbo Divino S.A.
Schnackenburg, R. (1973). Existencia cristiana según el Nuevo Testamento. Navarra: Editorial Verbo Divino S.A. p. 38
Vine, W.E. (1999). Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento. Nashville, TN: Editorial Caribe INC. 
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