Logo Studenta

Unidad 3 D - PIA

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

POLÍTICA INTERNACIONAL ARGENTINA
UNIDAD III
Argentina en el sistema político y económico internacionales
PARTE D: Argentina en la gobernanza global. La participación en el G-20 financiero. Los aportes en la Ronda Doha de la OMC. La posición frente a las propuestas de reforma del CS de ONU
Apuntes de clase
Política exterior en el siglo XXI: énfasis en el multilateralismo, instrumento para gestionar objetivos nacionales en el plano internacional, en base a intereses compartidos con otros actores. 
AMBITOS PLURILATERALES
G-20 FINANCIERO
• Se constituye en 1999, en el marco de una reunión de Ministros de Economía y Presidentes de Bancos Centrales del G-7. Necesidad de ampliación. 
• Indicadores económicos + criterios de reparto geográfico equitativo.
• Reactivación en 2008, en el marco de la crisis financiera internacional. 
Recursos de poder para Argentina:
· Pertenencia, ser parte de la discusión.
· Intermediario, presentar las demandas de los que no son parte del grupo.
· Articulador de consenso al interior del grupo. 
· Aportes a partir de la experiencia argentina en la crisis.
Grandes temas en el periodo 2008-2010 
a) Coordinación de políticas macroeconómicas: Argentina se amoldó al bloque liderado por EEUU y Reino Unido, favorable a las políticas anticíclicas y al estimulo de la demanda agregada.
b) Regulación del sistema financiero: Argentina se acomodó al grupo liderado por Alemania y Francia, partidario de aumentar los controles fiscales y regular los paraísos fiscales. 
c) Reforma de las instituciones financieras internacionales: Argentina se acopló a la postura de los mercados emergentes, que incluía la revisión y actualización de las cuotas; revisión y flexibilización de las líneas de crédito y recapitalización de algunas instituciones como el BID.
Pertenencia como fuente de presión 
· Más auditorias del FMI.
Propuesta con Brasil: incorporación de la OIT a las discusiones. Esto trajo a colación el tema del empleo (flexibilización laboral o empleo decente) a la hora de resolver crisis. Argentina aprovecha para moldear su agenda. Uso su poder transformado en influencia concreta. 
→ En las cumbres posteriores se discuten temas que exceden la crisis financiera.
RONDA DOHA 
• El 11-s genera grandes expectativas en la Ronda ¿cómo afectaría los debates en curso?
Temas 
a) Cuestión agrícola: no hay una variación. Argentina tiene una posición contraria a los subsidios agrícolas, sosteniendo que debían recibir el mismo trato que los otros bienes. Posición ofensiva. 
b) Acceso a mercados no agrícolas: no es un tema clásico, tiene que ver con la necesidad de diversificar la oferta exportable. Reciprocidad menos que plena (no estaba dispuesta a hacer los mismos recortes que los países desarrollados). Se quería correr la atención a las barreras para arancelarias. Posición defensiva
Estrategia
· Se traspasa el foco de atención del Grupo Cairns al G-20 comercial.
· Actuación en coaliciones negociadoras.
· Acompañamiento a Brasil (momentos de disrupción).
CONSEJO DE SEGURIDAD 
• Impulso en los últimos años. Refleja un proceso de difusión de poder.
• Argentina se opone a la ampliación de los miembros permanentes (diferente a Brasil):
· No hay que ampliar privilegios.
· Hay que re democratizar.
Ambigüedades 
Argentina sí está a favor de la ampliación de los NO permanentes. Se le critica la pasividad, la falta de iniciativa por este tema. 
MIRANDA – “Los países emergentes en el G-20 y la política seguida por Argentina” (2017)
Introducción 
Diversos cambios sistémicos, como consecuencia de la globalización, fueron poniendo en discusión la eficacia de las instituciones internacionales de GF. Así surgieron nuevas instancias multilaterales con intenciones de ser menos formales y más abiertas a la participación de actores de menor poder. La dinámica impuesta por los grupos y cumbres le fue brindando un sentido específico al concepto de gobernanza global. Reflejó la transformación política del mundo, es decir, otro modo de gobernabilidad en el cual el poder pasó a ser “compartido entre múltiples esferas de autoridad”, y cuya manifestación, en lugar de estar en manos de los Estados, ha procurado traducirse en normas y reglas disciplinantes de actores estatales y no estatales. Muestra de ello ha sido la creación del G-20, que en un mismo espacio condensó las relaciones asimétricas de poder entre países desarrollados y países en desarrollo. 
Los países emergentes supieron formar alianzas y coaliciones entre sí bajo objetivos comunes, sostener su pertenencia al G-20 frente a la resistencia de algunos países céntricos y convertirse en un factor de cambio para la estabilidad del sistema económico internacional. Sin embargo, no dejaron de priorizar sus intereses nacionales, a veces disintiendo entre sí, otras concordando con países desarrollados. Cada uno atendió su juego de poder.
La mayor parte de estos países cobró importancia porque eran potencias medias o regionales, lo cual implicaba el uso de poder dentro de un esquema multilateral muy exigente y decisivo. Argentina fue uno de esos países emergentes que formó parte del G-20, y como todos estos países, estuvo llamada a ejercer influencia para promover las iniciativas y propuestas que enunciaba retóricamente.
Los muy pocos estudios y análisis realizados sobre la participación de Argentina en el G-20 coinciden en que el país tuvo objetivos políticos loables en torno a lo que este grupo debía plasmar en la reorientación del sistema económico internacional. Para algunos autores, los objetivos de Argentina no prosperaron en el seno del G-20, como sí prevalecieron los de otros países emergentes, porque a su Gobierno le faltó reforzar el posicionamiento en el grupo, por ejemplo, asociándose con países de Europa. O bien, esos objetivos quedaron en el plano discursivo porque el Gobierno argentino desistió de realizar lo que indicaba la lógica, que era coordinar en el G-20 sus posturas y acciones con Brasil y México, lo cual le hubiese brindado más fuerza política de la que dispuso aisladamente. Para otros autores, en cambio, Argentina tuvo el mérito de ser “árbitro y equilibrista” en su participación en el G-20 al no integrar ninguno de los bloques que se constituyeron en este grupo, lo cual le dio al país un rol independiente en el juego multilateral.
Sin embargo, nada se dice sobre el uso de esa independencia para traducir los objetivos expuestos en decisiones colectivas. Precisamente Argentina, a pesar de haber tenido una participación intensa en el G-20, acusó el problema de no materializar lo que sostenía hasta el punto de quedar fuera de los acuerdos que hubo entre países desarrollados y emergentes sobre el destino de las instituciones financieras internacionales. Hipotetizamos que el Gobierno argentino perdió poder en el sistema financiero internacional, al no acompañar su posición con una estrategia de influencia política en los momentos en que se tomaron decisiones clave vinculadas a la reforma de las IFI.
¿Cambio en la gobernanza global?
· Una perspectiva nos dice que el protagonismo del G-20, después del colapso de 2008, no modificó el curso de la gobernanza global. No hubo un cambio de poder de carácter estructural en la dirección mundial. Es decir, Estados Unidos y sus principales aliados occidentales no han declinado, como se suponía, aun aceptando que otros países lograron un ascenso importante en la economía mundial.
· Otra perspectiva, en cambio, considera que la gobernanza global sufrió alteraciones. La creación del G-20 representó un cambio importante en la naturaleza y composición de la mesa superior, e implicó que los países en desarrollo impulsaran negociaciones directas entre el Norte y el Sur sobre asuntos mundiales.
Por otra parte, el nivel de incidencia de los países emergentes en la modificación de la gobernanza global a través del G-20 tiene dos lecturas posibles. Una que entiende que la incorporación de países emergentes a la conducción económica y política del mundo lo que hizo fue cubrir de dificultades la toma de decisiones sobre la suertedel planeta. La otra lectura, por cierto distinta, evalúa positivamente el arribo de países emergentes a la instancia del G-20, porque interpreta que estos países –junto a las principales potencias– le han brindado otro formato a la agenda del orden internacional.
Desconfianza y rechazo
La primera de las lecturas representa la incomodidad de las economías más desarrolladas frente a la presencia de países emergentes en el juego del poder internacional. Predomina la idea de que la participación de países en desarrollo en el G-20 ha entorpecido la concreción de acuerdos significativos como lo hiciera frecuentemente el G-7.
Layna Mosley y David Singer subrayan la importancia de la unidad decisional que tuvo el G-7 para determinar y promover patrones de gobernanza global. Sin embargo, contrariamente a lo que argumentan Mosley y Singer, hubo cumbres del G-20 en las cuales se planteó una división considerable entre las potencias más relevantes del G-7. Vale mencionar:
· Washington en 2008: En la primera fue notable la diferencia de política económica para superar la crisis financiera disparada por el banco Lehman Brothers, entre Estados Unidos y Gran Bretaña por un lado, y Alemania y Francia por el otro. El Gobierno norteamericano lideró la propuesta de estimular las economías, mientras que la administración alemana encabezó la iniciativa de reforzar la regulación y supervisión de los mercados de capitales
· Toronto en 2010: La canciller de Alemania, Angela Merkel, sostuvo la necesidad de aplicar planes de ajuste por las crisis en Portugal, España y Grecia, y logró imponer la moción de recortar el déficit público para Europa y todos los países industrializados, sobre la posición del presidente estadounidense, Barack Obama, que postulaba la hora de consolidar la recuperación económica.
