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ESTADOS UNIDOS VISTOS EN 1898: ESTUDIOS AMERICANOS DE GARCÍA MÉROU Rita Gnutzmann UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO Entre 1896 y 1900 el poeta y novelista, ensayista y diplomático Martín García Mérou se encuentra como embajador del gobierno argentino en Estados Unidos, país al que volverá en ocasiones posteriores, por ejemplo, como delegado en el XIII Congreso Internacional de Americanistas que se celebra en Nueva York en octubre de 1902. Son estos cuatro años decisivos en la política y cultura nortea- mericanas, con cambios que el diplomático argentino ha sabido reflejar en sus Estudios americanos, publicados en 1900 por la editorial Félix Lajouane, la misma en la que quince años antes viera la luz su única novela Ley social.' Los materiales que tienen cabida en Estudios americanos son diversos: des- cripciones de ciudades y ambientes culturales (Boston, Cambridge) e industria- les (Chicago, St. Louis); el deslumbramiento ante la mujer americana moderna; el sistema de gobierno municipal; historia y política americana desde 1620 hasta la época del autor; notas necrológicas; críticas de libros de viajeros anglosajones en Sudamérica y otros de tipo histórico-político y literario. El capítulo dedicado al poeta y político John Hay recuerda las mejores notas de Mérou sobre escrito- res argentinos {Recuerdos literarios, Libros y autores) y colombianos (Impre- siones); además muestra la fascinación del argentino por la poesía del norteame- ricano, en especial por sus Baladas de Pike County. Como en todos sus estudios literarios, salta a la vista su preocupación estilística («belleza de estilo, fluido y elocuente; seguridad de criterio y delicadeza de análisis»; «gracia, originalidad, perfección de sus versos repletos de humour y de color local», 137, 143) y su obsesión con una traducción que no traicione al original ni en el contenido ni en la belleza formal. Dicho sea de paso que Mérou también sabe apreciar a otros escritores importantes de la época o recien desaparecidos como Longfellow, García Mérou nace en Buenos Aires en 1862; a los quince años comienza a trabajar para La Nación. En 1880 inicia su carrera diplomática como secretario de Miguel Cañé en Colombia y Venezuela. Posteriormente ocupará cargos en consulados en Paraguay, Perú, Brasil, Estados Unidos y Europa; muere en Berlín en 1905. Hoy día es reconocido, antes que como poeta y novelista, como uno de los ensayistas y espíritus más cultos de su generación. Sobre su obra literaria, vid. Gnutzmann 1998, págs. 147 y ss. 203 204 RITA GNUTZMANN Lowell, Hawthorne, Bret Harte o Henry James, del que ofrece un juicio perspi- caz: Un autor americano europeizado, un hombre de talento penetrante y de buen gusto exquisito, un psicólogo forrado de artista [...] el único que ha penetrado a fondo muchos de los rasgos del carácter independiente y peculiar de la ameri- cana (68). Recomienda, en primer lugar, la lectura de la novela The Portrait of a Lady (1880/81).2 En los estudios trasluce la admiración del viajero y diplomático por el pue- blo norteamericano; elogia la joven, pero brillante historia intelectual de Estados Unidos a la que se siente confrontado en los monumentos de Boston, las casas de Longfellow y Lowell, en la Universidad de Cambridge y frente al olmo don- de Washington tomó el mando de las tropas libertadoras, en fin, una feliz unión entre «la gloria de las armas» y el «brillo de las letras» (16). Pero también la di- ligencia, la limpieza, la energía y la voluntad del pueblo le entusiasman, esta «actividad y la inteligencia de un pueblo culto y moral», «donde todos los hoga- res respiran el bienestar y la alegría satisfecha» (18). A pesar de reconocer cierta fealdad del paisaje industrial, el ruido ensordecedor, el hacinamiento y la promiscuidad en los grandes bloques de casas, elogia la faceta comercial e in- dustrial de ciudades como Chicago y su «fuerza, actividad, trabajo, gloria fy] opulencia», apoyando su admiración en cifras abrumadoras tomadas de las esta- dísticas (21). La intención de informar a sus compatriotas sobre una nación aún poco co- nocida (a pesar de las crónicas de José Martí en La Nación, 1882-1891) resulta evidente.3 En este sentido se pueden entender algunas alusiones comparativas a situaciones y grupos humanos en Argentina, por ejemplo, cuando ensalza al tra- bajador estadounidense: «Los obreros marchan a sus labores con paso diligente y con esa mirada franca y leal característica del trabajador americano» (24). Es sabido que en estos años la vida laboral argentina era conflictiva con huelgas y La vena literaria del propio Mérou se hace evidente en el cap. XIV, donde —tras una descripción costumbrista de los encantos prenavideños— amplía una nota periodística a un pequeño relato: un obrero, padre de familia, es despedido poco antes de Navidad; sigue la típica historia senti- mental de una caída: el padre, desesperado, no encuentra trabajo, se refugia en el alcohol y luego en el suicidio, dejando a la mujer y a una niña de «cabecita rubia» solitarias (182-83). 3 No sólo informa de la vida y costumbres de los norteamericanos, sino también de sus opiniones, en concreto, las de algunos viajeros anglosajones sobre América Latina y sobre Argentina en particular (48 y ss.). Al lado de la información, el autor a menudo coloca la comparación (cfr. el cap. 8 sobre los gobiernos municipales y el cap. 12 sobre el orden norteamericano frente a la corrupción en los estados latinoamericanos, 159, 168). El afán instructivo resulta evidente en frases como la siguiente: «Todos los hombres políticos deberían leer esas páginas [del econo- mista D.A. Wells] con atención y encontrarían en ellas útiles enseñanzas» (177). ESTADOS UNIDOS VISTOS EN 1898 205 protestas sociales, atentados anarquistas e intentos revolucionarios de los radi- cales, todo lo cual llevó a que se dictara la 'Ley de Residencia' en 1902. Imáge- nes idealizantes del obrero análogas a la de Mérou sólo se encuentran en El en- canto de Buenos Aires de Gómez Carrillo y en la novela de Sicardi, Libro extraño (1894/1902), aunque éste, al estilo maniqueo, las opone a otras de tur- bas desenfrenadas. José Martí ofreció en La Nación una visión más realista acerca de los estallidos huelguistas de Chicago en 1886 y la ejecución de cuatro de sus líderes («La guerra social en Chicago», 1-1-1888): Cree el obrero tener derecho a cierta seguridad para lo por venir, a cierta holgu- ra y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo [...] alguna hora de sol [...] a al- gún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido [...] Y cada vez que en alguna forma esto pedían en Chicago los obreros, combinábanse los capitalistas, castigá- banlos negándoles el trabajo [...] Echábanles encima la policía, ganosa siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía (Martí 1971, 1,351-52). No faltan tampoco las alusiones a otro problema compartido por ambas na- ciones, el del indígena. El General Roca había «solucionado» este problema de forma casi definitiva en 1879 durante su 'Campaña al Desierto', lo cual signifi- caba -dicho sea de paso- la incorporación de un inmenso territorio apto para la agricultura y la ganadería. Estados Unidos acababa de cumplir el mismo ciclo con la conquista definitiva del oeste. Mérou no tiene ningún empacho en hablar de una conquista del Oeste «pacífica y civilizadora» (27). No cabe duda de que el primer adjetivo no responde a la realidad y en cuanto al segundo, es evidente, que el autor aplica a la nación septentrional la ideología sarmientina de «civili- zación y barbarie», creada más de medio siglo antes. En este contexto, no olvida citar las palabras del Honorable Baldwin de Council Bluffs: «En la tierra en que solamente hace cincuenta años vagaban salvajes aborígenes [...] ahora viven 22 millones de ciudadanos inteligentes, con 121 universidades y colegios...» (28, el subrayado es mío). Uno de los autores que le sirve a Mérou para conocer EstadosUnidos es el historiador John Fiske, el principal difusor de las ideas darwinianas y que ensal- zaba la raza anglosajona y predecía que su lengua, religión e instituciones polí- ticas se extenderían irresistiblemente por todo el mundo (cfr. M. A. Jones 1995, 47). Recordemos que Estados Unidos hasta los años noventa había moderado sus