La falta de acuerdos significativos en el G-20 no es atribuible únicamente a la participación de países en desarrollo, como sostienen Mosley y Singer. Dentro de esta lectura se cree que la ausencia de consenso estuvo relacionada con el debilitamiento del G-7 provocado por la formación del G-20, el cual, según Matthew Morgan, le hizo perder el control de la toma de decisiones a los países desarrollados, luego de haber “gobernado exitosamente la economía del mundo”. Pero esta lectura no tiene en cuenta que los países emergentes de mayor ascenso internacional supieron aprovechar la coyuntura para acomodarse en la estructura de poder mundial, lo cual significó otra sintonía de gobernanza global. Tanto la quinta cumbre del G-20 como la sexta, fueron testigos de esta nueva sintonía política.
La falta de acuerdos significativos en el G-20 tuvo que ver con una nueva realidad del poder internacional cuyo análisis no puede simplificarse a través de la dicotomía entre países desarrollados y emergentes.
La nostalgia por el G-7 y la incomodidad de las economías más desarrolladas ante la intensa participación internacional de países emergentes también se ponen de manifiesto cuando se evalúa el funcionamiento del G-20. Andrew Cooper (2010) entiende que el G-20, en lugar de convertirse en un “comité directivo”, “serio”, con funciones de decisión y gobierno mundial como se había insinuado en las primeras tres cumbres del foro, se tornó en un “improvisado comité de crisis” que desbordó las propuestas de cambio económico-financiero. Por ejemplo, en la octava cumbre, realizada en 2013 en San Petersburgo, Obama llevó el conflicto sirio a la mesa del foro para que este cumpliera un rol similar al del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Es claro que no han sido los países emergentes quienes impidieron el consenso en el G-20. También está claro que no han sido ellos los que más utilizaron el foro para priorizar cuestiones como las promovidas por los países desarrollados.
Indicios de cambio
La otra lectura que trata a los países emergentes como factor de cambio asegura que la participación de estos países en el G-20 ha sido positiva para empujar la modificación de la gobernanza global. Una de las cualidades que se destaca es que el G-20 significó la evolución de las instituciones internacionales por la mayor representatividad adquirida por las mismas a través, por ejemplo, de la incorporación de países en desarrollo a la toma de decisiones mundiales. Así se percibe al G-20 como un ámbito menos burocrático y más democrático, fundamentalmente de mayor legitimidad política.
En el derrotero que ha tenido el G-20, en comparación con el G-8, no se puede dejar de considerar la gran fuerza política y económica de la tríada China, India, Brasil, la cual, por otra parte, también estableció una diferenciación internacional con respecto al resto de los países en desarrollo del nuevo foro. El G-20 ha sido mucho más representativo que el G-8, pero también es cierto que reprodujo la escala de poder mundial del presente siglo.
¿Un desafío?
Quienes afirman que la irrupción de las economías en desarrollo ha dificultado el consenso de las decisiones mundiales, como quienes sostienen que tal irrupción ha sido saludable para las relaciones internacionales, coinciden en un aspecto: los países emergentes modificaron las reglas de gobernanza global. Paul Cammack hipotetiza que el cambio en la gobernanza global ha sido a favor de los emergentes, lo cual tiene cierto asidero fáctico, pero profundiza la hipótesis y señala que a pesar de las ventajas obtenidas por los países emergentes desde el G-20, estos no han desafiado la autoridad o los objetivos de las IFI.
Robert Wade concluye que Estados Unidos, a través del G-7, continuó dominando la política y economía mundiales por encima del pasaje que se dio de un escenario unipolar a otro multipolar. Wade pone el acento en que el Gobierno norteamericano ha percibido a Brasil, China, India y Sudáfrica como un núcleo básico que supo concertar sus acciones diplomáticas frenando las iniciativas de Estados Unidos y la Unión Europea. Pero tal autor insiste en que, si bien el hegemón optó por una estrategia política defensiva en ámbitos multilaterales, conservó su autoridad y dominio en el G-20, el FMI y el Banco Mundial. Justamente las viejas IFI, que en un principio fueron blanco de cuestionamientos y de cuyas reformas se decía que dependía el futuro del sistema económico mundial, recuperaron rápidamente el protagonismo.
Sobre las razones por las cuales los países emergentes no desafiaron a las IFI existen distintos puntos de vista:
· Algunos estudiosos consideran que estos países no pudieron modificar el status de las IFI porque carecieron de recursos y capacidades para llevarlo a cabo. Uno de los fundamentos es que Estados Unidos recobró el liderazgo y manejó el G-20, sobre todo desde la cumbre de Londres en la cual, si bien fue palmario el reposicionamiento de China en busca del “diálogo estratégico y económico” con el hegemón, Obama comenzó a decidir lo que él quería. Otro de los fundamentos es que los países emergentes no pudieron llenar el vacío que fueron dejando tanto Estados Unidos como Europa a través de sus respectivas declinaciones.
· Otro grupo de analistas piensa que los países emergentes no hicieron frente a las IFI porque no supieron cambiar la concepción y estructura de las mismas.
· Por último, desde otro ángulo académico, se asevera que los países emergentes no quisieron desafiar a las IFI. Se da por sentado que estos países han tenido un gran protagonismo internacional y que han sido escuchados. Sobre todo porque desde el interior del sistema capitalista mundial innovaron a través de vínculos regionales y circuitos transnacionales en el marco Sur-Sur.
Coincidencias, diferencias y desmarques
Una de las razones por las cuales algunos de los países emergentes no quisieron desafiar la autoridad o los objetivos de las IFI estaba relacionada con la ausencia de una coordinación política que aglutinara el marco extra G-7. Además de las clásicas diferencias entre actores estatales según la cuestión de que se trate, entre los países emergentes no hubo coaliciones estables, a excepción del grupo BRICS que funcionócomo tal en algunos temas puntuales. Los países emergentes coincidieron en las condiciones objetivas de no contar con una economía avanzada y de no haber manejado el sistema financiero internacional, condiciones que los llevaron a concordar en aspectos discursivos. Pero entre estos países hubo líneas jerárquicas de poder y cada uno, sobre todo los principales, portó un proyecto político distinto en objetivos, intereses y estrategias.
Sobre las IFI en particular, los países emergentes han discrepado entre sí. Algunos de estos países, al valorar positivamente el lugar ocupado por ellos en el sistema económico internacional, eligieron jugar dentro de las mencionadas instituciones, fundamentalmente una vez que lograron incrementar su poder de voto en las mismas. Esta conquista pareció ser la preocupación común entre ellas, porque el propósito de una gran reforma de las IFI, pactado en la primera cumbre, fue languideciendo.
Idealización y realidad
En su participación en el G-20, Argentina no buscó sostener el status quo de las IFI. Mantuvo una actitud transformadora siguiendo los puntos básicos que promovieron la realización de la primera cumbre del G-20, y que supuestamente iban a ser tratados y resueltos en los sucesivos encuentros presidenciales.
Argentina creyó que con la reforma de las IFI era posible la creación de un nuevo sistema económico mundial. Imaginó la posibilidad de “otro capitalismo”, un “capitalismo en serio” ligado al “progreso social”. La propuesta argentina –junto a otros países emergentes– era la de contribuir a formar una estructura institucional geográficamente más representativa y equilibrada entre economías desarrolladas y en desarrollo, con mayor participación de estas en el proceso de toma de decisiones.
A pesar del incremento del poder de voto de los países no avanzados, que del 39,40 % del total después de la reforma trepó al 42,10 %, la posición argentina dentro de la estructura de poder del FMI fue una de las más perjudicadas. En efecto, vio reducido su poder de voto de 0,66 % del total a 0,32 %. Esto resultó extraño porque cumplió con las ratificaciones legislativas solicitadas por el FMI en cuanto al aumento de su cuota y a las tres reformas realizadas en la institución internacional.
Sin embargo, no fue extraño que Argentina, aún sin ser beneficiada a través de la reforma, se distinguiera por su actitud transformadora entre los países emergentes integrantes del G-20. Tal actitud la ubicó próxima al grupo BRICS, aunque, al no formar parte de este grupo se movió con mayor margen de maniobra en función de sus prioridades nacionales.
No obstante, Argentina carecía de peso en el G-20. En la retórica encontró apoyo, no así para formalizar una decisión colectiva. No solo el escenario internacional de 2010 era muy diferente al de 2008, también el G-20 había entrado en otra etapa política. El foro se fragmentó en torno a la resolución de la crisis europea, y paralelamente el grupo BRIC se fue diferenciando cada vez más del resto de los países emergentes, entre los cuales se encontraba Argentina. Las propuestas de países latinoamericanos relacionadas con la agenda económica mundial que prosperaron, y en las que estuvo involucrada Argentina, fueron las impulsadas por Brasil al contar este país con suficiente crédito en el G-20 para llevarlas a buen puerto.
Soledad política 
Es cierto que los países desarrollados, como los países emergentes más poderosos, hicieron propuestas puntuales que no lograron ser aprobadas en el G-20. Pero también es cierto que los países emergentes de mayor empuje, una vez que lograron posicionarse en el FMI, luego en el G-20 tuvieron un proceder muchas veces cercano a los puntos de vista de los países desarrollados. Aquellos países emergentes optaron por una actitud pragmática, mientras Argentina mantuvo su actitud transformadora inspirada en las razones que movieron la cumbre de Washington, las cuales apuntaban al cambio radical de la IFI.