impulsos expansionistas limitándolos a zonas de interés «naturales», es de- cir, fronterizas con el propio territorio. La definitiva incorporación del oeste, por una parte, y el espíritu imperialista dominante en los países europeos, por otra, despertaba los apetitos también en Estados Unidos, sobre todo entre senadores como Albert J. Beveridge y H. Cabot Lodge y el futuro presidente Theodore Roosevelt. Pero igualmente la marina bajo el Capitán Mahan (The Influence of 206 RITA GNUTZMANN Sea Power upon History, 1890) presionaba para alcanzar el control del Caribe. Para otros, Darwin y sus ideas sobre la selección natural y la supervivencia del más fuerte les ofrecía la base sobre la que asentar su convencimiento de ser el pueblo elegido para dominar. En esta línea se expresa Fiske en su libro Ameri- can Political Ideas (1885). Al observar Mérou la euforia y la confianza en el futuro que manifiestan los norteamericanos al año siguiente a la derrota de Es- paña, se propone -hijo de su época- «investigar las raíces étnicas y las causas morales» de lo acontecido y con este fin echa mano del libro de Fiske. Retroce- de, como éste, hasta la época de la llegada del Mayflower y la institución de las asambleas de ayuntamientos («town-meeting»). Ese sistema democrático, de hondas raíces (germánicas) hizo posible la unión federal en Norteamérica. Las cifras de crecimiento de la población tienen un atractivo especial para Mérou, educado en la Argentina liberal, cuyo interés primordial era la incorporación del máximo número de inmigrantes (septentrionales). Sigue del todo a Fiske al pre- decir un grandioso futuro para la raza anglosajona y en especial para esta poten- cia, «única, agresiva y conquistadora» que someterá a todas las tierras, «donde todavía no existe una antigua civilización» y, en un día no lejano, «las cuatro quintas partes de la raza humana serán de descendencia inglesa» (77-78). Por lo menos en este texto exponente de la autoestima y confianza en sí mismos de los norteamericanos no hay ningún asomo de duda ni de crítica por parte del diplo- mático argentino. La «energía de la raza» (anglosajona), su riqueza, el desarro- llo de su industria y su crecimiento demográfico suscitan su total entusiasmo, sin que repare en la amenaza que este nuevo poder pueda significar para los paí- ses latinoamericanos (cfr. H. J. Konig 1988, 405 y ss.), amenaza percibida por Martí a partir de los años ochenta. Otro estudio instructivo es el dedicado al Senador Henry Cabot Lodge (cap. XV), otro representante del nacionalismo americano en aquel momento. Aunque Mérou reconoce que las obras de escritores «militantes» como Lodge tienen un encanto especial, advierte que por su entusiasmo corren el peligro de «caer en el fanatismo o en el dogmatismo» (199). Lodge critica la avidez de Europa en África y en el Pacífico y justifica la ocupación de parte de Samoa y la anexión de Hawai precisamente como preventiva contra esta avidez. Con respecto a los intereses que Estados Unidos pueda tener en América Latina, aplaude la inter- pretación y aplicación que hizo el Presidente Cleveland de la Doctrina Monroe.4 Si Lodge en sus primeros escritos políticos rechazaba toda influencia cultural e intelectual de Inglaterra en su país (199), con el reciente apoyo moral de ésta a Estados Unidos proclama los lazos «naturales» de una lengua, creencias e idea- 4 En 1887 Venezuela suspendió sus relaciones diplomáticas con Gran Bretaña por una disputa fronteriza con la Guyana británica. El Secretario de Estado, R. L. Olney, invocó en 1895 la Doctrina Monroe contra Gran Bretaña y, en 1897, ésta firmó un Tratado de Arbitraje con Venezuela gracias a la diplomacia norteamericana. ESTADOS UNIDOS VISTOS EN 1898 207 les comunes y prevé, igual que Fiske, un futuro espléndido para la «familia an- glosajona». Sobre la reciente guerra en Cuba, Mérou cita las palabras de Lodge según las cuales el conflicto había sido inevitable, ya que se enfrentaban, por un lado, el despotismo español y la esclavitud y, por otro, la libertad y el gobierno libre estadounidense. En este lugar, Mérou no deja ninguna duda sobre el ca- rácter y el fin inflamatorio de las palabras