La posición de Argentina ha sido consistente en el G-20 en por lo menos once cuestiones, entre ellas, eliminar paraísos fiscales, mayor poder de decisión a los países emergentes, mantener estímulos fiscales, supervisar calificadoras de riesgo, controlar los fondos buitres y reformar las instituciones de Bretton Woods. Pero es fundamental considerar que en el reto al FMI, Argentina prácticamente quedó en soledad política.
Es cierto que en la cumbre de Los Cabos, los BRICS neutralizaron el intento de algunos países desarrollados de proponer la exclusión de Argentina del G-20. Pero al mismo tiempo, no atendieron la idea del Gobierno argentino de llevar una batería de propuestas que podía sensibilizar las economías desarrolladas. Al contrario, los BRICS y otros países se movieron con aportes al FMI para ayudar a Europa.
La coordinación imaginada entre Argentina, Brasil y México para impulsar posiciones comunes y desarrollar acciones conjuntas en el ámbito del G-20 existió de manera intermitente, no estuvo focalizada en el área temática económico-financiera y se centró en otras cuestiones. El entendimiento entre Argentina y Brasil tuvo cierta regularidad porque subyació fuertemente la alianza regional entre ambos países y las afinidades intergubernamentales. Pero la participación brasileña estuvo atada a su objetivo de gravitar en el G-20 para ser decisor de la “reconfiguración del orden económico mundial” De modo, entonces, que el interés nacional de Brasil se volcó mucho más hacia los propósitos del grupo BRICS que hacia la combinación de metas con Argentina.
Conclusión 
La actitud transformadora de Argentina resultó intrascendente. Su participación tuvo intensidad, pero sin contundencia diplomática para sostener lo que pretendía. Sin encender la capacidad de hacer, Argentina aumentó su intrascendencia y los trazos autonomistas permanecieron en las palabras, mientras varios países emergentes se acomodaban con más poder gracias a las reformas de las IFI.
AAVV – “Debate” (2005)
EMILIO CÁRDENAS 
En septiembre del 2003 el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi A. Annan, anunció la convocatoria de un grupo de personas eminentes, de alto nivel, para que se pronunciara acerca de cómo aumentar la eficacia de las Naciones Unidas. El respectivo Informe fue presentado en diciembre del 2004 y dado a conocer públicamente mediante un documento distribuido desde la Asamblea General de la ONU como documento A/59/565 el 2 de diciembre del 2004.
La visión general 
El Informe comienza recordando que los fundadores de las Naciones Unidas confirieron al Consejo de Seguridad la responsabilidad primordial por el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Los expertos señalan, de inicio, para evitar confusiones fáciles, que el Consejo fue creado para ser un órgano “responsable” y no solamente “representativo”, que pudiera “pasar decididamente a la acción”. Cualitativamente, la cuota de representatividad es, en rigor, función inversa del grado de eficiencia posible para la delicada labor a cargo del Consejo. A mayor número, menor eficiencia entonces.
Las primeras consideraciones del Informe comentado agregan puntualmente que, desde el inicio, la composición del Consejo de Seguridad estuvo relacionada no solamente con la representación geográfica, sino también con la contribución de los Miembros del mismo al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales.
La realidad descarnada
Las primeras consideraciones del Informe agregan puntualmente que la “la distribución del poder” mundial no es hoy la misma que aquella que existía en 1945. Es evidente. Hay ciertamente en la actualidad algunos Estados con mayor importancia relativa en la comunidad internacional y en las Naciones Unidas, y otros cuya influencia en cambio es ahora notoriamente menor. Esto ocurre incluso entre los propios Miembros Permanentes actuales del Consejo de Seguridad. El caso más claro es el de Francia, que ha perdido buena parte del peso relativo que otrora tuviera.
El Informe continúa señalando que las reacciones del Consejo de Seguridad han sido lentas.La verdad es que, en líneas generales, ello es así. Pero ha habido casos en los que la respuesta del Consejo a algunos eventos ha sido llamativamente veloz. Como sucediera, por ejemplo, luego de los atentados del 11 de septiembre del 2001.
El Informe destaca que desde el final de la Guerra Fría, cuando salió de un largo letargo, la eficacia del Consejo de Seguridad ha aumentado. Su agenda y carga de trabajo también, notoriamente. Pero agrega que no siempre ha sido equitativo.
Enseguida el Informe señala que las contribuciones financieras y militares que aportan a las Naciones Unidas algunos de los Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad son “modestas” (debió decirse “ridículas”) en comparación con su “condición especial” (debió decirse “privilegiada”). El caso particular de China es, en esto, absolutamente paradigmático, desde que sus contribuciones son realmente mínimas.
Más adelante, el Informe, desordenadamente, agrega una reflexión acerca del derecho que tienen los Miembros Permanentes de excluir del “orden del día” del Consejo las cuestiones que deseen. Esto, sumado al derecho de veto, reduce la confianza de la comunidad en la labor del órgano.
La posible reforma del CS
Para los expertos, el problema central de cualquier reforma del Consejo que se intente es hacerlo (A) más eficaz; y (B) más digno de crédito. Para esto sostiene que aquellos miembros de las Naciones Unidas que más contribuyen participen más en la adopción de las decisiones del Consejo. Esto no quiere necesariamente decir, que deban pertenecer al Consejo. Más bien, que tengan un diálogo abierto y fluido con él.
El Informe agrega que “quienes tienen atribuciones especiales en la adopción de decisiones” (esto es, el privilegio de ser Miembros Permanentes y poder vetar cualquier resolución sustantiva del Consejo) deben aportar “mayores contribuciones”. Esto no pasa solamente por lo militar en el terreno, desde que algunos Miembros Permanentes tienen sus “propios problemas” que, en algunos casos, desaconsejan su participación en los contingentes de paz. Pero pueden aportar equipos y armamentos, otros recursos, o simplemente más dinero, y rara vez lo hacen.
Los expertos incluyen en el Informe una obviedad: el llamado a formar “consensos firmes” en el Consejo. De concretarse una reforma, los expertos dicen que ella debería cumplir con algunos principios que el Informe detalla, a saber:
· Mayor participación en el proceso de adopción de decisiones a quienes más contribuyan a las Naciones Unidas desde el punto de vista financiero, militar o diplomático. Especialmente agregan, con relación al presupuesto, a las operaciones de paz y a las aportaciones voluntarias para seguridad y desarrollo.
· Incorporar al proceso de adopción de decisiones a países que sean más representativos de la composición de la ONU, especialmente del mundo en desarrollo.
· Cualquier reforma no debe hacerse en desmedro de la eficacia del Consejo. Trabajar con 15 miembros supone ya un gran esfuerzo. Tener que hacerlo con un número aún mayor complicará todavía más la tarea cotidiana.
· Debe tenderse hacia la estructuración de un Consejo de Seguridad más democrático y más transparente, en el sentido de rendir mejores cuentas acerca de su actuación.
Con estas reflexiones, el Informe se pronuncia, sin titubeos, en favor de la ampliación del Consejo de Seguridad. Reconociendo que el respectivo debate ha tomado ya doce años sin alcanzar consensos, los expertos se animan a proponer dos modelos diferentes para su próxima discusión por parte de la membrecía.
Para conformar los modelos se tomaron en consideración sólo cuatro grandes regiones geográficas: África, Asia y el Pacífico, Europa y América. Lo que no supone que los expertos sugieran alterar la composición de los grupos regionales actuales que se utilizan para las distintas elecciones. En realidad, aclaran que no lo hacen. La división que resultó adoptada diluye, en nuestro criterio, a América Latina, que en cualquiera de los modelos retrocede en materia de representatividad ante las Naciones Unidas.
Los dos modelos propuestos
Cabe aclarar que ninguna de las dos variantes allí propuestas coincide con la pomposamente llamada “posición oficial argentina”. La que se sintetiza en que nuestro país aboga por el aumento de los sitios “no-permanentes” del Consejo.
• La primera propuesta es la denominada “Modelo A”. Esta variante propone crear seis nuevos asientos permanentes, aunque sin derecho de veto, y tres nuevos asientos “no-permanentes”, de igual duración que los actuales, es decir de dos años de duración.
Los nuevos puestos permanentes se repartirían del siguiente modo:
· A África: 2. Este continente, que hoy no tiene asiento permanente alguno en el Consejo, pasaría -de la noche a la mañana- a tener dos. Tendría, además, 4 asientos “no-permanentes”. En total, seis asientos, como cada una de las cuatro grandes regiones diseñadas.
· A Asia y el Pacífico: 1. Sumando el que tiene China, habría un nuevo asiento permanente para esta región. Cabe presumir que el nuevo asiento permanente sería para Japón, el segundo mayor contribuyente de la ONU, pero no puede olvidarse que la India (con la oposición de Pakistán) pretende sonoramente lograr un asiento permanente para sí y que China parece no estar demasiado convencida de la necesidad de aceptar a Japón, lo que complica el panorama en esta región. A esto se agregarían tres asientos no permanentes. Nuevamente, para alcanzar para la región, en su conjunto, un total de seis asientos.