lodgianas.5 En el capítulo 3 el ar- gentino opone a estas voces del «jingoísmo» otra genuinamente moral, la del Senador por Massachusetts, George F. Hoar, que critica las intenciones de trans- formarse en un «vulgar y ordinario imperio, fundado sobre la fuerza material» (34): «Los seres humanos -hombres, mujeres, niños pueblos- no pueden ganar- se como despojos de la guerra o presas del combate» (35). Recordemos de paso, que fueron estas voces morales las que en 1899 se agruparon como «American Anti-Imperialist League» (Boutwell, Tillman, Carnegie, el escritor M. Twain, el filósofo W. James...). El capítulo más interesante acerca de los sucesos de 1898 y de las relaciones hispano-norteamericanas es el titulado «American ideáis» (158ss.).6 El autor si- gue la costumbre de citar extensamente a personalidades norteamericanas, en este caso al publicista Cari Schurtz y al futuro presidente Theodore Roosevelt, de cuyo libro American ideáis and other essays proviene el título del capítulo. Nada más conocerse la noticia de la victoria sobre el ejército español en Cuba surgen voces como la de Books Adams que consideran la fecha de 1898 tan de- cisiva como la de Waterloo: el fin de un régimen histórico y el comienzo de una evolución muy distinta. Como ya se ha dicho, gran parte de los políticos del momento creía que para Estados Unidos había llegado la hora de ejercer su peso «en el concierto de las naciones que dominan el mundo» (160), frase que escon- de el nuevo afán imperialista del país. No faltan tampoco opiniones opuestas, como la del mencionado Schurtz; pero sigamos el estudio que Mérou hace de su razonamiento en contra de la anexión de los nuevos territorios. Según Mérou, el publicista estadounidense enfoca la cuestión desde tres as- pectos: el moral, el institucional y el comercial, aunque el último se olvida en el contexto de Schurtz y sólo será abordado al analizar el libro de Roosevelt. Schurtz rechaza la anexión moralmente, ya que el objetivo declarado fue la libe- ración y la independencia de los cubanos, no la conquista ni la expansión terri- Cfr. la cita pág. 199 y la siguiente de la pág. 203: «Un soplo guerrero circula por los capítulos [escritos] para inflamar a los soldados que [...] se disponían a recoger laureles para su bandera en Cuba y en Filipinas». En otros capítulos desfilan los «héroes» de Cuba y Puerto Rico como los generales Shafter, Wheeler (Cuba) y Miles (Puerto Rico; cfr. Fernández Almagro 1970, 117 y ss., 135 y ss.), al lado del representante de la Junta Cubana en Washington, Gonzalo Quesada (25); la recepción con todos los honores del Almirante español Cervera, derrotado en aguas de Santiago de Cuba el 3 de julio, sirve para mostrar la generosidad, la hospitalidad, pero también el orgullo ingenuo de los norteamericanos (63 y ss.). 208 RITA GNUTZMANN torial. En cuanto al aspecto institucional, el publicista subraya la necesidad de mantener puras las instituciones democráticas norteamericanas. Este loable pro- pósito, sin embargo, no se basa en un razonamiento moral sino racial: en las is- las caribeñas dominan los criollos y los negros, aparte de unos pocos anglosajo- nes, alemanes y franceses. En Filipinas la situación es aún peor: aparte de algunos criollos y mestizos de sangre asiática y española la mayoría de la pobla- ción constituye «una gran masa de asiáticos más o menos bárbaros» (163). Se- gún Schurtz no puede haber gobierno democrático en los trópicos, convenci- miento que le hace prever un futuro terrible para México,una vez muerto Porfirio Díaz. Siempre según el mismo publicista, no cabe ninguna duda de que el pueblo cubano no es capaz de autogobernarse, por lo que jamás se le debe permitir decidir, como un estado más, en los asuntos internos estadounidenses. No hace falta recordar que José Martí tenía una idea totalmente opuesta sobre la capacidad política de los cubanos. Antes que la «moralidad» de Schurtz queda patente su desprecio hacia los políticos latinoamericanos, «notoriamente los más desordenados, arteros y corrumpidos políticos sobre la faz de la tierra» (164). Al parecer, Mérou no ve el asunto de esta manera; pero antes de analizar la dico- tomía que Schurtz