· A Europa: 1. Aquí el número “puesto”, en este modelo particular, pareciera ser Alemania (que es el tercer mayor contribuyente de la ONU). Con cuatro asientos permanentes en este modelo, Europa tendría además dos asientos “no-permanentes”, lo que limitaría muy severamente el acceso de los demás países del Viejo Continente al Consejo de Seguridad.
· A América: 1. Los dirigentes de Brasil creen que este asiento permanente es para Brasil, porque le “corresponde”. De ser así, Argentina, Canadá y México quedarían afuera, para siempre. Como “premio consuelo”, la región tendría 4 asientos “no-permanentes” en el Consejo. Pero una inmensidad de candidatos.
• La segunda variante propuesta por los expertos es la denominada “Modelo B” Para esta segunda alternativa, exactamente como en la anterior, el número total de miembros del Consejo de Seguridad aumentaría a 24. No obstante, a diferencia de la anterior, que no crearía nuevas “categorías” de miembros, ésta sí lo haría.
En efecto, propone la creación de una nueva categoría de ocho asientos con un mandato renovable (a diferencia de los “no-permanentes” que son no renovables) de cuatro años (a diferencia de los “no-permanentes” que duran solo dos años) y agregar un nuevo asiento “no-permanente” al Consejo de Seguridad.
La distribución de los nuevos puestos a crearse se haría en términos absolutamente igualitarios entre cada una de las cuatro regiones geográficas propuestas por los expertos, las que, además, en total siempre tendrían seis asientos en el Consejo de Seguridad.
América tendría tres asientos “no permanentes” entonces, pero esto incluye ahora a Canadá, un miembro muy generoso y activo de las Naciones Unidas. Para la Argentina, esta segunda variante, aunque propone menos asientos “no-permanentes”, lo que va en desmedro de las posibilidades de acceso por esa vía, luce -a primera vista- como preferible. Para Brasil, ciertamente no.
Más criterios sugeridos 
Además de los dos modelos comentados, el Informe sugiere algunos criterios adicionales:
· La Asamblea General debería, en ambas alternativas y teniendo en cuenta las prácticas regionales elegir para el Consejo en los puestos permanentes o de mayor duración preferentemente a quienes estén entre los tres primeros contribuyentes al presupuesto ordinario, o sean alguno de los tres primeros contribuyentes voluntarios, o estén entre los tres mayores contribuyentes de efectivos para las Misiones de Paz. Salvo el tercer criterio, esto es problemático para la Argentina si se computa al Canadá como paísahora perteneciente a la región de América.
· Los expertos aclaran que ninguna modificación de la estructura del Consejo debiera considerarse como “permanente o inimpugnable” en un futuro. 
· Que respecto del derecho de veto se instituya un sistema de “voto indicativo”, en virtud del cual los miembros del Consejo puedan pedir que se haga, antes de cualquier votación una “indicación pública” de cuál será la postura que en un caso en particular adoptarán los titulares del derecho de veto.
· Que se incorporen al Reglamento del Consejo -y se formalicen- procesos que mejoren la transparencia del Consejo y su rendición de cuentas.
· Que el Asesor Militar del Secretario General y su personal inmediato estén a disposición del Consejo, cuando éste lo pida, para asesorarlo técnica y profesionalmente. Esto podría, creemos, decidirlo el Consejo.
RUT DIAMINT
Con el objetivo de establecer criterios, Annan conformó una Comisión de dieciséis Expertos que se expidió sobre las fallas del sistema multilateral. Esta Comisión señala algunos problemas de funcionamiento, entre ellos, os numerosos empleados de la Secretaría General (cerca de ocho mil); los desajuste en los recursos de información; la falta de transparencia en los gastos de la organización o la complejidad de la administración.
Las reformas propuestas por los expertos suscitan algunas dificultades. Por ejemplo, la definición de las amenazas. En el reporte del grupo de personalidades se diferencian seis tipos de amenazas: de orden económico y social –especialmente derivadas de la situación de pobreza-, conflictos entre estados, conflictos intra estados, la proliferación de armas de destrucción masiva, y el terrorismo y la criminalidad trasnacional organizada. En la concepción de los expertos, coincidente con la Declaración del Milenio, el eje del nuevo sistema de seguridad colectiva es el desarrollo.
Hay coincidencia entre los expertos en aumentar a 24 miembros el número de participantes en el Consejo de Seguridad, así como se concuerda que esta reforma no debe modificar el veto restringido a los cinco miembros actuales (China, Francia, Gran Bretaña, Rusia y Estados Unidos). Sin embargo, los 16 expertos no lograron una conformidad acerca de los nuevos miembros permanentes sin derechos a veto.
Considerar que la ampliación es por sí mismo un avance democrático es un error. Dependiendo de cómo se reforme el Consejo de Seguridad, la inclusión de nuevos miembros puede reforzar los poderes de las potencias, debilitando la voz de los Estados menores. Asimismo, no es automático que una nación latinoamericana represente mejor los intereses de la región; al menos, sería necesario que esa representación estuviera claramente expresada y negociada.
¿Qué es más conveniente para Argentina? Primero deberíamos decir que, si entre dieciséis expertos de diferentes naciones no se logró concordar, es casi impensable que 191 Estados logren un consenso como para reformar la carta de las Naciones Unidas. Sin la aprobación de dos tercios de la Asamblea General y la totalidad de los miembros permanentes del Consejo, la reforma no se efectivizaría. Aunque puedan existir acusaciones fundamentadas sobre la ineficiencia, los cambios pueden abrir una caja de Pandora de consecuencias impensadas. No es un problema de representatividad regional sino de compromiso político y eficacia.
En segundo término, la composición del Consejo de Seguridad de 1945 respondía a un balance de poder que reflejaba el triunfo de los aliados en la segunda guerra. Desde 1989 se habla de un mundo incierto donde se distingue un poder unilateral hegemónico, pero es un sistema internacional en continua transición, por lo cual es muy complejo e infundado definir ahora los liderazgos que en los próximos veinte años conducirán el compromiso por la paz y la seguridad internacionales.
En tercer término, como sostuvo el delegado argentino, las Naciones Unidas está representada por naciones y no por regiones, mientras que una representación por regiones puede bloquear las iniciativas y desfavorecer la democratización del organismo de seguridad.
PEDRO VILLAGRA DELGADO
Grupo de alto nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio
El “Grupo de alto nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio” aborda diversos aspectos del sistema de las Naciones Unidas relacionados con la paz y la seguridad internacionales proponiendo algunas reformas.
Establecer criterios que permitan fortalecer el sistema de seguridad colectiva respetando las normas establecidas en la Carta de las Naciones Unidas debería ser más importante que la reforma de la estructura de aquel órgano en sí misma. Por ello, el mejoramiento multilateral de los mecanismos de prevención de conflictos y de la diplomacia preventiva podrían haber merecido un tratamiento más profundo. “La Agenda para la Paz” del Secretario General Boutros Boutros Ghali contenía propuestas más concretas en ese sentido que el presente informe.
El multilateralismo y la seguridad colectiva
La calidad de respuesta de los órganos del sistema debe mejorar su eficiencia y la equidad de su funcionamiento. Todos los países deben participar en el proceso de modernización requerido y deben tener la oportunidad de hacer su aporte al funcionamiento del sistema, porque sólo un ejercicio auténticamente colectivo que contemple el interés de todos los actores, grandes y pequeños, aumentarán la legitimidad de cualquier nuevo sistema. No es con la profundización de privilegios o el nacimiento de otros nuevos que ese resultado será logrado. Lo que hace falta es una reforma en la sustancia de la estructura legal y política vigente y por ello es menester revisar primero el sistema internacional de seguridad colectiva para asegurar su funcionamiento más justo y racional. Recién luego, cuando se hayan alcanzados los consensos indispensables en estos asuntos de fondo, será posible determinar cuáles serán los instrumentos adecuados para ponerlo en práctica y analizar el diseño que aquellos deberían tener.
El informe contiene pocos elementos novedosos y practicables en el sentido de las reformas sustantivas, salvo en lo referido a la responsabilidad de proteger o la interpretación de la noción de legítima defensa preventiva, y sólo avanza en la ampliación del Consejo de Seguridad, que debería ser una consecuencia del establecimiento de nuevos consensos y prácticas y no un fin en sí mismo.
El documento no presta suficiente atención a que el principal obstáculo para la paz y la seguridad es la ausencia de un consenso global sobre qué constituye una amenaza ni sobre la percepción de su importancia por los distintos países.
El CS
Los cambios operados desde el fin de la guerra fría parecen indicar que la ecuación de realismo político que llevó a la constitución del Consejo de Seguridad ha cambiado, pero no necesariamente en el sentido que proponen la mayoría de los más entusiastas sostenedores de la reforma al Consejo, sino más bien en el sentido de que debería reducirse el número de miembros permanentes y limitar del derecho de veto de los que hoy lo tienen.
La futura ampliación del Consejo de Seguridad puede tener también consecuencia prácticas inmediatas. Si un cuerpo de 15 miembros ha tenido dificultades para encontrar acuerdos frente a algunas crisis de importancia, cabe suponer que un órgano ampliado tendrá aún más problemas y será menos ejecutivo.
Se ha sostenido también que el carácter de miembro permanente del Consejo de Seguridad debería acompañar a la circunstancia de que un país sea principal contribuyente financiero a las Naciones Unidas y particularmente a sus operaciones de paz. Sin embargo, este es un elemento que puede no ser relevante al momento de resolver crisis internacionales vinculadas al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, como lo demuestra claramente la situación de algunos de dichos principales contribuyentes, quienes juegan papeles relativamente pequeños en la resolución de las crisis que involucran el uso de la fuerza o conflictos armados, esencialmente porque carecende poder militar y político de primer orden.
Propuestas de reforma
Para justificar la reforma, el informe establece esencialmente cuatro principios, a saber:
a) Dar mayor participación en el proceso de adopción de decisiones a quienes más contribuyan a las Naciones Unidas desde el punto de vista financiero, militar o diplomático;
b) Incorporar al proceso de toma de decisiones a países más representativos de la composición general de la organización, especialmente del mundo en desarrollo;
c) Las reformas no deberían redundar en desmedro de la eficacia del Consejo de Seguridad, y;
d) Las reformas deberían hacer del Consejo un órgano más democrático.
Los criterios incluidos en el punto a) son por definición variables y la misma historia de la ONU lo demuestra, ya que la situación económica, política y hasta militar de las naciones no es estática. Es decir que estos criterios no podrían servir para la determinación de membrecías permanentes porque ellos mismos no lo son. Por lo demás, todo indicaría que la posibilidad de ser reelegido como miembro no permanente, según la segunda fórmula, podría ser un estímulo para que aquellos grandes contribuyentes continúen siéndolo. Por el contrario, de lograr un asiento permanente ese estímulo puede desaparecer dado que conservarían el puesto aunque sus contribuciones disminuyan.
El principio contenido en b) debería excluir por definición la creación de nuevos puestos permanentes, pues la perpetuidad es intrínsecamente antagónica con la noción de representatividad en un contexto democrático. La incorporación de nuevos países para ampliar el espectro en la toma de decisiones no tiene porqué hacerse mediante representantes permanentes, ya que los miembros no permanentes tienen el mismo carácter representativo durante los períodos que duran sus mandatos. Si el objetivo que se persigue es mejorar la representatividad y democratizar el Consejo de Seguridad, resulta evidente que sólo la segunda fórmula propuesta puede satisfacer esos criterios.
El principio contenido en c) sobre la eficacia del Consejo debería ser crucial para quienes el funcionamiento eficaz del sistema legal creado por la Carta resulta de fundamental importancia para la preservación de un orden internacional basado en reglas. Si un cuerpo de 15 miembros ha tenido dificultades para encontrar acuerdos frente a algunas crisis de importancia, cabe suponer que un órgano ampliado, sobre todo con nuevos miembros permanentes que integrarían el órgano a perpetuidad, tendrá aún más problemas y será aún menos ejecutivo. 
Finalmente, el principio contenido en d), que propugna hacer del Consejo un órgano más democrático, es también intrínsecamente contrario a la creación de nuevos miembros permanentes. Las nociones de justicia, equidad y democracia que algunos invocan para ampliar el número de miembros permanentes del Consejo y de las que el informe del Panel se hace eco, debería en realidad llevar a la conclusión de que nadie debería tener puestos permanentes o derecho de veto. Por ello es un privilegio que, como mal necesario, debería restringirse en la medida de lo posible y en ningún caso ampliarlo. 
Por ello puede decirse que la propuesta de reforma del Consejo de Seguridad que comporta la creación de nuevos puestos permanentes está en contradicción con los principios que el mismo informe establece que debieran guiar dicha reforma. La propuesta de reforma del segundo modelo, que no incluye la creación de nuevos miembros permanentes, resulta más equitativa y permitiría un razonable sistema de rotación entre todos aquellos países que quieran realizar su aporte a las labores del Consejo y a cada región determinar periódicamente quienes deberían ocupar esos cargos.
ESTANISLAO ZAWELS
Definiciones 
El Consejo de Seguridad es el órgano de las Naciones Unidas encargado de mantener la paz y seguridad internacionales. Dicho de otro modo es el corazón del Sistema de Seguridad Colectiva heredado de la Segunda Guerra Mundial. El profesor Yoram Dinstein define la Seguridad Colectiva como la postulación de la institucionalización del uso legal de la fuerza por parte de la comunidad internacional. Implica un tratado internacional que crea una agencia internacional con capacidad para emplear la fuerza contra un agresor.
El CS se encuentra constituido por 15 miembros, cinco de los cuales son miembros permanentes con derecho a veto. El único criterio explícito en la Carta para elegir un integrante del Consejo de Seguridad se refiere a los miembros no permanentes y es la “necesidad de prestar especial atención a la contribución de los miembros de las Naciones Unidas al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales y a los demás propósitos de la Organización, como también a una distribución equitativa.
Las etapas atravesadas por el Consejo de Seguridad
La eficacia de un organismo internacional se puede medir a través de la manera en que éste cumple con su mandato y de esa manera, en los casi 60 años de historia desde que el Consejo de Seguridad sesionara por primera vez en Church House, en la ciudad de Londres, se pueden distinguir claramente tres etapas de su funcionamiento:
 → La primera y más larga duró 45 años y abarcó toda la guerra fría. En esta etapa inicial el Consejo tuvo una efectividad limitada por la frecuente falta de consenso entre los miembros permanentes. Casi la totalidad de los conflictos que escalaron a nivel de confrontación armada se originaron en el proceso de descolonización. 
→ La segunda etapa comienza formalmente con la invasión de Iraq a Kuwait en 1991 y termina el 11 de septiembre de 2001. En este período el Consejo alcanzó su mayor grado de efectividad, a pesar de algunos resonantes fracasos.
→ La tercera etapa, que recién empezamos a transitar, tiene elementos comunes a los dos etapas anteriores. La primera etapa nos es recordada por la postura de los Estados Unidos de no querer sujetar a la decisión del Consejo ciertas trascendentes acciones en el campo de la seguridad internacional, como en el caso de Afganistán e Iraq. La segunda etapa lo es por la nutrida agenda de conflictos que lleva al Consejo a estar involucrado en los Balcanes, Sierra Leona, República Democrática del Congo, Liberia, Haití, Sudán. La incertidumbre creada por la primera circunstancia nos lleva a preguntarnos sobre la viabilidad futura del Consejo de Seguridad y, en consecuencia, del sistema de seguridad colectiva establecido por la Carta de la ONU.
La importancia de pertenecer al CS
Con un Consejo activo y eficaz crece la importancia de integrar el Consejo de Seguridad. Integrarlo se convierte en un fuerte elemento de prestigio que, sabiendo utilizarlo, permite a ese país promover su imagen y ejercer su influencia más allá de los temas de paz y seguridad, por ejemplo en el campo económico y comercial.
La reforma
Con el advenimiento de la segunda etapa, se inicia también un nuevo proceso de reforma del Consejo de Seguridad. Este se inicia en la cuadragésima séptima Asamblea General, en 1992, por iniciativa de un pequeño grupo de países donde se encontraban India y Brasil. La propuesta se centró en el tema de la ampliación del Consejo. En 1993 la Asamblea estableció el “Grupo de Trabajo de composición abierta sobre la cuestión de representación equitativa y del aumento del número de sus miembros y otros asuntos relativos al Consejo de Seguridad”.
En dicho Grupo de Trabajo aparecieron rápidamente las siguientes grandes categorías de posiciones:
- los que buscan una ampliación de los miembros permanentes y no permanentes, con distintas alternativas respecto a los primeros para otorgarles o no el derecho de veto;
- los que no desean expandir la categoría de miembros permanentes y proponen distintas alternativas, incluyendo posibilidades de rotación, para el incremento de miembros no permanentes. En esta categoría se encuentra Argentina, pero también España, Italia, México, Nueva Zelandia, la República de Corea, Pakistán y Canadá, entre otros;
- los que son indiferentes a las soluciones que se adopten y cuyas posiciones seránconocidas cuando se ponga a votación en la Asamblea General un proyecto de resolución modificando la Carta de las Naciones Unidas.
El proceso, que ya lleva más de diez años, se estancó muy rápidamente, justo sobre el tema de la ampliación de los miembros. No obstante lo anterior, pareciera que el tema se vuelve a mover con posibilidades de llegar a una decisión. Motivado, entre otros aspectos, por este propósito y en el marco del seguimiento de los resultados de la Cumbre del Milenio, el Secretario General creó, en 2001, el “Grupo de alto nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio”. El panel elaboró un trascendente informe que recoge muchos de los temas que existen en la agenda internacional y que deberían ser incorporados a la discusión sobre un sistema de seguridad colectiva para el siglo XXI.
Los criterios
A la luz del estado actual del tema es relevante examinar los criterios utilizados por aquellos que buscan incrementar la membrecía permanente del Consejo y evaluar las posibles consecuencias de un aumento de la misma.
El informe del Panel de alto nivel propone los siguientes criterios tanto para miembros permanentes, miembros no permanentes con mandatos ampliados o miembros no permanentes con mandato normal: “quienes más contribuyen a las Naciones Unidas a la paz y seguridad internacionales: desde el punto de vista financiero, militar o diplomático, especialmente en cuanto a las cuotas para el presupuesto prorrateado de las Naciones Unidas, la participación en operaciones de paz, las aportaciones a actividades voluntarias de las Naciones Unidas en materia de seguridad y desarrollo y a las actividades diplomáticas en apoyo a los objetivos y mandatos de las Naciones Unidas.”