y Mérou establecen entre Estados Unidos y América Latina, veamos lo que éste nos dice acerca de los «ideales americanos» de Roosevelt. Mérou caracteriza al Coronel Roosevelt, vencedor con sus «Rough Riders» en Cuba y futuro presidente de Estados Unidos, con tres adjetivos: sincero, alti- vo y honrado, aparte de gran patriota. Lo que destaca en el personaje es su mo- ralidad, la que deduce precisamente de su libro American Ideáis, en el que Roo- sevelt hace hincapié en el carácter modélico y en la nobleza y la moral de Washington y Lincoln. Influido por el ensayo de Carlyle, On Héroes and Hero- Worship, Mérou llega a deducir que el coronel que alaba tanto a los prohombres americanos mostrará las mismas cualidades que éstos. La inusual extensión de la cita rooseveltiana (168-170) sobre las personas opuestas a los altos ideales espirituales, los acaparadores de fortuna, «insensibles a todo deber, indiferentes a todo principio», especuladores en títulos y procreadores de libertinos, eviden- cia la importancia que Mérou otorga a esta cuestión. En su obra literaria y ensa- yística él, como otros escritores de la Generación del 80, toca temas como la es- peculación y la compra de títulos de la nueva clase media; precisamente en su novela Ley social, el propio Mérou retrata a un hombre sensual y derrochador que se arruina en medio de fiestas, el juego y el libertinaje y, en el cuento «As de oro», caricaturiza al nuevo rico italiano. Otros autores del «Ciclo de la Bol- sa» retratan (y difaman) a los especuladores y embaucadores. En su libro Re- cuerdos literarios, Mérou se explaya sobre ese espíritu materialista («la fiebre del lujo, la improvisación de fortunas») que ha ahogado la vida intelectual en Argentina. Qué duda cabe de que el intelectual y artista que aún sobrevivía en el diplomático aplaudía la afirmación de Roosevelt de que «un poeta puede hacer más por su país que el propietario de una fábrica de clavos» (169), puesto que ESTADOS UNIDOS VISTOS EN 1898 209 en sus ensayos literarios insiste en el papel de guía del intelectual (cfr. Gnutz- mann, ponencia 1998). Igualmente debía de estar conforme con el propósito rooseveltiano de un «mejoramiento civíco y nacional», propósito que muchos representantes de la Generación del 80 perseguían, aunque atribuyesen el mal de la nación en gran parte a los inmigrantes y a la nueva clase media surgida de la segunda generación de aquellos. A pesar de cierto miedo a que Roosevelt como futuro gobernador no podrá imponerse contra el «bossismo» y el materialismo, Mérou no parece albergar sospecha alguna en cuanto a los grandes «ideales americanos» de aquel. Por el contrario, los historiadores conceden menos im- portancia a los escritos y más a los hechos que terminaron en la ocupación y la anexión de las islas, inducidas por las siguientes razones: el honor nacional, el interés comercial, la superioridad racial y el altruismo, entendido éste -en pala- bras de McKinley- como la obligación «to edúcate, and uplift and civilize and christianize them» (el último objetivo con respecto a Filipinas, suponiendo que -por la cercanía- el Presidente no dudaba del cristianismo de las islas caribeñas; cfr. Tindall/Shi 1984:916). Como se ha aludido antes, el capítulo «American Ideáis», ampliado con in- formaciones de otros capítulos, puede servir para deducir las ideas de Mérou sobre Estados Unidos en oposición a América Latina. El peligro de una socie- dad basada en el afán material evocado por Roosevelt da pie a Mérou para rela- cionarlo con su propio país que sufre el mismo mal (168). A su vez, la falta de ideales espirituales lleva a la corrupción y la injusticia, taras que Mérou, al pa- recer, no considera tan graves en el caso norteamericano, ya que profesa su fe en la corrección inmediata de errores en la vida política de esta nación (159). Por el contrario, en los países latinoamericanos, aún «españoles» en su «desorden e in- curia», no cabe esperar la misma rectificación y justicia. A la vida político- cívica ordenada de Estados Unidos se oponen los sobresaltos en América Latina con pronunciamientos, motines y «revoluciones» militares. Mérou amplía la du- da schurtziana sobre