Los autocandidatos a miembros permanentes postulan, a su vez, una serie de criterios, cortados a medida para justificar dicha reforma. Estos, lógicamente, calzan de manera distinta según los Estados que se traten. Según ellos justifica el ingreso como miembro permanente el mayor tamaño del país o el de su población, su contribución al presupuesto ordinario de la ONU, la necesidad de hacer más democrático el Consejo, la antigüedad de la aspiración, entre otros. Otros criterios que no son esgrimidos públicamente pero que algunos dejan entrever hace a la tenencia de armamento nuclear o a la posibilidad de adquirirlo.
Las posibles consecuencias
Imaginemos ahora el efecto práctico de aumentar los miembros permanentes. Hasta ahora los miembros permanentes se han reservado temas, conflictos o áreas de influencia fuera de la jurisdicción del Consejo de Seguridad, en parte por el derecho de veto pero más aún por una especie de acuerdo de reciprocidad. De aumentarse la categoría de miembros permanentes estos “temas intangibles o reservados” se ampliarán en la medida del aumento.
La reforma del Consejo para la Argentina
El objetivo estratégico para la Argentina es un Consejo de Seguridad activo y eficiente que contribuya al concepto de la seguridad colectiva y en consecuencia resulte una garantía para su seguridad, la de su región y la global. Ello requiere redefinir el tipo de amenazas y lograr un consenso general sobre la ventaja de actuar con los instrumentos que posee la ONU.
Quedar fuera de una reforma de esta característica sería un quiebre con el más que centenario protagonismo de Argentina en la diplomacia multilateral, incluyendo en los temas relativos a la paz y seguridad internacionales. Tradición que la habilita a continuar siendo un interlocutor de primer orden, tanto en la región como en el plano universal.
EMILIANO CISNEROS
El actual proceso de reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se inició formalmente en 1993, cuando bajo la égida de la Asamblea General se conformó un grupo de trabajo de composición abierta con el título “Cuestión de la representación equitativa en el Consejo de Seguridad y el aumento del número de sus miembros”. Este grupo de trabajo, del que la Argentina es participante, concentró sus esfuerzos en dos grandes áreas: el incremento de los miembros y materias relacionadas, por un lado, y métodos de trabajo y transparencia, por el otro.
Tras diez años sin avances sustanciales en el primero de los puntos, en noviembre de 2003 el Secretario General de las Naciones Unidad Kofi Annan impulsó la creación del Panel de Alto Nivel sobre Amenazas, Desafíos y Cambio de las Naciones Unidas. Este grupo de 16 wisemen de diversos países presentó a fines del año pasado un informe titulado “Un mundo más seguro: nuestra responsabilidad compartida”, con 101 recomendaciones que Annan no ha hesitado en calificar, en su carta de elevación de las mismas a la Asamblea General, como “la serie de propuestas para alcanzar una respuesta común más exhaustiva y coherente que yo haya visto jamás”.
Dicho informe, que deberá someterse ante la Asamblea General en septiembre de este año, tuvo básicamente tres objetivos bajo análisis: examinar las amenazas globales actuales y los desafíos futuros para la paz y la seguridad internacionales; identificar claramente la contribución que una respuesta colectiva puede brindar para enfrentar dichas amenazas y recomendar los cambios necesarios para asegurar una respuesta colectiva eficaz. 
Es principalmente este último punto, y la posibilidad que lleva implícita de modificación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el que dio sustento a las esperanzas de algunos países por pasar a formar parte del, hasta hoy, quinteto de miembros que detentan los dos privilegios más codiciados en el seno de la Organización: la permanencia dentro del Consejo y la facultad de veto. A este respecto, el Alto Panel presentó dos alternativas a ser debatidas en el ámbito de la Asamblea General.
Pero la eventual reforma y ampliación del Consejo de Seguridad no se presenta como un trámite simple. Esto, tal vez, es lo que lleva al Embajador Arnoldo Listre a traer a colación el oportuno comentario, un tanto cínico, de un colega suyo de sus tiempos de representante Argentino ante las Naciones Unidas, de que “la reforma del Consejo de Seguridad es indispensable e imposible al mismo tiempo”. ¿Por qué, entonces, siendo de una imposibilidad tan manifiesta, algunos países, sedicentes “candidatos naturales”, abocan tantas energías y recursos por posicionarse en una gatera que parecería destinada a jamás abrirse? ¿Por qué, yendo a materias que deberían interesarnos más específicamente, el gobierno del Presidente Lula ha venido poniendo tanto ahínco en proclamar para sí el asiento permanente que debiera corresponderle a Latinoamérica? ¿Ante algo “tan indispensable como imposible”,arriesga el gobierno de Lula un fracaso de dimensiones inconmensurables?
No importa entonces cuán difícil parezca salvar los cuantiosos escollos de tan ambiciosa pretensión; lo que importa es que se logre instalar la idea de que de realizarse (o de haberse realizado), Brasil merecería (o hubiese merecido) el espacio representativo de Sudamérica. Parafraseando a Lafer, Alfredo Valladao, del Institut d’Études Politiques en Paris, define la política exterior de Lula como Diplomacia del Protagonismo. Es este protagonismo, que Lula no se cansa de construir en cuanto escenario internacional se le presenta, lo que lleva a que Brasil no sea concebido, en el imaginario colectivo internacional, como un país en donde millones de personas padecen hambre y presenta uno de los peores índices de distribución de la riqueza, sino uno que enseña al mundo como conseguir el hambre cero.
En definitiva, ¿qué problema representaría que Brasil finalmente asumiera el liderazgo de Sudamérica? ¿Por qué Argentina no puede reconocer la importancia estratégica, económica, pero sobretodo potencial, que reviste un país como Brasil y que permite que se arrope con los mantos de líder sudamericano? Sencillamente la Argentina no debería impedirlo, si hubiese posibilidades de que ese fuese el caso.
Existe en el vecino país una fuerza endógena que percibe cualquier integración regional como agente corrosivo del lugar de preeminencia indiscutida que estaríallamado a ocupar Brasil por destino. Tal concepción delimita mejor el perfil de un hegemón que el de un líder y, lamentablemente para la región, tal concepción ha venido ganando terreno en la percepción dirigencial brasileña en los últimos años. 
La posición Argentina
En atención a la necesidad de mantener el balance regional, la Argentina apoya el incremento de asientos en la categoría de no permanentes. Ésta, que es la posición oficial Argentina ya desde 1994 y en atenencia a los antecedentes históricos, está dirigida con objetivos claros y es conceptualmente inequívoca: lo que debe priorizarse es la mayor democratización del Consejo de Seguridad, así como la selección de nuevos miembros a través de la aplicación del artículo 23 párrafo 1 de la Carta.
Pero si se pone en blanco sobre negro la postura oficial Argentina con estas dos opciones presentadas por el Panel -que si bien no son vinculantes es innegable que señalan cual será el camino del debate- se puede percibir como parecieran entrar en conflicto dos principios rectores de la postura Argentina. Por un lado, la pretensión de ampliar la cantidad de miembros no permanentes como método para acrecentar la democratización del organismo y, por el otro, el principio de no extender privilegios a nuevos países.
Esto es así ya que, de las alternativas en juego, la que más asientos no permanentes prevé es precisamente la que además contempla la creación de nuevos asientos permanentes. Si se realiza una exégesis literal de la posición oficial Argentina, entonces esta debería verse satisfecha con la primer alternativa, ya que contempla una mayor participación de miembros no permanentes –tres, contra sólo uno en la segunda–. Sin embargo, queda claro, estaría a su vez legitimando los privilegios que deplora a seis miembros más –entre ellos, presumiblemente, Brasil–.
NATASHA NIEBIESKIKWIAT
En septiembre del año pasado, cuando Brasil se lanzó de lleno a pelear para obtener una banca permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas junto al Grupo de los 4 que también integran Japón, Alemania e India, el canciller Celso Amorim salió a repetir una frase del presidente Luiz Inacio Lula da Silva: “Tenemos una alianza estratégica con Argentina”, dijo, buscando dejar en claro que esta prioridad estratégica de la política exterior brasileña no afectaba –y hasta nada tenía que ver– con la buena relación que el vecino busca mantener con Argentina. Sin embargo, conviene llamar la atención so- Periodista especializada en temas internacionales sobre este punto, porque la apuesta brasileña sí afecta –y tampoco le conviene– a la Argentina, al menos tal como está planteada. Aquí uno de los problemas. Como lo han demostrado en más de medio siglo, los países difícilmente –o nunca– representaron a sus regiones sino a sí mismos.
A la Argentina no le conviene que Brasil sea el único país de la región que obtenga una banca permanente. No porque ello sea el reconocimiento explícito del indiscutido liderazgo que el vecino consolidó en los últimos años, sino también porque ello inhabilitaría definitivamente cualquier posibilidad de aspirar al mismo puesto.
DELICH – “Multilateralismo, incertidumbre y reputación. Las disputas argentinas en la OMC “ (2013)
Introducción 
La Argentina tiene abiertas, actualmente, cinco disputas comerciales encauzadas a través del sistema de solución de controversias de la Organización Mundial del Comercio.