la capacidad política de los cubanos a todos los sudameri- canos. Especifica por cuenta propia los males que imperan en los estados al sur del Río Grande: nepotismo, desorden administrativo, incapacidad intelectual, demagogia, inmoralidad crónica y la desenfrenada ambición de los militares. No extraña que el diplomático se acuerde en este momento de su compatriota Sar- miento y que evoque la «barbarie» latinoamericana. Para más claridad sugiero el siguiente esquema comparativo:7 En el cap. 8, Mérou admite la corrupción en la administración local norteamericana, las camarillas («lobbies») y alguna mafia; en el 2 alude al hacinamiento y la promiscuidad de ciudades como Chicago. Por otro lado, los defectos detectados en sus compatriotas no impiden que el argen- tino cite gustosamente los elogios de Buenos Aires y del General Roca por parte del viajero norteamericano Frank G. Carpenter (55, 58). Las características que aparecen en el esquema entre paréntesis están tomadas de otros capítulos. 210 RITA GNUTZMANN América Latina Estados Unidos Materialismo materialismo, bossismo: su necesaria y pronta corrección (fuerza, actividad, tra- bajo, gloria, opulencia, 21). falta de fines espirituales (pueblo culto y moral, 18). inmoralidad crónica integridad de conducta, energía de carácter corrupción e injusticia alguna corrupción administrativa en los municipios. incapacidad intelectual (amor al arte y a la belleza, 22). demagogia desorden político y administrativo: errores administrativos y su inmediata rectificación. nepotismo caudillismo, sublevaciones y motines (democracia de ciudadanos conscientes y respetuosos, 22). generosidad (contra la mezquindad euro- pea, 63). Aunque José Martí no fuera el primero en manifestar recelo ante Estados Unidos, es legítimo recordar aquí sus «Escenas norteamericanas». El cubano de- fiende los valores estéticos, espirituales y culturales de América Latina frente a la modernidad, la especialización, la exacerbación del individualismo y el afán de posesión material norteamericanos. Como dice Julio Ramos, ya en Martí se encuentra la tendencia a hipostasiar la cultura y a identificar la autoridad cultu- ral como eje normativo del latinoamericano (1989, 215). En «La verdad sobre los Estados Unidos» (en Patria, 1894), Martí recuerda que el país septentrional no constituye una nación única e igualitaria: el sur ex-esclavista es tan soberbio, perezoso, colérico y desvalido como los cubanos colonizados. Prevé que en Es- tados Unidos se acrecentarán las fisiones y la desunión y se corromperá la de- mocracia. Subraya la miseria y el odio que existen por debajo de la riqueza y cierra el artículo con la siguiente advertencia contra el vecino del norte: el carácter crudo, desigual y decadente de los Estados Unidos y la existencia, en ellos continua, de todas las violencias, discordias, inmoralidades y desórdenes de que se culpa a los pueblos hispanoamericanos (1971, 392). Como es sabido, después de la caída de Cuba y Puerto Rico, José Enrique Rodó retoma la dicotomía martiana en su ensayo Ariel (1900). Define al sur la- tinoamericano como humanista, idealista, espiritual y católico; al norte como utilitarista, pragmáticoy evangélico; en fin, los valores culturales latinos frente a los del utilitarismo anglosajón. Aunque García Mérou, en sus obras y estudios literarios, se muestra tan idealista como Rodó, en el campo político-económico no le sigue. Pero aún más sorprendente resulta la discrepancia con la imagen de Estados Unidos que su amigo Paul Groussac había trazado en una conferencia en mayo de 1898 (al mes siguiente a la declaración de guerra entre España y ESTADOS UNIDOS VISTOS EN 1898 211 Estados Unidos), rescatada y reconocida por E. Rodríguez Monegal como pre- cursora del pensamiento rodoniano (1967, 197): ha nacido [...] un monstruoso organismo colectivo: pueblo de aluvión, acrecido artificalmente y a toda prisa con los derrames de otros pueblos, sin darse tiempo para la asimilación, y cuyo rasgo saliente [no es otro] que la ausencia absoluta de todo ideal [...]