La trama institucional de la OMC
El sistema de solución de diferencias es una instancia jurisdiccional internacional que puede funcionar sin, y aun contra, la voluntad de la parte demandada. Reforzado para promover y eventualmente garantizar que los países cumplieran con los compromisos asumidos en la negociación de la Ronda Uruguay del GATT (1986-1994), entró en vigor simultáneamente con la creación de la OMC y la regulación detallada de las disciplinas comerciales en 1995. Para ser miembro de la OMC deben aceptarse no sólo los principios y compromisos en materia de comercio de bienes, servicios y propiedad intelectual negociados en la Ronda Uruguay, sino que debe aceptarse además su sistema de solución de controversias para las disputas que surjan de su aplicación.
En contraste con la parálisis de la negociación, en el marco del sistema de solución de controversias se comenzaron rápidamente a resolver casos. En trazos generales, los Estados Unidos y la Unión Europea, actores dominantes y casi excluyentes de las disputas durante los cincuenta años de GATT, siguen hoy en día protagonizando la mayoría de las disputas, ya sea como demandados o demandantes. 
Ahora bien, si la atención se posa en los países en desarrollo y en las llamadas potencias emergentes en particular (China, India y Brasil), aparecen algunos datos interesantes. China, cuyo ingreso a la OMC data del año 2001, ha sido demandada 30 veces y demandó 11: 8 veces a Estados Unidos y 3 a la UE. Es decir, todas sus demandas se dirigieron a países desarrollados. Este mismo patrón (más demandas a países desarrollados que a países en desarrollo) sigue también Brasil.
Participación argentina 1995-2011
Desde 1995, fecha en que entró en vigor la propia OMC, y por tanto su sistema de solución de controversias empezó a funcionar, se pueden distinguir, al menos, tres patrones distintos de participación argentina en su seno. A grandes trazos, se podría argumentar que existió:
→ Una primera etapa, 1995-2002, caracterizada por “Argentina demandada”: 
En efecto, en una primera etapa, Argentina recibió un número excesivo de consultas si lo comparamos con las que recibían otros países con mayor participación en el comercio internacional.
Estos casos se refirieron a medidas de defensa comercial adoptadas por el gobierno en aquel entonces (como derechos específicos, salvaguardas y derechos anti-dumping). Tal vez en este punto radique la mayor diferencia con el recorrido brasileño, por ejemplo, en el sistema de solución de disputas en la OMC: no sólo Brasil recibió menos consultas en aquel período participando más en el comercio mundial, sino que las cuestiones que le generaron disputas no se referían a medidas de restricción de importaciones sino destinadas a promover la inversión o a abordar la cuestión de los precios de los medicamentos.
La experiencia argentina en este primer periodo está marcada por una política nacional que hizo uso de todas las medidas de defensa comercial disponibles en un contexto local de pérdida de competitividad e imposibilidad de variación del tipo de cambio (por la Ley de convertibilidad). Pero además, ese uso de derechos anti-dumping o salvaguardias se hizo en un nuevo marco normativo: los acuerdos de la Ronda Uruguay, que entraron en vigor con la OMC en 1995 y que son más restrictivos que sus predecesores del GATT. Por ello, Argentina quedó tan vulnerable: después de 5 años de tipo de cambio fijo, y con el peso sobrevaluado, extremó el uso de instrumentos que ya no eran tan flexibles en los nuevos acuerdos, con menos excepciones para los países en desarrollo y que además ahora eran administrados en una organización más rígida y con un sistema de solución de disputas que visibilizaba las prácticas y situación argentina.
→ Entre el 2003 y el 2011, una etapa de “Argentina libre de reclamos”:
Luego del año 2002 se inicia un periodo de muy baja actividad, tanto en términos de recibir como de realizar consultas con una sola excepción llamativa: sin tener actividad durante años (2003, 2004, 2005, 2007 y 2008) en el año 2006 Argentina inicia 5 consultas. Y desde el 2003 al 2011 sólo recibió dos consultas que no implicaron la conformación de un panel.
Con poca información adicional puede apreciarse por qué Argentina dejó de ser demandada: la devaluación de enero del año 2002. No fue necesario entonces imponer restricciones a las importaciones: éstas se desplomaron y rápidamente en nuestros socios más cercanos, los países del Mercosur, creció el miedo a la “avalancha” de productos argentinos.
→ La etapa más reciente, iniciada en el 2012, caracterizada por un patrón clarode conflictos Argentina- países desarrollados, sea Argentina demandante o demandada.
Argentina vis-á-vis los países desarrollados
Después de años de no recibir consultas, en el año 2012, cinco miembros de la OMC iniciaron consultas contra Argentina, alegando, de manera general, reglas demasiado restrictivas para la importación. Uno de los cinco, México, más tarde retiró su denuncia luego de que se firmara un acuerdo en la cuestión de los automóviles. A su turno, la Argentina presentó 3 consultas en 2012 y una en lo que va de 2013, dos por la cuestión del biodiesel (una por la restricción española y otra por los derechos anti-dumping/compensatorios de la Unión Europea) y dos a Estados Unidos, una por la cuestión de la carne y a otra por los limones.
Aunque Argentina recibió cinco consultas, se refieren a tres disputas: una con Estados Unidos, la Unión Europea y Japón por las licencias de importación, otra con México sobre el comercio de automóviles y una última con Panamá por cuestiones tributarias.
En esta línea, cabe remarcar que la política comercial argentina ha sido en los últimos años discrecional; también ocurre que el importador debe compensar con exportaciones equivalentes (para mantener equilibrada la balanza comercial); y en Argentina no se puede ahorrar ni transar en dólares. Y podríamos seguir enumerando medidas que son efectivamente llevadas adelante por el gobierno para lidiar con la pérdida de competividad, la falta de inversiones y la necesidad de dólares para la importación de energía.
Sin embargo, la incompatibilidad de algunas de esas medidas con las reglas de la OMC es una dimensión menor del problema que enfrenta nuestro país. Que sean o no efectivas para el problema que el gobierno pretende solucionar es más importante (al menos para el bienestar de los argentinos).
Además, también habría que diferenciar medidas puntuales, que pueden o no ser incompatibles con políticas: el hecho de que la Argentina decida promover una política de sustitución de importaciones no es disputable en el sistema de solución de controversias de la OMC. Esta distinción fue fundamental en la disputa sobre el acceso a los medicamentos baratos: mientras que los Estados Unidos iniciaron un panel contra Brasil por tener en la ley de patentes una cláusula de fabricación local (lo cual no está permitido en el Acuerdo sobre Propiedad Intelectual de la OMC), Brasil replicó con una solicitud al Consejo que administra el Acuerdo una declaración que explícitamente estableciera que no se debía interpretar el Acuerdo de Propiedad Intelectual de ninguna manera que impidiera la consecución de políticas públicas de salud. Es decir, al mismo tiempo que Brasil se ocupó de contestar “técnicamente” el panel dentro del marco del sistema de solución de controversias por una medida puntual, elevó la cuestión de políticas al órgano de negociación, el Consejo que administra el Acuerdo implicado y eventualmente llegó a la Conferencia Ministerial (donde se aprobó en el año 2001 la Declaración sobre el ADPIC y la Salud Pública).
En segundo lugar, es necesario diferenciar las implicancias de esta disputa en términos de acceso a mercado (menor en este caso) del menoscabo a la reputación argentina. La (buena) reputación es necesaria para negociar, entre otras cosas, acuerdos comerciales (o al menos la facilita y la hace menos costosa).
Y, finalmente, del lado de los países reclamantes debe señalarse la intención de que la disputa apuntale y fortalezca la reglas existentes mediante la producción y acumulación de fallos que solidifiquen y naturalicen el contenido de las reglas comerciales actuales. A contrario sensu, del lado argentino, esta disputa puede incidir en la construcción (simbólica) de una nueva arquitectura global marcando los déficits del actual. Aún sin articular una visión del orden emergente (que además ni los propios BRICS parecen tener), podría trabajarse en la dimensión política de la OMC (las Conferencia Ministeriales y los diferentes Consejos) reafirmando la diferencia entre medidas y políticas, documentando los resultados asimétricos que se obtienen de la implementación de las reglas que se negociaron en la Ronda Uruguay e interpelando con sus propias prácticas a los principales actores económicos.
Conclusión
Los períodos en cuales Argentina ha sido objeto desmedido de consultas coinciden con períodos de políticas comerciales nacionales “tensadas” para dar cuenta del deterioro de la competitividad (eventualmente compensarla) o de la política económica más generalmente. Tienen ancla “técnica” de alguna manera en la desprolijidad y discrecionalidad de muchas de las medidas nacionales. Sin embargo, debiera preocuparnos primero su fracaso como política pública si fuera el caso y, luego, notar que el impacto mayor no ha sido históricamente ni parece ser en la actualidad sobre el acceso a mercado, sino sobre la reputación del país. Además, funcionan como factor consolidador de las reglas existentes (en la medida en cada fallo las ratifica). 
ZELICOVICH – “Argentina en la Ronda Doha: posición y estrategia negociadora en los albores de una década” (2011)
Introducción 
Las negociaciones de la Ronda de Doha se han convertido en las negociaciones multilaterales de comercio más prolongadas de la historia moderna. Cumplido ya su noveno año sin indicios de estar arribando a un acuerdo, el proceso ha batido el récord de duración de las rondas anteriores y ha puesto en evidencia varias modificaciones que se han ido sucediendo tanto a nivel sistémico como a nivel estatal. La redistribución del poder mundial, el aumento de los flujos comerciales, las crisis financieras, entre otros, han entrado en relación con diversos procesos nacionales y regionales (tales como los cambios en el escenario político interno, la reactivación económica local, o el relanzamiento del Mercosur y el proyecto del alca) en el marco de negociaciones que no solo han sido largas, sino especialmente complejas.
El contexto de lanzamiento de la Agenda del Desarrollo ¿transformación o coyuntura?
Las negociaciones iniciadas en 2001 en la IV Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio parecieron significar el inicio de una nueva etapa en las relaciones comerciales internacionales. En dicha oportunidad, se incluyeron por primera vez en las negociaciones, temas claves para los países en desarrollo, generando grandes expectativas entre los distintos actores del comercio internacional. La agricultura, así como las promesas incumplidas de la Ronda Uruguay, entre otros, se incorporaron en la agenda, acompañados de una clara retórica en favor de los menos desarrollados.
Para ello convergieron diversos fenómenos en un mismo momento:
· Los atentados del 11-S: que llevaron a los países de mayor peso de la OMC a flexibilizar sus posiciones para dar una imagen de unidad y de apoyo al multilateralismo.
· El temor de que la Cumbre de Doha terminara fracasando como la de Seattle y con ello la OMC en su conjunto.
· La incorporación de China a la OMC, que si bien formó parte de la mencionada flexibilización de la posición de Estados Unidos, tuvo un importante peso simbólico para con los países en desarrollo.
Así pues, estos elementos condujeron a un contexto particular pro desarrollo, prácticamente inédito. Su singularidad, sumada a la forma en que fueron desarrollándose los hechos parecería mostrar que obedecían a una transformación del sistema global de las relaciones comerciales internacionales sino a una coyuntura puntual que posibilitó los consensos necesarios para el lanzamiento de esta Ronda.
En este marco, y tras muchos meses de negociaciones para alcanzar una agenda que fuera aceptable para los casi 150 países miembros, en noviembre de 2001 las negociaciones materializaron en tres documentos que pasaron a conocerse como «Agenda de Doha para el Desarrollo». Los documentos son: (i) la Declaración sobre el acuerdo ADPIC y la salud pública; (ii) la Declaración sobre los aspectos y preocupaciones relacionados con la aplicación de los acuerdos de la RondaUruguay; y (iii) la Declaración Ministerial de Doha (DMD). Es esta última la que establece el mandato de negociación de la Agenda del Desarrollo a partir de la enumeración de ocho puntos centrales: acuerdos adoptados, agricultura, servicios, acceso a mercados no agrícolas (AMNA), acuerdos de derecho de propiedad intelectual relativos al comercio (ADPIC), reglas OMC -antidumping, subsidios, acuerdos comerciales regionales (ACR), solución de diferencias, y comercio y medio ambiente. Además de estos se incluyeron cuatro temas adicionales conocidos como los temas de Singapur (política de defensa de la competencia; inversiones; compras públicas; facilitación del comercio),
¿Qué se negocia? Una explicación de la agenda de agricultura y de acceso a mercados a bienes no agrícolas (AMNA)
Aun limitándose a dicho régimen y tomando particularmente dos de los temas que componen la agenda, como son agricultura y el AMNA, es posible observar el inusual grado de dificultad que revisten las negociaciones. Los temas incluidos son altamente sensibles, y los trade off posibles, limitados. La asimetría en el nivel de liberalización de los dos temas dentro de la OMC es un factor clave en ello. En los debates entre países desarrollados y en desarrollo, importadores y exportadores, vinculados a estos temas terminan poniéndose en juego los diferentes modelos económicos y las estrategias nacionales para el desarrollo.
Recorridos de una década: la construcción de la posición y estrategia negociadora de Argentina
CRISIS Y REDEFINICIONES EN EL PUNTO DE PARTIDA
Durante los años de las negociaciones de Doha se produjo una de las mayores crisis institucionales, políticas y económicas de la historia del país, que fue seguida por un período de importantes transformaciones en materia económica y comercial.
El período del lanzamiento de las negociaciones de la Ronda de Doha coincide con el agotamiento del modelo neoliberal aplicado por el gobierno argentino de la década de los años noventa, con fuerte recesión económica, default y crisis política. La agenda externa estaba atravesada por la crisis y las negociaciones externas se centraron en la renegociación de la deuda con el FMI por un lado, y en las negociaciones comerciales del alca y de la UE-Mercosur, por el otro.
En tal contexto, sobradamente crítico, las negociaciones de la OMC conformaban un ítem más dentro de la agenda de negociaciones multilaterales. Y en todo caso la prioridad estaba puesta como ya señalamos en la resolución de la crisis de la deuda externa y la recuperación del vínculo con el Mercosur y la región.
Para la Argentina, empero, el tema agrícola resultaba fundamental puesto que al comienzo de las negociaciones más del 50% de su oferta exportable (aquella compuesta por productos agrícolas y manufacturas de tal origen) se encontraba en un contexto difícil: por un lado, los países de la OCDE habían aumentado notablemente el nivel de los subsidios y, por el otro, los precios internacionales de los commodities se encontraban a la baja, lo que afectaba negativamente las ventas argentinas.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA POSICIÓN NEGOCIADORA
Inicialmente los pedidos fueron muy vagos: durante las primeras intervenciones los diplomáticos argentinos afirmaron que la agricultura era el tema central de las negociaciones, y que en ella se buscaría igualar las normas con aquellas que rigen el comercio de otros bienes en el ámbito multilateral19. Con el paso del tiempo, esta posición se iría tornando más compleja y fortaleciéndose a medida que las presentaciones ganaban rigurosidad técnica y mayor peso político.
La posición negociadora se basó en la combinación de los márgenes de acción externos, con la definición del modelo de desarrollo que se iba construyendo en el plano nacional y la influencia de los diferentes lobbys.
El modelo de política económica que procuraron impulsar primero el gobierno de Duhalde y luego los sucesivos gobiernos de Kirchner y Fernández de Kirchner, fue definido en términos de heterodoxo, coexistiendo en él dos imaginarios de desarrollo económico: el agrícola y el industrial. El comercio exterior jugó un papel importante dentro del esquema. Tanto la política cambiaria como la política comercial parecieron orientarse en un mismo sentido: recuperar competitividad, reactivar la industria, y generar recursos fiscales. La política exterior, por su parte, inicialmente se propuso, en concordancia con aquellas, el objetivo de «consolidar la política comercial como una política de Estado permanente que trascienda la duración de los mandatos de gobierno y cuente con la concurrencia del sector privado, de la comunicad académica, y de la sociedad civil en general». 
En los hechos se condujo a un esquema en el que determinados sectores vinculados al modelo de desarrollo industrial se vieron altamente beneficiados por políticas tanto ofensivas como defensivas, resultando en ventajas clave para el sector automotriz y textil entre otros. Por su parte, conjuntamente con ello existió una evolución pujante de los productos primarios y de las MOA, que por propias ventajas comparativas y por el contexto internacional aportaron dinamismo (y recursos) al mercado interno en general y a las exportaciones en particular.
Dentro de ello, el conjunto de estrategias utilizado por la Argentina incluyó:
 1) El desarrollo de una diplomacia activa tanto dentro como fuera de la OMC. Es decir, tanto en los foros del comité de negociaciones agrícolas, como en las relaciones bilaterales con los actores estratégicos de las coaliciones a que pertenece.
2) Dentro de las coaliciones, la estrategia inicial fue identificar intereses y propuestas comunes con otros actores miembros y afinar los objetivos propios planteados a partir de esos consensos.
3) En tercer lugar se recurrió a la presentación de documentos tanto en el Comité de Negociaciones Agrícolas como en los foros de las coaliciones negociadoras, con lo que se logró fortalecer la imagen externa respecto de las capacidades negociadoras del país.
4) En los casos en que no se alcanzó un punto de acuerdo con la coalición negociadora, la estrategia utilizada consistió en presentar documentos paralelos junto con otros países miembros de la organización.
En cuanto al accionar en coaliciones, para la Argentina el paso de la participación en el Grupo Cairns al G-20 significó un cambio importante en su política en las negociaciones comerciales multilaterales. Tal giro implicó ceder en las ambiciones de acceso a mercados, ganando a cambio fortalezas en los otros dos pilares.
En cuanto al Mercosur, este ha sido parte constituyente de la estrategia negociadora argentina. Dentro del bloque lo que ha primado ha sido la coordinación regional y particularmente la relación de Argentina con Brasil, como principal relación bilateral en el marco regional. Estas posiciones han servido para la Argentina en un primer momento como esquema de contención y plataforma para la construcción de poder en un escenario más bien adverso a las capacidades externas del país y luego, en un segundo momento, como foro medio para generar algunos posicionamientos que se llevan luego a las coaliciones negociadoras. Asimismo, el Mercosur ha servido de límite a los márgenes de acción de cada una de las partes en forma individual (particularmente en lo que refiere a la acción diplomática de Brasil en instancias mini-ministeriales tipo G5 o G6), permitiendo mantener determinados equilibrios. 
Así pues, la posición y estrategia negociadora argentina desde 2001 puede resumirse en tres puntos. Primero, un fuerte énfasis ofensivo en la agricultura y un esquema defensivo en NAMA; en segundo lugar, la actuación en coaliciones negociadoras y finalmente, priorización de los vínculos regionales, esto es, la coordinación intra Mercosur y el acompañamiento de Brasil.
18

Continuar navegando