. Agrupamiento fortuito y colosal [...] sin raíces históricas, sin tra- diciones... (Rodríguez Monegal 1967:197). Afirma Groussac que ya desde la Guerra de Secesión el espíritu yankee se ha mostrado como «cuerpo informe calibanesco»: Esta civilización, embrionaria e incompleta en su deformidad, quiere sustituir la razón con la fuerza, la aspiración generosa con la satisfacción egoísta, la calidad con la cantidad , la honradez con la nobleza, el sentimiento de lo bello y lo bueno con la sensación del lujo plebeyo. [...] Confunde el progreso histórico con el desa- rrollo material. [...] No tiene alma, mejor dicho: sólo posee alma apetitiva (id.). La discrepancia entre Mérou y Martí podrá explicarse, en parte, por la larga experiencia de éste en Nueva York (de 1880 a 1895) y por su conocimiento a fondo de la política y sociedad norteamericanas. Mérou, al escribir Estudios americanos, ya llevaba dos o tres años en Estados Unidos, pero todavía debe apoyarse en libros sobre el país,9 aunque es cierto que su inglés parece haber si- do excelente (cfr. las traducciones, 141 y ss., 195 y ss.). Por otra parte, la forma- ción recibida gracias a los ejemplos y los textos de Echeverría y Sarmiento co- mo el Dogma socialista, Facundo y Conflictos y armonías de las razas de América, han tenido que dejar huella en su pensamiento.10 Para Sarmiento Esta- dos Unidos ha logrado los ideales que él mismo preconizaba: una nación mo- derna y poderosa, basada en una educación homogénea, socialmente organizada, con un fuerte desarrollo industrial y económico, en fin, un país en el que reina el orden, el trabajo, la justicia y el progreso. La Argentina de finales de siglo aca- También Rubén Daño expresó su indignación en octubre del mismo año ante la derrota de Es- paña. Utiliza la misma fuente de Shakespeare para denigrar a los «colorados, pesados, grose- ros... calibanes» de Estados Unidos, a los que ve como «gorilas, boas, hombres de rapiña, mons- truos»; frente a ellos ensalza la «sangre» y la «raza latina», «raza nuestra», «raza sentimental» y su «futura grandeza» (1997, 92 y ss.). Cfr. su repaso de la organización legislativa americana en base al libro The American Congress de Joseph West Moore, que incluye un relato de la anexión de Tejas y de la guerra con México (121-22). No debe faltar aquí el uso que hace Mérou del libro del delegado mexicano en Washington, Matías Romero, México and the United States. Extrae de éste los elogios del pasado democrático americano, pero sobre todo (y en destacado lugar, al final del capítulo) la amenaza del futuro expansionista, «El período de la espada subyugadora de pueblos» (188). Mérou es autor de una biografía sobre Echeverría; su admiración por Sarmiento se deduce, por ejemplo, en la descripción de la muerte de éste en Paraguay, Confidencias literarias, 1894, 2232-4. En todos los Estudios americanos resulta evidente el interés de Mérou en la vida mo- derna y en el progreso, expresado a menudo en su fascinación por las estadísticas. 212 RITA GNUTZM ANN baba de sufrir una fuerte crisis económica (el crac de 1890), política (sediciones y rebeliones de los radicales) y social (huelgas obreras). El autor de Estudios americanos se muestra conforme no sólo con los ideales sarmientinos sino tam- bién con las aspiraciones de su país bajo el Presidente Roca, al que servía como diplomático, de una Argentina fuerte y moderna, de pujanza económica y políti- ca. En el capítulo «La cuestión palpitante» (referencia a la inminente victoria en Filipinas) Mérou ve como algo natural e inevitable las anexiones que ha practi- cado Estados Unidos hasta el momento; además, está convencido que, «por la misma ley histórica», Argentina absorberá regiones lindantes con su territorio, «que lógicamente pertenecen a su sistema geográfico y político», es decir, con- fiesa la misma mentalidad expansionista. BIBLIOGRAFÍA: Darío, Rubén, «El triunfo de Calibán» (El Cojo Ilustrado, 163, 1-10-1898) ed. M. Belrose, Vínculo (Martinique), 2, mars 1997, págs. 91-98. Fernández Almagro, Melchor, Historia política de la España contemporánea. 1897/1902, Madrid: Alianza, 1970. García Mérou, Martín, Confidencias literarias, Buenos Aires: Argos, 1894. —, Estudios americanos, Buenos Aires: EUDEBA, 1968. 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